Porfirio Díaz. Su vida y su tiempo I

Carlos Tello Díaz

Fragmento

Porfirio Díaz

Introducción

En el verano de 1914, Porfirio Díaz fue sacudido por un terremoto que cimbró las bases del mundo que conocía, cuyas ondas de expansión llegaron hasta la villa donde residía con su familia, en el balneario de Biarritz. El terremoto demolió lo que restaba de su obra en su país: ese mes de agosto triunfó la Revolución, sus tropas ocuparon la capital de México, y destruyó también el edificio de la civilización en Europa, donde vivía entonces el exilio, pues ese mes de agosto, asimismo, estalló la Gran Guerra: los prusianos avanzaron hacia Francia, detonaron una conflagración nunca antes vista, en la que aparecieron en el cielo, de repente, biplanos de hélice con la capacidad de arrojar más de 100 kilogramos de bombas desde el aire, como el BE-2. Díaz era un hombre ya grande, un anciano: estaba a punto de cumplir ochenta y cuatro años. Con el derrumbe de su obra, con la desaparición de su mundo, llegaba también el fin de su propia vida. Poco después, él mismo entró en un periodo de letargo que lo llevó a la muerte antes de transcurrir un año, sin traumatismos, consolado por los recuerdos de su infancia en la ciudad de Oaxaca.

Eran recuerdos muy remotos. Díaz había nacido en un mundo totalmente distinto al que vio caer en ruinas al ocaso de su vida. Creció en un país que era todavía, en su esencia y su extensión, por sus prácticas y sus costumbres, la Nueva España, aunque desde hacía un puñado de años tenía ya el nombre de México. El país era gigantesco: incluía los territorios de Texas, Nuevo México y la Alta California, y estaba dominado por las instituciones que más peso tuvieron durante la Colonia: la Iglesia y el Ejército. Porfirio pasó su niñez en un mesón arrendado a las monjas del convento de Santa Catarina, en el que a menudo veía él mismo a su padre inclinado sobre una vela de cera, vestido con el hábito de los terciarios de San Francisco. El gobierno del estado —como antes el de la intendencia— estaba encabezado por miembros de las familias más prominentes, las que ostentaban títulos de nobleza desde la Colonia, como los Ortigoza y los Ramírez de Aguilar, sucedidos más tarde por un general formado en el Ejército Realista, don Antonio de León, quien consolidó un cacicazgo largo y estable en Oaxaca, bajo la sombra del régimen del Centro. En ese mundo devoto y rígido, dominado por las oraciones, constreñido por el grito de Religión y Fueros, nació y creció Porfirio Díaz.

Porfirio fue parte de la generación de 1857, la que desafió en su país el legado de la Colonia durante la Reforma, la que derrotó y desmanteló aquel legado para construir en su lugar los cimientos de un México más justo y más libre, a partir de las ideas que defendían los liberales del siglo XIX. Aquella generación estaba dirigida por un grupo de oaxaqueños de talento, liderados por Benito Juárez, que consolidaron su triunfo contra la reacción tras la guerra que los enfrentó con el Imperio de Maximiliano. Al ser restaurada la República, el general Díaz fue uno de los caudillos que disputaron, con las armas en la mano, la herencia de don Benito. Hubo muchos, pero él tenía una ventaja sobre los demás: había aprendido a gobernar —eso todos lo reconocían— en los años de la guerra. Llegó tras un pronunciamiento a la Presidencia de la República, que tuvo que dejar para ser coherente con sus banderas, las cuales postulaban la no reelección, pero a la que volvió después, no obstante esas banderas, para comenzar un gobierno prolongado y firme que contó, por un tiempo muy largo, con el beneplácito de México. Su administración coincidió con una época de orden y progreso que benefició a la mayoría de los países de Occidente. También a México. Pero la estabilidad y el bienestar —que fueron al principio una novedad, una bendición en un país acostumbrado a los horrores de la guerra— tuvieron un precio: la permanencia en el poder de un régimen que no tuvo la capacidad de adaptar sus estructuras a los cambios, que reprimió las libertades de los mexicanos, algo que padecieron todos de formas muy distintas, en particular aquellos, muchos, que no sentían sus intereses representados en el gobierno. Las tensiones estallaron con una insurrección. Don Porfirio, derrocado, partió de su país hacia el exilio, donde fue cimbrado por el terremoto de 1914, que precedió por unos meses su propia muerte. Fue así, en toda su extensión, un hombre del siglo XIX. Vivió con intensidad aquel siglo, el cual transcurrió en parte bajo su sombra, un siglo que comenzó con la Independencia y terminó con la Revolución —más o menos el periodo que abarcó su vida, una de las más longevas en la historia de México.

Esta biografía cuenta la vida de Porfirio Díaz, describe la transformación del tiempo en la que transcurrió, desde 1830 hasta 1915. Su vida y su tiempo. La historia es larga, por lo que está dividida en tres partes, la primera de las cuales es La guerra (1830-1867), seguida por La ambición (1867-1884) y El poder (1884-1915). La guerra narra la vida del general desde que nace en Oaxaca hasta que ocupa con su ejército la ciudad de México, con lo que pone fin a las hostilidades contra el Imperio de Maximiliano.

Existen más de cien biografías de Díaz. Unas son apologías, otras son diatribas; algunas son ensayos, otras más son narraciones de periodos concretos de su vida. A lo largo del Porfiriato fueron publicadas un sinnúmero de semblanzas del general Díaz, casi todas laudatorias (treinta según Daniel Cosío Villegas, cincuenta y seis según Luis González). A partir de la Revolución, hasta mediados del siglo XX, fueron dadas a conocer varias semblanzas más, casi todas adversas (catorce según Cosío Villegas, veintiocho según González). Cerca de veinte biografías más aparecieron desde entonces hasta el inicio de la década de los ochenta, cuando dio comienzo la revisión del régimen encabezado por don Porfirio. En las últimas dos décadas del siglo fueron publicados más de ciento cincuenta libros que llevan en el título la palabra Porfiriato, de acuerdo con Mauricio Tenorio Trillo y Aurora Gómez Galvarriato. Desde esa fecha han aparecido varios libros más sobre su vida, algunos de ellos muy notables.

¿Por qué tiene sentido entonces dar a conocer una biografía más? Porque a pesar de ser más de cien las biografías, ninguna de ellas, ni una sola, registra en detalle la vida de Porfirio Díaz desde su nacimiento hasta su muerte —su vida en todos sus aspectos: el militar, el político y el personal— a partir de fuentes primarias: cartas, diarios, memorias, periódicos, actas, decretos, fotografías, testimonios, manuscritos… Es lo que he querido hacer en esta biografía: contar la historia del general Díaz sobre la base de documentos conservados en archivos o divulgados en libros como los que fueron editados por Alberto María Carreño y Jorge L. Tamayo, donde está documentada una parte de la historia de México en el siglo XIX. Sus fuentes son hechas explícitas a lo largo del texto por medio de las citas, en las que hablan los personajes que fueron testigos o protagonistas de los hechos. Todas ellas remiten a las notas localizadas al fi

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