Cuenta la prolífica escritora Begoña Oro, autora entre otras de las sagas Misterios a domicilio y Monster Chef y reconocida admiradora de la obra de Roald Dahl, que la primera novela que leyó del escritor británico fue Las brujas, aunque su predilecta, sin embargo, es Matilda.
«Me encanta porque es un ataque frontal a la imbecilidad -la palabra es de Dahl-, especialmente a la imbecilidad adulta, y una defensa justiciera y revanchista de la infancia», argumenta.
Una opinión y una predilección por Matilda que comparte Ana Campoy, que explica que se sintió muy identificada con la pequeña protagonista («Yo era muy parecida a Matilda, la típica niña que estaba leyendo siempre, que tenía ese universo propio») y que quedó fascinada por el hecho de entender de repente que había gente adulta que podía ser chunga.
«Hasta entonces yo veía al adulto como alguien infalible y que siempre llevaba razón, como gente que es ejemplo a seguir, pero de repente en Matilda se cuestionaba eso y descubrí que los adultos no son infalibles y que hay veces que los niños llevan razón y los adultos no».
De Las brujas, por su parte, otro de sus títulos predilectos, Campoy destaca su revolucionario final, un final que podría considerarse malo si nos ceñimos al ideal de final feliz tan extendido en la literatura infantil, pero que en su opinión es un gran final del que los protagonistas, pese a todo, consiguen extraer cosas positivas: «En la vida hay veces en que suceden cosas malas. No siempre hay finales felices, pero sí podemos intentar amoldarnos a las nuevas realidades, que es una cosa que se puede entrever en la literatura de Roald Dahl. En el fondo, si lo piensas bien, sí que es un final feliz para los protagonistas de Las brujas porque son capaces de sacar algo bueno de un hecho malo que les ha ocurrido».
Este final, por cierto, no estuvo exento de polémica. En su versión cinematográfica de 1990, Allan Scott y Nicolas Roeg, guionista y director respectivamente, cambiaron el final concebido por Roald Dahl en la novela por otro más dulcificado y feliz, más acorde con los gustos del momento. Este hecho enfureció al escritor, que pidió que se retirase su nombre de los créditos, inició una campaña contra la película y prohibió que sus obras, al menos mientras él viviese, fueran llevadas a la gran pantalla.