INTRODUCCIÓN
Carolina Alzate, Universidad de los Andes
Soledad Acosta de Samper
Es posible que quienes se acerquen a esta novela no hayan tenido antes un libro de Soledad Acosta de Samper en su mano. De hecho, tal vez no hayan oído nunca hablar de esta autora. Sin embargo, hoy sabemos que fue muy leída en su tiempo y que hizo parte de un grupo nutrido y visible de mujeres que disputaron a sus colegas varones el mercado editorial de su momento. En la segunda mitad del siglo XIX ocurrió algo parecido al boom de escritoras que hemos visto en las últimas décadas de nuestro tiempo. Hoy esas mujeres del XIX parecen nuestras contemporáneas en varios sentidos, pues los retos que enfrentaron no son en realidad tan diferentes de los nuestros. De hecho, en años recientes a lo largo de América Latina se ha rescatado y reeditado su obra, después de cien o ciento cincuenta años de ausencia en librerías. Esto ha ocurrido muy en particular con Soledad Acosta, cuyos libros han vuelto a circular en las últimas dos décadas. Lo más reciente ha sido su inclusión en la Biblioteca de Escritoras Colombianas del Ministerio de Cultura, liderada por Pilar Quintana en 2021. Hoy su nombre se reconoce entre los cinco o seis más relevantes entre las autoras latinoamericanas del siglo XIX.
Antes de su generación, la incursión de las mujeres en la escritura pública era una excepción. Fueron pocas y en general monjas y mujeres de la nobleza, aisladas unas de otras en el tiempo y en el espacio. Santa Teresa de Ávila por allí, sor Juana Inés de la Cruz por acá, la madre Francisca Josefa del Castillo más cerca, separadas por mares y océanos y saltando de un siglo a otro. En la generación anterior a la de Soledad Acosta, en lo que hoy es Colombia, se destaca el nombre de Josefa Acevedo de Gómez. Pero puede afirmarse que la generación de nuestra autora fue la primera en la que las mujeres asumieron la escritura como una profesión, en el sentido en que le dedicaron su vida y trataron de obtener de ella, al menos en parte, su sustento. Todas ellas se leían, se carteaban, fundaban periódicos y reseñaban a sus colegas escritoras, conscientes de que escribían como intrusas en una República de las letras que era masculina por definición. Crearon una red intelectual que las sostuvo en sus proyectos y que buscaba su legitimación y visibilidad1.
Soledad Acosta nació en Bogotá en 1833 y falleció en esta misma ciudad en 1913. Además de periodista, novelista, historiadora, ensayista y traductora, fue viajera. Pasó algunos años en Quito con sus padres siendo pequeña, cuando Joaquín Acosta ocupaba un cargo diplomático allí. Vivió su adolescencia en Francia, adonde su padre la llevó para que pudiera continuar su educación en un colegio de París, consciente de que en Bogotá no podría hacerlo. De camino a París, vivió varios meses con su abuela materna en Halifax, Nueva Escocia. Su educación, demasiado breve para las mujeres de su tiempo, debió continuar en la biblioteca de su padre, ya de vuelta en Bogotá. Regresaría a París en 1858, casada y con dos hijas pequeñas; en Europa nacerían las otras dos. Allí comenzaría su escritura pública, con las corresponsalías que enviaba a periódicos de Bogotá y de Lima. De regreso en Bogotá, en 1864, comenzó a publicar relatos breves (cuadros, los llamaban en la época) y novelas. Su siguiente proyecto fue fundar su propia revista, La Mujer (1878-1881), a la que siguieron cuatro más. Escribió novelas históricas y se convirtió también en historiadora. Ya viuda, a finales del siglo XIX, regresó a París con el ánimo de viajar a España para participar en las celebraciones del cuarto centenario del Descubrimiento, en 1892. Quería buscar mayor visibilidad para su trabajo intelectual, cercada por el silencio y la descalificación que sufría en Bogotá. En Europa fortaleció sus redes intelectuales. Desde 1896, de regreso en Bogotá, afianzó su carrera como historiadora, y aquí vivió y trabajó hasta su muerte, en 19132. Su obra es amplísima, variada y muy rigurosa. No improvisó ninguna de sus páginas3.
Sus padres fueron Joaquín Acosta y Pérez de Guzmán y Carolina Kemble. Carolina era sajona; no hemos podido precisar su lugar de nacimiento, pero Nueva York se registra como su ciudad natal en una nota manuscrita que parece copiar la partida de bautismo de Soledad. De su madre le vino a la autora el conocimiento de la lengua inglesa, algo inusual en la época, cuando la lengua internacional era el francés. En esa lengua pudo ampliar sus lecturas y, muy especialmente, imaginar mujeres diferentes a las de la tradición hispana de su época, cuya vida se esperaba que girara en torno a la familia y a la religión sin pretender autonomía y sin ambición intelectual. Su madre además era protestante: quizá por ello Soledad Acosta, ferviente católica, vive un catolicismo peculiar, lejano del confesionario4. Joaquín Acosta, por su parte, historiador y geógrafo, fue un discípulo distinguido de Alexander von Humboldt en París5 y más tarde correspondiente científico suyo en Colombia, su colaborador. Siendo muy joven, Joaquín había participado en las guerras de Independencia. Fue miembro de varias academias científicas europeas, y en ellas trabajó mientras su hija recibía su educación en París. Soledad fue hija única. Según cuenta ella, su padre se propuso darle el tipo de educación que tendría cualquier varón de la clase letrada en su época.
El marido de Soledad Acosta fue José María Samper Agudelo (1828-1888), destacado escritor y político de su momento. El prólogo que escribió para presentar el primer libro de su esposa, titulado Novelas y cuadros de la vida suramericana (1869), nos permite observar el lugar que ella daba a su producción intelectual:
Hija única de uno de los hombres más útiles y eminentes que ha producido mi patria […] mi esposa ha deseado ardientemente hacerse lo más digna posible del nombre que lleva, no solo como madre de familia sino también como hija de la noble patria colombiana; y ya que su sexo no le permitía prestar otro género de servicios a esa patria, buscó en la literatura, desde hace más de catorce años, un medio de cooperación y actividad. (101)
Y es que la autora pertenece a la primera generación nacida después de las guerras de Independencia. La vida de la élite letrada del momento, a la cual ella perteneció, giró alrededor del proyecto de fundación nacional: imaginar, tanto en el terreno de lo simbólico como de lo material, una nación y trabajar en construirla. La literatura hizo parte fundamental de dicho proyecto en cada país latinoamericano, y no solo de nuestro continente. En buena medida esa nación fue una comunidad de lectores y lectoras. Los letrados escribían constituciones y leyes, pero también novelas y poesía: se trataba de describir territorios, promover un ideal de ciudadanía y definir el lugar que las mujeres y otras poblaciones subalternas (afrodescendientes, indígenas, campesinos) debían ocupar. Leer novelas, o escuchar a otras personas leerlas (práctica común, dado el alto nivel de analfabetismo), significó educarse en la interpretación que los letrados ofrecían del pasado y presente de la nación, en su proyecto de futuro y en los sentimientos que se pensaba que lo harían posible. Fue un campo intelectual en contienda y fundamentalmente masculino. Soledad se propuso participar en él y logró abrirse un espacio, siempre provisional. Fue también un campo disputado a las élites por personajes como Candelario Obeso, por ejemplo, para defender la relevancia de la tradición oral popular en la fundación nacional.
La trilogía que presentamos en esta edición hace parte destacada del proyecto intelectual y político de Soledad. Escribió un total de veintiún novelas. La primera fue Dolores, publicada en 1867, el mismo año que María de Jorge Isaacs y con la cual entra en diálogo. A diferencia de María, Dolores al morir no deja sus trenzas envueltas en un delantal, sino un diario y sus «composiciones en prosa y verso» (Dolores, 74)6. En 1870 Soledad publicó su primera novela histórica, José Antonio Galán. Episodios de la guerra de los Comuneros. Todas sus novelas aparecieron firmadas con su seudónimo de Aldebarán hasta 1879. Ya dueña de su propio proyecto editorial, el que emprendió en su revista La Mujer, comenzó a publicar las novelas firmadas con su nombre.
Trilogía de la Independencia. El periodismo y la novela histórica
Esta trilogía de novelas, publicada por entregas en la prensa bogotana entre 1879 y 1885, se publica hoy por primera vez en forma de libro. Este es sin duda un acontecimiento, pues garantiza el acceso de lectores y lectoras a esta relevante obra y permite que se inserte claramente dentro del repertorio literario colombiano y latinoamericano.
Las dos primeras novelas de la trilogía, La juventud de Andrés y La familia de tío Andrés, fueron publicadas por la autora entre 1879 y 1881 en su revista La Mujer. Lecturas para las familias (1878-1881)7. La tercera, Una familia patriota, apareció en su segunda revista, La Familia. Lecturas para el Hogar (1884-1885), de junio de 1884 a noviembre de 18858.
Publicar narrativa por entregas era una práctica muy usual en la época: las novelas iban apareciendo capítulo a capítulo en los periódicos y revistas. En realidad, publicar en forma de libro tendía a ser la excepción. Por entregas publicaron en París autores como Alexandre Dumas y Victor Hugo y esta fue una práctica generalizada en la época. Toda la obra de Soledad Acosta apareció primero en la prensa, y pocas de sus obras fueron publicadas en forma de libro durante su vida. Los lectores de prensa, general o cultural, accedían a una variedad de textos en su lectura y seguían semana a semana, o cada quince días, las peripecias de los personajes con los cuales lograban engancharlos los relatos. De esta manera se entretejían el artículo político, las noticias de Europa y el aviso comercial con el texto literario, dentro de un horizonte sin jerarquías discursivas en el cual todos esos registros tenían igual relevancia para los destinos de la nación. Con frecuencia las novelas por entregas fueron además una estrategia en la comercialización de los periódicos y revistas, contribuyendo a la fidelidad de unos lectores que no querían perderse la continuación de las historias relatadas.
Como mencioné arriba, La Mujer fue la primera revista de las cinco fundadas y dirigidas por la autora. Fue un proyecto editorial de gran envergadura que Soledad se propuso como «Revista quincenal redactada exclusivamente por señoras y señoritas», según se lee en su subtítulo. Circuló entre 1878 y 1881, con 60 números en total. En el contexto de la época, se trata de un proyecto que logró sostener la autora por un largo tiempo, pues los periódicos y revistas solían durar bastante menos que esto. Al cerrar su revista, anunció que le seguiría otra. Esa fue La Familia, que circuló entre 1884 y 1885. Cuando Soledad fundó La Mujer fue por primera vez totalmente autónoma con respecto a sus publicaciones, pues ella estaba del todo a cargo del proyecto. En 1878, año de su fundación, llevaba ya veinte años publicando en la prensa y había logrado autoridad suficiente como para ponerse al frente de un proyecto intelectual propio9. Tenía cuarenta y cinco años. Esa misma autoridad le permitió empezar a firmar sus novelas con su nombre. Las novelas históricas que publicamos aquí serían las primeras que firmaría con sus iniciales S. A. de S. (la primera) o con su nombre completo (las otras dos). El terreno ganado le permitió también emprender la escritura de su obra histórica propiamente dicha, ya no mediada por la ficción.
Así, en La Mujer apareció por entregas, a lo largo de los tres años de circulación de la revista, su extensa obra titulada Estudios históricos sobre la mujer en la civilización. Cabe recordar que no se esperaba que las mujeres escribieran. Si lo hacían, era bienvenida la poesía de ocasión de tema doméstico y religioso, no la novela, por el conocimiento del mundo y de las pasiones humanas que exigía. Incursionar en la novela histórica era aún más problemático, dado el conocimiento histórico y político que requiere, así como su fuerza política. Convertirse en historiadora resultaba aún más imprevisto: entrar de manera clarísima en el ámbito de la producción de conocimiento reservada a los varones. Esto logró hacerlo Soledad en su revista. Comenzó con la historia de las mujeres, señalando que era algo poco estudiado y consciente de que se trataba de un campo en el que podía reclamar alguna autoridad.
Esta Trilogía de la Independencia, a la que hemos decidido dar el título general de Una familia patriota, es sin duda un proyecto político de la autora, a la vez que literario. Las tres novelas fueron escritas y publicadas en el marco de dos guerras civiles: la de 1876 y la ocurrida entre 1884 y 1885. No eran las primeras que había vivido la autora, y no serían las últimas. Las guerras fratricidas del siglo XIX regaron de sangre el territorio nacional y lo cubrieron de dolor. Sembraron miseria a su paso y poblaron el país de viudas y de huérfanos. De eso sabemos todavía hoy más de lo que quisiéramos. Las novelas históricas se escribían para proponer interpretaciones del presente, intentar formas de comprensión en el estudio del pasado e imaginar proyectos de futuro. Soledad Acosta escribió esta trilogía para recordar la sangre patriota derramada y los enormes sacrificios de la Independencia y sus promesas. También para conmover a su público y congregarlo en torno a un sentimiento de orgullo patrio y de simpatía por la gesta patriota. No menos importante, para poner en perspectiva los horrores de su momento y recordar la deuda con la paz y con el bienestar que parecían eludir a la nación una y otra vez.
El género de la novela histórica fue muy popular a lo largo del siglo XIX e hizo por supuesto parte de los proyectos de fundación nacional. Había que dotar a los países de un pasado compartido comprensible que ayudara a entender el presente y lo proyectara hacia el futuro10. Uno de los fundadores del género fue Walter Scott, autor muy leído por los latinoamericanos del momento. Los rasgos de su propuesta literaria se observan en estas novelas de Soledad, en particular el que indica que los personajes históricos, si bien pueden aparecer, no deben ser los protagonistas: no sería oportuno, creían entonces, tratar de recrearlos en su cotidianidad y en sus pensamientos y sentimientos más íntimos, pues habría mucho que inventar y ello le restaría seriedad a la obra a ojos de sus contemporáneos11. Los protagonistas son, pues, personajes de ficción. Ellos interactúan con los personajes históricos para hacer la trama novelesca. Son quienes se enamoran y sufren las vicisitudes que mueven los sentimientos en los lectores, esos sentimientos que buscan dar sustento a la comunidad nacional.
Como he dicho, Una familia patriota está compuesta por tres novelas que hemos decidido convertir en partes de la novela general. Es claro que así las fue concibiendo la autora a medida que avanzaba en su escritura y revisaba el proyecto general, como se verá. Paso ahora a presentar brevemente cada una de sus partes.
La juventud de Andrés
Los hechos narrados en La juventud de Andrés trascurren entre 1782 y 1785. El epílogo narra hechos de 1797. Como era usual en las novelas históricas de la época, la novela comienza con un capítulo titulado «Situación de la Nueva Granada en 1782». Con ello, el contexto de la narración queda establecido en torno a la reciente revolución de los comuneros y la ejecución de su líder, José Antonio Galán. La fecha del epílogo es la del regreso de Nariño a la Nueva Granada para entregarse voluntariamente en Santafé (hoy Bogotá) a las autoridades coloniales, después de haberse fugado de su prisión en Cádiz. El tiempo de la narración cubre, pues, los tiempos de los virreyes Antonio Caballero y Góngora (1782-1788) y José de Ezpeleta (1788-1796). La autora sustenta su relato, a lo largo de la trilogía, recurriendo ampliamente a documentos de la época y a los historiadores de su momento.
Los personajes históricos más destacados del relato son el arzobispo y luego virrey Caballero y Góngora (Andrés, el protagonista, es su secretario personal), José Celestino Mutis (presidente de la Expedición Botánica y protector de Andrés) y Antonio Nariño, cercano al protagonista y con quien lo une cierta amistad, ambos de una misma generación. Aparecen brevemente otros jóvenes y estudiosos reunidos alrededor de Mutis y de la Expedición Botánica. Cabe recordar que a Soledad Acosta se debe la primera Biografía del general Antonio Nariño (1910) y que en su época se la reconoció como la historiadora que había recuperado la figura de este personaje, olvidado entonces.
Andrés tiene veintidós años al comienzo de la narración y alrededor de treinta y siete en el epílogo. El hilo general de la novela es, como era frecuente en la época, una historia de amor, en cuya narración la autora demuestra una vez más sus dotes de escritora para mantener a su público en vilo hasta el final. En el marco de los hechos históricos la novela hace historia de la vida cotidiana, historia política, del desarrollo científico y de la educación, historia de las mujeres. Andrés es hijo de la familia más rica y destacada de Guaduas, pero vive en Santafé, donde está llevando a cabo sus estudios. En casa de su padre en Guaduas se alojan, en el camino de Honda a Santafé, virreyes, sabios, oidores. Debe recordarse que para llegar a la capital del virreinato debía remontarse el río Magdalena desde Cartagena, vía el canal del Dique, para llegar a Honda y luego tomar mulas o caballos para continuar el viaje. Después del penoso y largo viaje por el río, era usual hacer una parada de varios días en Guaduas, ciudad de relevancia política y comercial importante en la época, tanto como Honda. La familia de Andrés es tradicionalista y conservadora. La autora aprovecha los documentos de su propia familia guaduera para, por ejemplo, referir la dote de matrimonio de Irene, joven de dieciséis años y hermana favorita de Andrés.
El personaje de Irene permite a la autora inscribir la historia de las mujeres como parte de la historia nacional. A propósito de este personaje se narra la ignorancia en que se mantenía a las mujeres, promovida en la época con el nombre de inocencia, la virtud femenina por la que se debía velar. La dote permite también, y a contrapelo, narrar la historia de las personas esclavizadas. Ni ellas ni los indígenas tienen papeles protagónicos en el relato, pero su presencia ineludible nos ayuda hoy a identificar el lugar que el discurso letrado de la época quiso asignar a estas poblaciones. El proyecto político e intelectual de la trilogía es sin duda un proyecto de la élite, y en tal sentido racista y clasista. No hay espacio para reconocer los importantes aportes de las poblaciones afrodescendientes a la lucha independentista ni las formas de resistencia de las poblaciones indígenas, aunque en ocasiones se los menciona12. El cura de un pueblo de indios, por ejemplo, solo desea la desaparición de esa población, y aunque Nariño lo contradice, la discusión no queda cerrada. Los sectores populares son también representados como incapaces, tanto en esta como en las siguientes partes de la trilogía.
La familia de tío Andrés
La autora elaboró varios álbumes para sus obras a lo largo de su vida: recortó varias novelas suyas aparecidas por entregas en la prensa y las pegó en libros en blanco para armar volúmenes que quizá sabía que no vería en vida, ilustrándolos con grabados recortados de otras publicaciones y con dibujos suyos (figura 1)13. En el álbum que la autora construyó para su novela La familia de tío Andrés, el título manuscrito aparece seguido de un paréntesis que la ubica como parte de la obra general: Una familia patriota (figura 2). Esta es una de las razones que nos han llevado a dar este título a la trilogía. En otra página, a continuación del título impreso se registran los años de 1797 a 1812 como años de los hechos narrados (figura 3).
También esta novela se abre con una introducción histórica, «Situación del Nuevo Reino de Granada a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX». Estos años, como en la primera parte, abarcan dos virreinatos, el de Pedro Mendinueta, tan ilustrado como los dos virreyes anteriores, y el de Antonio Amar y Borbón, «anciano inepto e imbécil» según la novela. Retomando el hilo de la novela anterior, esta introducción relata que Nariño estaba dedicado, en apariencia, a trabajos científicos, después de su entrega voluntaria al virrey Mendinueta en Santafé y tras cumplir la pena leve que se le impuso. La narración señala que, aún durante el virreinato de Amar y Borbón, Mutis publicaba varios periódicos y estaba a la cabeza de sabios y literatos.
En su introducción, la novela señala que «la chispa incendiaria de las ideas republicanas» recorría la América española, y que para 1797 ya «en toda la América que baña el Pacífico, se habían sublevado en diferentes provincias los indios con Tupac-Amaru, con Andrés, sobrino de éste y bajo otros jefes en la provincia de los Pastos, y varios pueblos de la Presidencia de Quito; otro tanto habían hecho los negros en Cartagena». Es notable cómo de pasada la novela reconoce la agencia de las poblaciones negras e indígenas, y también cómo se la borra a lo largo de la narración para dar el protagonismo mayoritariamente a los personajes de las élites criollas, como enuncia la novela a continuación de las líneas citadas: la idea de libertad marchaba «alimentada por todos los hombres instruidos y de valer que había en las Américas» (La familia de tío Andrés, Introducción).

Figura 1. Álbum de La familia de tío Andrés, elaborado por la autora. Página del capítulo XV.

Figura 2. Álbum de La familia de tío Andrés. Se lee entre paréntesis que esta novela hace parte de otra más extensa: «La familia de tío Andrés / (Una familia patriota)».