Patrick Radden Keefe, la dinastía Sackler y la crisis de los opioides en Estados Unidos: «Ellos abrieron la caja de Pandora»
Los Sackler fueron durante años sinónimo de riqueza y filantropía. Dueños de una de las mayores fortunas del mundo, parecía inevitable que toda institución de prestigio exhibiese el apellido en sus paredes, desde las universidades de Harvard y Oxford hasta el museo del Louvre, el Guggenheim y el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, entre muchos otros. La idea de que pudiesen caer en desgracia era impensable, hasta que estalló el escándalo: el patrimonio familiar estaba construido a base de pastillas de OxyContin, el analgésico que desató una de las peores crisis sociales en Estados Unidos: solo en 2020, cien mil personas murieron por su adicción a los opioides. En este diálogo exclusivo para LENGUA, Patrick Radden Keefe le cuenta a Jon Sistiaga cómo escribió «El imperio del dolor» (Reservoir Books), su monumental investigación periodística sobre los Sackler y la empresa insignia de la familia, Purdue Pharma, y recorre la historia oculta de envidias, egos y muertes financiada por la oxicodina, la heroína del siglo XXI.
Por Jon Sistiaga
Tiempo, paciencia y minuciosidad son los mimbres con los que Patrick Radden Keefe teje sus historias de larga duración. Sus libros de investigación son joyas periodísticas de precisión y rigurosidad narradas desde todos los ángulos posibles. El imperio del dolor es una trepidante narración sobre una de las familias más ricas del mundo y su conciencia culpable. En esta entrevista le pregunto sobre todo por las presiones que tuvo que soportar para no publicar o, ni siquiera escribir, este libro: querellas, amenazas, detectives vigilando su casa... Este libro es también la historia de una amenaza. Sigo a Patrick desde que escribió No digas nada, también en Reservoir Books. Con aquel relato gótico sobre las cloacas del movimiento republicano norirlandés, disfrute como lector y como colega. Muchos de los personajes que pueblan su libro son también amigos y fuentes mías. He realizado numerosos documentales sobre el IRA y sus campañas terroristas. Acabo de regresar de Belfast y me he vuelto a ver allí con algunos de esos protagonistas del libro de Radden, a los que he vuelto a entrevistar, así que, de alguna manera, me une a Patrick no solo esta bendita profesión periodística, sino también sus personajes, que son los míos.
Jon Sistiaga: Patrick, ¿cuándo te das cuenta de que un artículo periodístico también merece un buen libro?
Patrick Radden Keefe: Bueno… En mi caso, a menudo todo empieza con un artículo en The New Yorker. En esta revista escribo piezas bastante largas, de unas diez mil palabras, de las que puedes tardar 45 minutos o casi una hora en leer. Pero a menudo, cuando leo el periódico, también veo señales de algo más profundo al cualquier artículo de prensa. Siempre que estoy leyendo el periódico, en mi día a día, o veo las noticias en televisión, o miro Twitter, pienso: ¿hay aquí una historia más grande, más profunda? Así que la primera pregunta para mí es: ¿podría ser un artículo? Igual no podría ser un libro, pero ¿podría ser un artículo más largo? Y, para mí, la prueba suele ser: ¿me parecen interesantes los personajes que me encuentro? ¿Avanza la historia en direcciones sorprendentes? ¿Hay cosas profundas que se puedan explorar más? Hay veces que leo una pieza —no siempre, pero me ha pasado al menos tres veces—, y al acabarla pienso que, aunque el artículo sea muy largo, solo he arañado la superficie. Que ahí hay algo mucho más grande que debería convertirse en un libro.
Jon Sistiaga: Entonces no solo necesitas un buen editor para tu libro, sino un buen editor de tu artículo para The New Yorker…
Patrick Radden Keefe: Sí, absolutamente. Soy muy afortunado de trabajar con dos editores, uno para mis artículos en la revista y otro para mis libros, con los que llevo desde 2006. Quince años es mucho tiempo, así que nos conocemos muy bien. Son dos editores, el de la revista y el de mis libros, muy diferentes entre sí, con distintos enfoques del trabajo, pero es muy útil tener personas que te conozcan bien. A veces suele decir: «Creo que tengo una idea genial para hacer un artículo o para un libro alucinante», y ellos me dicen: «No es una idea tan genial, Patrick. No estoy muy de acuerdo contigo». Y eso es bueno. Creo que es útil.
Jon Sistiaga: Por lo que veo, no sólo tienes editores que te conocen bien, sino que además te dan suficiente tiempo para escribir, ¿verdad?
Patrick Radden Keefe: Sí, ese es otro de los lujos. Hay años en The New Yorker que solo escribo uno o dos artículos. Es mucho tiempo. Y me pasa algo parecido con los libros. Para mí sería muy difícil trabajar en un periódico diario y hacer el tipo de investigación a fondo que hago, porque la mayoría de las veces -lo veo por otras colegas- tienes que sacar artículos constantemente y producir en masa más material. Así que me siento afortunado de poder ir muy despacio y, si tengo que entrevistar a cientos de personas, poder hacerlo. Tengo el tiempo y el espacio.
Jon Sistiaga: Patrick, tus libros están tan bien documentados que se acercan más a la taxonomía, a la ciencia de la clasificación, que al periodismo. Pones a las cosas y a las personas en su sitio.
Patrick Radden Keefe: Es curioso, nunca había pensado en ello de ese modo, pero sí, creo que hay un método, o eso espero, en mi trabajo. En especial cuando trato de cuestiones morales, de cuestiones éticas, de cómo debemos valorar el comportamiento de las personas. No me interesan los mitos. Me interesa desmontar los mitos y tratar de entender a las personas y las decisiones que toman.
Jon Sistiaga: Setenta páginas de notas… ¿Prefieres que El imperio del dolor sea leído como una narración periodística o como una investigación científica?
Patrick Radden Keefe: Prefiero que la gente se lea como una narración periodística. Creo que la mayoría de la gente no mira nunca las notas, y no me parece mal, para nada, pero quiero que estén ahí para las personas a las que sí les interesan. Escribo de temas de los que aparecerán mas libros. La cuestión es que lo mío no es ficción, y para mí es importante que la gente sepa que no me he inventado nada, que no he exagerado las cosas, que no he inventado los detalles. Todo lo que cuento es una organización de los hechos, pero todo son hechos reales. Para mí es importante que las notas al final estén ahí, para las pocas personas —quizá una de cada diez o una de cada cien— que diga: «Y eso, ¿cómo lo sabe? Si me dice que es así como sonaba, o como olía, o que esta persona dijo esto, o que pensó aquello, ¿se lo ha inventado, sin más?». No. Quiero que vaya al final del libro y vea que no, que proviene de una fuente: de alguien a quien entrevisté, o de un documento, o un vídeo, o lo que sea.
«Para mí sería muy difícil trabajar en un periódico diario y hacer el tipo de investigación a fondo que hago, porque la mayoría de las veces -lo veo por otras colegas- tienes que sacar artículos constantemente y producir en masa más material. Así que me siento afortunado de poder ir muy despacio y, si tengo que entrevistar a cientos de personas, poder hacerlo. Tengo el tiempo y el espacio».
Jon Sistiaga: Te reconozco que acabo de volver de Belfast y allí me he comprado un par de libros que citabas en tus notas de No digas nada.
Patrick Radden Keefe: ¡Ah, me alegro! Me alegra mucho oír eso, porque cuando escribí No digas nada, sabía que ya hay muchísimos libros sobre el conflicto irlandés, así que era importante escribirlo para los no especialistas. Para gente que no hubiese leído ya diez libros sobre el conflicto. Que fuera su primer libro sobre el tema norirlandés. Quería que fuese atractivo para el lector no especializado, pero también quería todas esas notas al final, como una especie de mapa de carreteras para que la gente que le apetezca elija otros libros y lea más sobre el tema.
Jon Sistiaga: Patrick, dices que no has escrito un libro de historia, sino un libro de no ficción narrativa, ¿cierto?
Patrick Radden Keefe: Correcto.
Jon Sistiaga: No te inventas nada. Pero, a veces, cuando uno lee El imperio del dolor, se encuentra principios como el del capítulo 17, titulado «Vende, vende, vende»: «En 1996, una ventisca azota toda la Costa Este, mientras el sol brilla en la otra parte del país…». ¿De verdad no usaste un poco de imaginación, un poco de invención ficcional, como recurso narrativo?
Patrick Radden Keefe: No… Bueno, en lo que respecta a los recursos narrativos de la ficción, sí. Solo se trata de organizar las cosas en una página o un capítulo. Me interesa mucho la caracterización: cómo caracterizas a las personas, cómo le presentas los personajes al lector, el suspense… Creo que el suspense puede ser muy útil. A veces, cuando estoy corrigiendo, hay lugares donde, casi como en una película, cambio de plano. Encuentro algo que resulta intrigante o interesante, y empiezo a hablarte de ello, pero me paro, y paso a otra sección y a hablarte de otra cosa, porque sé que, con suerte, lo averiguarás. Y te quedarás conmigo un rato. Así que ese tipo de convenciones…, sí, con mucho gusto se las tomo prestadas a la ficción. Pero, al mismo tiempo, incluso con el ejemplo que has puesto, yo sé que hubo una ventisca en la Costa Este ese mes. Leí todas las informaciones de prensa sobre la tormenta. Y yo mismo vivía en la Costa Oeste, en Nueva York, aquel mes, y me acuerdo de cómo fue aquella tormenta. Después, sabía que los otros personajes estaban en Arizona, y en Arizona hace calor, siempre, y busqué qué tiempo hacía en Arizona en ese momento, aquel año, porque quiero que esos detalles sean correctos.
«La cuestión es que lo mío no es ficción, y para mí es importante que la gente sepa que no me he inventado nada, que no he exagerado las cosas, que no he inventado los detalles. Todo lo que cuento es una organización de los hechos, pero todo son hechos reales. Para mí es importante que las notas al final estén ahí, para las pocas personas —quizá una de cada diez o una de cada cien— que diga: "Y eso, ¿cómo lo sabe?"».
Jon Sistiaga: ¿Cómo organizas todo ese material, miles y miles de documentos? ¿Es como en la ficción, donde, a veces, los personajes toman su propio camino y te sorprenden, o incluso se te escapan? ¿O todo está en el mismo lugar, como lo pensaste desde el principio?
Patrick Radden Keefe: Es una excelente pregunta. Yo subrayo mucho y hago bosquejos sin parar. Es la única manera de organizar mis pensamientos y contar la historia de forma coherente, porque es tanta investigación que, a menos que haya un mapa de la historia, puede resultar abrumadora. De verdad es una excelente pregunta, la de los personajes que te sorprenden. Lo que me encanta de la no ficción es que no te estás inventando nada, sino que tienes que ir y ver qué encuentras. Sales y miras debajo de las piedras. Miras debajo de una, y de otra, y aquello que encuentras debes organizarlo en una historia. Hubo grandes momentos que me sorprendieron por el camino. Probablemente, el ejemplo más dramático sea que siempre supe que un miembro de la segunda generación de los Sackler, Robert Sackler, hijo de Mortimer Sackler, uno de los tres hermanos Sackler originales, había muerto joven. Pero no cómo, y nadie sabía nada. No pude encontrar ninguna información sobre él. Era como si no hubiese existido. Y, en una fase bastante avanzada de mi investigación, quizá al cabo de un año, me tropecé con la verdad: y es que en 1975 se suicidó. Y lo hizo de una manera terrible. Estaba en el apartamento de su madre, en el octavo piso de un lujoso edificio de Nueva York. Quería dinero para comprar droga, porque se drogaba, y ella no quiso darle el dinero. Así que él rompió una ventana con una silla y se tiró por ella. Localicé al portero del edificio de entonces, que estaba abajo cuando él cayó en la acera. Es uno de esos ejemplos donde yo sabía que existía un tipo llamado Robert Sackler, pero no sabía nada sobre su vida o su muerte. Así que excavé y excavé, y descubrí esto, y es un momento trágico en la historia, pero me parece muy revelador. En especial porque la familia, básicamente, lo ocultó todo. No había ningún dato. Antes de que saliera mi libro, si ibas a internet e intentabas encontrar alguna cosa sobre la vida y la muerte de este joven, no encontrabas nada.
5 de diciembre de 2019. Un empleado de la Universidad Tufts retira el letrero con el nombre de la familia Sackler de la fachada del edificio Tufts de Boston. Esta universidad se convirtió en el primer centro educativo importante en retirar el nombre de la familia de sus centros. Crédito: Getty Images.
Jon Sistiaga: ¿Porque la familia se sentía avergonzada por lo sucedido, o por su relación con las drogas?
Patrick Radden Keefe: No lo sé. Creo que probablemente por todo eso. He hablado con muchas personas que trabajaban en la empresa de la familia en aquella época, y ni siquiera ellas lo saben. Lo que dicen es que hubo gente que dijo que se había caído por la ventana, no que había saltado por ella. Es evidente que esto incomodó bastante a la familia. Lo extraño era que es una familia que pone su nombre en todas partes; en galerías, en auditorios de universidades… Lo que haces al poner un nombre en una placa es honrar a tu familia, honras a tus padres, a tus abuelos, a las personas que tenían ese nombre, pero que ya no viven. Me extrañó que no hubiese un funeral por este hombre, Bobby Sackler. Que muriese y no hubiese una placa para él. No hay ningún monumento ni nada. Y me pareció bastante triste.
Jon Sistiaga: La familia Sackler no quiso hablar contigo. En tu anterior libro No digas nada tampoco pudiste hablar con Gerry Adams. Yo, como tú, he estado varias veces en Irlanda del Norte y Adams tampoco quiso darme ninguna entrevista, sin embargo, Patrick, tu y yo hemos compartido fuentes, como los exmiembros del IRA Brendan Hughes o Anthony McIntyre, que nos lo han contado todo de Adams, desde su época en la cárcel a su liderazgo en la Organización. ¿No es necesario hablar con el principal protagonista para contar su historia?
Patrick Radden Keefe: Sí, eso es cierto. A veces pienso en una de mis semblanzas políticas favoritos, escrita por un compañero mío, que antes estaba en The New Yorker, George Packer, un gran escritor. Escribió un excelente perfil de Angela Merkel, pero ella no quiso hablar con él. En su lugar, buscó a todos los que hubiesen trabajado alguna vez con ella, gente que la conocía desde hacía muchísimos años. Todos estaban un poco obsesionados con el enigma de Angela Merkel, y le dieron unas magníficas entrevistas y le contaron historias asombrosas, así que toda la semblanza es oro, de principio a fin. Es un material impresionante sobre Angela Merkel. Toda la gente a su alrededor habla sobre ella. Pero te puedes imaginar, si has visto a Angela Merkel dar alguna vez una entrevista, imagina lo que habría sido el artículo si hubiese cooperado, y le hubiese dado muchas entrevistas, y hubiese hablado con él del modo más aburrido que se pueda imaginar, durante horas, y hubiese tenido que citarla, por haberla entrevistado. ¡Es mucho mejor para ella no cooperar y dejar que sean los demás los que cuenten sus maravillosas y alegres historias! En mi caso, siempre intento hablar: intenté hablar con los Sackler, intenté hablar con Gerry Adams. Siempre le das a la gente la oportunidad, pero a veces creo que puede ser igual de revelador buscar a las personas de su alrededor que pueden contar historias muy reveladoras. Sé, y tú lo sabes tan bien como yo, ya que has hecho muchas entrevistas, que a veces consigues hablar con la persona y no te cuenta nada. Se centra en unos pocos puntos y no son interesantes. Así que para mí es mucho mejor verme obligado a cavar un poco más y encontrar a otra gente que pueda reflexionar sobre esa persona.
«Siempre supe que un miembro de la segunda generación de los Sackler, Robert Sackler, hijo de Mortimer Sackler, uno de los tres hermanos Sackler originales, había muerto joven. Pero no cómo, y nadie sabía nada. No pude encontrar ninguna información sobre él. Era como si no hubiese existido. Y, en una fase bastante avanzada de mi investigación, quizá al cabo de un año, me tropecé con la verdad: y es que en 1975 se suicidó. Y lo hizo de una manera terrible».
Jon Sistiaga: ¿Sigue teniendo la familia Sackler alguna placa o reconocimiento en museos o instituciones como donantes o filántropos?
Patrick Radden Keefe: Sí, los tienen, por todo el mundo. Hay unos pocos lugares donde sí han decidido quitar el nombre. En la Universidad de Nueva York, la Universidad Tufts en Massachusetts y el Louvre de París han retirado el nombre de la pared. Pero en la mayoría de los sitios sigue ahí. Sigue en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, en el Guggenheim, en los Smithsonian, el British Museum, el Victoria & Albert Museum, la Universidad de Tel Aviv, y podría seguir... Decenas o quizá cientos de lugares que todavía tienen el nombre.
Jon Sistiaga: Algunas de tus fuentes, por ejemplo, antiguos empleados de la empresa farmacéutica Purdue Pharma, propiedad de la familia Sackler, reconocen su complicidad en algunas prácticas turbias, pero no la responsabilidad por generar adicción entre sus compatriotas.
Patrick Radden Keefe: Es una pregunta excelente. Lo pensé todo el tiempo. En inglés hay una expresión, groupthink, que significa que todas las personas de un grupo asumen el mismo punto de vista. Y lo ves dentro de la familia, pero también en una empresa. Y, en este caso, se trata de una compañía que acaba declarándose culpable dos veces de acusaciones penales, una compañía vinculada a este terrible comportamiento; pero, si entrevistas a personas que han trabajado en ella, bueno algunas dicen: «Echo la vista atrás, y… estuvo muy mal lo que hicimos». Pero muchísimas otras seguían diciendo empecinadas: «No hicimos nunca nada malo. Se nos malinterpretó terriblemente. La primera vez que nos declaramos culpables de acusaciones penales se nos malinterpretó, y también la segunda. Se nos malinterpretó todas las veces en que nos demandaron». Me parece interesante tener fuentes así, porque estoy intentando entender a estas personas, y me están dando información. Sin embargo, al mismo tiempo, saben que parte de la razón por la que estoy escribiendo ese libro es porque no creo que la compañía esté exenta de culpa, o que lo esté la familia. Al contrario: creo que hay mucha culpa que atribuirles. Creo que parte de esto tiene que ver con la negación. Lo he visto en otros contextos. Lo vi en el contexto de Irlanda del Norte. Yo me crie en Boston, y lo ves en el contexto de la Iglesia católica, en instituciones como la católica que se encubren a sí mismas, y puede haber muchas buenas personas en ellas, pero la cultura de esas instituciones tiende a ser la del encubrimiento, la de negar sus malas prácticas. Y eso lo he visto de manera muy intensa en Purdue Pharma.
«El problema con la crisis de los opioides, una crisis causada en parte por el OxyContin, un fármaco de los Sackler y Purdue, es que ahora la cosa es tan tremenda que mató a cien mil personas en Estados Unidos el año pasado, y la mayoría de estas personas no mueren porque hayan tomado OxyContin, sino otros fármacos. Pero si vas al principio de la historia, a cuando se abre la caja, es el OxyContin el que viene a abrir la caja».
Jon Sistiaga: ¿Es como esa conciencia culpable de los ricos de la que hablas, pero al contrario?
Patrick Radden Keefe: Sí, creo que, en este caso, en parte sí tiene que ver con la conciencia de la persona. Al final del libro hablo de la historia de la caja de Pandora, que al abrirla salen cosas muy malas de ella. Quizá fuiste un ingenuo al abrirla. El problema con la crisis de los opioides, una crisis causada en parte por el OxyContin, un fármaco de los Sackler y Purdue, es que ahora la cosa es tan tremenda que mató a cien mil personas en Estados Unidos el año pasado, y la mayoría de estas personas no mueren porque hayan tomado OxyContin, sino otros fármacos. Pero si vas al principio de la historia, a cuando se abre la caja, es el OxyContin el que viene a abrir la caja. Y creo que es muy difícil. Si trabajas en la compañía —y creo que ocurre lo mismo con los Sackler—, te resulta inconcebible considerar que tú hayas podido desempeñar algún papel en ayudar a provocar una crisis que mató a más de medio millón de personas. Si empiezas a pensar esas cosas, puede ser devastador. Así que es más fácil decir: «No. No voy a considerar siquiera esa idea».
Jon Sistiaga: Los Sackler no quisieron hablar contigo. Utilizaron bufetes boutique. ¿Cuántas formas de intimidación y qué nivel de amenaza utilizaron las diferentes ramas de la familia Sackler para silenciarte?
Patrick Radden Keefe: Fueron en su mayoría amenazas jurídicas, desde muy al principio. Lo que me extrañó es que ni siquiera había empezado a escribir el libro cuando amenazaron ya con demandarme. Y mi actitud fue decir: «Vamos, chicos, dejadme al menos escribir unos pocos capítulos antes de escribirme estas cartas». Me mandaron muchísimas cartas y correos electrónicos amenazándome con emprender acciones legales. Enviaron cartas a mi revista, The New Yorker, a mi editorial, hubo un detective privado en un coche aparcado vigilando mi casa… Fue muy desagradable, para serte sincero. No es un ambiente agradable en el que trabajar, pero también era importante para mí no dejarme intimidar por esto, porque no son solo los Sackler. Creo que las grandes empresas o personas muy ricas, multimillonarios, cuando la prensa o la opinión pública empiezan a escudriñar lo que hacen, a menudo su reacción es intentar matar al mensajero. Contratan abogados caros para tratar de intimidar a la gente, para silenciarla, para intentar editar sus reportajes. No quiero dejar que nadie haga eso. No creo que ese sea el mundo en el que queremos vivir. No quiero un mundo donde esta gente, además de todas las demás cosas que pueden comprar, pueda comprar la verdad. Su propia versión de la verdad. Fue frustrante para mí, pero no me hizo ir más lento y, para serte muy sincero, creo que el libro es mejor gracias a todas las amenazas jurídicas, porque me empeñé mucho más en que fuese un libro muy fuerte, «a prueba de balas», el tipo de libro que, de haber una demanda, la perderían ellos. El libro está lleno de hechos constatados. Y la verdad es la verdad.
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Jon Sistiaga: ¿Sentiste alguna vez que tu integridad estaba en peligro? No sólo tu integridad física, sino también tu integridad ética.
Patrick Radden Keefe: No, no. Tenía un fuerte sentido de la importancia de la historia, y de la importancia de contarla bien. Debo decir que, incluso cuando escribo sobre personas que no son muy poderosas, que no son milmillonarias, que tienen muy poco poder, sigo queriendo determinar cuáles son los hechos, y trabajar de manera responsable. En este caso, no cambió mi comportamiento, mi modo de actuar. Pero me hizo darme cuenta de que parte de la razón por la que hacen estas cosas, con los abogados, por ejemplo, es que muchas veces les funciona. En muchísimos casos anteriores consiguieron que los periódicos cambiaran sus reportajes, publicaran correcciones, y si tienes todo el dinero del mundo, puedes contratar a abogados para que persigan a los periódicos. Y, de ese modo, pueden cambiar tu reputación pública. Parte de lo que quise hacer en el libro era contar esa historia, la de cómo han utilizado su poder a lo largo de los años, para dar una falsa impresión sobre la familia y su virtud.
Jon Sistiaga: ¿Habría sido este libro igual de bueno sin un villano como el abogado Tom Clare?
Patrick Radden Keefe: Hum… ¿Si hubiera sido igual de bueno? Es interesante que lo digas, porque yo decidí, cuando recibía esas cartas, que iba a incluirlas directamente en el libro. Y tiene gracia, porque mandaba sobres que…
Jon Sistiaga: Ponían «confidencial», o «No oficial»…
Patrick Radden Keefe: Eso es. Decía: «No cite estas cartas, no son atribuibles, son extraoficiales…». Por supuesto, eso es una tontería. Y ese abogado lo sabe, también. A un periodista no puedes decirle simplemente: «Esto es extraoficial». Se necesita el acuerdo del periodista para mantenerlo en la extraoficialidad. Y lo sabía: «Lo voy a poner directamente en el libro». Y, cuando el detective estaba vigilándome delante de mi propia casa, de inmediato, lo primero que pensé fue: «Bueno, pues esto va directamente al libro». Porque creo que eso es importante: muestra su conducta, cómo se comportan estas personas. Y, sinceramente, si después de cómo se han comportado durante tantísimo tiempo, no lo hubiesen hecho así conmigo, me habría preocupado un poco, porque quizá no habría hecho lo bastante bien mi trabajo.
«Parte de lo que quise hacer en el libro era contar esa historia, la de cómo han utilizado su poder a lo largo de los años, para dar una falsa impresión sobre la familia y su virtud».
Jon Sistiaga: Hablé hace dos o tres años con Nan Goldin. No sabía que los Sackler también la habían vigilado a ella. ¿Te ayudó mucho?
Patrick Radden Keefe: Mi historia con Nan es muy curiosa. Lo que ocurrió fue que leyó mi artículo en 2017, en The New Yorker, y se puso en contacto conmigo. Alguien de su estudio me dijo: «Nan Goldin, la famosa fotógrafa, quiere conocerte». Y quedamos un día para tomar un té. Esto fue a principios de 2018, o quizá finales de 2017. Me dijo que ella había sido adicta al OxyContin, que había leído mi artículo y que quería iniciar una campaña, un movimiento, para que los museos retiraran el nombre de los Sackler de sus paredes. He de ser sincero: no me la tomé en serio. Para mí sonaba casi retro, eso que decía de «¡Voy a poner en marcha un movimiento! ¡Soy una activista! ¡Vamos a salir a las calles! ¡Retirad el nombre!». Yo sonreía y decía: «¡Ah, genial, muy bien, hazlo!». Creía que no volvería a saber de ella, y después lanzó esta serie de asombrosas campañas en el Metropolitan Museum, en el Guggenheim, se fue a Londres y a París. Y está teniendo mucho éxito. Es una figura muy importante en el mundo del arte, pero también es alguien que se está recuperando de una adicción al OxyContin. Así que cuando vi la vigilancia delante de mi casa, supe que estaban haciendo conmigo lo que ya habían hecho con ella... Que alguien, de los Sackler o de Purdue, no sé quién, la había estado siguiendo, y esa es otra cosa que de inmediato conecté. Es, por supuesto, el modo en el que parecen actuar. Pero ella es muy valiente, no se ha rendido, y sigue presionando mucho. También deberíamos ver qué hace finalmente el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, porque están en el proceso de decidir si retiran el nombre de Sackler del museo. Y Nan Goldin no ha dejado de presionar durante años para que eso suceda. Y si sucede, será debido a su activismo.
Jon Sistiaga: El expresidente Trump decretó una emergencia sanitaria nacional por las muertes por sobredosis. Es como un 11-S cada tres semanas, 3.000 muertos al mes. Cualquiera que pasee por el centro de San Francisco, Los Ángeles, Pittsburgh, Minneapolis —yo estuve por allí el año pasado— puede verlos: zombis inyectándose en la calle, durante el día. La mayor parte de ellos blancos, y casi todos repiten que todo empezó cuando les recetaron un analgésico al que se volvieron adictos y eso derivó en la heroína y después en el fentanilo.
Patrick Radden Keefe: Sí, es una crisis inmensa y complicada. Parte de lo que ves en esas ciudades también está relacionado con los problemas de vivienda en este país, y con que no tengamos una auténtica red de seguridad social. Con las enfermedades mentales, que son un gran problema. La tendencia es poner a las personas que las padecen en la cárcel o en la calle. Cuando ves esas cosas terribles en algunas de las grandes ciudades, sucede por muchas cosas, no solo por la crisis de los opioides. Pero sí estoy de acuerdo en que parte del problema es también que ahora, según algunas estimaciones, más de dos millones de estadounidenses están tratando de superar una adicción a los opioides. Y estas drogas son muy fáciles de conseguir y, en particular las sintéticas, como el fentanilo. No hay controles de calidad y son muy letales. Es un problema terrible, terrible, y no hay suficientes recursos para abordarlo. Parte de lo que intenté hacer con este libro era echar la vista atrás, a hace veinticinco años, a los orígenes del problema. Ahora es un problema enorme, vasto, complejo, con muchos factores, pero empezó, en mi opinión, de manera más sencilla, y ahí creo que los Sackler desempeñaron un papel fundamental.
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