Candombe beat

Nelson Caula

Fragmento

La cumbre del Plaza

«Hugo y Osvaldo Fattoruso son, a mi criterio, un caso excepcional en el jazz uruguayo. Además de ser intuitivos, versátiles y creativos, siempre mostraron un swing poco frecuente en músicos latinos. El Hot Club de Montevideo, institución en la que se formaron jazzísticamente, siente enorme satisfacción en este feliz momento del reencuentro junto con Ruben Rada y Hugo Thielmann. Bienvenidos. Paco Mañosa».

Así recibía el eminente jazzista a sus hijos pródigos en el programa del Gran Cine Plaza, que todavía conservo como uno de mis preciados trofeos, a poco de iniciado el otoño del 81; tiempo de esperanzas aquel, luego de que la larga noche de dictadura militar fuera iluminada por el reciente plebiscito que hizo historia, de la mejor del país, al estamparle un NO.

La leyenda del Opa, que primero fue trío y luego casi cuarteto de uruguayos, nacido en la meca musical del mundo, se hacía ahora terrenal en el terruño. La prevista presencia de Eduardo Mateo y la sorpresiva aparición de Jaime Roos, a las que se sumaron un emergente Jorginho Gularte, con toda su tradición familiar a cuestas, y hasta las cuerdas de tambores Ansina y Cuareim, tanto tiempo idealizadas, ¡juntas!, pautaron en el escenario el añorado y demorado encuentro de músicos prácticamente hermanos de casi toda una vida que se abrazaban a las generaciones continuadoras de lo que ellos habían inventado. Algunos ya andaban en la vuelta en los asados de antes de los espectáculos: Chichito Cabral, Federico García Vigil, y entreverados entre el público unos cuantos más. Apenas meses después el estrujón se hizo extensivo a Pippo Spera y Eduardo Márquez, con quienes conformaron Barcarola y sellaron una grabación para Gastón Ciarlo, Dino, con el fundacional «Cuando robaron la luna». Estaban tan juntos como lo habían estado siempre y habían llegado lejos, muy lejos, con su música. Y venían de lejos también.

Los había juntado el Hot, el Taller de los Inútiles, el Candombe! de un tío argentino-franco-uruguayo de Jaime, los conciertos beat, las musicaciones, los recitales de la Rosa, innumerables y multitudinarias salas bailables. Por sobre todas las cosas, un sonido sinigual del que son sus creadores: el candombe beat.

Era una fiesta popular largamente esperada por los músicos y por la gente –saludó a aquella noche el avezado joven Luis Restuccia–. Un reencuentro en el que todos estábamos dispuestos a participar espontáneamente. Resultó emotivo y reconfortante confirmar que éramos muchos los que habíamos vibrado con las grabaciones del Opa que nos llegaban desde el extranjero, reinyectando una energía que creíamos perdida y la esperanza de que algún día volveríamos a reunirnos en una fiesta de reencuentro popular como esta.1

Casuales causalidades, la magia aportó lo suyo. Lo imposible se hizo diametralmente lo contrario. Hugo Fattoruso llega al Plaza y apenas pone un pie en el camarín, Ringo le dice:

Ringo: ¡Mirá quién está acá!…

Entonces le digo:

Hugo: ¿Quién es?

Ringo: ¿Cómo quién es? ¡Miralo!

Hugo: ¿Vos quién sos?

Jaime: Soy Jaime Roos.

Hugo: No me jodas, loco, vos no sos Jaime Roos.

¿Sabés lo que me decía?

Jaime: Soy yo, en serio, soy yo…

Yo había visto la foto, pero para mí era otro tipo este. Y le digo:

Hugo: ¿Vos sos Jaime Roos? Vos me estás jodiendo.

Así como tres veces, y el pobre me decía:

Jaime: Soy yo, yo soy Jaime.

Así que ese día Jaime llegó de Holanda, fue a la casa de la madre, le dejó la valija, le dio un beso y se fue derecho para el Cine Plaza.2 Jaime también ha contado lo impactante que fue para él ese día y especialmente que lo invitaran a tocar un par de temas suyos: «Carta (a poste restante)» y «Sí sí sí», acompañado por una banda que integraban Rada, Mateo, Osvaldo, Hugo y Ringo. Ni hablar, como él ha dicho, que después le pasaron «muchas cosas importantes y muy gratas, pero nunca volví a vivir un momento como aquel».3 Luego de las novedades sobre su nieto, fue su mamá la que enteró a Jaime de que en un rato actuaba el Opa, por lo que el resto de lo mucho que había para conversar quedó para otro día.

Y otra mamá, la de los Fatto, fue la que envió a Los Ángeles los discos Mateo solo bien se lame y Candombe del 31. «Me llegaron juntos… ahí conocí a Jaime, al punto de que me enamoré… y dije “Este loco ¿qué negocio?”, y ahí no sé cómo conseguí lo que había grabado en Europa: Para espantar el sueño y Aquello. Bueno, Aquello me estalló la cabeza hasta el día de hoy».4 Jaime también tenía las ediciones norteamericanas del Opa y hasta le llegaban las características postales de la época en las que Hugo lo alentaba a seguir adelante. Creo haber tenido algo que ver para que se produjera tal contacto; en ese entonces recibía mucha correspondencia y hasta casetes con respuestas de Jaime que pasaba en la radio. Le advertí, seguramente a través de Rada, que lo escuchaban y lo elogiaban.

Al final de la última función casi todos los músicos, numerosos amigos y hasta buena parte del público se fueron a festejar al bar de los más ambientados del momento, el San Antonio, en la esquina de San José y Andes. Pero la jarana tuvo un fin, hasta si se quiere, esperado: llegaron varios patrulleros y por más atestadas que estaban aquellas mesas, uno por uno fueron detenidos y encarcelados en la tétrica Inteligencia y Enlace de la Policía. Alegaban buscar drogas (que no encontraron ni un caramelo de miel), pero sabían muy bien quiénes estaban allí. Hugo, Jaime y los demás pasaban por uno de los tantos momentos desagradables a los que los músicos que habían permanecido en el país estaban acostumbrados. Típico sacudón de aquel momento sociopolítico en el que –luego de que el pueblo expresara en las urnas que quería volver a la democracia– empezaba una clase de pulseada más pareja. Se aguó la fiesta, pero de ninguna manera el ánimo gozoso. A la mañana siguiente, ya liberados, la resaca de grapa con limón se aliviaba con cortados y bizcochos en el boliche de enfrente a la cana y hasta hubo llamada a cargo de Tambores de Ansina, parte de la barra que pasó la noche en Maldonado y Paraguay. Y así se cerraba el capítulo del regreso, que había comenzado durante la última semana del mes anterior.

El arribo del trío Opa a Montevideo se produjo a las seis y media de la tarde del 23 de marzo. El clima era de total emoción y nerviosismo en el aeropuerto de Carrasco; al encuentro tantos años postergado fueron unas doce personas, entre familiares y amigos. El martes 24 y el miércoles 25 se dieron las lógicas, eufóricas y profusas reuniones con un sin fin de amigos, un montón de «inútiles» tales como Chichito Cabral, Federico García Vigil, Eduardo Mateo, Paco Mañosa y otra gente, además de visitas al viejo y muy vigente Hot Club. Rincones, esquinas, el barrio, que –según ellos– no tuvo demasiadas transform

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