Índice
Portada
Dedicatoria
Epigrafe
Palabras umbrales
Luisa Blanco Acevedo: Más que una sombra
Francisco Soca: el superpadre
La inesperada muerte
Las casas
La educación
La religión
El amor
El arte
La intelectualidad argentina
La Segunda Guerra Mundial y París
La URSS y el PCU
La Licorne: un puente sobre el Atlántico
Entregas de La Licorne
Un comentario general acerca de La Licorne y Entregas de La Licorne
La capilla, el monumento, las calles y las escuelas
La mirada de los otros
Análisis crítico
Análisis crítico de la obra: una mirada
Agradecimientos
Referencias bibliográficas
Documentos
Galería de imágenes
Biografía
Otros títulos de la autora
Legales
Grupo Santillana
A Martha Casal,
tan querida
Par délicatesse j’ai perdu ma vie
Arthur Rimbaud
PALABRAS UMBRALES
Durante años he caminado en sueños.
Ahora es de día y no veo mi sombra.
Susana Soca
Esta es la historia de Susana Soca. O, al menos, una forma de contarla. No sé si a ella le hubiera gustado tanta exposición. Era una mujer reservada, tímida, en algunos aspectos insegura, aunque capaz de desplegar una energía notable cuando quería. Para trasladarse kilómetros a través del Atlántico o llevar adelante una empresa cultural, por ejemplo. Quizá su demostración más grande de fortaleza consistió en esa resistencia que opuso a los cánones de su época. Debió haber sido una señorita comme il faut, dedicada al hogar, pasiva y sin voz, a lo sumo con alguna habilidad como tocar el piano o pintar. En lugar de eso, diseñó otra vida y la transitó con una pasión que también le trajo sus sinsabores.
Quien crea que era una floja, se equivoca. Susana fue una mujer de acción y una pudorosa irredimible cuando de hablar de sí se trataba. Pasó por la vida como si la rozara apenas, sin ruido, sin aspavientos, pero no sin dejar huella. En ese trayecto abrió puertas para otros, como si en esa generosidad, siempre discreta, intentara pedir perdón por algún pecado sin culpa, ser una niña rica, quizá.
Lo más probable es que considerara una pérdida de tiempo su biografía y que me aconsejara dedicar mi esfuerzo a alguien más valioso y con más talento. Porque así vivió Susana, colocando a los demás por delante. No a cualquiera, sino a aquellos que su sensibilidad le indicaba y a los que ella elegía. Así lo hizo con Felisberto Hernández, con Boris Kniaseff y con algunos otros que, poco a poco, irán apareciendo en las páginas de este libro.
Las diferentes etapas de la investigación exigían un trabajo de campo y fueron completadas en Montevideo, Buenos Aires y París. Vistas las dificultades operativas que significaban los traslados, unidas a la ausencia de archivo y escasez de documentos, muchos me preguntaron: ¿por qué Susana Soca?
Cuando un escritor elige a su biografiado, no hay inocencia. Puede incluso ignorar las causas profundas que lo han llevado a esta elección, pero si se toma el trabajo de reflexionar más allá de lo obvio, entenderá que los puntos de contacto existen. Ya por identificación con ciertos rasgos, ya por rechazo, uno busca entre la multiplicidad de posibilidades aquella personalidad que, de algún modo, lo sensibiliza.
En el caso de Susana Soca, fácil sería pensar que la cuestión de género me ha inclinado hacia una figura femenina. Confieso que no estuvo en mi intención original pero, si como resultado colateral se trae del olvido la figura de una mujer —y con ello se reivindica el papel de las mujeres como fuerza constructora de la sociedad—, eso me alegra.
Las razones podrían, entonces, atribuirse a la admiración por la persona o por su obra. Debo decir que Susana me produce mucha más admiración ahora, una vez terminada la investigación, que cuando la comencé. No fue esa, por tanto, la razón inicial. Y, en cuanto a su obra, a la que me referiré en la última parte de este trabajo, hay muchos otros poetas cuyas líneas me emocionan más o excitan mi sensibilidad a extremos a los que la poesía de Susana no me lleva. Tampoco de esa admiración surgen estas páginas. Adelanto, sin embargo, que, vista su obra en conjunto, considero a Susana mejor ensayista que poeta y que esos ensayos merecen una atención profunda hasta ahora no dispensada.
Michael Holroyd —el biógrafo de Lytton Strachey y de George Bernard Shaw— dice en una entrevista titulada «La biografía como obra de arte» que no sabe por qué se siente atraído por escritores poco conocidos a los que llama descatalogados y confiesa que no se atreve a hacerse la pregunta por temor a ser demasiado consciente del proceso y perder la confianza en el instinto. Agrega que «tal vez yo mismo me sentí un poco aislado y marginado de la vida agradable y ahora me he convertido en una persona más madura que le tiende una mano amiga al joven que fui» (Núñez, 2011: 21).
Estas líneas de Holroyd me resultaron esclarecedoras. También yo me he sentido muchas veces aislada y marginada de la vida agradable. No es desatinado pensar que el atractivo de Susana naciera en esa suerte de empatía que, salvando las distancias, une algunos puntos de nuestra existencia. Pero, por encima de todo, elegí a Susana porque al entrar en el gran salón de las bellas letras donde algunos ocupan tronos merecid