Irrepetibles

Fragmento

PRÓLOGO

De lunes a viernes, de 21.30 hasta la medianoche, entre los años 1998 y 2006 hablé sin parar y pregunté con ganas. Había decidido dejar el periodismo político y volver a la radio para hacer un programa nocturno. Se llamó Planetario y fue caprichoso por íntimo, propio por antojadizo y egoísta en su principal intención: ganarme la vida entreteniéndome a mí mismo.

Algunas de las entrevistas que realicé estaban planificadas de antemano para integrarse a un proyecto que pensaba desarrollar mucho más adelante, incluso después de mi pasaje por la radio. Tras muchos años de bosquejar e insistir, las cosas se acomodaron de tal manera que pareció posible concretar aquel pálpito, aquella intención. Torpe, dudoso, desviado, el plan siguió a su manera y nunca fue abandonado. Primero aparecieron dos entrevistas (Mario Levrero y Marosa di Giorgio) en la revista Lento. Y ahora, un despliegue mayor.

Aquellas voces ya no suenan en vivo, pero están presentes, agazapadas en varias cajas que tengo repartidas por mi casa.

A toda esta gente la terminé queriendo. Gente que no conocía personalmente hasta nuestra charla al aire, o en algunos casos, personas con las que había tenido una preliminar, pálida, escueta charla telefónica previa a la de verdad.

Me di cuenta de que este libro no podía dejar de explicitar esto desde el principio. Porque entonces hay que aceptar que existe un comercio de animosidad importante en este asunto. Una inclinación que nace posterior a la experiencia propiamente dicha, una desviación que por mejor intencionada que sea no deja de ser una inclinación, una pendiente, una distorsión que debe ser anunciada con criterios de honestidad periodística.

Tantos años después de haber realizado estos registros, tantos días después, con sus cosas cotidianas, diáfanas, oscuras y turbias, estas charlas son revividas por mí de una manera vibrante, afectada. No es para menos. Y tal vez en esta última frase exageré algún grado, pero en ese desbordar hay un deseo que desea expresarse con entusiasmo.

Quiero a las personas que van a aparecer en las hojas que siguen. A todos. De alguna manera a todos. Y de alguna manera a algunos. Todos fueron convocados por mí para charlar el mayor rato posible con cada uno de ellos, motivado por sus creaciones. Elijo a conciencia la palabra creadores.

Ya a fines de los años 80, por razones personales, me había dado cuenta de que quería grabar la voz y el pensamiento de personas que consideraba importantes. En especial me interesaban las voces, ese sonido único, cada una de las modulaciones y toda aquella información que pudiera recopilar de primera fuente. Detalles acerca de los métodos, construcciones, sentimientos y turbulencias internas de aquellos que en algún momento se iban a ir, dejando una obra que, ya al momento de la entrevista, configuraba un universo propio de dimensiones irrepetibles que debían tratar de conservarse.

La voz, nada menos que la voz, de aquellas personas que algún día estarían ausentes. La voz, todo lo que eso significa, y todos los sentimientos que sostenían esas cuerdas, el tejido cotidiano de la tarea creadora. Y el trabajoso andar.

Ese plan de registro era y es, sin duda, un reflejo de haber crecido en la dictadura y en años en donde las cosas se hacían, en gran medida, sin criterios de conservación o aún peor, con criterios de desidia y desaparición. Aunque ya había empezado la recopilación de voces desde tiempo atrás, la oportunidad para mantener de forma sostenida aquel plan se me presentó con el programa que aquí se revisita, Planetario, donde las cosas funcionarían mejor: muchos años a la misma hora, buena compañía, una experiencia acumulada y un propósito definido.

Irrepetibles los entrevistados, aquellos momentos, aquellas horas de radio. Irrepetibles, y eso es lo mejor.

Cada uno de los capítulos de este trabajo fue abordado de manera particular, no utilicé un criterio único para recordar y citar, porque no se trata de otra cosa que de volver a vincularme con cada experiencia desde el presente. Consideré necesario poner a pie de página detalles extra asociados a comentarios o informaciones que fueron apareciendo en las charlas, aun a riesgo de que parezcan, en algunos casos, obvios. Pero no todos tenemos por qué saber todo, y por otra parte, no está de más usar esa información para contextualizar lo que finalmente en ningún caso es solamente obvio. Descubrí al respecto que, al hacerlo, yo también entendía un poco más a los entrevistados.

Con cada uno de ellos, y después de realizadas estas entrevistas, seguí vinculado. E incluso, como se trata de personas que diseñaron una realidad paralela, la conversación se extiende más allá de sus muertes.

Creo, estoy seguro, de que con cada uno de ellos aprendí y desaprendí varias cosas. Creo, y deseo que tenga sentido pensar que también otras personas puedan en esta versión escrita, escuchar las voces que expresan lo que piensan, ¡nada menos que sus sentimientos! Y todos queremos sentir.

Que queden sonando esas voces y se celebren. Sigamos hablando, escuchándonos, preguntando con interés, respondiendo con lo que tengamos a mano. Sigamos grabando y desgrabando y volviendo a grabar. Dejemos ir. Guardemos.

¿Para qué archivar cosas? Pues para que sirvan de archivo.

Después viene la voluntad. No evaluemos siquiera la puntería, digamos la voluntad. De escarbar, de revolver, de confesar. Las ganas de conversar con los que no están, pero conversan todavía. Eso.

Recordar es volver. Y volver es un viaje de ida. Allá voy. Me entrego a la duda, a la curiosidad. Para ello tengo una herramienta favorita: la pregunta. Ganas irrefrenables de preguntar. Esto es casi todo. El resto emerge al mirar hacia atrás, al escuchar desde acá.

Planetario fue, ahora lo entiendo, una construcción de muchas personas que en términos generales no nos conocíamos, pero que charlábamos noche tras noche. Lo hicimos durante años. Y lo hicimos porque son maravillosos esos momentos en que miles de imágenes valen menos que una palabra.

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