Apocalipsis

Fragmento

UN PRÓLOGO EN DOS PARTES

PRIMERA PARTE

PARA LEER

ANTES DE LA COMPRA

Hay un par de cosas que usted debe saber acerca de esta versión de Apocalipsis antes de haber salido de la librería. Por esta razón confío en haberle atrapado a tiempo, en la sección K de los títulos de ficción, con sus otras compras debajo del brazo y el libro abierto ante usted. En otras palabras, espero haberle atrapado mientras su cartera se encuentra todavía segura en su bolsillo. ¿Preparado? Bien. Seré breve.

En primer lugar, ésta no es una nueva novela. Si usted tiene alguna confusión al respecto, no deje de expresarla mientras aún se encuentra a una distancia prudente de la caja registradora donde le sacarán el dinero de su bolsillo y lo meterán en el mío. [1] se publicó originalmente hace ya varios años.

En segundo lugar, ésta no es una versión de trinca, nueva y diferente de La danza de la muerte. No descubrirá a los viejos personajes comportándose de forma distinta, ni el curso de la acción se torcerá en algún punto de la antigua trama, llevándole, fiel lector, en una dirección inesperada.

Esta versión de La danza de la muerte es una ampliación de la novela original. Como ya he dicho, no encontrará a los viejos personajes actuando de manera incongruente, pero sí descubrirá que casi todos ellos, aunque en la misma forma del libro original, hacen más cosas y, si no creyese que algunas de esas cosas eran interesantes y clarificadoras nunca hubiera estado de acuerdo en este proyecto.

Si esto no le interesa, no compre este libro. Y, si ya lo ha hecho, confío en que conserve el ticket de la caja, para poder cambiarlo por otro título.

Pero si esta ampliación le atrae, le invito a seguir conmigo un poco más. Tengo muchas cosas que contarle y creo que hablaremos mejor al doblar la esquina.

En la oscuridad.

SEGUNDA PARTE

PARA LEER

DESPUÉS DE COMPRAR EL LIBRO

Esto ya no es un prólogo, sino una explicación de por qué esta nueva versión de La danza de la muerte ha llegado a existir. Para empezar, es una novela muy larga, y esta versión ampliada será considerada por algunos, quizá por muchos, como una presunción por parte de un autor cuyas obras han tenido el éxito suficiente como para permitírselo. Confío en que no sea así, aunque muchos críticos la consideraron, para empezar, muy hinchada y más larga de la cuenta.

Si el libro era, ya de por sí, demasiado largo, o se ha vuelto así en esta edición, es un asunto que dejo al criterio individual del lector. Sólo deseo aprovechar este pequeño espacio para decir que estoy editando Apocalipsis como si fuese escrita por primera vez, no para servirme a mí mismo o a cualquier lector en particular, sino para atender a un conjunto de lectores que me han pedido que lo haga. No lo habría ofrecido si yo mismo no hubiese pensado que las partes que fueron eliminadas del manuscrito original hacen la historia más rica, y desde luego siento curiosidad por ver cómo se recibirá todo esto.

Le ahorraré el relato de cómo se escribió Apocalipsis. La cadena de pensamientos que produce una novela rara vez interesa a nadie más que a los aspirantes a novelistas. Suelen creer que existe una «fórmula secreta» para escribir una novela de éxito comercial; pero no es así. Tienes una idea. En un momento dado te llega otra idea. Realizas una conexión de una serie de ideas entre sí; unos cuantos personajes (por lo general, poco más que sombras al principio) se sugieren a sí mismos; la mente del escritor imagina un posible final (aunque cuando llega ese final, casi nunca se parece a lo que había imaginado el escritor); y, en un punto dado, se sienta con pluma y papel, una máquina de escribir o un ordenador. Cuando me preguntan «¿Cómo escribe?», invariablemente respondo: «Una palabra cada vez.» Y la respuesta siempre resulta desconcertante. Pero así son las cosas. Parece demasiado sencillo para ser verdad; pero considere, por favor, la muralla china: una piedra cada vez… Eso es todo. Piedra a piedra. Pero he leído que se puede ver desde el espacio.

Para los lectores interesados, la historia se cuenta en el último capítulo de La danza de la muerte, una tortuosa pero fácil visión general del género de horror que publiqué en 1981. Esto no es hacer propaganda de ese libro; sólo estoy diciendo que el relato está allí si lo desea, aunque se cuenta no sólo porque es interesante en sí mismo, sino porque ilustra un punto de vista diferente.

Lo que sí resulta importante para los propósitos del libro actual es que, en el bosquejo final, se suprimieron más de cuatrocientas páginas del manuscrito. La razón no fue de tipo editorial; de haber sido ése el caso, me hubiera contentado con que el libro viviese su vida y muriese, llegado el momento, tal y como se editó originalmente.

Las supresiones se realizaron por mandato del departamento financiero. Realizaron el correspondiente escandallo de los costes de producción, lo depositaron al lado de las ventas de tapa dura de mis cuatro libros anteriores, y decidieron que un precio fuerte de 12,95 dólares era todo lo que el mercado podría soportar (¡comparen ese precio con el de ahora, amigos y vecinos!). Se me preguntó si accedería a realizar los cortes, o si prefería que los hiciese alguien del departamento editorial. Aunque con desgana, convine en hacer la cirugía yo mismo. Me parece que mi trabajo fue bastante bueno, para un escritor que ha sido acusado una y otra vez de incontinencia. Existe sólo un pasaje (el viaje de Trashcan Man’s a través del país desde Indiana a Las Vegas) que se nota lleno de cicatrices.

Entonces, si toda la historia está aquí, cabía preguntarse para qué nos preocupamos. ¿No será a fin de cuentas sólo una autosatisfacción? De ser así, he pasado una gran parte de mi vida perdiendo el tiempo. Como suele ocurrir, creo que en los relatos auténticamente buenos el conjunto es siempre mayor que la suma de las partes. Si así no fuera, lo que sigue no pasaría de ser una versión aceptable de Hansel y Gretel:

Hansel y Gretel eran dos niños con un padre muy agradable y una madre estupenda. La estupenda madre murió y el padre se casó con una bruja. La bruja quería quitar de en medio a los niños, para disponer de más dinero. Engatusó a su pusilánime marido para que se llevase a Hansel y Gretel al bosque y los matara. En el último momento el padre de los chicos prefirió dejarlos en el bosque para que se murieran de hambre en lugar de proporcionarles una muerte rápida y misericordiosa con su cuchillo. Mientras erraban por ahí, encontraron una casa hecha de caramelo. Era propiedad de una bruja que practicaba el canibalismo. La bruja les encerró allí y les dijo que en cuanto estuviesen fuertes y gordos se los comería. Pero los niños se enfrentaron a la hechicera. Hansel la empujó dentro de su propia estufa. Encontraron el tesoro de la bruja, y al parecer hallaron también un mapa, puesto que, llegado el momento, regresaron de nuevo a su hogar. Cuando se presentaron en él, papá se desembarazó de la bruja y vivieron por siempre felices.

No sé qué pensarán ustedes, pero, para mí, esta versión pierde mucho. El relato está aquí, pero no es elegante. Es una especie de Cadillac con los cromados oxidados y la pintura estropeada. Podrá ir a cualquier parte, pero no tiene nada de extraordinario.

No he restaurado las cuatrocientas páginas desaparecidas. Para hacer bien las cosas hay que ejercer la autocrítica. Parte de lo que quedó cortado y desparramado por el suelo de la habitación cuando me encaré con la truncada versión merecía quedarse allí. Y allí es donde se ha quedado. Otras cosas, como el enfrentamiento de Frannie con su madre al principio del libro, parecen añadir esa riqueza y dimensión de las que yo, como lector, disfruto muchísimo. Volviendo a Hansel y Gretel por un momento, la malvada madrastra le pide a su marido que le traiga los corazones de los niños como prueba de que el influenciable leñador hizo lo que ella le ordenó. El hombre demuestra un leve vestigio de inteligencia cuando le trae los corazones de dos conejos. O el rastro de migas que Hansel deja atrás, para que él y su hermana puedan encontrar el camino de regreso. ¡Qué pensamiento tan tonto! Pero, cuando intenta seguir el rastro, comprueba que las aves se lo han comido. Ninguno de esos fragmentos son esenciales para la trama; pero, en cierto modo, constituyen la trama, son mágicos pasajes del relato. Convierten lo que hubiera sido una historia monótona en un cuento que ha encantado y aterrado a los lectores durante más de cien años.

Supongo que nada de lo añadido aquí es tan bueno como el rastro de miguitas de Hansel; pero siempre he lamentado el hecho de que nadie, excepto yo y algunos de los lectores de la editorial Doubleday, ha conocido a ese maníaco que simplemente se llama a sí mismo El Niño… ni es testigo de lo que le sucede fuera de un túnel que es el contrapunto de otro túnel a medio continente de distancia: el túnel Lincoln de Nueva York, que dos de los personajes recorren al principio del relato.

Por tanto, aquí está Apocalipsis, fiel lector, como su autor quería que apareciese. La totalidad de su cromado se halla ahora reluciente, para bien o para mal. Y la razón definitiva de presentar esta versión es la más simple: aunque nunca ha sido mi novela favorita, es la que más agrada a mis lectores. Las raras veces que hablo en público, la gente me pregunta acerca de esta obra, como si los personajes fuesen personas reales. Con frecuencia me piden información: «¿Qué fue de Fulano o de Mengano?»

Como es inevitable, me han preguntado si se va a hacer una película. La respuesta, es que probablemente sí. ¿Y será buena? No lo sé. Pero, buenas o malas, las películas casi siempre tienen un extraño efecto de disminución sobre las obras literarias. Naturalmente, existen excepciones. El mago de Oz es un ejemplo de ello. En las conversaciones, la gente no hace más que repartir papeles. Siempre he creído que Robert Duvall haría un espléndido Randall Flagg; pero he oído a la gente proponer a Clint Eastwood, Bruce Dern y Cristopher Walken. Todos parecen buenos, lo mismo que Bruce Springsteen podría hacer un interesante Larry Underwood, si en algún momento decide actuar. Tomando como referencia sus vídeos, creo que lo haría muy bien… Aunque mi elección personal sería Marshall Crenshaw. Pero, en resumen, creo que Stu, Larry, Glen, Frannie, Ralph, Tom Gullem, Lloyd y ese tipo oscuro deben pertenecer al lector, quien siempre los visualiza, a través de la imaginación, de una forma vívida y cambiante que ninguna cámara podrá jamás llegar a superar. A fin de cuentas, las películas son sólo una ilusión de movimiento que consta de millares de fotos fijas. Sin embargo, la imaginación se mueve dentro de su propia marea. Los filmes, incluso los mejores, congelan la ficción. Cualquiera que haya visto Alguien voló sobre el nido del cuco y que lea la novela de Ken Kesey, encontrará difícil o imposible no ver el rostro de Jack Nicholson sobre Randle Patrick McMurphy. Esto no tiene por qué ser malo, pero es algo que limita. La gloria de un buen cuento radica en que es ilimitado y fluido. Un buen relato pertenece a cada lector de una manera propia y particular.

Después de todo, yo escribo por dos razones: para complacerme a mí mismo y para complacer a otros. Y, volviendo a esta larga novela, confío haber conseguido ambas cosas.

24 de octubre de 1989

Allí fuera la calle está inflamada

por una auténtica danza de la muerte

entre la carne y la fantasía;

y aquí abajo los poetas

no escriben ni una línea

sino que se repliegan y se conforman con abandonarse.

En lo más profundo de la noche,

aprovechan su hora

y procuran residir con honestidad…

BRUCE SPRINGSTEEN

Y estaba claro que ella no podía sobrellevarlo.

Se abrió la puerta y entró el viento.

Se extinguieron las velas y se eclipsaron.

Volaron las cortinas y entonces él apareció,

diciendo: «No temas,

ven, Mary.»

Y ella no temió;

corrió hacia él

y ambos echaron a volar…

Ella le había cogido la mano…

«Ven, Mary, no temas al segador…»

BLUE OYSTER CULT

¿Qué es ese encantamiento?

¿Qué es ese encantamiento?

¿Qué es ese encantamiento?

COUNTRY JOE AND THE FISH

EL CÍRCULO SE ABRE

Necesitamos ayuda, sentenció el Poeta

EDWARD DORN

INTRODUCCIÓN

–Sally.

Un murmullo.

–Despierta, Sally.

Un murmullo más audible:

–Déjame en paz…

La sacudió con mayor fuerza.

–Despierta. ¡Tienes que levantarte!

Charlie.

La voz de Charlie, llamándola. ¿Durante cuánto tiempo?

Sally se desprendió del sueño.

Primero miró el reloj que se hallaba en la mesilla de noche y vio que eran las dos y cuarto de la madrugada. Charlie no debería hallarse allí, tenía que estar trabajando en su turno. Lo miró, y algo despertó dentro de ella, una intuición inquietante.

Su marido estaba mortalmente pálido y tenía los ojos desorbitados. En una mano sostenía las llaves del coche, y con la otra la sacudía, aunque ella ya había despertado. Era como si no se percatase de que ella ya estaba despierta.

–¿Charlie, qué pasa? ¿Te ocurre algo?

Él parecía no saber qué decir. Tragaba saliva, pero no se oyó ningún sonido en el pequeño bungalow de servicio, excepto el tictac del reloj.

–¿Hay un incendio? –preguntó ella. Era lo único que se le ocurría para explicar que su marido se encontrara en aquel estado. Sabía que sus padres habían muerto en el incendio de su casa.

–En cierto modo… –contestó él al fin–, pero es algo peor. Tienes que vestirte, cariño. Coge a Baby LaVon. Tenemos que marcharnos de aquí.

–¿Por qué? –preguntó Sally al tiempo que salía de la cama.

Un oscuro miedo se había apoderado de ella. Nada parecía andar bien. Aquello era como una pesadilla.

–¿Dónde? ¿En el patio trasero?

Sabía muy bien que no había ningún patio trasero; pero jamás había visto a Charlie tan aterrorizado. Respiró hondo y no pudo oler ni a humo ni a nada quemado.

–Sally, cariño, no hagas preguntas. Tenemos que irnos enseguida. Ve a buscar a Baby LaVon y vístela.

–Pero… ¿no hay tiempo para hacer las maletas?

Esto pareció desconcertarlo un poco. Ella pensó que debería estar muy asustada, pero aparentemente no lo estaba. Reconoció que lo que había tomado en él por miedo se acercaba más al puro pánico. Charlie se mesó el cabello y replicó:

–No lo sé. Tendré que comprobar el viento.

Se fue, y la dejó con aquella extraña declaración, que no significaba nada para ella. Se fue dejándola allí, preocupada y aterida, con los pies desnudos y su camisón infantil. Era como si se hubiese vuelto loco. ¿Qué relación existía entre comprobar la dirección del viento y que ella tuviera o no tiempo para hacer las maletas? ¿Y dónde era muy lejos? ¿Reno? ¿Las Vegas? ¿Salt Lake City? ¿Y…?

Se llevó la mano a la garganta y una nueva idea la acometió.

Ausentarse sin permiso. Marcharse en plena noche significaba que Charlie planeaba desertar. Se dirigió a la pequeña habitación que servía de cuarto infantil para Baby LaVon y vaciló un momento, mirando a la dormida niña. Se aferró a la leve esperanza de que aquello no fuese más que un sueño de un inusitado realismo. Pasaría, se despertaría a las siete de la mañana, daría de comer a Baby LaVon y también desayunaría ella mientras miraba la primera hora del programa Today; le prepararía a Charlie los huevos pasados por agua para cuando acabara su turno a las ocho, su trabajo nocturno en la torre norte de la Reserva, después de concluida una noche más. Dentro de dos semanas volvería al turno vespertino y las cosas serían más fáciles. Dormiría con él por la noche, y ya no tendría sueños tan descabellados como éste…

–¡Date prisa! –la apremió, desvaneciendo aquella leve esperanza–. Tenemos el tiempo justo para coger unas cuantas cosas… Maldita sea, mujer, si la quieres –señaló la cuna– ¡vístela ahora mismo!

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos