El club de los millones

Fragmento

INTRODUCCIÓN

Una vez más enfrentado a las mismas advertencias, a los mismos temores, a las mismas predicciones, a los mismos pronósticos. “¡No te metas con los ricos!”, “Es un tema muy complejo y peligroso”, “¡Ojo! ¡Es gente muy vinculada y poderosa!”: todas frases que surgían espontáneamente cuando comentaba mis pasos en la investigación para mi próximo libro.

Fue también la incursión literaria más discutida en mi entorno político más cercano. Había muchas dudas entre mis colaboradores. Uno de ellos puso especial énfasis en persuadirme para que desistiera de la idea. La razón fundamental era bien clara: “No podemos privarnos de las contribuciones económicas de estas personas para el próximo ciclo electoral”.

Es cierto, el tema de la financiación de las campañas políticas es bien crítico y en nuestro caso más aún. ¿Por qué? Porque se juntan dos razones de peso para esa preocupación: la absoluta carencia de recursos económicos propios para afrontar un ciclo electoral completo por un lado, y por otro, nuestro objetivo de crecimiento político en el mediano plazo y la consiguiente necesidad de proyectar una comparecencia electoral nacional de mayor envergadura en 2019. Para ello se precisa mucho dinero.

Además surgía con mucha fuerza otra razón para oponerse a que abordara este tema: el famoso corporativismo político.

Me refiero a esa concepción que sostiene que si uno integra un “colectivo” o un “sistema” debe mantener ciertos “códigos” de convivencia interna y lealtades. Aquella creencia de que si se es parte se está inhabilitado para analizar y mucho menos señalar desacuerdos públicamente. Aquella creencia que toma la “autocrítica” como una amenaza o como una “traición”, en el entendido de que el que la hace “daña” al grupo y a sus integrantes.

De más está expresar que lo medité muchísimo. Un análisis frío y calculador me llevaba a la postura racional de aceptar las recomendaciones de mi equipo y frenar el proyecto. En cambio, la música de mis convicciones me llevaba al camino opuesto: seguir adelante.

¿Cuál era el pecado de querer conocer más acerca de los uruguayos más adinerados de Uruguay?

Mi intención es la de siempre, la de todos los libros, la que asumí en el estudio de la masonería, del Opus Dei, del colectivo militar y de la colectividad judía. Cargar con todos los prejuicios y preconceptos que tenemos como sociedad sobre un grupo específico y abordarlos, exponiendo a los integrantes de ese grupo, para que se expresen, se muestren, se defiendan. Para que cuenten su historia y llenen ese vacío. No hay mejor alimento para los prejuicios, las leyendas y las calumnias que la ausencia de información. Ella nutre la ignorancia y las visiones contaminadas.

Luego, con la información a la vista, quienes tenemos interés podemos enfrentar nuestros prejuicios y confirmarlos, reforzarlos o superarlos. Esa es una cuestión intransferible, cada lector la vivirá a su manera.

Mi misión nunca fue intentar permear las convicciones de nadie; sí lo es en cambio promover, a través de este tipo de aporte, el debate serio y con sustento con relación a grupos y sectores que a priori parecen ser poderosos, selectos y cerrados, alrededor de los cuales abunda el silencio, el desconocimiento y la falta de información, y sobre los que sobrevuelan mitos, leyendas y fantasías.

Así fue que una vez más decidí jugarme por lo que siento.

Un dato no menor. La investigación había comenzado con énfasis en el eje del “éxito”, o en los uruguayos “exitosos”, pero semana tras semana, entrevista tras entrevista, se consolidaba que el nudo gordiano estaba en el “éxito económico”. Allí estaba el tabú. Allí decidí poner el foco.

El primer paso fue afinar la puntería y encontrar la verdadera horma del rico uruguayo. ¿De cuánto hablamos cuando hablamos de “tener plata” en Uruguay? ¿Cuántos millones de dólares hay que tener para entrar en la categoría? ¿Cinco? ¿Más de diez? ¿Treinta? ¿Cincuenta? ¿Más de cien?

No fue una tarea sencilla; dos características nacionales conspiraron para hacerla compleja. En primer lugar, la pequeña dimensión económica de Uruguay nunca ha sido atractiva como para justificar que existiera acumulación de información sobre la materia. En segundo lugar, la idiosincrasia del “bajo perfil” y la “no ostentación”, sumada al muchas veces presente “castigo al éxito económico” actuaban como un efectivo desaliento a la transparencia y una invitación a “esconder la leche”.

Claves fueron las decenas de conversaciones que mantuve con economistas, asesores de empresas y con jerarcas de alto nivel político (tanto en ejercicio como retirados), para lograr el objetivo.

El segundo paso fue ponerle rostro al grupo de uruguayos que cumplían con las condiciones para integrar el selecto “club de los millones”, para luego ir tras su testimonio. ¿Quiénes son los más adinerados? ¿Son quienes uno imagina? ¿Quiénes se animan a dar la cara y quiénes no?

Intuía que varios no aceptarían formar parte del libro. También, que quienes aceptasen el encuentro no me la harían fácil a la hora de hablar de sus millones. Fui tras ellos y me llevé muchas sorpresas, que encontrarán aquí relatadas en detalle.

Quería conocerlos en profundidad. ¿Cómo viven? ¿Qué piensan? ¿Qué lujos se dan? ¿Qué ventajas consiguen y qué peajes pagan? ¿Cómo han construido su fortuna y en qué rubros? ¿Cómo los trata la sociedad uruguaya? ¿Sienten la envidia? ¿Cómo se relacionan con el poder? ¿Cuán funcionales son al sistema político? ¿Quiénes son amigos de quién? ¿Cuáles son sus miedos? ¿Y sus prioridades? ¿Tienen puntos débiles? ¿Materias pendientes? ¿Trabajan o viven de vacaciones?

Finalmente llegó el momento del ensamble de los resultados de la investigación: por un lado, una treintena de entrevistas con los protagonistas y otras tantas con personas elegidas especialmente por su conocimiento y cercanía respecto de ese círculo; por otro, episodios que se fueron dando a lo largo de la investigación, que me tuvieron involuntariamente como testigo y/o protagonista de las tensiones y la connivencia entre el poder económico y el poder político.

La interpelación del principio de estas líneas aparecía una vez más. ¿Qué hacer con esos episodios? ¿Contarlos? ¿Ocultarlos? ¿Por qué?

Cuando decidí incursionar como investigador en temas sensibles, rodeados por un halo de misterio por la presencia de secretos y fenómenos de connivencia con el poder político, sabía que era un camino solo de ida.

Mi conducta ha sido siempre la misma: la lealtad con ustedes, mis lectores. Me ha costado dolores de cabeza, algún que otro disgusto y la pérdida de alguna amistad. Pero la línea es clara, duermo tranquilo y seguiré así.

¿Aunque ello pueda eventualmente significar un “suicidio político”?

Sin duda.

Si el peaje para estar “vivo” en política equivale a dejar a un lado las convicciones, para que te financien la campaña electoral o para evitar operaciones políticas (que tengo la convicción de que serán puestas en mar

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