El fantasma de Noriega

Rita Vásquez

Fragmento

El Fantasma de Noriega

CAPÍTULO 1

El hombre, ya anciano, caminaba lentamente por el patio. De hombros encorvados por la edad, sus piernas todavía conservaban el ritmo característico de un soldado que llevaba años marchando.

El único sonido que se escuchaba era el de los periquitos parloteando entre sí. Había extrañado este sonido durante los años de encierro en Florida, cuando hacía su caminata matutina rodeado por paredes de cemento. Se sintió complacido de estar de nuevo en su país.

Irónicamente los mismos periquitos parecían burlarse de él, pues le recordaban cuán lejos se encontraba de la libertad. Si bien ellos entraban y salían revoloteando, él moriría lentamente detrás de la cerca.

Mientras caminaba pasó por la sala de descanso de los guardias; afuera, dos de ellos estaban fumando. A medida que se acercaba se pusieron de pie y lo saludaron. Él se sonrió y asintió con la cabeza; los guardias se sentaron de nuevo.

No estaba seguro de si el saludo era de burla o de respeto. Cualquiera que fuera la razón al viejo ya no le importaba, aunque sí recordó tiempos mejores, cuando detrás de cada saludo había temor. Todavía quedaban resabios de aquellas épocas en las que no se tenía que preguntar cuál era el efecto que ejercía sobre sus hombres. Después de todo se habían cometido graves crímenes siguiendo sus instrucciones.

Ahora su cuerpo se encontraba débil y devastado por la enfermedad. Sus caminatas se hacían menos frecuentes, ya que pocas veces tenía la energía para moverse sin que alguien lo tuviese que empujar en una silla de ruedas.

También se había dado cuenta de que estaba rodeado de cobardes. En el momento en que más necesitó de sus tropas se habían volteado y huido bajo la vista de los soldados estadounidenses, dejándolo solo para que se defendiera como pudiese.

Los estadounidenses lo capturaron y lo enviaron a una prisión en Florida. Lo acusaron de tráfico de drogas y blanqueo de dinero.

¿Y entonces qué? ¿Era acaso su culpa que los gringos usaran ese polvo mortal proveniente de Colombia? Según él, lo único que hizo fue proporcionar un servicio, nada más.

Y ahora se encontraba nuevamente en su hogar, en Panamá, pero ni aun así estaba cerca de la libertad. Vivía atrapado en El Renacer, una prisión de mínima seguridad escondida a orillas del Canal, reservada para personas lo suficientemente ricas o frágiles como para evitar ser encarceladas en instalaciones de mayor riesgo.

Sus abogados le habían dicho que pronto saldría, que el gobierno sería indulgente con él debido a su edad y estado de salud y que se le otorgaría la dignidad de permitírsele morir en casa.

Pero claro que no les creyó. Sus abogados eran como los pericos: siempre haciendo ruido y al final nada de nada. Manuel Antonio Noriega estaba resignado a su suerte. Era consciente de que viviría los últimos días como un viejo soldado... caminando solo.

*

A menos de dos kilómetros de distancia, Chico Stone estaba oyendo los mismos periquitos que le daban la serenata a Noriega, al tiempo que analizaba cómo salvaba la trampa de arena que se encontraba escondida a 200 metros de distancia del primer hoyo del Summit Golf Club.

Apuntaba hacia el árbol de mango del lado derecho de la calle, justo sobre la cresta de la colina, una línea que hacía que el par 5 fuese inalcanzable en dos golpes, pero que mantenía su bola segura en la hierba y fuera del búnker. Stone le pegó a la pelota y se estremeció cuando se agachó para agarrar su tee, pensando que parecía una puerta oxidada mientras se incorporaba. El primer golpe del día es siempre el más difícil.

“Buen golpe”, le dijo uno de sus compañeros de juego mientras regresaban al carrito dejando sus huellas frescas sobre la hierba cubierta de rocío.

Stone y Noriega eran militares. Stone se había retirado como coronel, mientras que Noriega alcanzó el rango de general, sin embargo, en estos momentos, sus vidas no podían ser más diferentes. Aunque separados tan sólo por unos cuantos kilómetros, o una docena o más de golpes con un driver, bien pudieran haber estado viviendo en planetas totalmente diferentes.

Noriega logró dominar a Chico aterrorizándolo a él y a su familia. Se adueñó y destruyó sus propiedades, encarceló a sus hijas y, finalmente, en un ataque de rabia, lo deportó del país.

Las tropas de Noriega incluso habían elegido un apodo para Stone: Gringo Cabrón.

Noriega terminaría dejando el país también contra su voluntad, y regresaría de la misma forma como salió, es decir, encadenado.

Stone volvió a Panamá para reunirse con su familia dos décadas más tarde.

Desde su celda en El Renacer, Noriega no tenía ni idea de lo cercano que estaba su viejo adversario disfrutando de la libertad que a él se le había negado durante los últimos treinta años.

El Fantasma de Noriega

CAPÍTULO 2

Al circular por las calles de la vibrante y a veces caótica ciudad de Panamá, resulta casi imposible pensar que hace menos de treinta años este país estuvo gobernado por una cruenta dictadura militar y que, además, los soldados estadounidenses circulaban libremente en convoyes demostrando su poderío, algo que muy probablemente no habían hecho fuera de Estados Unidos desde la guerra de Vietnam.

Hay que reconocer que Panamá aún siente incomodidad por su pasado. Y no es para menos. Los militares controlaron, por la fuerza, cada aspecto político, económico y social del istmo por más de dos décadas. El resultado que estos 20 años dejaron en la sociedad panameña incluye una secuela de luto y dolor debido al gran número de personas desaparecidas y asesinadas.

Tal vez el hecho de que las escuelas panameñas enseñen muy poco, por no decir casi nada, acerca de este episodio de la historia sea consecuencia directa de ese sentimiento de incomodidad.

Hoy, los periódicos circulan libremente por todo el país, tanto en sus versiones impresas como digitales. Las redes sociales le han dado voz a todo el que quiera expresarse a través de ellas sin ninguna censura. Las críticas al gobierno de turno se oyen, se ven y se leen a diestra y siniestra. Una realidad muy distinta a la que se vivió durante la dictadura militar. En aquel entonces no sólo los medios de comunicación fueron expropiados, censurados y clausurados, sino que la gente sentía un gran temor y cuidaba muchísimo lo que decía, dónde lo decía y, sin duda, cómo lo decía.

El terror dejado por las historias de tantos asesinados, desaparecidos, encarcelados y tor

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