Transformar la pareja

Fragmento

INTRODUCCIÓN

La idea de escribir sobre las vivencias llenas de sentido que comparto a diario en la clínica me ha motivado desde siempre. El espacio de encuentro que se da con esa persona que —sufriendo, preocupada o detenida por una fuerza extraña disfrazada de temor— consulta, genera un momento de preciado descubrimiento que intento atesorar. El formato de la terapia es la excusa, lo importante es esa instancia de conexión que se construye en el vínculo.

El sufrimiento trae consigo inquietudes, aprendizajes, desafíos y preocupaciones que en alguna medida vivimos todos y son parte importante de lo que me impulsó a escribir.

Me preocupa el modo en el que nos vinculamos en general, y específicamente en la pareja. Los dolores que se viven desde la más profunda soledad. Los ruidos del afuera, que impiden que nos encontremos de un modo auténtico. La necesidad de controlarlo todo y “digitar” las relaciones. El afán de construir el envase que gusta, que es exitoso y requerido por un mundo más preocupado por parecer que por ser.

Es natural que las personas trabajemos por querernos, priorizarnos y estar bien cada uno consigo mismo primero, para poder ayudar, compartir, disfrutar, acompañar o apoyar al otro.

No obstante, los extremos suelen ser malos, y muchas veces esa necesidad de estar bien se exacerba hasta transformarse en una apuesta que no incluye a quien tenemos cerca. Cuando pasa a ese nivel, tiene bastante más que ver con el afán por mostrar y demostrar que estoy bien yo, que hago lo que quiero —independientemente de lo que eso genere en el otro— casi a cualquier costo.

Esta realidad parecería no traer consigo la finalidad de la dimensión vincular, comunitaria, familiar, sino una egoísta autopercepción que atenta contra valores que nos hacen humanos, como la solidaridad, el respeto, la fidelidad, la empatía, el compromiso con el bienestar del otro; en definitiva, el amor. Cuando esto sucede, el dolor se hace carne y los vínculos se descuidan muchas veces sin consciencia.

¿Estamos juntos cuando estamos juntos? El paradójico sentimiento de desamparo que genera el estar en pareja, pero viviendo la soledad más profunda, toca continuamente a la puerta de mi consultorio y es otro factor importante que me ha motivado a escribir.

El vínculo afectivo es el que mayoritariamente intentaremos trabajar en este libro. Nos centraremos en el gran grupo de parejas que día a día presentan diferencias que en su mayoría pueden ser negociables, con mayor o menor consciencia de ello, cuando todavía se está a tiempo de recomponer una relación.

Precisamente, cuándo las parejas están “a tiempo” es una inquietud que intentaré ir dilucidando.

Desde ya les adelanto que para poder dar ese paso es necesario tener la capacidad de hacer una pausa y mirarnos. Una tarea que no es fácil, porque nos cuesta estar en el aquí y en el ahora. Vivimos apurados, distraídos. Damos por descontado que nuestros afectos son y están porque sí, y nos sorprendemos cuando algo nos recuerda por un instante que los vínculos no operan de ese modo.

El libro se gesta en la experiencia de trabajo en clínica durante veinte años. En los últimos diez, trabajando en equipo con mis compañeros y amigos del Celae (Centro de Logoterapia y Análisis Existencial), un grupo de profesionales profundamente humanos liderado por Marcela Arocena y Alejandro De Barbieri. En lo personal, en los últimos años he trabajado con mayor énfasis en las parejas, siendo desde ese espacio que surgen los cuestionamientos, aprendizajes y reflexiones que compartiremos.

En la experiencia recogida puedo afirmar que en muchas oportunidades las parejas, o un miembro de ellas, llegan a la consulta cuando los vínculos se han dañado de tal forma que el repararlos se hace muy difícil, a riesgo de generar un perjuicio mayor.

Los motivos de esas rupturas, en un número importante de los casos, no tienen que ver con grandes conflictos o heridas “insalvables”, sino que encuentran su anclaje en la sucesión de micropeleas o decepciones que generan distancia, y van dañando ese preciado espacio de la relación donde se expresa el dolor y el amor en forma lenta, gradual, casi que en cuentagotas. Ese desgaste termina malogrando un lazo que creíamos indestructible.

El proceso de “desenamoramiento”, cuando se evidencia y hace presente con dolor, expresa el distanciamiento. El vacío en el vínculo que, al darse lentamente, suele pasar desapercibido para la gran mayoría de nosotros, genera un enorme sufrimiento al tomar contacto con lo que de hecho sucedió, y cómo se instaló.

Intercalaré a lo largo del libro historias verdaderas de parejas que acompañé, porque me importa que el lector pueda sentirse identificado con casos reales, o verse reflejado en alguna faceta de estas peripecias simples, llanas, comunes, terrenales, pero profundas a la vez.

Intentaremos conectar —mediante viñetas clínicas o relatos puntuales de historias de vida— con el sufrimiento que genera el constatar que la felicidad o la tranquilidad que creíamos haber alcanzado se cuela como agua entre los dedos, lo que siento como un ejercicio sanador, que nos despierta y enfrenta a decidir y tomar acción en lo que realmente nos importa. Visualizaremos la pareja como un delicado y apreciado enlace que para mantenerse vivo depende en gran medida de lo que hagamos y de cómo lo hagamos.

El libro se estructura en los primeros capítulos con el análisis de los vínculos en general, recorriendo la importancia del cuidado de estos, para luego profundizar en el de las parejas en particular, acompañado de ejemplos y ejercicios prácticos.

El modo de relacionarnos está en crisis. Vivimos corriendo, preocupados, tan apurados por llegar al final y por cumplir objetivos que a veces perdemos de vista el día a día, lo chiquito. Perdemos nuestros nexos, la contención, lo importante que va transcurriendo aunque no lo veamos, en un proceso que en ocasiones nos conduce a una convivencia resignada y en otras a una separación, que parece sorprender como un enemigo oculto.

Considero que hacer foco en los vínculos es vital para recomponernos, porque somos en esencia seres vinculares. Con los vínculos sana nuestra alma; con lo que esa otra persona me nutre y “presta de sí”, y a quien yo respondo y correspondo con todo lo que tenga y pueda dar.

Creo inminente el desafío de procurar potenciar valores que nos hagan más humanos y nutran el alma. El respeto por las ideas y diferencias, la solidaridad, la confianza, el cuidado de la dignidad, aspectos todos esenciales para la vida y conformación de relaciones sanas.

El vínculo de pareja en particular nos expone por excelencia a una relación —al menos en nuestra cultura— que implica postergaciones, entrega, flexibilidad, paciencia, respeto, solidaridad, humildad; valores inherentes al ser humano, y en crisis actualmente.

Por otra parte, una pareja es en muchas ocasiones la unidad base de la conformación de una familia, independientemente de sus características o particularidades. En este sentido, es i

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