La historia escondida del Uruguay

Fragmento

LAS ENTRAÑAS DEL MONSTRUO

No hay sobre la Tierra quien se le parezca, animal hecho exento de temor. Menosprecia toda cosa alta; es rey sobre todos los soberbios.

JOB 41

¿Quién escoge qué hechos son los que delimitan la historia de un país y cuáles no? ¿Qué mano invisible dibuja la línea de tiempo de una nación? ¿Por qué caprichosamente de una nación? ¿Qué contubernio de intelectuales sugiere los personajes que deben formar parte del relato oficial y los que deben conformarse con el anonimato? ¿Qué patota de hagiógrafos construye con sus palabras el panteón oficial del Uruguay? En definitiva, ¿cómo se construye una historia nacional?

«… la memoria no registra, sino que construye»1 define con certeza Pierre Vilar, y nos abre un abanico de posibilidades sobre esa misma creación de nuestra historia nacional y sobre sus postulados. Más o menos este libro, a los tumbos, tomará ese derrotero. Cómo se construye la memoria colectiva en una nación, quién la construye y, sobre todo, para qué la construye (o qué intereses median en esa construcción).

Vilar intenta definir el trabajo del historiador: «El historiador es un físico, no un experto. Busca la causa de la explosión en la fuerza expansiva de los gases, no en la cerilla del fumador»2. En este libro en particular, el nudo gordiano no será ni la fuerza expansiva de los gases ni la cerilla del fumador, sino por el contrario, la razón por la cual la historia vernácula oficial y oficiosa no busca ni los gases ni el cigarrillo, sino justificar la explosión que ha creado artificialmente. Paul Ricoeur sostiene a este respecto que:

El recurso al relato se convierte así en trampa, cuando poderes superiores toman la dirección de la configuración de esta trama e imponen un relato canónico mediante la intimidación o la seducción, el miedo o el halago. Se utiliza aquí una forma ladina de olvido, que proviene de desposeer a los actores sociales de su poder originario de narrarse a sí mismos.3

En la historia nacional ese discurso canónico fue confeccionado ex profeso y con una intención. He ahí una de las razones de este libro.

Esa misma historia nacional (o, más proféticamente, historia patria) no es únicamente una historia política (eminentemente providencial) de gesta —más o menos gloriosa o endiosada— o profética creación de una nación; no es únicamente una sucesión de personajes y su importancia manifiesta en la construcción de un estado y más tarde (mucho más tarde) de una nación. No es tampoco un cúmulo de mitos colocados uno sobre otro en una pila interminable, la gesta artiguista, los treinta y tres orientales, los partidos políticos, la política de fusión, la modernización, el batllismo, el neobatllismo, los años sesenta. La historia de un pueblo se basa en la memoria colectiva, pero sobre todo en los olvidos colectivos, y esos quizás sean un poco más explicativos, pues llenan los huecos dejados por esas ominosas desmemorias. Memoria y olvido son dos caras de una misma moneda, pues cuando una se logra vislumbrar en toda su intensidad, la otra se esconde detrás, oscura y olvidada.

En el Territorio Oriental del Uruguay son los Artigas y los partidos políticos, justamente, los que han delimitado las fronteras de lo nacional, lo heroico y la construcción de la nación uruguaya. De esta forma, los hechos y los personajes han estado en el siglo XIX y en el XX —por lo menos hasta los años sesenta— construidos a imagen y semejanza de una concepción bipartidista santificada por los eruditos que, con el correr de los años, fue volviéndose cada vez más vacía. La irrupción de la izquierda en el relato relativizó algunas cuestiones más cercanas a los años álgidos de las crisis económicas, sociales y finalmente políticas de la crisis del modelo neobatllista. Pero la izquierda intelectual —también constructora de legitimidad histórica— utilizó ese pasado partidario y se mimetizó en él hasta volverlo prácticamente suyo. De forma más coloquial, en el relato de la izquierda del siglo XIX esta toma partido por lo que históricamente fueron las posturas y los héroes blancos, mientras que al iniciarse el siglo XX vira hacia el batllismo y sus reivindicaciones históricas —y, por qué no, hacia el neobatllismo también. Existe también una mitificación de lo que coloquialmente conocemos como historia reciente, repleta de mitos y héroes, en definitiva, atiborrada de épica.

José Artigas entra en otra categoría de análisis. En pocas palabras, los historiadores de izquierda hicieron de Artigas una figura providencialmente de izquierda, pero de la misma forma que todos los actores políticos y sus secuaces históricos e intelectuales lo hacen. Artigas se ha convertido en un «as en la manga» de todos los grupos políticos y sociales, de las instituciones (incluso de los militares en plena dictadura) y hasta de los grupos guerrilleros en su momento.

Por tanto, la historia de este territorio ha sido escrita en una especie de dualidad mal comprendida, en muchos casos entre blancos y colorados, como si no existiesen otros factores, económicos, sociales y culturales, que marquen los cambios y las continuidades. Y, al mismo tiempo, y por condición anacrónica, las concepciones históricas generan concepciones morales que se enquistan en el relato. La elección de los hechos y hasta de los personajes ha sido preestablecida en un relato, en una línea de tiempo caprichosa por parte de los padres fundadores de la Historia uruguaya, aquellos blancos y colorados. La izquierda, por su parte, cuando se zambulle en el siglo XIX y principios del XX, toma esos mismos conceptos y en un juego político-histórico se sublima en ellos. La izquierda misma también genera sus propios mitos y lectura del pasado a partir de una necesaria épica entre los años sesenta, setenta y ochenta. O sea que debemos deconstruir la historia no solo del siglo XIX y principios del XX, sino también el relato edulcorado de algunos aspectos mucho más cercanos que, también por condición natural, generan un deber ser, una serie de condiciones morales que nublan ese análisis. Ni que hablar de las influencias políticas en estas concepciones.

¿Qué pasaría si intentáramos cambiar esa concepción y miráramos hacia personajes olvidados o hacia hechos ignorados en la historia vernácula? ¿Qué sucedería si deconstruyéramos la línea de tiempo tradicional y dinamitáramos la misma esencia de la historia vernácula? ¿Qué sucedería si buceáramos, casi de forma lúdica, por momentos de nuestra historia que hemos olvidado por improcedentes o porque el relato oficial los ha pretendido sepultar? Con seguridad, otra historia sería posible.

La historia no es en ningún caso objetiva, aunque intenta ser imparcial —como lo proclamaba Marc Bloch—, aunque los historiadores al trazar la línea de tiempo que forma su relato escogen algunos hechos y algunos personajes para su desarrollo, otros no. Hasta quien confecciona una fría y explicativa línea de tiempo, despegada de opiniones o análisis, comete ese error esencial, pues

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