El Trío Calaveras

Eduardo Arroyo

Fragmento

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PRÓLOGO

 

 

 

 

Prologando su propio texto, El triángulo negro, André Malraux nos dice desde su trío, desde sus tres figuras más queridas y más admiradas, Laclos, Goya y Saint Just, que Laclos afirma: «Esto no puede durar así»; le responde Francisco de Goya haciendo de la condición humana el objeto de una acusación fundamental a la que se niega a contestar por una transcendencia; a su vez Saint Just replica apelando a la casi transcendencia que a sus ojos es Napoleón.

Durante años he estado fascinado por ver de cerca a tres personalidades que, para mí, sellan la crisis del ser humano marcado por el exilio.

Muy cerca del triángulo negro de Malraux quisiera situar mi Trío Calaveras: Goya, Walter Benjamin y Byron-boxeador. Como ocurre casi siempre en los corridos mexicanos interpretados por aquellos geniales músicos, todo está barnizado de melancolía y de angustia. Los encuentros con estas tres figuras se tiñen, repito, de melancolía y autodestrucción. Los tres murieron en el exilio lejos de su tierra: Goya, en Burdeos viendo cómo se le acababa la pintura y la vida; Walter Benjamin se suicida en Port-Bou, cuando pensaba que ya había despertado de la pesadilla nazi y que concluía su dramática travesía comenzada en Berlín su ciudad natal, y terminaba en el paraíso de las moscas (España). «…Es una situación sin salida y no tengo otra elección que poner aquí un punto final. Mi vida va a terminar en un pueblo de los Pirineos, donde nadie me conoce…», le escribe a Adorno antes de llenarse el estómago de veneno.

Y Lord Byron-boxeador que todavía con bastante dinamita en sus puños pero tirando de su pie deforme se prepara a morir en tierras griegas. Su hermana Augusta Leigh colocó una lápida en su memoria: «Nació en Londres el 22 de enero de 1788 y murió en Missolonghi, en Grecia Oriental el 19 de abril de 1824, enrolado en la gloriosa empresa de devolver a ese país su gloria y su antigua libertad».

Parafraseando a André Malraux, Goya le dice a Benjamin que la corrida, de igual manera que la muerte, se vive pero jamás se representa a lo que responde Benjamin que el artista depende sólo de sí mismo. No promete más que sus propias obras a los siglos futuros y Lord Byron se acuerda de aquello de que en la vida, como entre las doce cuerdas, la victoria anuncia de inmediato la derrota.

James Lord, el escritor americano, también ha publicado recientemente su «trío»: Cocteau, Balthus y Giacometti, Hombres de excepción, así titula el autor su conjunto. A Jean Cocteau no le conocí nunca. Le vi de lejos poco tiempo antes de su muerte plantado frente a la puerta principal del parque de Luxemburgo en París. Murió el mismo día que la cantante Edith Piaf y ésta le quitó protagonismo. En 1935 el poeta salvó —a su manera— a su amigo el panameño, «Panamá» Al Brown, campeón del mundo de los pesos gallo, de la primera caída en picado hacia el abismo. A Alberto Giacometti le retraté mucho en mi juventud y paseé en repetidas ocasiones y a altas horas de la noche con él, bordeando las tapias del cementerio de Montparnasse, camino de nuestros respectivos talleres en el fondo del distrito quince, cerca de la Puerta de Versalles.

Sin embargo a Balthus le conocí poco, cené con él en Roma dos o tres veces siempre acompañado de Jean Hélion, pero creo que no me habría importado mucho conocerle.

Supongo que habrá habido otras tentaciones literarias de formar un trío. La casualidad y la admiración me han conducido, desde hace bastante tiempo, a querer hablar y escribir del pintor, del filósofo y del poeta, porque cuando unen sus voces, suben los altavoces e inundan la sala lamentos de muerte, exilio y persecución. Y me los represento —si tuviera que pintarlos— como cráneos, como calaveras descarnadas, abandonadas en cementerios poco gloriosos. El Trío Calaveras. Calaveras —que mejor las hubiera dibujado el pintor mexicano Posadas— amarillentas y polvorientas… Byron, gran especialista en tumbas abiertas, aseguraba ante tanto agujero destripado que siempre aparecían los pelos y los dientes del muerto: «¿No es extraño? —exclamaba—, los dientes y los cabellos son las primeras cosas que nos abandonan cuando somos jóvenes y las que más duran cuando no somos nada más que polvo».

Estos tres relatos, estas tres calaveras no han sido pintadas, han sido escritas porque no podían ser pintadas, pero también quieren ser cuadros. Cuadros como decorados de teatro. Y en el centro del escenario, con luz baja en la sala y utilizando el mismo micrófono actúa El Trío Calaveras.

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