La sexta isla

Fragmento

De Broad Street a Park Avenue

Hijo de danés y francesa, nació en las Islas Vírgenes cuando aún eran propiedad de Dinamarca. Pero fue en Puerto Rico donde Sosthenes Behn, por cobrar una deuda de comercio azucarero, se inició en el negocio de los teléfonos. Y en 1917, cuando los Estados Unidos compraron las Islas Vírgenes, Sosthenes adquirió la ciudadanía norteamericana y un escenario más vasto para su fantasía empresarial.

No estaba entre sus previsiones que el negocio de los teléfonos adquiriera, años después, aquellas proporciones. Y Behn decretó que su incipiente firma se llamara International Telephone & Telegraph sin importarle –o tal vez justamente por importarle mucho– que la pronunciación de la sigla ITT pudiera confundirse con AT & T, que era entonces la mayor empresa telefónica de los Estados Unidos.

Su primer éxito internacional tuvo lugar en España. Albergado con más boato que un emir en el Ritz de Madrid, Behn se metió en el bolsillo a la dictadura de Primo de Rivera. Y en el año 25, tras una maniobra apoyada por la banca Morgan, se anexó la International Western Electric.

En 1928 se instaló en Broad Street, con muebles Luis XIV y un retrato de Pío XI. Instaló también a Pierre, un cordon bleu diplomado que preparaba festines para cientos de personas, y contrató a varios camareros europeos, políglotas de porte distinguido que repartían habanos y escanciaban champagne en las antesalas; aunque por su lucimiento cosmopolita era Behn quien se llevaba la palma, al recibir llamados del mundo entero y negociar con irresistible charme y fluidez en nueve idiomas.

En el 30, desde Alemania la ITT consolidaba su dominio de las comunicaciones europeas. Y en el 33, el New York Times anunciaba que Herr Adolph Hitler había recibido por primera vez, en Berchtesgaden, a una delegación de hombres de negocios norteamericanos. La delegación era Sosthenes, que luego se encargaría de elogiar lo bien que vestía Herr Hitler y cuánta personalidad se gastaba Hermann Goering. El mérito de aquellos contactos le correspondía a Westrick, abogado de Behn en Alemania, que obraba prodigios entre los nazis. Y poco después, la ITT anexaría a la Lorentz y la Siemens y se haría íntima amiga de Von Ribbentrop.

En el 39, Behn puso todo su monopolio de las comunicaciones europeas al servicio de la invasión a Polonia. Las subsidiarias de Austria, Hungría y Suiza hicieron desembozadamente el juego al Tercer Reich. Y poco después, la ITT compraba un 28 % de acciones en la Focke-Wulf, que fabricaba bombarderos para el Führer. Puesto que no estaba casada con ninguna bandera, la ITT no excluía de sus negocios perspectivos el hundimiento de barcos aliados. Cuando a Behn le convenía, dejaba saber a Dulles lo que le ocultaba a Ribbentrop, o le encubría a Churchill lo que soplaba a Hitler. Y es sabido que fue el intermediario personal de Goering ante Chamberlain.

Y así llegó el coronel Sosthenes Behn (sí, coronel de verdad, por servicios prestados al Signal Corps durante la guerra) a ser uno de los hombres mejor informados de su época. Lo que no averiguaba por el constante espionaje de su empresa o por su posición privilegiada en el ombligo de las comunicaciones mundiales le llegaba por sus contactos políticos de alto nivel, o lo compraba tras las bambalinas de la diplomacia occidental.

Al principio el gobierno de los Estados Unidos no se preocupó demasiado por las relaciones entre el Eje y la ITT; pero después de Pearl Harbor comenzaron a llegar de todas partes indicios de que las líneas de Behn suministraban información a los submarinos alemanes. El foco principal estaba en la Argentina, donde la ITT se había asociado con Siemens. Y se ordenó vigilar a Behn. Braden, embajador de los EE.UU., lo acusó públicamente en Buenos Aires de sus contubernios con Perón. Pero aquella amistad resultó un buen negocio para la ITT. Sospechas de soborno aparte, Behn se hizo nacionalizar en el momento más oportuno. Fueron noventa millones de dólares que podían haberse perdido. Nadie sabía mejor que Behn cuál era el momento más oportuno para una transacción. Para eso disponía del servicio de espionaje privado más eficiente del mundo.

¿De qué lado estaba realmente el coronel Behn?

Desde que el State Department lo puso en la mirilla, el Departamento de Justicia se preparaba, hacia el final de la guerra, para liquidarlo con una campaña nacional antitrusts. Pero en cuanto las divisiones de Hitler comenzaran a empantanarse en el frente oriental, la ITT inició una dinámica marcha atrás para restablecer nexos con la Casa Blanca y el Pentágono. El general Stoner, del Signal Corps, recibió por ese entonces una invalorable ayuda de Behn. Ingenieros de la ITT trabajaron a marchas forzadas en sus laboratorios para producir el huff-duff, un localizador de alta frecuencia que detectaba submarinos alemanes. Con ese y otros servicios, más promesas de una estrecha colaboración en el futuro, el Pentágono olvidó que la ITT había sido productora de bombarderos Focke-Wulf. Por su parte, Tom Blake, exsecretario de Prensa de Roosevelt, hizo un trabajo estupendo para disipar el mal olor dejado por la ITT en Washington. Con su dominio de la prensa y los millones de Behn, consiguió presentar a la ITT, ya en el 47, como una víctima de la Segunda Guerra Mundial.

El coronel Behn murió en 1957, a los setenta y cinco años.

Harold Geneen ocupó la presidencia de la ITT en 1959. Era harina de otro costal. Había sido botones en Wall Street. No necesitaba muebles Luis XIV ni cocineros franceses. Nacido en Londres, criado en los Estados Unidos, era engendro de un músico ruso y una portuguesa arrepentida que se pretendía británica.

¿Cómo se pronuncia su nombre? ¿Guinin, Guinín, Yenin...? ¿Se pronuncia con G de God?

No: se pronuncia Yinin, con G de genius.

Dotado desde niño de una inusual aptitud para almacenar y digerir cifras, ha hecho de ellas su bola de cristal con la que lee el futuro. Nunca fue un contable, ni un bottom-liner como han creído algunos, sino un certero aritmomante.

Los directores de la International Telephone and Telegraph lo escogieron para la presidencia, a sabiendas de que era un businessman experto; pero ignoraban que habían escogido al sucesor perfecto del coronel Behn. Pasada la belle époque, los años de posguerra habían demostrado que los métodos del coronel resultaban obsoletos en aquel mundo desquiciado por la conflagración. Y los números de Geneen serían la varita mágica con que la ITT sortearía los años procelosos de la década del 60.

Atrás quedaba ahora la época de los negocios galantes. Geneen representó un duro golpe para la vieja guardia de Behn. Ya en el 61, los obligó a mudarse del palacio gótico del coronel; se deshizo del cocinero francés, de los camareros aristócratas, del stock de champagne, de Pío XI, y prohibió fumar en las reuniones.

Así fue cómo aquel hombre inescrutable y austero fue creando el más eficiente rompecabezas de control financiero que conociera la historia.

En el nuevo rascacielos de Park Avenue, planta tras planta,

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