Más peligroso es no amar

Lucía Etxebarria

Fragmento

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Querido lector:

Este libro está dividido en dos partes.

La primera, más teórica, intenta explicar el porqué.

Por qué de repente la estructura tradicional de la pareja monógama de toda la vida se desmorona, y empiezan a aparecer otro tipo de estructuras para vivir el sexo, el amor, las relaciones afectivas y la familia.

La segunda, más narrativa, intenta explicar el cómo y aporta historias reales de personas que viven en pareja abierta, en trieja, en relaciones a cuatro, en círculos polifieles, en comuna, en redes de relaciones conexas, en sistemas anarcorrelacionales, o que son swingers, o que viven una promiscuidad ética en la que intentan cuidar y respetar a todos sus compañeros sexuales y afectivos.

La segunda parte, sin duda, es más divertida y quizá amena de leer. Pero, si no conoces esos sistemas de vida, es difícil que entiendas por qué se llega hasta ellos. Por eso es conveniente que hayas leído la primera parte.

En cualquier caso, nadie te pide que leas este libro normativamente. Estas páginas hablan de libertad, y si quieres empezar por la segunda parte puedes hacerlo, y pasar luego a la primera. Siéntete libre de leerlo en diagonal, de empezar por el final, de leerlo como te apetezca. Hojea primero, curiosea todo lo que quieras y luego léelo en el orden que más te convenga.

Al fin y al cabo, este libro habla de subvertir normas y cánones preestablecidos.

Espero que el viaje sea divertido.

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PRIMERA PARTE
El hundimiento de las estructuras tradicionales
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Introducción:
Amores diversos

Tengo una amiga que se casó a los veintitrés años y se separó a los treinta y cinco. Desde entonces solo ha estado con una persona. Aquello no duró y mi amiga decidió hacer lo que los psicólogos recomiendan en estos casos: darse espacio y tiempo a sí misma, trabajar en sí misma. Lleva tres años sin relaciones y, por lo tanto, sin sexo. Mi amiga es muy muy guapa, muy llamativa.

Pues bien, el otro día, en una comida con otras amigas, cuando M. dijo esto en alto, que llevaba tres años sola, la reacción fue peor que si hubiera admitido que tiraba de tarjeta black a cuenta de unos fondos reservados. «Pero... ¡eso no puede ser verdad!», «Ve a ver a un psicólogo», «Eso no es bueno para la salud» fueron algunas de las frases que se escucharon.

La gente olvida que hace solo veinte años a esta mujer no se la hubiera considerado enferma ni loca. Pero sí que se hubiera considerado enferma, amoral o loca a la chica que le decía ufanamente, en plena sobremesa, que ella, cada vez que «le picaba el chichi», tiraba de Tinder y se buscaba un jovencito.

Hace relativamente poco se patologizaba y condenaba a la mujer promiscua, ahora ocurre lo contrario y se condena a la célibe. La cuestión es que no debe hacerse ni lo uno ni lo otro, porque lo que cada cual haga con su cuerpo es asunto suyo.

Yo llevo soltera... (dejadme que piense) ya va para cuatro años, creo. Y durante estos años no he sido célibe. He tenido historias, pero muy privadas, muy reservadas. En primer lugar no quería que mi hija conociera a mis amantes, se encariñara y pensara que alguien podía entrar permanentemente en mi vida, así que procuraba que todo fuera discreto mientras no estuviera muy segura de que esa historia podía avanzar. Y nunca avanzó.

En algún caso estuve saliendo con varias personas a la vez. Hago constar que jamás prometí nada a ninguna de ellas pero reconozco —y me siento mal cuando me acuerdo— que no fui sincera al cien por cien. Jamás informé a los unxs de que había otrxs. Podían suponerlo, por supuesto, pero el caso es que yo fui un poco polifake. Es decir, que vivía en un falso poliamor porque aunque mantenía relaciones de amor, cuidado y respeto mutuo con varias personas, me faltó lo más importante: honestidad y lealtad.

Yo no mentía. Ocultaba la verdad. Por miedo. Pensaba que si era honesta me darían de lado. Y haciéndolo así perdía la oportunidad de crear una relación más profunda. De la misma manera, cuando conocía a alguien, no hablaba mucho de mis relaciones pasadas. En la sociedad en la que vivo una mujer que haya mantenido muchas relaciones está mal vista. Yo no podía contar la verdad. Es decir, que en el pasado he tenido muchas experiencias amorosas y que algunas han sido simultáneas. No esperaba que la gente entendiera que puedes amar sin exclusividad.

Perdía, ya lo he dicho, una oportunidad. La oportunidad de que alguien me entendiera y me aceptara, de que me amara de verdad. Y no a una versión de mí que yo le ofrecía, a la punta del iceberg. Yo enseñaba un trocito de mí misma, pero la mayor parte estaba escondida en aguas subterráneas.

Podría haberlo hecho mejor si hubiera sabido cómo y la experiencia me ha enseñado ese cómo para situaciones futuras.

Cuando una persona está soltera todo el mundo da por hecho a su alrededor que se trata de un estadio intermedio, que antes o después se enamorará y encontrará una pareja. Que nadie, excepto las monjas, los numerarios del Opus Dei y otras personas que han hecho voto de castidad, se queda soltero de por vida, a no ser que sufra una grave discapacidad física o mental. (Y, de hecho, cualquier discapacitado puede tener pareja, aunque quizá no le sea tan fácil encontrarla en una sociedad obsesionada con el físico y los logros externos).

En nuestro entorno todo conduce a una vida entre dos. Hasta las fundas nórdicas parecen diseñadas para que uno no las pueda cambiar sin la ayuda de su media naranja. Lo que no aparece en ese manual de instrucciones del amor conyugal es qué hacer cuando inevitablemente divergen los intereses comunes. Aunque yo empiezo a pensar que quizá nunca más quiera

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