A mi hija
Prólogo
La época socialista entra en la Historia
El lector tiene en sus manos, sin duda, un trabajo de extraordinario interés. Se ha cumplido ya el vigésimo aniversario del acceso de los socialistas al poder tras las elecciones de octubre de 1982. Esa fecha ha sido objeto de alguna celebración, aunque discreta y casi desapercibida. El período de Gobiernos socialistas sigue siendo materia de debate político, debido a la polémica que se produjo a partir de 1989 en torno a determinados aspectos de su modo de ejercer el poder o a ciertos ejemplos de cómo hacerlo. Una oposición de dura confrontación, que relevó a los socialistas a partir de 1996, ha contribuido también a que ese pasado no haya podido ser abordado con frialdad analítica, sino que siga formando parte de esa panoplia de armas arrojadizas que los profesionales de la política suelen utilizar para averiar la cabeza del adversario. Lo lógico y saludable sería que ese período fuera considerado como una etapa de la Historia española de la que cabe extraer enseñanzas y hacer un balance ponderado.
Esa situación de uso y abuso de un período histórico debiera concluir y, sin duda, este libro contribuirá a conseguirlo. Protagonistas de una Historia agitada y sujeta a frecuentes y a menudo espectaculares vuelcos, los españoles —quizá sería más propio afirmarlo de los comentaristas o analistas políticos— tendemos a ver el pasado con ojos apasionados y, a veces, con rencor. (Cuando Fernando VII reimplantó el absolutismo, se refirió, en textos oficiales, a la época del trienio constitucional como los tres «mal llamados años»).
Sin duda, es lícito —incluso deseable— participar en el vértigo diario de la política desde una posición que implique compromiso propio, defensa rotunda de las propias ideas y vigor expresivo. Pero lo que no tiene sentido es que esa misma postura se mantenga cuando el rumbo de los acontecimientos ya no puede ser modificado por la palabra propia o la manifestación expresiva. El pasado, irremediable y siempre matizable, ingresa siempre en la Historia y, a partir de ese momento, es susceptible de un juicio imparcial que extraiga lecciones para las generaciones venideras. A ello se llega con parsimonia, pero de forma inevitable. Los escritos de combate o los reportajes de circunstancias son sustituidos por análisis más fríos, en los que aparecen informaciones nuevas y, sobre todo, juicios más serenos.
Un papel muy importante le corresponde siempre a los testimonios de los protagonistas relevantes, los actores fundamentales de la vida política. Son muchos los que, pasado el momento en que desempeñaron ese papel, aseguran que un día escribirán sus memorias; pocos son los que, finalmente, lo hacen. En ocasiones, el propio protagonista histórico no es capaz de distinguir entre la esencia y la anécdota; en otras, prefiere una visión demasiado edulcorada o vitriólica, según se trate de amigos o de adversarios. Sólo una minúscula porción de individuos es capaz de escribir desde la distancia y la ironía. Hay protagonistas que, simplemente, no saben expresarse a través de unas memorias porque, en primer lugar, un político no es necesariamente una persona capacitada para la escritura y, en segundo término, porque el género memorialístico implica una serie de requisitos que no siempre se tienen en cuenta de modo adecuado.
Pues bien, en este libro aparecen casi todos los protagonistas de la etapa socialista y prestan su testimonio acerca de lo que quisieron hacer y de lo que finalmente hicieron, de sus alegrías y de sus malos recuerdos, de un período de gobierno de catorce años. Se echa de menos a Miguel Boyer, pero, aun así, su relevancia y el contenido de su posición política resulta fácilmente adivinable por su ausencia y por los perfiles ofrecidos por