Made in USA

Guy Sorman

Fragmento

PRÓLOGO

¿Que los norteamericanos ya no son europeos? ¿Pero lo fueron alguna vez? Desde sus orígenes nunca dejaron de disociarse de Europa. Inicialmente fue por la religión. Eran puritanos y de otras sectas, exiliados voluntarios que buscaron un espacio libre. La disidencia persiste aun hoy, puesto que todos los norteamericanos, o casi todos, creen en Dios o por lo menos lo aseguran; entre los europeos esa fe se ha vuelto algo raro.

Con la independencia de los Estados Unidos, el distanciamiento se ha vuelto filosófico: los norteamericanos, con una audacia que no tiene precedentes, osaron inventar una nación fundada sobre el contrato social. En 1776 la Declaración de la Independencia otorgó a sus ciudadanos el derecho a la “prosecución de la felicidad”, nada menos. Esta definición de la república refutaba las identidades europeas edificadas a partir de los recuerdos de sufrimientos compartidos.

A partir de 1830, el poder pasó de las élites a las masas, el espíritu aristocrático cedió al igualitarismo, la democracia norteamericana se tornó popular. En Europa, las élites nunca se acomodaron a la nueva situación y gustan calificar de populista a una democracia indiferente al prestigio de los intelectuales; pero Alexis de Tocqueville, que había asistido in situ a esta revolución democrática, anticipó en ella —sin que esta evolución lo entusiasmara— el destino de Occidente.

La separación con Europa se profundizó aun más en la década de 1880, cuando un capitalismo que no reconocía límites hizo de Estados Unidos la primera potencia económica mundial. Desde entonces, se ha vuelto inalcanzable e inimitable. El capitalismo norteamericano es demasiado vulgar, demasiado áspero para Europa; preferimos nuestro Estado social a su Estado mínimo, aun a riesgo de que ello frene un poco nuestra economía.

En 1918, el presidente Wilson asignó a Estados Unidos el deber de difundir la democracia y el libre comercio: un “imperialismo democrático” que los conduciría hasta Irak. El abismo que separa al idealismo wilsoniano de la preferencia europea por la diplomacia se ha vuelto casi infranqueable.

En la década de 1960, les llegó el turno a las norteamericanas de declarar la independencia. Se liberaron de las coacciones impuestas a su sexo y algunas de ellas fundaron el feminismo; el resultado fue la ruptura radical de los sixties. Europa se unió a la corriente sesentista; en el resto del mundo, sin embargo, el fundamentalismo antinorteamericano fue, en buena medida, la respuesta contra esta liberación de las costumbres made in USA.

La última disidencia, que inauguró la década de 1980, es étnica: una inmigración considerable, de origen planetario, transforma el rostro de los Estados Unidos, que de blanca y negra mayoritariamente, pasó a ser una nación multicolor. Estados Unidos sigue siendo una civilización occidental, pero ya no es europea.

¿Estados Unidos es una civilización? Los europeos raramente lo reconocen, y prefieren ver a los norteamericanos como primos. Primos retardados o adelantados según las preferencias ideológicas de cada uno; pero todos concuerdan en que se trata de unos primos muy invasivos. Donde sea que nos encontremos, Estados Unidos está presente; todos los días consumimos algo de los norteamericanos.

Esta presencia obsesiva alimenta las pasiones más que la reflexión: amamos o detestamos todo lo que es made in USA.

Recordemos el 11 de septiembre de 2001: apenas ocurridos los atentados en Nueva York y Washington, todo europeo se sintió un poco o muy norteamericano, pues uno se solidariza más fácilmente con los débiles. Un año más tarde, luego de que las víctimas pasaron al bando de los atacantes, los mismos que en su momento fueron solidarios se hicieron, con razón o sin ella —pero con el mismo entusiasmo—, antinorteamericanos.

La obra que sigue intentará escapar a este tipo de excesos, suponiendo que eso sea posible; no habrá aquí relaciones del tipo ellos y nosotros; no habrá propuestas de participar en las elecciones norteamericanas, de rechazar a Estados Unidos ni de imitarlo. Este ensayo no tratará más que sobre aquello que los hace diferentes.

Acerca de esta civilización made in USA, no se pretenderá exhaustividad, sino apenas un poco de objetividad. Nuestra mirada sería la del “viajero comprometido”. Este compromiso ya tiene su duración: el itinerario aquí descrito culmina en 2004, pero se inició en 1962.

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