Romances turbulentos de la historia argentina (Edición Actualizada)

Daniel Balmaceda

Fragmento

MARÍA DE LÁRIZ Y
ALONSO JUAN VALDÉS INCLÁN

El diseñador del escudo de la ciudad de Buenos Aires —una paloma, un ancla y dos barcos— se llamó Jacinto de Láriz. Que más allá de su célebre creación fue el gobernador más chiflado que nos tocó: manejó los hilos del Río de la Plata entre 1646 y 1653.

Láriz le hacía la vida imposible al obispo porteño y fue excomulgado tres veces durante su mandato. Quiso robarse la única mesa de billar que había en la ciudad, organizaba partidas de cartas en la sala de reuniones del fuerte, llegó a confiscar un cargamento de esclavos africanos (alegó que venían a invadirnos), persiguió al obispo dentro de una casa para darle una paliza, y dormía la siesta, desnudo o semidesnudo, en un banquito junto al mencionado fuerte, que estaba donde hoy tenemos la Casa Rosada.

Por supuesto que hizo muchísimas locuras más, hasta terminar siendo expulsado de Buenos Aires y juzgado por sus barbaridades.

El padre del escudo de la ciudad también dejó alguna que otra semillita. La que nos interesa, germinó en la señorita Francisca “Pancha” Martínez, hija de un encomendero de Tucumán. El producto de la pasión de Jacinto y Pancha se llamó Juan de Láriz. Fue más cuerdo que el padre (porque más loco que Láriz no hubo). De todos modos, sí repitió la experiencia de papá Jacinto: sin casamiento previo se unió a Jerónima Ruiz de Ocaña, quien, al comprobar su estado embarazoso, le pidió que la llevara al altar. Él prometió que lo haría; sin embargo, algo falló. No sabemos qué pudo haber sido, pero no se casaron. Aunque sí nació María: producto de los amores de Juan y Jero, y nieta del loco Láriz.

María encarriló las cosas. Al contrario de su madre y de su abuela, ella decidió que el orden de los factores podía alterar el producto; y por lo tanto se casó primero y tuvo hijos después. Su marido fue Cristóbal Rendón, que debe haber estado muy lejos de ser el primer marido engañado de Buenos Aires. Pero tan engañado y con tanta publicidad, no debe haber habido muchos.

Cuando la pareja transitaba el séptimo año y quince días de casados (dieron el sí el 18 de junio de 1695 y ya llegamos al 3 de julio de 1702), asumió en el Río de la Plata un nuevo gobernador: don Alonso Juan de Valdés Inclán. El hombre vino a poner mano dura contra los portugueses okupas de la Colonia do Sacramento, en la margen oriental del Río de la Plata.

Por ese entonces, en casa de los Rendón Láriz (una de las familias más acomodadas, por cierto) ya había dos mellizos de cinco años, María José y Francisco Javier, y María de Láriz tenía un embarazo de cuatro meses que siguió su curso natural. Cuando en noviembre nació María Catalina, su padre buscó el “Libro de Ramilletes de Divinas Flores” y anotó en su última hoja, debajo de Francisco y María José, el nombre de la nueva integrante de la familia. Allí, en la última página, él llevaba el registro de sus hijos. Y no era el único, sino que lo hacían todos. Era habitual que el padre de las criaturas llevara el registro de los nombres de sus hijos anotados en un libro cualquiera.

María, que había sido tan prolija en las cuestiones del matrimonio y los nacimientos, volvió a quedar embarazada en 1704 y llegó María Teresa (una personita que deberemos recordar en breve en el transcurso de este libro). Pero a esa altura todo el mundo hablaba de su escandalosa relación con el gobernador Valdés Inclán.

Cristóbal Rendón fue uno de los últimos en enterarse. Y cuando ya estaba en condiciones de recriminarle la falta de fidelidad a su mujer y atraparla con las manos en la masa, no pudo hacerlo porque el gobernador había colocado una guardia en la puerta de la casa, con orden de no dejar que el mismísimo propietario ingresara. Eso era apenas una muestra de lo que se venía: en esos días quisieron asesinar a Rendón. Entonces él optó por huir de Buenos Aires cuando la pequeña hija, cuyos datos filiatorios estaban en duda, cumplió un mes de vida. Por más que Rendón la había anotado en la última página del libro con el nombre María Manuela, en cuanto él salió de la ciudad, fue bautizada como María Teresa. María Teresa Rendón, por supuesto. Aunque para todos era hija de María de Láriz y de Alonso Juan Valdés Inclán.

El marido engañado tomó el camino a Santa Fe primero y a Córdoba después, abandonándolo todo para cuidar el pellejo. Su mujer y Valdés Inclán eran los amantes más conocidos del Río de la Plata. Tuvieron otros hijos y no se molestaron por mantener las formas o acallar la expulsión del marido, quien inició una demanda por adulterio e intento de homicidio.

Cuando el gobernador culminó su mandato, en el juicio de residencia le fue muy bien en lo que respecta a la auditoría sobre la administración. Pero además estaba la causa que le había iniciado Cristóbal Rendón. Como se le complicaba y querían expulsarlo de Buenos Aires, en marzo de 1709 —y luego de cinco años de relación intensa— Valdés se casó con María de Láriz, ya viuda, porque Rendón había muerto en Córdoba, en 1707. Al día siguiente del casamiento, a las nueve de la mañana, el ex gobernador se marchó de la ciudad. Sin María.

Viajó a Chuquisaca en donde se llevaba adelante el juicio por haberle usurpado la mujer a un vecino. Tenía la esperanza de que el tardío casamiento con la liberal amiga mejorara su imagen ante el Tribunal. Sin embargo, los testimonios que obtuvo la Real Audiencia en Buenos Aires eran más que contundentes. Antes de que se le leyera la sentencia, Valdés Inclán pidió la palabra: lloró y rogó que le disculparan los “excesos” —así los llamó él— cometidos. Fue condenado y debió mantenerse en la ciudad altoperuana, en calidad de preso. Murió en 1711.

El final de María de Láriz, en 1742, fue trágico. Según evocaría el canónigo Saturnino Segurola muchos años después, en el 1800: “Permitió el Cielo que uno de los hijos que [María] tuvo con el Gobernador, perdiendo el juicio, le diese de puñaladas. A los pocos días murió con mucha piedad, persuadiéndose comúnmente los que observaron esta tragedia, que este fue un castigo del Cielo”. Lo que nos permite arribar a una sabia conclusión, de la mano de Saturnino: Chicas, pórtense bien, que si no, el Cielo va a castigarlas. A cuchillazos.

PANCHA ALDAO Y
CARLOS ORTIZ DE ROZAS

María Teresa Rendón, biznieta del chiflado gobernador Láriz e hija del escandaloso gobernador Valdés Inclán, se casó en 1727 con Jacinto, el primer Aldao que pisó el Río de la Plata. Ellos tuvieron diez

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