Las Ciencias Sociales en discusion

Mario Bunge

Fragmento

PREFACIO

Este libro aborda controversias que dividen a los estudiosos de la sociedad, los diseñadores de políticas sociales y los filósofos de los estudios sociales. En efecto, estos estudiosos discrepan en torno de cuestiones filosóficas acerca de la naturaleza de la sociedad y la mejor manera de conocerla, así como sobre el modo más justo de resolver los problemas sociales. Así, por ejemplo, si suponemos que la gente sigue exclusivamente las leyes de la naturaleza, podemos llegar a descubrir el orden social pero no nos corresponderá cuestionarlo ni mucho menos tratar de modificarlo. Además, si los hechos sociales no pueden entenderse de la misma manera que cualquier otro hecho, a saber, por la observación, la conjetura y la argumentación, entonces el estudio de la sociedad nunca podrá llegar a ser científico y, por lo tanto, tampoco una guía confiable para la política social y la acción política. Y si la racionalidad no es nada más que interés en sí mismo y las únicas teorías sociales serias son las del tipo de la elección racional, entonces, habida cuenta de las trampas a las que nos puede llevar el comportamiento egoísta, debemos abandonar toda esperanza de manejar nuestros asuntos a la luz de los estudios sociales o, tal vez, incluso de la razón. ¿Estamos realmente tan mal, o hay una salida?

Un segundo ejemplo revelador, entre muchos, es el siguiente. ¿A quién seguiremos al estudiar los hechos sociales: a Marx, que sostenía que siempre tenemos que comenzar por el todo social, porque éste modela al individuo en todos los aspectos, o a Weber, quien pregonaba que explicar un hecho social equivale a “interpretar” acciones individuales? ¿O a ninguno de los dos, aunque sólo sea porque el holismo de Marx explica el conformismo pero no la originalidad, la iniciativa o la rebelión, mientras que el individualismo de Weber pasa por alto el hecho de que todos los individuos nacen en un sistema social preexistente? (De paso, este ejemplo demuestra que, si estos eruditos hubieran sido coherentes, el primero tendría que haber sido un conservador y el seguno un revolucionario.) ¿Hay alguna alternativa tanto al holismo como al individualismo, vale decir, un enfoque que considere la acción individual en un contexto social y la sociedad como un sistema de individuos que, a través de sus interacciones, se modifican a sí mismos y construyen, sostienen, reforman o desmantelan sistemas sociales tales como las familias, las escuelas, las orquestas, los equipos de fútbol, los pools de transporte, los clubes, las empresas comerciales, los gobiernos y hasta naciones enteras?

Estas y muchas otras cuestiones que preocupan y dividen a los estudiosos de la sociedad son filosóficas. Una vez admitido esto, se deduce que el supuesto, el análisis y la argumentación filosóficos son pertinentes para importantes problemas de las ciencias sociales y la política social. Ésta, entonces, es una justificación práctica para hacer filosofía de las ciencias y tecnologías sociales: a saber, que, para bien o para mal, las ideas filosóficas preceden, acompañan y siguen a cualquier estudio social profundo y cualquier política social radical. Las ciencias y tecnologías sociales difieren ciertamente de la filosofía, pero no pueden liberarse de ella. La filosofía puede ser reprimida pero no suprimida. Como los niños victorianos, a los filósofos rara vez se los ve y nunca se los oye en los estudios sociales, pero siempre están por ahí —para bien o para mal—.

El filósofo curioso e industrioso es un comodín de todos los comercios conceptuales. Como tal, se espera que traspase todas las cercas interdisciplinarias. (De paso, el autor es culpable de múltiples transgresiones: es un físico convertido en filósofo y ha hecho incursiones en la sociología, la política científica, la psicología y la biología.) El filósofo aguza herramientas, desentierra supuestos tácitos y critica conceptos confusos; localiza, arregla o desecha razonamientos inválidos; examina marcos y cuestiona viejas respuestas; hace preguntas inquietantes y patrulla las fronteras de la ciencia. La suya es una tarea necesaria, divertida pero ingrata que debe llevarse a cabo en interés de la claridad, la eficacia y un sólido (esto es, constructivo) escepticismo, así como para proteger la búsqueda honesta de la verdad objetiva y su justa utilización.

Este libro no es una descripción imparcial ni un análisis desapasionado del estado actual de las ciencias y las tecnologías sociales. Lejos de regocijarse triunfalmente por los logros, se concentra en los defectos susceptibles de enraizarse en filosofías erróneas o dogmas ideológicos. Esta selección reconocidamente desequilibrada no debería dar la impresión de que las ciencias sociales contemporáneas son pura imperfección. En efecto, creo que han avanzado y pueden seguir haciéndolo, con tal de que resistan la topadora del irracionalismo “posmoderno”. Pero he decidido destacar algunos de los obstáculos filosóficos a un progreso ulterior. Es probable que otros estudiosos detecten defectos de otro tipo, como el descuido de las teorías de los cambios y mecanismos sociales (por ejemplo Sørensen, 1997) y la insuficiencia de los datos longitudinales para someterlas a prueba (por ejemplo Smith y Boyle Torrey, 1996).

La mayoría de los científicos, deseosos de seguir adelante con su trabajo, se impacientan con las controversias y la filosofía. Pero ¿qué pasa si, inadvertidamente, uno ha adoptado un enfoque erróneo del problema en cuestión? Y ¿qué sucede si lo que indujo dicho enfoque es una filosofía no comprobada que pone trabas a la exploración de la realidad, al sostener, por ejemplo, que ésta es una construcción o bien que es autoexistente pero impermeable al método científico? En tales casos es indispensable un debate filosófico, no sólo para sacar a la luz y examinar los supuestos, aclarar las ideas y controlar las inferencias, sino incluso para hacer posible la investigación.

Adopto una postura filosófica y metodológica determinada: a favor de una búsqueda objetiva y pertinente de hechos, una rigurosa teorización y pruebas empíricas, así como de la elaboración de una política moralmente sensible y socialmente responsable. Por consiguiente, me opongo al irracionalismo y el subjetivismo —en particular el constructivismo relativismo—, así como a la opaca retórica que pasa por teoría y las consignas partidarias disfrazadas de planificación de políticas sociales serias. (Esta postura distingue mi crítica de los ataques “radicales”, “retóricos”, “feministas” y “ambientalistas” a las ciencias sociales, todos los cuales son oscurantistas y contraproducentes.) Sostengo en especial que, si se pretende abordar eficaz y equitativamente los candentes problemas sociales de nuestro tiempo, hay que hacerlo a la luz de una investigación social seria, aunada a principios morales que combinen el interés propio con el bien público. No puede haber una reforma social efectiva y duradera sin una seria investigación social. El conocimiento guía la acción racional.

También afirmo que la investigación en ciencias sociales debería recibir la orientación de ideas filosóficas lúcidas y realistas. Entre éstas se cuenta l

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