Héroe

Samantha Young

Fragmento

Creditos

Título original: Hero

Traducción: Ruth M. Lerga

1.ª edición: frebrero 2016

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-341-4

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Contents
Contenido
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Epílogo
heroe

Tener un héroe es un sentimiento que no atiende a lógica alguna y, por tanto, siempre es correcto.

RALPH WALDO EMERSON

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1

Boston, Massachusetts

Aquello no estaba pasando.

No podía estar ocurriendo.

Cerré los puños para que dejaran de temblarme las manos mientras pasaba del recibidor al loft del ático, de techo altísimo, con un ventanal de pared a pared que daba a una enorme terraza. El agua de la bahía brillaba al sol. Era un edificio precioso con unas vistas espléndidas, pero yo estaba demasiado centrada en encontrarlo allí para apreciarlo.

El corazón dejó de latirme cuando lo vi fuera, de pie en la terraza.

Caine Carraway.

—¡Alexa!

Volví la cabeza de golpe hacia la cocina. Allí estaba mi jefe, Benito, con dos ordenadores portátiles y el resto del equipo necesario para la sesión fotográfica. Se suponía que yo tenía que sonreír con seguridad en ese momento y decirle que me dijera dónde quería que me pusiera. En lugar de eso, me volví de nuevo a mirar a Caine.

El zumo de naranja que me había tomado para desayunar se me revolvió en el estómago.

—¡Alexa!

De repente tenía delante a Benito, observándome atentamente con el ceño fruncido.

—Hola —lo saludé apenas—. ¿Dónde quieres que me ponga?

Mi jefe ladeó la cabeza, mirándome de un modo un poco cómico. Mientras que yo medía uno setenta y cinco, él apenas llegaba al metro setenta, pero lo que le faltaba de altura le sobraba de personalidad.

Suspiró acongojado.

—Por favor —me dijo—, dime que vuelves a ser mi Alexa de siempre. No soporto a la Alexa desastrosa del Día de la Madre. Hoy tengo que fotografiar a Caine Carraway para la revista Mogul sobre los hombres de menos de cuarenta que se han hecho a sí mismos. Caine saldrá en portada. —Volvió la cabeza y echó un vistazo al modelo de aquella portada—. Una elección obvia. —Arqueó una ceja—. Es una sesión importante. Por si no lo sabes, Caine Carraway es uno de los solteros más codiciados de Boston. Es el presidente del holding...

—Del holding financiero Carraway —terminé yo en voz baja—. Lo sé.

—Bueno, sabrás también lo tremendamente rico e influyente que es. Es un hombre muy ocupado y no se contenta con facilidad, así que tengo que hacer este trabajo bien y rápido.

Dejé de prestar atención a Benito para prestársela al hombre que había fundado con éxito una banca privada de inversión en cuanto se había graduado en la universidad. A partir de ahí había ido ampliando su empresa y diversificando su cartera de negocios, que incluía un banco hipotecario, compañías de seguros, fondos de inversión, negociación de valores, gestión patrimonial y demás. Caine presidía un gran holding de inversión que constituía un punto de referencia para muchos otros hombres de negocios ricos e influyentes.

Según los informes, lo había manejado todo con inflexible determinación, atención precisa a su organización e insaciable ambición de poder.

En aquel momento estaba hablando por teléfono con alguien mientras Marie, una guapa secretaria, se alisaba un traje chaqueta azul marino que le sentaba a la perfección. Caine era alto, medía alrededor de uno ochenta y siete o uno noventa, ancho de hombros y estaba en forma. Tenía un perfil duro, de pómulos marcados y nariz aguileña, y el pelo que Marie trataba de apartarle de la frente con la mano era espeso y tan oscuro como el mío. Aunque apretaba los labios, sabía por las fotografías que había visto de él que tenía una boca sensual, inquietante.

Definitivamente era el modelo perfecto para la portada de una revista y también, sin duda, un hombre al que no convenía hacer enfadar.

Se me había hecho un nudo en la garganta y tragué saliva.

Tenía gracia que lo tuviera allí, justo delante, después de todo lo que la repentina muerte de mi madre había sacado a la luz... de lo que él formaba parte.

Llevaba seis años trabajando de ayudante para Benito, uno de los fotógrafos con más éxito y más temperamentales de la ciudad. Por supuesto, nunca era melodramático con los clientes, solo con los empleados. Con el tiempo que llevaba colaborando para él tendría que haberme sentido segura, pero no. Hablando con propiedad, no siempre creía tener un trabajo seguro.

El fallecimi

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