Tierra

Eloy Moreno

Fragmento

30 años antes...

Un viejo coche se desvía por un camino de tierra para perderse en el interior de un bosque. Un bosque con árboles tan altos y tan abrazados que la luz del día apenas puede asomarse entre sus ramas.

El hombre que lo conduce ha permanecido en silencio durante todo el recorrido, repasando mentalmente cada uno de los pasos que va a dar a partir de ese momento. Está nervioso, lo ha ensayado muchas veces pero siempre a solas.

La radio lleva ya varios minutos emitiendo sonidos difusos hasta que, al entrar en el bosque, ha enmudecido totalmente: ya no hay cobertura.

Los dos niños que van en la parte de atrás se mantienen también callados. Ambos están asustados porque no saben a dónde van ni para qué sirve la llave que llevan colgada del cuello.

Tras más de diez minutos circulando sobre barro y silencio llegan a un pequeño claro donde una cabaña de madera los está esperando. No hay nadie más, solo ellos y la incertidumbre.

Salen los tres del coche y es el hombre el que, después de dos intentos, consigue abrir una puerta que parece no querer invitados.

Los dos pequeños entran lentamente, intentando acostumbrar sus ojos a una oscuridad que ocupa todo el momento. El hombre, en cambio, va directo a la repisa de la chimenea, de allí coge unas cerillas y enciende una vela.

Con palabras suaves les indica que se sienten en el sofá que tienen al lado; mientras, con otra cerilla, intenta prender el fuego.

La niña busca la mano de su hermano mayor y la aprieta con fuerza.

—Tranquila, no pasa nada —le susurra él al oído.

Finalmente, la chimenea arde.

El hombre camina hasta el fondo de la estancia para coger una vieja silla y una caja de madera. Se coloca frente al sofá, frente a ellos.

Sonríe.

Y habla.

Y los niños escuchan.

Les explica que van a participar en un pequeño juego, uno que no han probado nunca. Les intenta convencer de que será divertido.

Lentamente, les va enumerando las reglas.

Ellos escuchan sin decir nada. Asintiendo tras cada frase, intentando asimilar cada una de las instrucciones. Finalmente, cuando él acaba, ellos se tocan con cuidado la llave que tienen colgada en el cuello.

El hombre se levanta dejando la caja de madera en el suelo. Se dirige hacia la chimenea y acerca sus manos al fuego. Y así, desde allí y de espaldas a ellos, habla de nuevo.

—El premio lo elegís vosotros... pero no será un premio inmediato, será un premio para el resto de vuestras vidas.

Silencio.

El hombre se agacha y se frota las manos demasiado cerca de las llamas.

—Pensad en lo que más ilusión os haría en este mundo, en lo que os gustaría conseguir cuando seáis mayores. Sea lo que sea, si conseguís acabar el juego os prometo que haré todo lo posible para que se convierta en realidad. Eso sí... no debéis contarle vuestro deseo a nadie: ni tú a ella, ni ella a ti, solo puedo conocerlo yo, será nuestro secreto.

Los dos niños se miran mutuamente sin saber qué decir, quizás porque son demasiado pequeños para una decisión tan grande.

—No hay prisa, tenemos tiempo...

Ambos saben que se encuentran en un momento importante de sus vidas, si algo han aprendido durante su infancia es que el hombre que ahora mismo tienen delante, lo que promete, lo cumple.

Después de varios minutos, donde el único sonido es el crujir de las ramas en la chimenea, el niño se levanta, se acerca al cuerpo que permanece agachado ante el fuego y le dice algo al oído. El hombre asiente y sonríe. El niño también sonríe.

La niña permanece callada en el sofá, por su edad podría parecer que es demasiado pequeña para saber lo que desea, podríamos incluso pensar que no ha acabado de entender la pregunta... Pero no es así, lo que ocurre es que ha decidido enfrentarse a él y está buscando en su mente un deseo tan grande como irrealizable. Finalmente, tras varios minutos buscando en una corona de ideas, escoge una y se acerca arrastrando los pies. Se agacha un poco y le susurra su deseo al oído.

—Pero... —protesta el hombre sorprendido.

—Ese es mi deseo —contesta la niña con una sonrisa que dejó de ser sincera hace tiempo.

Ambos niños vuelven a estar sentados en el sofá.

Pasan unos minutos. Silencio.

El hombre se levanta, les da un beso en la mejilla y, tras comprobar disimuladamente que la cámara que hay sobre la puerta está encendida, abandona la cabaña.

Los pequeños se quedan allí, a solas, con la luz y el calor de la chimenea.

Cierra la puerta con llave, se dirige hacia el coche, lo arranca y se aleja... pero no demasiado. Lo suficiente para que piensen que se ha ido, lo necesario para poder ver lo que va a ocurrir a continuación sin que ellos lo sepan.

Y espera.

Y transcurren los minutos.

Diez.

Se encoge de frío en el interior del coche.

Veinte.

El hombre comienza a ponerse nervioso. Está tentado de salir para ver qué ocurre, para averiguar cómo están avanzando en el juego.

Silencio. Frío. Se escucha un grito: el grito de una niña. Un grito que atraviesa la cabaña, el bosque y a sí mismo.

Sale del coche y corre en dirección a ellos lo más rápido que puede.

Aquello fue el comienzo de todo. En realidad, también fue el final de todo.

* * *

Un ser que se acostumbra a todo; tal parece la mejor definición que puedo hacer del hombre.

DOSTOYEVSKI