La muerte de Guernica (Colección Endebate)

Paul Preston

Fragmento

La muerte de Guernica

El inicio de la guerra

El 19 de julio de 1936, poco después de declarar el Estado de Guerra, Emilio Mola convocó una reunión con los alcaldes de la provincia de Navarra. Lo que les dijo caracterizaría el trato que dispensó más tarde al País Vasco: «Hay que sembrar el terror … Hay que dar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros».1 Lo que esto iba a suponer para los vascos quedó claro por un temprano antecedente de lo que habría de suceder en la primavera de 1937 en Durango y Guernica. El 22 de julio, un avión procedente de Vitoria bombardeó la plaza del pueblo de Otxandio, situado en el sur de Vizcaya, se cobró la vida de 48 personas, de las cuales 45 eran niños, e hirió gravemente a 113 más. Para justificarlo, el mando insurgente de Vizcaya anunció: «La aviación ha infligido un duro golpe a grupos de rebeldes que se hallaban concentrados a retaguardia de la villa de Ochandiano».2

Debido a sus primeros reveses en la sierra norte de Madrid, la gran campaña inicial de Mola contra el País Vasco no dio comienzo hasta que llegó la ayuda alemana e italiana a principios de agosto, lo cual le permitió lanzar un ataque contra Guipúzcoa y a Franco emprender la marcha sobre la capital. Ya el 23 de julio, las tropas carlistas provenientes de Navarra habían entrado en la zona meridional de Guipúzcoa a través de Cegama y Segura. Aunque no encontraron resistencia en estas dos poblaciones, saquearon las sedes de las formaciones republicanas y el batzoki del Partido Nacionalista Vasco. A principios de agosto, Mola inició una campaña para conquistar Irún y San Sebastián e incomunicar Guipúzcoa de la frontera francesa. Irún y Fuenterrabía estaban siendo hostigadas desde el mar y atacadas a diario por bombarderos alemanes e italianos. En sus crónicas, el corresponsal del Times de Londres, el sudafricano George Steer, señalaba que los rebeldes habían lanzado panfletos que amenazaban con tratar a la población igual que lo habían hecho con la de Badajoz. El uso de panfletos que describían atrocidades anteriores como advertencia de lo que ocurriría si la rendición no era inmediata se repetiría ocho meses después, cuando se utilizó la experiencia de Guernica como admonición contra Bilbao. San Sebastián también fue duramente bombardeada desde el mar. La milicia de Irún, falta de armamento y de formación, combatió con valentía pero fue derrotada el 3 de septiembre. Miles de refugiados huyeron, presa del pánico, a través del puente internacional que conducía a Francia. Los últimos defensores, en su mayoría anarquistas enfurecidos por la escasez de munición, fusilaron a algunos prisioneros de derechas en Fuenterrabía y prendieron fuego a algunas zonas de Irún.3

Las tropas rebeldes y carlistas ocuparon San Sebastián el domingo 13 de septiembre, y a finales de mes casi toda Guipúzcoa se encontraba en manos de Mola.4 Buena parte de los 80.000 habitantes de la ciudad habían escapado a Vizcaya o habían huido a Francia en barco. No obstante, el número de ejecuciones en San Sebastián sería el más elevado que perpetraron los rebeldes en cualquier ciudad vasca. De inmediato se sucedieron las detenciones masivas, empezando por los republicanos heridos que, dada la gravedad de su estado, no habían podido ser evacuados del hospital militar. Al poco, las prisiones de Ondarreta y Zapatari, las oficinas de la Falange en el centro de la ciudad, el hospicio de San José y el cine Kursaal estaban abarrotados de detenidos.5 Entre los centenares de ejecuciones que tuvieron lugar en Guipúzcoa, las más notables fueron las de trece sacerdotes vascos, que se efectuaron a instancias de los carlistas. En total, los rebeldes asesinaron al menos a dieciséis sacerdotes en toda la región vasca y encarcelaron y torturaron a muchos más. El padre Alberto Onaindía, cuyo hermano fue una de las víctimas, dijo proféticamente: «Si así se portaban los militares con el clero, ¡qué sería con la población civil!». El testimonio del padre Onaindía (amigo del lehendakari José María Aguirre) sería crucial para refutar las mentiras que difundirían más adelante los rebeldes sobre el bombardeo de Guernica.6

Incluso antes de la caída de San Sebastián, Mola había entablado negociaciones en secreto con el Partido Nacionalista Vasco. Mola esperaba una rendición pacífica de Vizcaya a cambio de la promesa de no destruir Bilbao y de garantizar que no habría represalias. En vista de lo ocurrido tras la toma de Irún y San Sebastián, la cúpula del PNV no tenía ningún motivo para creerse las promesas de Mola. Durante las negociaciones se le pidió que no bombardeara Bilbao, asegurando que ello motivaría represalias contra los 2.500 prisioneros de derechas retenidos en la ciudad.7 El 25 y el 26 de septiembre, fuertes ataques aéreos causaron docenas de muertos y heridos entre las mujeres y los niños de la ciudad, lo cual, como se había pronosticado, desencadenó un estallido de ira entre la hambrienta población. Dos barcos prisión fueron atacados y sesenta detenidos de derechas, asesinados.

La hostilidad rebelde hacia Euskadi se intensificó tras la concesión de la autonomía regional por parte de Madrid el 1 de octubre y la formación de un gobierno vasco seis días después. José Antonio de Aguirre y Lecube, el presidente del ejecutivo vasco recientemente elegido, y su gabinete juraron el cargo en una ceremonia que tuvo lugar frente al árbol de Guernica. En su discurso, Aguirre declaró: «La tradición de nuestros ancianos volvía a renacer en nosotros, y el Árbol sagrado que en Guernica se alza, dejaba de ser reliquia, para volver a ser el símbolo vivo de nuestra historia».8

Los ataques esporádicos sobre Bilbao continuaron, pero nada había preparado a la ciudad para la envergadura del que tuvo lugar el 4 de enero, a raíz del cual se produjo una incursión todavía más feroz en las cuatro prisiones de la ciudad. Un total de 224 derechistas fueron asesinados, entre ellos varios sacerdotes. En su mayoría eran carlistas, pero había también algunos nacionalistas vascos.9 Mientras el asedio a la capital fue la máxima preocupación de los rebeldes, hasta finales de marzo de 1937, el frente vasco permaneció inmóvil. Sin embargo, la victoria republicana en Guadalajara por fin disuadió a Franco de que podría ganar la guerra en Madrid y le impuso un trascendental cambio de estrategia. La lección que podía extraerse comparando la sencilla victoria en Málaga con el inmenso coste de las batallas del Jarama y de Guadalajara estaba clara. La República estaba concentrando sus tropas mejor entrenadas y pertrechadas en el centro de España y había descuidado relativamente otros frentes. Contra el Ejército Republicano del Centro, los rebeldes solo lograban pequeñas victorias a expensas de un enorme derramamiento de sangre, mientras que ante las milicias de la periferia podían cosechar triunfos notables con bastante facilidad. Si se desistía de la obsesiva concentración en Madrid, se podría destruir a la República por fases en otros lugares. Esta era la visión del coronel Juan Vigón, jefe

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos