Contenido
Portadilla
Agradecimientos
Nota de la autora
Prólogo
Primera parte 1919
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Segunda parte 1920
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Tercera parte 1929
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Cuarta parte 1937
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Quinta parte 1944
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Sexta parte 1952
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Séptima parte 1963
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Octava parte 1973
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Novena parte El presente
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Notas
Créditos
Acerca de Random House Mondadori
Dedico cariñosamente este libro
a mi esposo, George
Agradecimientos
Quisiera agradecer la amable ayuda que me prestaron las siguientes personas de Kenia.
En Nairobi: el profesor Godfrey Muriuki y su esposa, Margaret, ambos de la Universidad de Nairobi; Philip e Ida Karanja; Rasheeda Litt, de Universal Safari Tours; Allen y Gachiku Gicheru; doctor Igo Mann y su encantadora esposa, Erica; John Moller, que me dio explicaciones sobre la caza; Valerie y Heming Gullberg, cultivadores de café; y el personal de los Archivos Nacionales de Kenia, por allanarme el camino.
En Nyeri: Satvinder y Jaswaran Sehmi, que se hicieron buenos amigos nuestros; el señor Che Che, director del hotel Outspan; e Irene Mugambi, por compartir su valiosa comprensión de las mujeres kenianas.
En Nanyuki: el señor y la señora Jacobson; el señor Edmond Hoarau, director general del Mount Kenia Safari Club, por hacer que nuestra estancia allí fuese tan agradable; Jane Tatham Warter y su amiga la señora Elizabeth Ravenhill; y P. A. G. Field, Sandy, por una deliciosa tarde de conversación.
También doy las gracias a Terence y Nicole Cavaghan, por una presentación valiosísima; a Tim y Rainie Samuels; a Marvin y Sjanie Holm, que nos dieron aquella primera y crítica presentación; y, finalmente, a Bob y Sue Morgan de Survival Ministries, por acogernos en su hogar de Karen por compartir su vida y su amor con nosotros, por presentarnos a sus amigos kenianos y por acudir en ayuda nuestra en un momento de apuro.
Y a Abdul Selin, sin duda el más paciente y alegre conductor de toda el África Oriental, una especial asante sana.
Nota de la autora
Kenia nació por casualidad.
En 1894 los británicos ansiaban llegar a Uganda, estratégico punto militar en la cabecera del Nilo, en el corazón de África, de modo que construyeron un ferrocarril que partía de la costa oriental y, tras un recorrido de más de novecientos kilómetros, llegaba al lago Victoria, la puerta de entrada en Uganda. Dio la casualidad de que ese ferrocarril cruzaba una región habitada por animales en estado natural y tribus belicosas, una tierra que atraía sólo a exploradores intrépidos y misioneros. Una vez terminado el ferrocarril, al ver que su mantenimiento era muy costoso y apenas producía beneficios, el gobierno británico empezó a buscar la forma de sacarle provecho. Pronto comprendió que la respuesta consistía en fomentar la colonización de las tierras que bordeaban la vía.
Los primeros a quienes se ofreció este territorio «vacante» fueron los judíos sionistas, que a la sazón andaban en busca de una patria permanente. Pero los judíos no aceptaron la oferta, pues lo que deseaban era ir a Palestina. En vista de ello, se puso en marcha una campaña destinada a atraer inmigrantes de todo el Imperio británico. Se firmaron tratados con las tribus de la región, que poco sabían de tratados y contemplaban con cierta perplejidad lo que el hombre blanco hacía allí; luego el gobierno ofreció a bajo precio grandes extensiones de tierra «no utilizada» a quien estuviese dispuesto a instalarse en ellas y explotarlas. Las tierras altas del centro de este país, debido a su elevación, eran frescas, fértiles y exuberantes; atrajeron a muchos británicos de Inglaterra, Australia y Nueva Zelanda, gentes que buscaban un nuevo hogar, un sitio para volver a empezar y forjarse una vida nueva.
Aunque la Oficina Colonial insistía en que la región no era más que un protectorado que algún día sería devuelto a sus habitantes negros, cuando se les hubiera enseñado a administrarla, en 1905, año en que dos mil blancos compartían el país con cuatro millones de africanos, el comisario británico para el Protectorado del África Oriental declaró que éste era un «país del hombre blanco».