Todo sobre Stephen King

Ariel Bosi

Fragmento

cap-1

1

Biografía

Ahora soy escritor. Muchísimos críticos creen que lo que escribo es una mierda [...] Mi historia se parece tantísimo a un cuento de hadas que resulta absurda.

STEPHEN KING, El cuerpo

 

 

Desde que a mediados de la década de los setenta Stephen King publicó su primera novela, Carrie, el éxito del escritor no ha hecho más que aumentar, hasta tal punto que tanto su obra como su vida han generado centenares de publicaciones, incluyendo ensayos críticos, entrevistas, biografías, etc. No es casualidad: la vida del autor propicia un terreno fértil para ello. Sin lugar a dudas, se trata de una de esas historias que podría tener su propia película «basada en hechos reales» que tantas veces hemos visto: las vivencias de un muchacho común, algo introvertido, que desde siempre supo qué quería hacer en la vida, con su cuota de tragedia familiar, su descenso al infierno de la pobreza, el guiño del destino y, por fin, el éxito y el reconocimiento obtenidos gracias a su talento.

La biografía que aquí se presenta no puede abarcar todos los detalles y aspectos de la vida de Stephen King, por lo que está centrada en aquellos sucesos de su infancia y juventud que han influido de un modo decisivo en su carrera. Recomiendo a los lectores dos excelentes ensayos, Mientras escribo y Danza macabra, ambos de la autoría de King. Las anécdotas narradas en sus páginas son de una riqueza inigualable.

PRIMEROS PASOS

Tras prestar servicio durante la Segunda Guerra Mundial como marino mercante, Donald Edwin King (cuyo nombre real era Donald Spansky, cambiado luego a Donald Pollack y, finalmente, a King) regresó a su hogar, junto a su esposa, Nellie Ruth Pillsbury King, con quien se había casado en 1939 y que, según habían diagnosticado los médicos, no podría concebir hijos. Menos de un mes después de la rendición de Japón, la pareja adoptó un niño recién nacido, al que llamaron David Victor King. Contra todo pronóstico, Ruth se quedó embarazada un año más tarde, y el 21 de septiembre de 1947, cuando la joven familia se había instalado en el estado de Maine, dio a luz a Stephen Edwin King en el hospital general de Maine, en Portland.

En 1949, Donald King, que por aquel entonces se dedicaba a vender aspiradoras a domicilio, salió un día a comprar un paquete de cigarrillos a la tienda del pueblo y nunca más volvió (treinta y cuatro años después, durante una entrevista, Stephen King contó que su padre vivió un tiempo en Sudamérica, probablemente en Brasil, ya que se encontraron postales y, además, el autor se enteró de que tiene una media hermana en ese país). Ruth King se encontró de repente sola y con dos niños pequeños a su cargo. Stephen King habla de ello en Danza macabra, donde cuenta que su madre se vio obligada a aceptar empleos mal pagados, entre ellos planchar en una lavandería, hacer rosquillas en el turno de noche de una panadería o limpiar casas.

Era una talentosa pianista y una mujer con un gran (y a veces excéntrico) sentido del humor, pero mantuvo todo en orden.

Una noche llegó a casa con una pila de libros en formato bolsillo, con las tapas arrancadas, adquiridos en una librería por cinco centavos cada uno. Eran novelas de Agatha Christie y Erle Stanley Gardners. Cuando le pregunté qué tenía ahí, aún recuerdo su respuesta: «Tengo una pila de vacaciones dulces y baratas». Leía esas novelas y siempre supe qué regalarle en su día o para su cumpleaños: una novela de Perry Mason.

Los cuatro años siguientes transcurrieron entre mudanzas constantes mientras intentaban mantenerse a flote; en ocasiones incluso tuvieron que recurrir a la ayuda de algún familiar. Así, pasaron temporadas en Connecticut, Massachusetts, Chicago y Wisconsin, hasta que finalmente se asentaron de nuevo en Maine. Sin embargo, fue en Stratford, Connecticut, donde Stephen tuvo su primer contacto con el género de terror. Una noche le pidió permiso a su madre para escuchar la adaptación radiofónica de Mars is Heaven!, de Ray Bradbury, en el programa Dimension X.[1] Ruth no se lo permitió, pero él escuchó la retransmisión a escondidas. Esa noche durmió en el pasillo, donde la luz del baño, racional y «real», le iluminaba la cara. Ese mismo verano, su madre le leyó el clásico de Robert Louis Stevenson El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, otra de las obras que el autor recuerda que influyeron en su predilección por el género. Pero aún faltaba una tercera gran influencia, y esta llegó a través del cine cuando, a los siete años, vio la película La mujer y el monstruo.[2]

Stephen King no logró completar el primer año en la escuela debido a diversas enfermedades. Sufrió una infección en el oído, a la que siguió un problema de amígdalas (la memorable crónica que hizo de lo que supusieron ambas dolencias se puede leer en su libro Mientras escribo). Cuando se recuperó de la operación de amígdalas había perdido demasiados meses de clases, por lo que tuvo que repetir curso. Durante este período copió algunas historietas de cómics, como Combat Casey, agregando descripciones cuando lo consideraba necesario. Cuando su madre descubrió que esos relatos no eran de su invención, le animó a escribir sus propias historias. El resultado fue un cuento de cuatro páginas sobre animales mágicos que, montados en un coche conducido por un gran conejo blanco, que también era su jefe, ayudaban a los niños. Escribió cuatro cuentos con los mismos personajes, y su madre le pagó veinticinco centavos por cada uno de ellos; Steve tenía entonces seis años y acababa de ganar su primer dólar. A los siete años hizo su primera incursión en el género de terror con una historia en la que un dinosaurio atormenta una ciudad hasta que un científico descubre que el enorme reptil es alérgico al cuero, noticia que impulsa a la población a enfrentarse al monstruo arrojándole todo tipo de artículos de piel.

Acababa de cumplir los diez años cuando un acontecimiento puso fin a la inocencia del joven Steve. Existen dos versiones de la misma historia (ambas relatadas por el propio King), pero el hecho es el mismo: el lanzamiento del primer satélite espacial artificial, el Sputnik, por parte de la Unión Soviética el 4 de octubre de 1957. La primera vez que King se refirió a este asunto fue en una columna del periódico universitario durante sus años de facultad. En ella explicaba que se encontraba en una peluquería, esperando su turno, cuando oyó, atónito, la noticia. Más tarde, en Danza macabra, contó una versión más dramática: estaba en el cine Stratford viendo La Tierra contra los platillos volantes[3] cuando en mitad de la película se detuvo la proyección y el encargado de la sala anunció al público que los rusos habían puesto un satélite en órbita. Tras unos instantes de incrédulo silencio, una voz al borde de las lágrimas gritó: «¡Oh, vamos, pon la peli, mentiroso!». Fuera cual fuese la versión real, el impacto en Stephen King fue tremendo, pues comprendió entonces que el mundo era muy diferente a como lo mostraban las obras y películas que tanto le gustaban. Rusia había dado el primer paso en la conquista espacial, y con él la niñez de casi toda una generación tocó a su fin.

 
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