Tiempo de hormigas

Antonio Pérez Henares

Fragmento

Prólogo. La tiranía cursi

PRÓLOGO

La tiranía cursi

La libertad está en peligro. La libertad de algunos, claro. La de los «demás» es la que queda prohibida, pues los liberticidas la suya no solo la ejercen, sino que no le ponen límite alguno.

Para una hormiga una gota de agua es un diluvio. En estos tiempos menguados en que nos ha tocado vivir no había día que no fuera pregonado como histórico. Alguno hasta por dos veces. Bastaba con que una famosa televisiva anunciara que iba a contar, en diferido, claro, un coito o que un separatista catalán eructara. Salíamos a una media de unos cuatrocientos días históricos al año.

El único consuelo, con tanto día histórico y tanta hormiga trompetera con ínfulas, era que en apenas una semana todos los magnos acontecimientos que hicieron conmoverse al universo e infartaron los platós quedaron por completo olvidados.

Vino a resultar, para colmo, que el único día que en verdad lo fue, el que nos hizo un roto en la vida y detuvo acojonada a la humanidad entera, ese, precisamente ese, no lo contó como histórico nadie. Ni un prócer, ni un oráculo, ni hubo en toda la algarabía de tertulianos, donde yo por cierto figuraba, quien lo oliera.

Fue el del coronavirus.

Unos por conveniencia y otros porque ni se lo sospechaban, aquí nadie señaló lo que nos caía encima. Podría suponerse que habría algún escarmiento. En absoluto. A la catástrofe se respondió, es un decir, como pollos sin cabeza y la única lección que puede extraerse es que no se ha extraído ninguna. Es la primera lección que aprenderse puede de la historia de la humanidad: que jamás se aprende de las lecciones de la historia.

Sin pasarse el susto, pero mirando ya para otro lado, no hemos tardado ni un instante en seguir ahondando con fruición el hoyo del infantilismo más desatado en el que chapoteamos con estúpido alborozo: el dolor está mal visto, las lágrimas son de pésimo gusto, a no ser que sean de alegría, y no digamos ya la enfermedad, solo puede hablarse de ella como lucha y cuando ya se ha «ganado la batalla». Pero entonces ¿qué hacemos con la inevitable muerte? Pues ni mentarla. Es la señal definitiva de nuestro retorno a la infantilidad y olvido de la primera condición que nos hizo humanos: adquirir conciencia de que íbamos a morir.

Normal, pues, que se haya llegado a establecer que todo cuerpo de doctrina, una filosofía que desentrañe el porqué de la existencia, la teoría que explique el origen del universo, el compendio de una ideología y el ser o no ser del ser humano ha de caber, obligatoriamente, en 120 caracteres, ahora aumentados por generosa dádiva del gran ojo orwelliano a 240. O sea, en un tuit. Si no cabe, no vale.

Como gran aportación de estos tiempos hormigos hemos pasado a sustituir el argumento por la pedrada y el razonamiento por el escupitajo.

“Como gran aportación de estos tiempos hormigos hemos pasado a sustituir el argumento por la pedrada y el razonamiento por el escupitajo.”

Esa sí es una de las señas de identidad de nuestra época y una de las más perversas consecuencias de una de sus grandes novedades. La impactante revolución digital global, cuyo alcance es tan determinante para la humanidad como pudo ser el descubrimiento del fuego, ha convertido la comunicación, la información y la opinión en un gigantesco y mundial campo de apedreamiento a base de mentiras, medias o enteras y escupidores profesionales a tiempo completo o parcial. Cada vocablo es una piedra lista para atizar el cantazo y cada signo ortográfico un punto de mira para apuntar mejor a la sien del enemigo. Argumento, debate, intercambio de ideas, capacidad de escucha y reflexión son antiguallas de quien ya no vive en este mundo y si se le ocurre salir a sus calles lo menos que le puede pasar es que lo atropellen.

Así está resultando que, en el momento en que el fácil y masivo acceso a la información podría contribuir a la alfabetización mundial y a alumbrar un nivel de pensamiento y capacidad crítica cada vez más relevante, ocurre lo contrario: la desinformación, el dogmatismo, la mentira. Ahora, además, hay que llamarlo fake news, por lo visto. Hay que decirlo en inglés, pero en español es la mentira cochina de toda la vida, la consigna y la tiranía de pensamiento que pretende ser único y absoluto.

No pretendo que haya siquiera un solo lector —ni yo mismo cuando lo relea ya publicado— que esté de acuerdo en todo lo que va a leer en este libro. De hecho, cada afirmación no deja de estar acompañada de una duda y nada más lejos de mí que atribuirme razón y verdad en grado ni absoluto ni de mayoría siquiera. Pero estoy firmemente convencido de la necesidad y la obligación de hablar de ciertas cosas, que cada vez son más tabú, sin tapujo; ponerlas encima de la mesa, debatir y soportar lo que venga. Porque el problema que tenemos hoy es que ya ni nos atrevemos a decirlas y nos causa pavor defenderlas. Nos rendimos a la tiranía de lo que se supone que debemos pensar y callamos acobardados porque podemos ser —lo seremos sin duda, si se nos ocurre rechistar— condenados y excluidos.

Para ir entrando en materia quizá sea bueno comenzar por hablar de la LIBERTAD, piedra angular y cimiento imprescindible del sistema más avanzado o menos malo, dígase como se quiera, que los hombres hemos inventado. Es lo que llamamos democracia, sin adjetivos, porque en cuanto se le aplican «orgánica», «popular», «socialista», «democrática», «real», etc., es que ha dejado de serlo.

NO HAY DICTADOR NI DICTADURA QUE NO SE PROCLAME DEMÓCRATA

La LIBERTAD, y vuelvo a ponerla en mayúsculas, era algo que suponíamos, al menos el puñado de generaciones que la reconquistaron tras la Dictadura franquista. Iba a ser algo que nadie ya nunca, al menos en nuestra vida, pondría en duda y aún menos en peligro. Pero, aunque parezca una exageración, resulta que no es así. Lejos de avanzar y hacerse fuerte e indestructible, lo que asoma de manera cada vez más invasora son esas torticeras adjetivaciones con las que se nos quiere engañar y robar, camufladas en eso que llaman fake news, o sea, mentira podrida y tramposa, y que intentan ocultar las amenazas crecientes y feroces de siempre, camufladas y travestidas, contra la LIBERTAD.

Esa libertad, alcanzada no hace tanto tiempo, está en entredicho, vigilada, sometida a control obsesivo, bajo el escrutinio del ojo totalitario, aunque ahora en vez de vestirse de uniforme, cruces latinas, esvásticas o estrellas de cinco puntas se disfrace de arlequín y se tiña de lila.

“Esa libertad, alcanzada no hace tanto tiempo, está en entredicho, vigilada, sometida a control obsesivo, bajo el escrutinio del ojo totalitario, aunque ahora en vez de vestirse de uniforme, cruces latinas, esvásticas o estrellas de cinco puntas se disfrace de arlequín y se tiña de lila.”

Vivimos en el umbral —y es pecar de optimismo, porque bien puede qu

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