La ardilla de Braque

José Francisco Yvars

Fragmento

Sencillamente, maneras de hacer arte*

Ver es una operación compleja: más intelectual que sensorial.

JOAN FUSTER

I

Casi como un eco de la áspera denuncia de Gauguin —lo que no es plagio es provocación—, las normativas convencionales del arte moderno se obstinan en llevar al extremo, en sacar punta afilada a un argumento sugerente, dicho de otro modo, la contraposición entre clasicismo y modernidad. Con el pretexto, además, de la eclosión imaginativa y contagiosa en la médula de la tradición del arte europeo al romper el siglo XX y consumado a lo largo de su primera década. La época de las vanguardias. No pienso, desde

* Presentación de la muestra Afinidades selectivas, Galería Manuel Barbié, Barcelona, 2011.

20

luego, que las cosas del arte resulten siempre fáciles de explicar. Más todavía en nuestro tiempo en el que la sensibilidad se afirma por canales o por vías artísticas no siempre ortodoxas, que en mayor o menor medida alteran o desajustan los géneros y modelos discursivos tradicionales. La selección que presentamos reúne algunas obras de arte que articulan un despliegue original de medios plásticos a su alcance para despertar una diferenciada experiencia estética en nosotros. Nos permiten, así, participar de una ardua, aunque incruenta, querella formal. Tal vez la dimensión real del arte se defina en una frontera de confines siempre arriesgados, puesto que el signo historiográfico se fundamenta en la comparación entre las obras afines y el análisis discriminado de las disonancias formales más agudas, por una clara diferenciación introducida a tenor de ciertas construcciones plásticas que deben más al arbitrario desarrollo de las formas autónomas que al requerimiento de determinadas normas de concreción figurativa. El caso de Picasso es diáfano, pero tampoco es casual el distanciamiento de la ortodoxia cubista ejemplarizado por Fernand Léger o la declarada heterodoxia de Juan Gris, pongo por caso, en contrapunto con Albert Gleizes o Jean Metzinger, empecinados en la disección de una quimérica estética cubista, para recurrir a modelos activos en la muestra que nos ocupa. Un juego de afinidades sensibles, en consecuencia, espumadas del repertorio sin fronteras acumulado por la tradición de las formas. Que la idea normativa del arte —siempre contra la forma— oscila hacia la reproducción de las apariencias sensibles o enfila el sendero imprevisible de la abstracción son variables, quiérase o no, de un realismo intencional que en último análisis hunde sus raíces en la naturaleza o en la atormentada psique del artista. Se trata, de este modo, de motivos que siempre desconciertan a la mirada contemporánea. El enigma insoluble de la obra de arte. Al igual que sucede con la idea de afinidad invocada en el título de la muestra, que recupera la identidad científica del concepto asumido por Goethe en el célebre relato iniciático: su condición de elemento químico compatible en la síntesis orgánica que el pensador alemán matiza a tenor de una escala de deseos humanos encontrados. Las afinidades electivas, selectivas cuanto menos en castellano, vendrían a afirmar la comprensión o «buena química» que preside las relaciones de la atormentada pareja protagonista.

La representación del diálogo visual que sigue, de dicción polifónica y entonación coral, rinde homenaje a la incisividad artística de Walter Benjamin, todavía hoy una personalidad prismática por descubrir, debido al alcance y la profundidad de sus exigencias intelectuales, quizá desdibujadas en un tiempo que ya no es el nuestro a pesar de la punzante actualidad de sus argumentos siempre paradójicos y desconcertantes. Un pensador lúcido al que jamás satisfacen dos facetas o aspectos alternativos a la hora de plantear una cuestión candente —como le sucedía al mí

22

tico rostro de Jano—, sino los múltipies y bien tallados puntos de vista teóricos a menudo contradictorios o cuando menos contrapuestos. Walter Benjamin nos ha legado la multitud de perfiles huidizos que escapan de sus apresuradas notas, entre los que destaca la figura del crítico de arte, protagonista de un largo fragmento de fuerte valor iniciático —pragmático me parecería una pretensión fuera de lugar— que tal vez convenga retomar en esta ocasión y en el espacio todavía paradójicamente carismático de la sala de arte. El hermético pensador berlinés propone diferenciar nítidamente en la recepción de la obra de arte su valor —diríamos— explícito, objetivo, su realidad sensible como afortunada síntesis o «compuesto» formal, el valor histórico y actual que revela su estructura orgánica y viva, del valor sobretemporal al que aspira toda obra de arte en calidad de propuesta trascendente y reveladora, de intenciones e intereses orientados al intercambio simbólico y la comunicación humana. El valor de verdad en la tensa expresión de Benjamin. Entre los trabajos de juventud del filósofo berlinés, destaca un denso ensayo de contenido moral en mayor medida que estético a propósito de la novela del desencanto de Goethe, Afinidades electivas —siempre una afinidad selectiva para Walter Benjamin a tenor de sus referencias calladas y las oblicuas interferencias emotivas que coartan a los personajes de ficción—. Junto a esta obra se alinea un iluso proyecto académico de fortuna crítica desigual pero de cortante magnetismo desde el punto de vista estético —El concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán temprano—,1 en el que Benjamin traza una provocadora indagación en las condiciones de la crítica de arte en el primer romanticismo, cuando todavía estaba en agraz y era un fenómeno cultural alemán, en el estadio previo a la expansión contagiosa que lo convirtió en el último movimiento artístico europeo de magnitud universal. Walter Benjamin elaboró un trabajo complejo y difícil en forma y alcance que, sin embargo, nos ayuda a comprender, diluida ya nuestra simplista postmodernidad, la furtiva realidad del arte como espejo tal vez empañado de la versátil sensibilidad contemporánea.

En el caso de la muestra que nos ocupa, las brillantes imágenes benjaminianas iluminan el repaso intencionado de ciertas afinidades selectivas, por supuesto no siempre evidentes, como corresponde a la obra de arte, que vienen a expresar o a visualizar con claridad, que para el asunto es lo mismo, una secuencia bien definida de obras plásticas que, en opinión de los responsables del despliegue expositivo, denotan una aparente complicidad estética con la mirada del espectador de hoy. A mi entender, insisto, se trata de dejar en claro, a través de un lenguaje artístico de beligerante impronta vanguardista y alternativa, las

1. Walter Benjamin, El concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán, traducción y presentación de J. F. Yvars y N. Jarque, Barcelona, 1987. También J. F. Yvars, «Tentativas sobre Benjamin», en Modos de persuasión, Barcelona, 1987.

24

convicciones estéticas compartidas por artistas muy diversos en cuanto a representación y opciones formales, pero aunados por otra afinidad, diáfana ésta, que los enfrenta a la deslumbrante eclosión figurativa que marcó el inicio del siglo XX y ha determinado en una dimensión tangible el desarrollo, la evolución del arte moderno y su ruptura con la tradición occidental del arte. La constatación, desde dentro, diríamos de nuevo, desde la actividad plástica misma, de la tendencia inmanente y autónoma de la estructura visual y sensible, formal, en suma, para hablar abiertamente, de la obra de arte contemporánea. Tras un periodo condicionado ideológicamente que entendió la obra de arte en clave referencial, como archivo cultural o test

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos