Cielo bajo

Federico García Lorca

Fragmento

cap

INTRODUCCIÓN

J’entrevis enfin que ce dualisme discordant pourrait peut-être bien se résoudre

en une harmonie. Tout aussitôt il m’apparut que cette harmonie devait être mon

but souverain, et de chercher à l’obtenir la sensible raison de ma vie.

ANDRÉ GIDE, «Si le grain ne meurt»

En 1972, Isabel García Lorca me dispensó la generosa comunicación de centenares de manuscritos juveniles inéditos de su hermano Federico. Como primerizos que eran, hay que suponer que su autor no los consideró aún aptos para la publicación. Francisco García Lorca, su más íntimo y eficaz colaborador en la selección para la imprenta de la obra poética inicial, Libro de poemas, ha considerado que todo ese material no sobrepasaba la condición de «simples “ejercicios” literarios». No deja, sin embargo, de manifestar su extrañeza al constatar una flagrante inconsecuencia en el carácter del poeta: «Es curioso que Federico, tan descuidado con sus originales, que fácilmente regalaba, haya dejado tras él parte de estos primeros balbuceos». Y concluye: «a mí me choca que no lo destruyera totalmente».[1]

Y si no lo destruyó fue, como diría Perogrullo, porque le interesaba guardarlo. Descartada la forma por torpe, quedaba el fondo. Cabe pensar que, si bien estaba insatisfecho de una deficiente técnica literaria, esos escritos no dejaban de transcribir un enunciado al que pensaba atenerse férreamente. Por otra parte, se había impuesto con el ejercicio literario una afirmación personal en extremo contundente y de muy graves consecuencias sociales. No le era posible manifestarse al desnudo, sin la debida protección críptica. Para ello necesitaba esperar a conseguir parapetarse tras la imprescindible habilidad estilística, aún por lograr.

Con su entrega al oficio de escritor había abrazado una perspectiva mesiánica contra la radical frustración humana. Semejante propósito, sin concesiones y a contracorriente, no podía por menos de exponerle a la crucifixión social.

FEDERICO-JESÚS GARCÍA LORCA

De este maremágnum de escritos juveniles en prosa y verso sobresale, dentro del género dramático, una pieza titulada Cristo que figura, inconclusa, en dos manuscritos diferentes: Cristo (Poema dramático), en verso, y Cristo (Tragedia religiosa), en prosa. El primero desarrolla un corto diálogo entre María y José en su hogar de Nazaret. José se muestra abrumado por la vejez y preocupado por la inestabilidad económica en que sume a su familia la imposibilidad de seguir trabajando:

Mi dolor es profundo como el mar.

Te dejo abandonada

sin óleo y sin harina

y aún te queda gran trecho de sendero que andar.

El manuscrito se interrumpe bruscamente en este punto del diálogo:

JOSÉ. Mujer,

¿tú me has amado siempre?

MARÍA. Has sido mi cayado.

Queda la pregunta sin respuesta y la obra en suspenso. El poeta ha renunciado a tratar un tema por demás peliagudo: los celos de san José. Este es el relato de Mateo en el primer capítulo de su Evangelio:

María estaba comprometida con José. Pero antes de que empezaran a vivir juntos, ella se encontró embarazada por el poder del Espíritu Santo. Su esposo José, como era justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Ya lo tenía decidido, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no tengas miedo en tomar contigo a María, tu esposa, porque lo que ella ha concebido viene del Espíritu Santo». Despertó José del sueño e hizo como el ángel del Señor le había mandado y tomó consigo a su esposa. (Mateo I, 18-20)

Este pasaje de la Sagrada Escritura ha dejado profunda huella tanto en el arte como en la literatura. Un ejemplo en el terreno de la escultura: no hay turista que pase por alto en la catedral francesa de Autun el capitel que refleja a un esposo de la Virgen sumido en la perplejidad.

En el terreno literario, Gómez Manrique, iniciador de la dramaturgia castellana, ya abordó las dudas de san José sobre la honra de su esposa en Representación del nacimiento de Nuestro Señor (1476).

En 1588, el tribunal del Santo Oficio prohibió el Auto de la confusión de san José de Juan de Quirós. No puede descartarse que Lorca hubiera leído estas obras. Y menos aún que ignorara Los celos de san José de Antonio Mira de Amescua. Es un clásico del teatro religioso del siglo XVII que difícilmente pudo desatender. En esta obra María y José están ya casados pero han hecho voto de castidad, y José constata una evidencia insoportable:

Mi Esposa, mas no lo creo

está preñada, ¿qué digo?,

¿preñada? Sí, aquesto es cierto, que lo que afirman los ojos

no ha de negarlo el afecto.

La innegable realidad le resulta obviamente inadmisible:

¡Mienten, mienten los ojos

que lo vieron

que María es más pura que los cielos!

Hasta que la aparición del ángel le devuelve la paz interior.

El impacto del tema ha sido tal que incluso ha irrumpido en el terreno popular de los villancicos. Con el título preciso de Los celos de san José se ha recogido en la provincia de Toledo un villancico que rezuma una sabrosa ingenuidad, como corresponde al género. María responde al ángel Gabriel:

Varón no conozco

para que conciba

si José se entera

puede que me riña.

José reacciona en buena lógica:

¿Qué es esto que veo

mi esposa preñada?

O mienten mis ojos

o pierdo mi fama.

El sentido del honor se impone sobre la protesta de María:

El irme y dejarte

será lo mejor

y qué sabe nadie

en yéndome yo.

Y no era un propósito en el aire:

Hizo con su ropita

un lío

para irse

y se durmió.

Como era de esperar, tras la revelación del ángel,

Se levanta el santo

y humilde se postra

y perdón le pide

a su amada esposa.

No era para menos el dilatado brote en el terreno artístico y literario de cuestión tan peliaguda, ofrecida en bandeja por los Santos Evangelios. San José encuentra embarazada a quien, según el evangelista, todavía era su novia. Todas las versiones, cultas y populares, se ajustan a la ortodoxia canónica. ¿Quién va a osar habérselas con el tribunal de la Santa Inquisición? Pero Lorca considera humanamente comprensible que José se resistiera a creer en la obra del Espíritu Santo e incurre en flagrante heterodoxia: el arcángel san Gabriel no ha convencido del todo al sufrido esposo de María.

El Vaticano instituyó el 19 de marzo como festividad de San José obrero. Sin duda, nuestro incipiente escritor tenía la intención de sumarse, en mayor o menor grado, a esa vox populi que ha ampliado el patrocinio eclesiástico declarando por su parte santo patrón de los cornudos al atormentado esposo de la Virgen.

Pero no pudo o no quiso Lorca desarrollar un tema que tal vez fuera a estructurar la obra. O, en todo caso, a apuntalarla. De modo que no

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