Mientras escribía Dune...
... no había espacio en mi mente para preocuparme sobre el éxito o el fracaso del libro. Lo único que me preocupaba era escribirlo. Seis años de investigaciones habían precedido al día en que me senté a hilvanar la historia, y el interconectar las distintas escenas que había imaginado requería un grado de concentración que nunca antes había experimentado.
Iba a ser una historia que explorara el mito del mesías.
Iba a crear otro enfoque sobre un planeta ocupado por el hombre y al que este consideraba como poco más que una máquina energética.
Iba a profundizar en los afanes interconectados de la política y de la economía.
Iba a ser un análisis de la predicción absoluta y de sus trampas.
Iba a haber una droga de la conciencia, y quería comunicar lo que podía ocurrir por culpa de la adicción a una sustancia así.
El agua potable iba a ser una analogía del petróleo y de la propia agua, una sustancia cuyas reservas disminuyen cada día.
Iba a ser una novela ecológica y, por lo tanto, con reminiscencias a nuestra realidad, así como una historia sobre la gente y sus preocupaciones humanas con valores humanos. Tenía que controlar cada uno de esos temas en cada parte del libro.
No había lugar en mi cabeza para pensar en mucho más.
Después de la primera edición, los editores me indicaron que las ventas no iban demasiado bien, algo que terminaría por cambiar. Los críticos habían sido muy duros. Más de doce editoriales la rechazaron. Tampoco le habían hecho publicidad alguna al libro, pero sabía que algo estaba ocurriendo ahí afuera.
Durante dos años, me llegaron aluviones de quejas de lectores y de libreros que no podían conseguir el libro. El Catálogo Universal lo alababa. No dejaba de recibir llamadas telefónicas de gente que me preguntaba si mi intención era crear una secta.
Siempre respondía con un: «¡Dios, no!».
Esto que describo no es más que la manera lenta en la que me fui dando cuenta del éxito que había tenido. Cuando terminé de escribir el tercer libro de Dune, ya quedaban pocas dudas de que se trataba de una obra popular... una de las más populares de la historia. Se me dijo que había vendido unos diez millones de ejemplares en todo el mundo. La pregunta más habitual que me hace la gente ahora es: «¿Qué significa este éxito para usted?».
Me sorprende. No lo esperaba. Tampoco esperaba el fracaso. Era un trabajo, y lo hice. Había partes de El mesías de Dune e Hijos de Dune que ya estaban escritas antes de haber terminado Dune. Adquirieron una mayor consistencia en su versión definitiva, pero la historia esencial permaneció intacta. Yo era un escritor, y escribía. El éxito significaba que podía pasar más tiempo escribiendo.
Ahora que lo veo en retrospectiva, me doy cuenta de que hice lo correcto por instinto. Uno no escribe para tener éxito. Eso te arrebata parte de la atención que podrías usar para escribir más. Cuando escribes de verdad, solo te centras en una cosa: escribir.
Hay un acuerdo tácito entre el lector y tú. Si alguien entra en una librería y se gasta en tu libro un dinero (energía) que ha ganado con su esfuerzo, le debes a esa persona cierto entretenimiento, tanto como puedas proporcionarle.
Esa ha sido siempre mi intención a lo largo de toda la vida.

Dune es el planeta Arrakis, un mundo árido de grandes desiertos donde la vida sobrevive a costa de terribles sacrificios. Los seminómadas Fremen de Dune basan todas sus costumbres en la escasez del agua, y afrontan el desierto utilizando destiltrajes que recuperan toda la humedad. Los gigantescos gusanos de arena y las salvajes tormentas son una amenaza constante para ellos. La única fuente de riqueza de Dune es la melange, una droga adictiva producida por los gusanos. Esta «especia» favorece la longevidad y proporciona cierta capacidad de prever el futuro.
Paul Atreides era el hijo del soberano de Dune. Cuando su padre murió asesinado en una guerra con sus rivales, los nobles Harkonnen, Paul huyó al desierto con su madre encinta, la dama Jessica. Ella era una iniciada adiestrada por la Bene Gesserit: una orden femenina dedicada a las artes mentales y al control de las líneas genéticas. Según ella, Paul estaba en la línea que debía producir el Kwisatz Haderach, el mesías del futuro.
Duncan Idaho murió para salvarles. Paul luchó por ser aceptado entre los Fremen, y aprendió a controlar y montar a los gusanos de arena. En uno de sus rituales, tomó una gran dosis de drogas que produjo un cambio permanente en él, lo que le proporcionó una intensa visión del futuro... o futuros. Su madre también la tomó e intentó controlarla con métodos Bene Gesserit. Debido a ello, la hermana de Paul, Alia, recibió todo el conocimiento que poseía su madre mientras se hallaba en su seno, y nació con cognición completa.
Entretanto, Paul se convirtió en el líder aceptado de los Fremen. Se unió con una chica Fremen, Chani, y adoptó muchas de sus costumbres. Pero su mente Atreides estaba entrenada en disciplinas desconocidas para los Fremen, y les ofreció una organización y una misión que nunca antes habían conocido. Planeó también cambiar el clima de Dune con el fin de convertirlo en un vergel saturado de agua.
Antes de que sus planes pudieran desarrollarse por completo, los Harkonnen se apoderaron de Dune y de su capital, Arrakeen. Pese a los supuestamente invencibles soldados Sardaukar, las fuerzas Fremen de Paul vencieron al enemigo en una gran batalla.
En el tratado impuesto por Paul, este adquirió una base de poder que le permitiría edificar un imperio estelar. Tomó también a la heredera imperial, la princesa Irulan, como consorte, aunque se negó a consumar el matrimonio y permaneció fiel a Chani.
Durante los siguientes doce años creó su imperio. Pero ahora todos los antiguos grupos de influencia comienzan a unirse para conspirar contra él y contra la leyenda de Muad’Dib, como lo llaman.
P: ¿Qué es lo que te llevó a dar tu visión particular de la historia de Muad’Dib?
R: ¿Por qué debo responder a tus preguntas?
P: Porque preservaré tus palabras.
R: ¡Ahhh! ¡El reclamo definitivo para un historiador!
P: ¿Cooperarás, entonces?
R: ¿Por qué no? Pero nunca comprenderás lo que inspiró mi Análisis de la historia. Nunca. Los sacerdotes os jugáis mucho como para...
P: Ponme a prueba.
R: ¿Ponerte a prueba? Venga, sí... ¿por qué no? Quedé prendado por la poca profundidad con la que se analiza este planeta, una que surge de su nombre popular: Dune. Fíjate que no lo he llamado Arrakis, sino Dune. La historia está obsesionada con Dune como desierto y lugar de nacimiento de los Fremen. Dicha historia se centra en las costumbres que surgieron de la escasez del agua y del hecho de que los Fremen llevaban vidas seminómadas en destiltrajes que recuperaban la mayor parte de la humedad de sus cuerpos.
P: ¿Acaso no es cierto todo eso?
R: Son verdades superficiales. Ignorar lo que subyace bajo esa superficie es como... como intentar comprender Ix, mi planeta natal, sin analizar que nuestro nombre deriva de ser el noveno planeta de nuestro sol. No... no. Considerar Dune solo como un lugar de salvajes tormentas no es suficiente. Tampoco lo es hablar de la amenaza que suponen los gigantescos gusanos de arena.
P: Pero ¡tales cosas son cruciales para el carácter arrakeno!
R: ¿Cruciales? Sin duda. Pero crean una visión unilateral del planeta. Es lo mismo que describirlo como un planeta de un solo cultivo porque es la fuente única y exclusiva de la especia, la melange.
P: Sí. Habla un poco más a fondo de la sagrada especia.
R: ¡Sagrada! Como ocurre con todas las cosas sagradas, da con una mano y quita con la otra. Prolonga la vida y permite al adepto prever su futuro, pero lo ata a una adicción cruel y marca sus ojos como están marcados los tuyos: del todo azules, sin el menor atisbo de blanco. Tus ojos, tus órganos de la vista, se convierten en algo sin contraste, en esa visión unilateral.
P: ¡Esa herejía es lo que te ha traído a esta celda!
R: Fueron tus sacerdotes los que me trajeron a esta celda. Como todos los sacerdotes, aprendiste muy pronto a llamar herejía a la verdad.
P: Estás aquí porque te atreviste a decir que Paul Atreides había perdido una parte esencial de su humanidad para así convertirse en Muad’Dib.
R: Además de perder también a su padre en la guerra Harkonnen que tuvo lugar aquí. Y también hay que tener en cuenta la muerte de Duncan Idaho, que se sacrificó para que Paul y la dama Jessica escapasen.
P: He tomado buena nota de tu cinismo.
R: ¡Cinismo! Sin duda se trata de un crimen mayor que la herejía. Pero en realidad no soy un cínico, ¿sabes? No soy más que un observador y un cronista. Vi que Paul poseía verdadera nobleza cuando huyó al desierto con su madre embarazada. Y ciertamente ella fue una gran ventaja al tiempo que una carga.
P: Lo malo de los historiadores es que nunca os limitáis a dejar bien a nadie. Ves auténtica nobleza en el sagrado Muad’Dib, pero siempre añades una nota cínica a pie de página. No me extraña que la Bene Gesserit también te condenara.
R: Los sacerdotes hacéis bien formando alianzas con la Sororidad Bene Gesserit. Ellas también sobreviven a base de ocultar sus actos. Pero lo que no pueden esconder es que la dama Jessica era una adepta Bene Gesserit adiestrada. Sabes que adiestró a su hijo a la manera de la Sororidad. Mi crimen fue verlo como una rareza, explicarlo atendiendo a sus artes mentales y su programa genético. No queréis que salte a la vista que Muad’Dib era el esperado mesías cautivo de la Sororidad, que era su Kwisatz Haderach antes que vuestro profeta.
P: Acabas de disipar toda duda que pudiese tener sobre tu sentencia de muerte.
R: Solo puedo morir una vez.
P: Hay muertes y muertes.
R: Cuidad de no hacer de mí un mártir. No creo que Muad’Dib... Dime, ¿sabe Muad’Dib lo que haces en estas mazmorras?
P: No importunamos a la sagrada familia con trivialidades.
R: (Risas.) ¡Y esto es para lo que Paul Atreides luchó por hacerse un hueco entre los Fremen! ¡Para esto aprendió a controlar y montar el gusano de arena! Ha sido un error responder a tus preguntas.
P: Yo seguiré manteniendo mi promesa de preservar tus palabras.
R: ¿Seguro que lo harás? Pues escúchame con atención, Fremen degenerado, ¡sacerdote sin más dios que tú mismo! Tienes mucho por lo que responder. Lo que proporcionó a Paul su primera dosis masiva de melange fue un ritual Fremen, fue eso lo que abrió su conciencia a las visiones de sus futuros. También fue un ritual Fremen lo que, gracias a esa misma melange, despertó a la nonata Alia en el seno de la dama Jessica. ¿Has tomado en consideración lo que significó para Alia nacer a este universo con una cognición del todo desarrollada, con todos los recuerdos y el conocimiento de su madre? Ninguna violación podría ser más terrible.
P: Sin la sagrada melange Muad’Dib no se habría convertido en el líder de todos los Fremen. Sin esa experiencia sagrada, Alia no sería Alia.
R: Sin tu ciega crueldad Fremen, tú no serías un sacerdote. Ahhh, conozco a los Fremen. Pensáis que Muad’Dib es vuestro porque se unió a Chani, porque adoptó vuestras costumbres. Pero antes fue un Atreides y lo adiestró una adepta Bene Gesserit. Poseía disciplinas completamente desconocidas para vosotros. Pensasteis que traería consigo una nueva organización y una nueva misión. Prometió transformar vuestro planeta desierto en un paraíso rico en agua. ¡Y mientras os cegaba con tales visiones, os arrebató vuestra virginidad!
P: Esa herejía no cambia el hecho de que la transformación ecológica de Dune avanza a buen ritmo.
R: Y yo cometí la herejía de rastrear el origen de dicha transformación, de analizar las consecuencias. La batalla que tuvo lugar en la llanura de Arrakeen mostró al universo que los Fremen podían derrotar a los Sardaukar imperiales, pero ¿qué más probó? Cuando el imperio estelar de la familia Corrino se convirtió en un imperio Fremen bajo Muad’Dib, ¿en qué se transformó el Imperio? Vuestra Yihad solo tardó doce años, pero menuda lección nos enseñó. ¡Ahora, el Imperio comprende la impostura del matrimonio de Muad’Dib con la princesa Irulan!
P: ¿Te atreves a acusar a Muad’Dib de impostura?
R: Aunque me mates por ello, esto no es herejía. La princesa se convirtió en su consorte, no en su compañera. Chani, la pequeña chica Fremen..., ella es su compañera. Todo el mundo lo sabe. Irulan solo era la forma de llegar al trono.
P: ¡Ahora entiendo por qué los que conspiran contra Muad’Dib usan tu Análisis de la historia como argumento principal!
R: Sé que no te persuadiré, pero la conspiración surgió antes de mi Análisis. Los doce años de la Yihad de Muad’Dib fueron los que crearon ese argumento. Eso fue lo que unió los antiguos grupos de poder y avivó la conspiración contra él.
Los mitos que rodean a Paul Muad’Dib, el emperador mentat, y a su hermana Alia son tan cuantiosos que es difícil ver a las personas reales que hay tras esos velos. Pero al fin y al cabo no fueron más que un hombre nacido con el nombre de Paul Atreides y una mujer nacida con el nombre de Alia. Su carne fue presa del espacio y del tiempo. Y pese a que sus poderes de oráculo los situaron más allá de los límites habituales de dichos espacio y tiempo, siguieron siendo de ascendencia humana. Experimentaron acontecimientos reales que dejaron huellas reales en un universo real. Para comprenderlos, hay que entender que su catástrofe fue la catástrofe de toda la humanidad. Es por ello que esta obra está dedicada no a Muad’Dib o a su hermana, sino a sus herederos... a todos nosotros.
Dedicatoria de la Concordancia de
Muad’Dib tal como se copió de la Tabla
Memorium del Culto al Espíritu Madhi
El reino imperial de Muad’Dib dio lugar a más historiadores que cualquier otra era de la historia de la humanidad. Muchos defendieron un punto de vista particular, celoso y sectario, pero su misma existencia revela el peculiar impacto que produjo este hombre, que despertó tantas pasiones en tantos y tan diversos mundos.
Resulta obvio que llevaba en su interior los ingredientes de la historia, tanto los ideales como los idealizados. Ese hombre, nacido Paul Atreides en una antigua Gran Familia, recibió el entrenamiento profundo prana-bindu gracias a la dama Jessica, su madre Bene Gesserit, y adquirió así un control soberbio de sus músculos y nervios. Pero además era un mentat, un intelecto cuyas capacidades superaban las de los ordenadores mecánicos que usaban los antiguos y que están prohibidos por la religión.
Y por si eso fuera poco, Muad’Dib era el Kwisatz Haderach que la Sororidad buscaba desde hacía cientos de generaciones mediante su programa de selección genética.
El Kwisatz Haderach es el hombre que podía estar «en muchos lugares al mismo tiempo», un profeta, el hombre con el que la Bene Gesserit aspiraba a controlar el destino de la humanidad... Ese hombre se convirtió en el emperador Muad’Dib y llevó a cabo un matrimonio de conveniencia con la hija del emperador Padishah, al que acababa de vencer.
La paradoja y el fracaso implícito de ese momento no puede pasar desapercibida a vuestros ojos, que seguro habéis leído otras historias y conocéis los hechos superficiales. Por supuesto que los salvajes Fremen de Muad’Dib aplastaron al emperador Padishah Shaddam IV. Acabaron con las legiones Sardaukar, con las fuerzas aliadas de las Grandes Casas, con los ejércitos Harkonnen y con los mercenarios comprados con el dinero recaudado en el Landsraad. Hizo postrarse de rodillas a la Cofradía Espacial y colocó a su hermana Alia en el trono religioso que la Bene Gesserit había creído a su alcance.
Hizo todo eso y más.
Los misioneros Qizarate de Muad’Dib llevaron su guerra religiosa por el espacio en una Yihad cuyo mayor ímpetu duró solo doce años estándar, pero en este tiempo el colonialismo religioso reunió a una parte del universo humano bajo un solo guía.
Lo hizo porque poseer Arrakis, ese planeta más conocido como Dune, le aseguró el monopolio sobre la moneda última de todo el reino: la especia geriátrica, la melange, el veneno que da la vida.
Ese era otro de los ingredientes ideales de la historia: una materia prima cuya química psíquica era capaz de desmadejar el tiempo. Sin la melange, las Reverendas Madres de la Sororidad no podrían llevar a cabo sus proezas de observación y control humano. Sin la especia, los navegantes de la Cofradía no podrían cruzar el espacio. Sin el veneno que da la vida, miles y miles de millones de ciudadanos del Imperio morirían por el síndrome de abstinencia.
Sin la melange, Paul Muad’Dib no podría profetizar.
Sabemos que ese instante de poder supremo también cargaba en su interior con el germen del fracaso. Algo así solo tiene una respuesta: que una predicción tan exacta y completa como esa siempre es mortal.
Hay otras historias que aseguran que Muad’Dib fracasó a causa de los conspiradores más obvios: la Cofradía, la Sororidad y los amoralistas científicos de la Bene Tleilax y los subterfugios de sus bailacaras. Otras señalan a ciertos espías en la residencia de Muad’Dib. Otras afirman que fue el tarot de Dune lo que nubló los poderes proféticos de Muad’Dib. También se dice que Muad’Dib tuvo que aceptar los servicios de un ghola, un ser de carne llamado de entre los muertos y entrenado para destruirlo. Pero es sabido que dicho ghola era Duncan Idaho, el teniente Atreides que pereció para salvar la vida al joven Paul.
Pero todas señalan la cábala Qizarate dirigida por Korba el Panegirista. Todas nos muestran paso a paso cuál era el plan de Korba para convertir en mártir a Muad’Dib y culpar de ello a Chani, la concubina Fremen.
Pero ¿puede esto explicar los hechos tal como los ha revelado la historia? No. Solo a través de la naturaleza letal de la profecía llegamos a comprender el fracaso de un poder tan enorme y tan previsor.
Espero que otros historiadores aprendan algo de esta revelación.
BRONSO DE IX, Análisis de la historia: Muad’Dib
No existe separación alguna entre dioses y hombres; los unos se mezclan de manera sutil y fortuita con los otros.
Los proverbios de Muad’Dib
Los pensamientos de Scytale, el bailacaras tleilaxu, siempre volvían a inclinarse hacia los remordimientos y la compasión pese a la naturaleza mortífera de la conjura que esperaba llevar a cabo.
«Lamentaré provocar la muerte y la desgracia de Muad’Dib», se dijo a sí mismo.
Mantuvo dicha benevolencia oculta a ojos de sus compañeros conspiradores. Esos sentimientos eran la prueba de que para él era más fácil identificarse con la víctima que con los atacantes, algo característico de los tleilaxu.
Scytale se mantuvo en perplejo silencio, algo apartado de los demás. Llevaban un buen rato discutiendo sobre el uso de un veneno psíquico, una discusión enérgica y vehemente pero educada, compulsiva e irreflexiva, propia de los adeptos de las Grandes Escuelas cuando se trataban temas cercanos a su dogma.
—¡Cuando creáis que lo tenéis ensartado, os daréis cuenta de que ni siquiera lo habréis herido en realidad!
Era la anciana Reverenda Madre de la Bene Gesserit, Gaius Helen Mohiam, su anfitriona en Wallach IX. Era una silueta delgada envuelta en ropajes negros, una bruja arrugada sentada en una silla flotante a la izquierda de Scytale. Había echado hacia atrás la capucha de su túnica para dejar al descubierto un rostro apergaminado bajo unos cabellos plateados. Dos ojos muy hundidos resaltaban entre sus facciones cadavéricas.
Usaban el idioma mirabhasa, un conjunto de consonantes palatales y vocales entremezcladas. Era una buena herramienta para expresar las delicadas sutilezas emocionales. Edric, el navegante de la Cofradía, respondió a la Reverenda Madre con una reverencia vocal expresada con una mueca... una que tenía un maravilloso atisbo de desdeñosa educación.
Scytale miró al enviado de la Cofradía. Edric flotaba en un contenedor de gas anaranjado a unos metros de distancia. El contenedor ocupaba el centro de un domo transparente que la Bene Gesserit había hecho construir para esa reunión. El hombre de la Cofradía tenía una apariencia alargada, vagamente humanoide, con pies en forma de aletas y manos palmeadas en abanico... Parecía un pez en un mar extraño. Los conductos del tanque expulsaban una nube de pálido color anaranjado que expedía un intenso aroma a melange, la especia geriátrica.
—¡Si seguimos así, nuestra estupidez nos llevará a la tumba!
La que acababa de hablar era la cuarta integrante de la reunión, la más importante de la conspiración: la princesa Irulan, esposa («pero no compañera», recordó Scytale) de su adversario mutuo. Se encontraba de pie en una de las esquinas del tanque de Edric, una belleza alta y rubia, espléndida y ataviada con un vestido de piel de ballena azul y sombrero a juego. Unos sencillos pendientes de oro relucían en sus orejas. Brotaba de ella una altivez aristocrática, pero había algo en la absorta uniformidad de sus facciones que traicionaba el control de su entrenamiento Bene Gesserit.
Scytale apartó sus pensamientos de los matices del lenguaje para centrarlos en los de la ubicación. Unas colinas moteadas de nieve se desplegaban alrededor del domo, y en ellas se reflejaba jaspeada la cerúlea humedad del pequeño sol blancoazulado que se hallaba ahora en su cénit.
«¿Por qué este lugar precisamente?», se preguntó Scytale. La Bene Gesserit nunca dejaba nada a la providencia. El domo era un buen ejemplo de ello: un espacio más convencional y confinado habría causado al hombre de la Cofradía unos nervios propios de la claustrofobia. Las inhibiciones en su psique eran las de un ser que había nacido y vivido fuera de cualquier planeta, en el espacio exterior.
Sin embargo, crear ese lugar específicamente para Edric... era como señalar su debilidad principal con un dedo acusador.
«¿Y yo? —se preguntó Scytale—. ¿Cómo están dejando en evidencia mi debilidad principal?»
—¿No quieres comentar nada, Scytale? —preguntó la Reverenda Madre.
—¿Pretendéis arrastrarme a esta estúpida discusión? —dijo Scytale—. Muy bien. Nos enfrentamos a un mesías en potencia. No se puede lanzar un ataque frontal contra alguien así. Convertirlo en un mártir nos hundiría.
Todos le miraron.
—¿Creéis que ese es el único peligro? —preguntó la Reverenda Madre con voz sibilante.
Scytale se encogió de hombros. Había elegido un rostro rechoncho y anodino para esa reunión, de rasgos bonachones con labios grandes e insulsos, así como un cuerpo similar a un bollo hinchado. Ahora que analizaba al resto de conspiradores, se dio cuenta de que había tomado una decisión ideal... debido quizá a su instinto. Era el único del grupo capaz de manipular su apariencia física a través de todo el espectro de formas y rasgos corporales. Era un camaleón humano, un bailacaras, y la apariencia que había elegido inclinaba a los demás a juzgarlo a la ligera.
—¿Y bien? —insistió la Reverenda Madre.
—Disfrutaba del silencio —dijo Scytale—. Nuestras hostilidades son aún mejores cuando no se pronuncian.
La Reverenda Madre se reclinó un poco, y Scytale vio que volvía a examinarlo. Todos habían llevado a cabo un profundo entrenamiento prana-bindu, capaz de permitir un control de músculos y nervios que muy pocos seres humanos lograban alcanzar. Pero Scytale, un bailacaras, poseía conexiones musculares y nerviosas que el resto no tenía, así como una especial cualidad llamada «enlace empático» que le permitía adoptar la psique de cualquier otro además de su apariencia.
Scytale aguardó el tiempo necesario para que la anciana volviera a examinarlo y luego dijo:
—¡Veneno! —pronunció la palabra con la falta de entonación necesaria para señalar que solo él conocía aún su secreto significado.
El hombre de la Cofradía se agitó, y su voz resonó por el altavoz esférico que orbitaba por una de las esquinas de su tanque sobre Irulan:
—Hablamos de veneno psíquico, no de uno físico.
Scytale se echó a reír. La risa mirabhasa era capaz de desollar a un oponente, y no se contuvo lo más mínimo.
Irulan sonrió agradecida, pero las comisuras de los ojos de la Reverenda Madre revelaron un asomo de ira.
—¡Ya basta! —gruñó Mohiam.
Scytale se quedó en silencio, pero ahora les había llamado la atención. Edric sentía una cólera silenciosa; la Reverenda Madre, una ira que la había alertado, y la princesa Irulan estaba complacida pero intrigada.
—Nuestro amigo Edric sugiere que un par de brujas Bene Gesserit, entrenadas en todas sus sutiles maneras, no han aprendido aún los verdaderos propósitos del engaño.
Mohiam se giró para contemplar las frías colinas del mundo natal Bene Gesserit. Scytale se dio cuenta de que la anciana empezaba a ver lo realmente importante. Eso era bueno. Por otra parte, la princesa Irulan era harina de otro costal.
—¿Eres uno de los nuestros o no, Scytale? —preguntó Edric, que miró desde el tanque con sus pequeños ojillos de roedor.
—Mi lealtad no es el problema —dijo Scytale. Después se dirigió a Irulan—. Princesa, ¿os preguntáis si habéis recorrido todos esos parsecs y arriesgado tanto para esto? —Ella asintió—. ¿Para intercambiar banalidades con un pez humanoide o discutir con un rechoncho bailacaras tleilaxu? —continuó Scytale.
Irulan se alejó del tanque de Edric con la nariz arrugada, molesta por el penetrante olor a melange.
Edric eligió este momento para introducir una píldora de melange en su boca. Scytale se dio cuenta de que comía especia, la respiraba y sin duda también la bebía. Era lógico, puesto que la especia agudizaba la presciencia de los navegantes y les daba la capacidad de pilotar las grandes naves de la Cofradía a través del espacio a velocidades hiperlumínicas. Con la presciencia proporcionada por la especia, elegían la línea del futuro de la nave que ofreciera menos peligros. Pero ahora Edric sintió otro tipo de peligro, uno que la presciencia no le permitía vislumbrar.
—Creo que he cometido un error al venir —dijo Irulan.
La Reverenda Madre se dio la vuelta, abrió los ojos y luego los cerró, un gesto de una naturalidad curiosamente reptiliana.
Scytale desvió la mirada de Irulan al tanque e invitó a la princesa a compartir su punto de vista. El bailacaras sabía a ciencia cierta que veía a Edric como una criatura repugnante: mirada intensa, pies y manos monstruosos que se movían despacio en ese gas y formaban volutas serpenteantes de color naranja a su alrededor. Seguro que la princesa había empezado a preguntarse cuáles eran los hábitos sexuales de una criatura así, a cuestionarse lo extraño que debía resultar ser la pareja de algo como él. Hasta el generador del campo de fuerza que recreaba para Edric la ingravidez del espacio le empezaba a resultar demasiado ajeno a Irulan.
—Princesa —dijo Scytale—, debido a la presencia de Edric, el poder oracular de vuestro esposo no puede atisbar ciertos acontecimientos, este incluido... presuntamente.
—Presuntamente —dijo Irulan.
La Reverenda Madre asintió con los ojos cerrados.
—Ni siquiera los iniciados llegan a comprender muy bien el fenómeno de la presciencia —dijo.
—Yo soy un navegante de la Cofradía y poseo el poder —dijo Edric.
La Reverenda Madre volvió a abrir los ojos. En esta ocasión, miró al bailacaras con esa intensidad tan característica de las Bene Gesserit. Lo escrutaba al dedillo.
—No, Reverenda Madre —murmuró Scytale—. No soy tan simple como aparento.
—No comprendemos ese poder de segunda visión —dijo Irulan—. Esa es la cuestión. Edric dice que mi esposo no puede ver, discernir o predecir qué ocurre dentro de la esfera de influencia de un navegante. Pero ¿hasta dónde se extiende dicha influencia?
—Hay gentes y elementos de nuestro universo que solo conozco por sus efectos —dijo Edric, con su boca de pez convertida en una delgada línea—. Sé que han estado aquí... allí... en algún lugar. Así como las criaturas acuáticas agitan el agua a su paso, los prescientes agitan el Tiempo. Sé dónde ha estado vuestro esposo; pero nunca lo he visto, ni tampoco a la gente que comparte sus objetivos y le es leal. Ese es el refugio que un adepto concede a todos los suyos.
—Irulan no es de los vuestros —dijo Scytale. Y miró de reojo a la princesa.
—Todos sabemos que la conspiración solo puede llevarse a cabo en mi presencia —dijo Edric.
—Tenéis vuestras funciones, al parecer —dijo Irulan con el mismo tono de voz que usaría para describir una máquina.
«Ahora lo ve tal y como es —pensó Scytale—. ¡Muy bien!»
—El futuro es algo a lo que se le puede dar forma —dijo Scytale—. No lo olvidéis, princesa.
Irulan miró al bailacaras.
—La gente que comparte los objetivos de Paul y le es leal —dijo—. Sin duda algunos de sus legionarios Fremen llevan su capa. Le he visto profetizar para ellos, he oído los gritos de adulación a su Mahdi, su Muad’Dib.
«Se ha dado cuenta —pensó Scytale— de que aquí la estamos juzgando, que aún tenemos que tomar una decisión que podría salvarla o destruirla. Ha visto la trampa en la que la hemos hecho caer.»
La mirada de Scytale se topó por unos instantes con la de la Reverenda Madre, y experimentó la extraña certeza de que ambos habían pensado lo mismo con respecto a Irulan. Ciertamente la Bene Gesserit había instruido a la princesa y la había dotado con la «diestra mentira». Pero siempre llegaba el momento en el que una Bene Gesserit solo podía confiar en su entrenamiento y sus instintos.
—Princesa, sé qué es lo que más deseáis del emperador —dijo Edric.
—¿Y quién no lo sabe? —replicó Irulan.
—Anheláis ser la madre fundadora de la dinastía real —dijo Edric, como si no la hubiera oído—. Pero si no os unís a nosotros, eso jamás ocurrirá. Creed en mi palabra oracular. El emperador se casó con vos por razones políticas, pero nunca compartiréis su lecho.
—Así que el oráculo también es un mirón —se burló Irulan con desprecio.
—¡El emperador está mucho más unido a su concubina Fremen que a vos! —restalló Edric.
—Y ella no le ha dado ningún heredero —dijo Irulan.
—La razón es lo primero que se pierde cuando uno se deja llevar por las emociones más intensas —murmuró Scytale. Captó el brotar de la cólera de Irulan como respuesta a sus palabras.
—Ella no le ha dado ningún heredero —repitió Irulan, con su voz cuidadosamente controlada y calmada— porque le administro un anticonceptivo en secreto. ¿Es eso lo que esperáis que admita?
—Eso es algo que no le costaría demasiado descubrir al emperador —dijo Edric con una sonrisa en el rostro.
—Tengo mentiras preparadas para él —dijo Irulan—. Sin duda tiene el sentido de la verdad, pero algunas mentiras son más fáciles de creer que la propia verdad.
—Debéis elegir, princesa —dijo Scytale—, pero comprended qué es lo que os protege.
—Paul es leal conmigo —dijo ella—. Me siento en su Consejo.
—¿Os ha mostrado la menor ternura en los doce años que habéis sido su princesa consorte? —preguntó Edric.
Irulan negó con la cabeza.
—Derrocó a vuestro padre con sus infames hordas Fremen y se casó con vos para afianzar su derecho al trono, pero jamás os ha coronado como emperatriz —dijo Edric.
—Edric intenta persuadiros con las emociones, princesa —dijo Scytale—. ¿No es interesante?
La princesa miró al bailacaras, la franca sonrisa que lucían sus rasgos, y respondió con un arqueo de cejas. Scytale se dio cuenta de que ahora la mujer sabía que, si abandonaba la reunión bajo el dominio de Edric, parte de su complot quedaría oculto a la visión profética de Paul. Pero si no llegaban a un acuerdo...
—Princesa, ¿no os parece que Edric ejerce una influencia indebida en nuestra conspiración? —preguntó Scytale.
—Siempre he dicho que aceptaría el mejor juicio que surgiera de nuestras reuniones —se defendió Edric.
—¿Y quién decidirá cuál es el mejor? —preguntó Scytale.
—¿Deseáis tal vez que la princesa se marche sin haberse unido a nosotros? —preguntó Edric.
—Scytale solo desea que la palabra de la princesa sea sincera —gruñó la Reverenda Madre—. Que no haya mentira alguna entre nosotros.
Scytale observó que Irulan se había relajado hasta adquirir una postura reflexiva, con las manos ocultas en los pliegues de su túnica. Debía estar pensando en el cebo que le había ofrecido Edric: «¡Fundar una dinastía real!». Seguro que se preguntaba qué estratagema habían planeado los conspiradores para protegerse de ella. Seguro que eran muchas cosas las que sopesaba.
—Scytale —dijo al fin Irulan—, se dice que los tleilaxu tenéis un extraño código del honor: vuestras víctimas siempre deben tener una manera de escapar.
—Y la tienen que encontrar por su cuenta —admitió Scytale.
—¿Soy una víctima? —preguntó Irulan.
Las carcajadas brotaron de los labios de Scytale.
La Reverenda Madre resopló.
—Princesa —dijo Edric, con voz tenue y persuasiva—, ya sois uno de los nuestros, no temáis. ¿Acaso no espiáis la Casa Imperia