Libros de caballerías castellanos (Los mejores clásicos)

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Fragmento

cap

INTRODUCCIÓN

1. PERFILES DE LA ÉPOCA

Los libros de caballerías se extienden a lo largo de los Siglos de Oro, compartiendo los cambios culturales y filtrándose en la transformación política y económica de un imperio que a lo largo de estos siglos bien puede decirse que alcanzó sus mayores cotas de poder y que se desplomó en decadencias y bancarrotas... aunque lo peor todavía quedaba reservado al siglo XVII. Del Renacimiento al Barroco, del optimismo con que se cerró el siglo XV al pesimismo con que numerosos investigadores caracterizan al XVII, los libros de caballerías estuvieron llamados a compartir anaqueles de librerías y talleres de imprenta y de escribanos profesionales, con otras tantas obras, con otros tantos géneros que se fueron superponiendo en el gusto de los lectores (y en las estrategias de los libreros). Los Siglos de Oro reciben este nombre, precisamente, por la época dorada de nuestras letras, más allá del dorado oro que venía de América, para perderse —en muchos casos— en los bancos genoveses. La ficción sentimental, con la publicación en 1492 de la Cárcel de Amor de Diego de San Pedro, el género celestinesco, después del éxito de la Tragicomedia de Calisto y Melibea (1501), que superaba —por sacarlo de los ámbitos universitarios en que se había creado— la Comedia (1499) de Fernando de Rojas, sin olvidar la poesía de Cancionero (el Cancionero General de Hernando del Castillo se publicó en 1511), el triunfo petrarquista de la mano de Garcilaso de la Vega, el teatro de Juan del Encina, y más adelante, la picaresca (Lazarillo de Tormes, antes de 1554, o el éxito fulgurante del Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, de 1599), o los libros de pastores (La Diana de Jorge de Montemayor, de 1559)... todos ellos, junto a crónicas, traducciones de textos clásicos, de textos italianos y franceses, será el trasfondo cultural sobre el que tendremos que proyectar los libros de caballerías, por más que el género, como un medio más de supervivencia, se vaya a ir desplazando hacia el entretenimiento, ampliando sus límites y los de la literatura de su época.

Al margen del citado moverse en aguas cada vez más aventureras, más maravillosas, más divertidas, los libros de caballerías bien puede considerarse uno de los géneros literarios más vinculados a la realidad histórica de Castilla y Aragón (además de Portugal) durante los siglos XVI y XVII. Género que tenía —en especial en sus primeros momentos— una finalidad claramente ideológica y propagandística (como tantos otros géneros difundidos y apoyados por el poder), por lo que se hacía necesario ir mostrando de manera hiperbólica modelos de conducta, modelos políticos en estrecha relación con los problemas suscitados en cada momento histórico determinado. Y así sucederá con el Amadís de Gaula, después de la brillante relectura de un autor muy vinculado a la Reina Católica, como es Garci Rodríguez de Montalvo, y así lo veremos también con Cervantes y su Don Quijote, que, en este caso, se sitúa en las fronteras del poder, en sus límites... sin llegar nunca a traspasarlos. Pero también los libros de caballerías se entrelazan con los acontecimientos que se sucedieron en los siglos XVI y XVII ya que condicionaron enormemente su difusión. Por este motivo, se hace necesario esbozar una serie de imágenes históricas y culturales de la época, para así poder comprender mejor los textos que forman parte de nuestra Antología.

El reinado de los Reyes Católicos ofrece la primera imagen; una primera imagen del uso de la literatura —de lo que hoy consideramos obras literarias, que no ha de coincidir con las ideas de la época— como medio más de la propaganda política. El reinado de los Reyes Católicos puso las bases del imperio español del siglo XVI; reinado lleno de grandes éxitos, pero también de enormes dificultades. Isabel la Católica llegó al trono castellano en 1474 a raíz de la muerte de su hermano, el rey Enrique IV. Su reinado comenzó como lo habían hecho la mayoría de los Trastámaras castellanos: con disputas nobiliarias y con el debilitamiento de la Corona. A la reina castellana se le opusieron nobles que apoyaban la causa de Juana la Beltraneja, sobrina de Isabel e hija del rey muerto. La batalla de Toro en 1476 supuso no sólo la victoria de Isabel, y su aceptación unánime como reina de Castilla, sino el principio de una nueva forma de gobernar, en donde la monarquía, una monarquía fuerte, se alzaba como motor y protagonista de la política. La ayuda del príncipe Fernando, su esposo, el futuro rey de Aragón, fue crucial, tanto en la victoria de Toro como en la formulación de un nuevo modo de reparto del poder.

Una monarquía fuerte, poderosa (como también se defendió en Castilla en el siglo XIV, de la mano de la política de Alfonso XI, o de obras literarias como el Libro del cavallero Zifar), la constituyeron los Reyes Católicos (en 1479 Fernando es nombrado rey de Aragón, después de la muerte de su padre, Juan II), y no sólo por la unión de sus fuerzas —que les permitió comenzar otras empresas— sino por la absoluta confluencia de sus intereses. El reinado de los Reyes Católicos está lleno de imágenes victoriosas: la toma de Granada en 1492, el descubrimiento de América, la conquista de Nápoles (1501); y también de otras no tanto: la expulsión de los judíos, en el 1492, y el desastre (a corto plazo) de su política de enlaces matrimoniales, que no consiguieron vincular de manera estable a la Corona castellano-aragonesa con las casas reinantes más influyentes de Europa: el príncipe don Juan muere poco tiempo después de su boda con Margarita de Austria (1497) —aunque la unión con el Imperio germánico se consumará con Felipe el Hermoso y Juana la Loca, y, sobre todo, con la figura de su hijo, Carlos V—; el hijo de Manuel el Afortunado e Isabel, la primogénita de los Reyes Católicos, murió; por lo que la unión con Portugal tendrá que esperar hasta Felipe II, cuando hace valer sus derechos de sucesión en 1580 a la muerte del rey don Sebastián; y, por último, Enrique VIII de Inglaterra se divorcia de Catalina, la hija de los Reyes Católicos, con quien contrajo matrimonio en 1509. Pero hay algo más: durante el reinado de los Reyes Católicos se comenzarán tres procesos, de naturaleza bien diversa, que influirán en la vida cultural y política del siglo XVI. Por un lado, la entrada de la imprenta en Castilla y Aragón, apoyada por una serie de medidas fiscales emanadas de la corte; imprenta incunable (hasta 1500) que pasará de ser un arte para convertirse en una industria durante la siguiente centuria. En esta nueva industria, el papel de la impresión de los libros de caballerías castellanos será crucial, constituyéndose como uno de los pilares más estables del comercio editorial hispánico; por otro, la constitución del español como lengua de cultura, de la mano del humanismo, que tendrá en la Gramática Castellana (1492) de Nebrija uno de sus exponentes más precoces; y por último, el establecimiento de la Inquisición, que se crea en Castilla en 1478.

Pero dentro de los acontecimientos históricos de la época, hay uno que quisiéramos rescatar ahora brevemente, por su enorme influjo en la difusión y éxito de los primeros libros de caballerías: la guerra norteafricana, defendida sobre todo por Fernando el Católico y por el cardenal Cisneros, que, después de la caída de Granada

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