{

Ingobernable (Ingobernable 1)

Rebeca Stones

Fragmento

cap-2

1

Chloe

Una mudanza, en eso se basa mi vida estos días.

Meter en cajas mis pertenencias, empaquetar toda mi habitación llevándome lo más importante, pero dejando miles de recuerdos por el camino. Observo mi estantería decidiendo qué libros escojo para llevar al que será mi nuevo hogar, podría coger todos, pero también quiero aprovechar para hacer limpieza y dejarle al nuevo inquilino algunas lecturas de bienvenida. Lo siguiente es mi armario, puede que tenga mucha ropa, pero la variedad de estilo brilla por su ausencia. La mayoría de prendas son de color negro, de hecho pocos colores más visualizo entre las perchas... Exceptuando algunos vestidos veraniegos de colores más vivos y los pijamas animados que tanto le gustaban a mi madre, el resto de mi armario es completamente oscuro.

Resoplo y comienzo a doblar la ropa que quiero llevarme. En este caso se me complica más dejar algo atrás, veo en cada camiseta un recuerdo que no quiero olvidar... Cada top me recuerda a una fiesta distinta, cada par de deportivas a una aventura vivida... Joder, qué duro se me está haciendo esto.

Las despedidas también fueron muy duras, puede que no tuviese muchos amigos, pero siempre he preferido calidad a cantidad. Decir adiós a las personas que han crecido conmigo fue triste, porque a pesar de que podamos seguir manteniendo el contacto, todos sabemos que no será lo mismo. No habrá más borracheras en casa de Marta, ni tampoco tardes de compras con Alba... Prefiero no pensarlo mucho, porque tengo la esperanza de volver pronto a la capital española, aunque sea para pasar un fin de semana con ellas.

Después de toda una tarde entre cajas de cartón y cinta de embalar, me doy cuenta de que ya no queda nada más que guardar. Ahora mi habitación parece mucho más grande, sin todas mis revistas tiradas por el suelo y todas las velas que tenía apoyadas en las mesillas.

—¡Chloe, cariño! —grita mi padre desde el salón—. ¿Has acabado ya? Las furgonetas tienen que irse.

—Sí, papá... Ya está todo listo —respondo mientras llevo una de las cajas hasta la puerta del que hasta ahora era nuestro piso.

—¿Quedan muchas cajas en tu habitación?

—Bastantes, la verdad —contesto con sinceridad. Mi padre ha conseguido reducir sus pertenecías a un par de cajas enormes, supongo que él se ha tomado más en serio su idea de «dejar todo atrás y empezar de cero»... Esa fue la frase que utilizó para convencerme de semejante locura.

—Venga, te ayudo a traerlas hasta aquí para que los chicos de la mudanza las vayan bajando.

Una hora después, vemos por la ventana como los furgones parten hacia el sur de España, donde pretendemos echar raíces. Mi padre y yo nos quedamos a solas con las paredes de este piso en el que me crie. Todo se ve tan vacío... Vender el piso no fue nada difícil, tras ponerlo a la venta recibimos cientos de ofertas. No nos extrañó, ya que lo dejamos a muy buen precio para venderlo cuanto antes, a mi padre le urgía escapar de esta ciudad. Al principio me negué, no visualizaba un futuro alejada de mis amigos y de la rutina que había conseguido tener en Madrid. Pero después... Cuando todo lo que me rodeaba me empezó a recordar a ella, comprendí la necesidad de mi padre por buscar un nuevo hogar, por escapar de una realidad que a nuestro pesar no podemos cambiar.

—Lo bueno de tocar fondo es que ahora solo nos queda subir, Chloe —dice mi padre mientras pone su brazo por encima de mis hombros—. Ya verás como todo irá a mejor. ¡Sevilla no está preparada para nuestro ritmo!

No puedo evitar soltar una pequeña carcajada cuando lo veo bailar intentando imitar a una flamenca.

Cuando tuvimos que decidir el destino al cual nos mudaríamos, pusimos sobre la mesa una infinidad de opciones. Mi padre me obligó a hacer una maldita presentación en PowerPoint con los pros y contras de cada ciudad. Sin embargo, todas las que propuse yo no le gustaron. Descartó Londres porque no quiere vivir en el extranjero, descartó Barcelona porque ya había vivido ahí cuando era joven, también descartó Vigo alegando que en Galicia siempre estaba lloviendo... Dejé de proponer opciones cuando me di cuenta de que le sacaría pegas a cualquier destino. Fue entonces cuando una bombilla se encendió en su cabeza, recuerdo que se levantó del sofá y corrió hacia su despacho, desde el salón escuché como encendía la impresora mientras tecleaba en su portátil.

—¡Chloe, ven!

Tras poner los ojos en blanco, me levanté del sofá para ver qué es lo que había preparado. Al entrar en su despacho, una tímida sonrisa se coló por mi rostro. Había impreso un mapa de España, lo había pegado a su diana y me esperaba frente a ella con dos dardos en la mano.

—¿Recuerdas cuando se me metió entre ceja y ceja comprarme una diana? —me preguntó con un tono jocoso.

—Sí, diana que usaste un par de veces —respondí.

—Pues bien, ¡por fin nos será de utilidad, querida! —exclamó ofreciéndome uno de los dardos—. Un tiro cada uno, después tendremos que elegir entre esas dos opciones sí o sí. Dejaremos que el destino sea partícipe en nuestra elección.

—Dios mío... —respondí frotándome las cejas, nerviosa.

—Venga, tú primero.

Suspiré y me puse en posición para tirar, no sabía a dónde apuntar, así que cerré los ojos y dejé que el azar formase parte de mi tiro. Cuando los abrí, me di cuenta de lo estúpida que había sido.

—¡Joder! —exclamé algo enfadada. El dardo había caído justo en el centro, y aunque eso significaría buena puntuación, en ese momento un mapa de España cubría la diana.

—Vaya, vaya... —susurró mi padre contento—. Tu dardo ha caído en Madrid, por lo que mi tiro será el que finalmente decida a dónde vamos.

En efecto, por la tontería de cerrar los ojos conseguí que mi padre tuviese la decisión final, sin opción a un debate entre dos opciones.

—Venga, cierra tú también los ojos, así será más interesante —le propuse.

Mi padre me guiñó un ojo y después los cerró, respiró profundamente y lanzó su dardo con fuerza. Vi como volaba a cámara lenta, con el corazón acelerado y deseando que cayese en una de las ciudades que yo había propuesto... Pero no, el dardo se clavó con contundencia en Sevilla.

—¡Que nos vamos para el sur, nos vamos a Sevilla! —exclamó mi padre eufórico cuando abrió los ojos. Fue corriendo a abrazarme y aunque a mí no me convencía del todo ese destino, me dejé llevar por su emoción.

Y así es como acabamos rumbo a la capital andaluza, dejamos que un maldito juego eligiese nuestra vida. Ahora mismo estoy de copiloto, con el GPS activado en el móvil y deseando que las horas de trayecto pasen rápido. Salimos de Madrid justo después de comer, y si no nos perdemos, en dos horas ya habremos llegado. Subo el volumen de la radio para no quedarme dormida y así no dejar a mi padre conduciendo solo, sé que no le importaría, pero debo indicarle por dónde ir.

Tras un par de discusiones sobre las salidas de las rotondas, unos pitidos de los coches que iban detrás y unos cuantos gritos míos por la frustración de que mi padre no me escuchase, por fin aparcamos el coche en el que será nuestro garaje a partir de hoy. La verdad, es que el nuevo piso mantiene el nivel del anterior, es algo más pequeño, pero está en el centro de la ciudad y tiene todo lo que necesito. ¡Incluso tiene piscina en la azotea! Algo que me vendrá genial para acostumbrarme al calor sevillano, que me ha sorprendido nada más bajar del coche. Pensaba que estando a mediados de septiembre no haría tanto calor, pero es bastante insoportable.

El piso es precioso, aun estando vacío se aprecia todo el potencial que tiene. Cuenta con un hall donde dejar las chaquetas y los zapatos, después tiene una cocina americana con la típica barra que conecta con el comedor. Que los espacios sean tan abiertos hace que el piso parezca más grande de lo que realmente es. El salón tiene dos sofás enormes y un ventanal que baja hasta el suelo y nos brinda unas hermosas vistas a la Giralda. Después está el baño, solo hay uno, pero para dos personas llega de sobra... Y por último las habitaciones, mi padre me ha dejado la más grande para mí, algo razonable ya que tengo mucha más ropa y accesorios que él. Las paredes de mi nuevo cuarto están pintadas de blanco, tengo un armario gigantesco y un sitio perfecto para colocar mi tocador. Soy una chica bastante coqueta, disfruto maquillándome, peinándome, preparando los looks que me pongo con esmero... En Madrid, mis amigos se metían conmigo llamándome presumida, odio ese adjetivo porque realmente no me preparo para presumir de nada, lo hago para verme mejor cuando veo mi reflejo en el espejo, para sentirme más guapa y elevar un poco mi amor propio...

Las cajas van llegando a lo largo de la tarde, tanto mi padre como yo decidimos desempaquetar solo lo esencial y continuar mañana, ambos estamos muy cansados del viaje. Sin embargo, hay algo que debo hacer antes de caer rendida sobre la cama.

Cuando elegimos Sevilla como destino, no tardé ni un segundo en buscar en Google cuál era el mejor club de esgrima de la ciudad. Llevo practicando este deporte desde que tengo uso de razón, es mi vía de escape de la realidad, cuando estoy sobre la pista, con el traje puesto y el florete en mi mano, todas las preocupaciones se esfuman. Me olvido de la tristeza, de la rabia, de la ira... Solo pienso en movimientos, en técnicas, en estrategias para acabar con el adversario.

—Papá, voy a buscar el club del que te hablé, volveré en seguida —digo mientras salgo por la puerta.

—Madre mía, Chloe, ¿no puedes esperar a mañana? —pregunta mi padre al ver lo mucho que me urge.

—¡No! Mañana me gustaría empezar con el entrenamiento —respondo cerrando la puerta.

Para mí la esgrima se ha convertido en una necesidad, sobre todo estos últimos meses. Cuanto más tiempo paso entrenando, menos pensamientos oscuros invaden mi cabeza. ¿Conclusión? Necesito que me acepten en un club cuanto antes.

Son casi las ocho de la tarde, acelero el paso porque en internet pone que cierran a las ocho y media. Estuve días informándome sobre qué equipo era el mejor de la ciudad, no fue muy difícil decantarme por uno ya que apenas hay y este era sin lugar a dudas el que mejor reputación tenía. Han ganado muchos campeonatos e incluso algunos esgrimistas de élite se han mudado a Sevilla para poder entrenar ahí... Quizás el destino sea más generoso de lo que creemos y por eso me ha traído hasta aquí. Sin embargo, no quiero hacerme ilusiones, no hasta que llegue y vea verdaderamente qué nivel tienen. Lo bueno es que el club queda a tan solo diez minutos andando de mi piso, por lo que en seguida lo encuentro.

—Buenas tardes, ¿puedo ayudarte en algo? —me pregunta la joven recepcionista. Aprovecho para echar un vistazo a las instalaciones, la recepción tiene un estilo bastante moderno y ya solo por la decoración y la impoluta limpieza del lugar me percato de que es un club de élite. Tras el mostrador, hay un gran pasillo con dos puertas a cada lado, lo que supongo que serán las diferentes salas de entrenamiento, al final del mismo están los vestuarios, diferenciados por género.

—Me gustaría inscribirme en el club —respondo.

—Oh, vaya, lo siento mucho, pero las inscripciones se cerraron hace un mes...

Su contestación me pone muy nerviosa, he sido un poco estúpida al no tener en cuenta ese detalle... Entrar en un buen equipo ya es difícil, pero una vez empiezan las competiciones y los eventos deportivos es casi imposible que te dejen formar parte de uno.

—Por favor, acabo de llegar a la ciudad.

Intento que la chica sienta algo de pena por mí, pero no funciona, sigue negando con la cabeza. En otra situación habría dejado de insistir, pero necesito entrar en este maldito club.

—Lo siento, guapa, yo no puedo hacer nada, soy una mandada —responde aumentando mi nerviosismo.

—Déjame hablar con quien te da las órdenes.

Dios mío, parezco la típica clienta amargada e insoportable, pero estoy dispuesta a rebajarme a ese nivel con tal de conseguir entrar. La cara de la recepcionista ha cambiado por completo, mi petición le ha sorprendido, puede que nunca le hayan dicho algo parecido.

—Ahora mismo mi superior no está, puedes dejar tu número de teléfono y le diré que te llame... —dice ofreciéndome un trozo de papel y un bolígrafo. Alargo mi brazo para apuntar mi número, pero tras pensarlo un segundo, llego a la conclusión de que lo más probable es que esto solo sea una técnica para librarse de mí.

—¿Hay algún entrenador dando clase? —pregunto mientras deslizo el papel en blanco por la mesa.

—Sí, justo ahora acaba nuestro último entrenamiento.

Sin pensarlo dos veces, me apresuro a lo largo del pasillo siguiendo el ruido tan característico que emiten las máquinas que usamos para puntuar los asaltos. Son una especie de pitidos que se escuchan cada vez que el florete toca la chaquetilla eléctrica que llevamos puesta, gracias a esto sabemos si realmente el oponente nos ha dado y, por consiguiente, sabemos quién sale victorioso.

—¡Hey, espera! No puedes entrar en ninguna clase sin permiso.

Estoy siendo una maleducada, pero no tengo otra alternativa. Sé que la única opción de que me acepten es demostrarles el gravísimo error que estarían cometiendo al no hacerlo. Tengo que venderme, tengo que demostrar que soy lo suficientemente buena como para que no quieran dejarme escapar. La recepcionista me persigue, así que acelero el paso hasta llegar a la puerta de la sala de donde provienen los ruidos, sin pensarlo dos veces, la abro.

—Quiero unirme al club —digo con la seguridad que me aporta la adrenalina de saber que estoy haciendo algo mal.

Entonces los pitidos dejan de sonar. Las cuatro personas que hay en la sala dejan de competir y se sacan las caretas que les protegen los rostros. Ocho ojos me miran sorprendidos, sin entender nada de lo que está ocurriendo.

—¿Y tú quién coño eres?

El primero en hablar es el supuesto entrenador, lo sé porque lleva puesto el peto de maestro, una especie de chaleco negro hecho de cuero y neopreno que los entrenadores se ponen para que el alumno pueda practicar todo tipo de técnicas contra él.

Su voz es grave y bonita, además, es muy alto y a pesar de llevar el peto se nota que tiene una espalda muy ancha. A juzgar por lo tonificados que están sus brazos, seguro que el resto de su cuerpo está igual de bien esculpido... Su presencia me impone más de lo que me gustaría admitir.

Su mirada se clava en la mía y siento que me atraviesa. No lo conozco, pero debe de tener un carácter muy fuerte... Por eso mismo sé que no puedo bajar la cabeza, si quiero que cuenten conmigo, debo mostrar confianza. Y aunque sea una mujer con bastantes inseguridades, en la esgrima jamás he tenido ni una. Sé que soy la mejor, y sé que mi nivel es igual o superior al de todos los que me rodean, así que me armo de valor y enuncio:

—Soy Chloe y quiero entrar en este club.

cap-3

2

Mateo

imagen

—¿Estáis preparados para la clase de hoy? Sé que solo llevamos una semana entrenando, pero pienso daros bastante caña.

Acabamos de volver del verano y mis alumnos están aún acostumbrándose a la rutina, lo noto porque están más cansados que de costumbre. Este club es muy exigente, yo mismo venía hace un par de años, antes de sufrir la lesión que me dejó fuera de las competiciones. Ahora me tengo que conformar con entrenar a otros, algo que no deja de recordarme cómo me quedé a punto de cumplir el que había sido el sueño de mi vida.

—¡Venga, Mateo, ante todo somos amigos! Tampoco te pases... —dice Romeo, el mejor de la clase.

Y tiene razón, esa es una problemática que me planteé cuando me propusieron ser entrenador. ¿Podré tomarme en serio el trabajo? ¿Podré ser la autoridad de aquellos que hace meses entrenaban conmigo?

Finalmente acepté, supongo que porque no tenía otra alternativa. De un día para otro me arrebataron todo lo que me apasionaba, así que me conformé con la opción más fácil: seguir en el club pero de otra forma. Así que los que antaño eran mis compañeros, ahora son mis pupilos.

—Venga, hoy os dejaré hacer el calentamiento libre —respondo apiadándome un poco de mis alumnos—. Tenéis veinte minutos, después empezaremos con los asaltos.

Me siento en uno de los bancos de madera que hay a los laterales de la sala mientras veo como calientan. Una parte de mí jamás se acostumbrará a ocupar este nuevo rol, se me hace extraño no estar ahí con ellos... Pero supongo que es lo que toca, la vida es injusta y yo no puedo hacer nada para cambiar mi situación.

—¡Romeo, nada de tocamientos, joder! Estás en clase —grito al ver que ese rubio desvergonzado aprovecha que no estoy atento para meterle mano a su novia.

—¡Perdón! —exclama entre risas Melissa.

Vaya show, en parte agradezco que me haya tocado darles clase a mis amigos, pero debo aprender a separar ambos mundos. Cuando entro por la puerta, dejo de ser Mateo y me convierto en su entrenador, aunque a Romeo le cueste tanto entenderlo...

Somos un grupo muy pequeño, pero así funciona este club. Quieren que los grupos sean como mucho de ocho personas para que el entrenador se focalice al máximo posible en cada alumno, para poder corregir cada mínimo fallo que tenga y hacerle mejor día a día. Así los alumnos pagan la pasta que pagan... Es carísimo, terriblemente caro, el más caro de Sevilla.

—Mat, ¿podemos empezar ya con los asaltos? —me pregunta Melissa.

Mel es la única chica que entrena con nosotros. Tiene una técnica muy buena, casi tanto como la de su novio, Romeo, y eso se debe a que se conocieron hace años en las clases junior. Desde entonces han entrenado juntos, día tras día, perfeccionándose el uno al otro. No sé cuánto tiempo llevan saliendo, quizás un par de años o puede que incluso tres, pero conocerse se conocen desde los diez. Si el esgrima fuese un deporte de equipo, ellos dos serían imbatibles. Nunca había visto a una pareja tan equilibrada y compenetrada...

—Sí, empezad Félix y tú —respondo señalándole la pista del fondo de la sala—. Romeo, hoy tú practicarás técnica conmigo.

—¡Venga ya! Nunca me pones en un asalto con Melissa —dice Romeo viniendo hacia mí indignado.

—Porque estáis demasiado acostumbrados el uno al otro, necesitáis practicar con otra gente.

—Sí, claro... Lo que pasa es que tú estás más solo que la una y no quieres ver fluir el amor —responde sacándome la lengua. Cualquiera diría que este idiota tiene veinte años.

—¿Algún día te tomarás algo en serio? —pregunto a pesar de conocer la respuesta.

—Cuando eso pase, preocupaos por mí —responde entre risas.

He de admitir que me alegro de haber cogido este trabajo, me divierto y me permite llevar una vida cómoda, sin preocupaciones por llegar a fin de mes. Romeo coge su careta, se pone en posición y comienza a practicar contra mí. El potencial que tiene este chico es muy prometedor, sin lugar a dudas es el mejor de la clase, aunque todos mis alumnos tienen un nivel excepcional. Están a punto de llegar tan alto como lo hice yo antes de retirarme. Me pregunto qué pasará en ese momento, cuando logren superarme. ¿Podré seguir entrenándolos? Por eso mismo hace semanas me apunté al curso de maestro de esgrima, necesito algo que pruebe que soy lo suficientemente bueno como para seguir acompañándolos en su camino.

—Eres una tramposa, Melissa —escucho a Félix quejarse, él tiene el carácter más competitivo de todos.

Mi relación con Félix va del amor al odio y viceversa en tan solo unos segundos. Nuestras personalidades son demasiado opuestas en muchos sentidos, y aunque éramos inseparables, ahora prefiero no verlo demasiado. En los entrenamientos y cuando pasamos una tarde juntos, podemos controlarnos, pero cuando estamos más tiempo el uno cerca del otro, las indirectas empiezan a caer como por arte de magia.

—Te he ganado y punto —responde Melissa ofendida. Ella también tiene una personalidad arrolladora. Puede que parezca una chica mona de metro sesenta, con pecas adorables y unos ojos verdes preciosos, pero cuando abre la boca, descubres que todo es una farsa. Es como un huracán, no se calla nada y, si está de mala hostia, es mejor no acercarse mucho a ella. Creo que por eso le va tan bien con Romeo, porque él es capaz de adormecer a la bestia que tiene dentro.

—Melissa, ven, ahora practicarás tú conmigo.

Melissa le hace un disimilado corte de manga a Félix y, aunque no puedo verle la cara, sé que está sonriendo. Le encanta ganar, le encanta ser la mejor. Supongo que como a todos, pero ella parece disfrutarlo más.

—Tranquila, fiera, la próxima te ganaré yo —grita Félix tras percatarse de su gesto. Desde fuera puede que parezca que se odian, pero en verdad son muy buenos amigos.

Melissa me da unos cuantos golpes, practica su juego de piernas y también la posición de su muñeca. Su punto débil es la resistencia, no sabe administrar su fuerza y en seguida acaba cansada. Si los asaltos se alargan mucho, ella tiene todas las de perder, pero si en cambio consigue pillar a su oponente rápido... Será el otro quien no tenga escapatoria.

—Mat... ¿Un descanso? —me pregunta tras media hora ensayando movimientos.

—No, sigue un poco más —respondo sabiendo que está cansadísima—. Sabes que este es tu punto débil.

Melissa suspira y sigue dándome golpes. Los minutos van pasando y el sudor comienza a caerme por la cara. Dios, con este peto puesto el calor es insoportable. Menos mal que tenemos aire acondicionado, si no ya estaría muerto.

—¡Ya son las ocho y cuarto Mateo! —grita Félix, sus asaltos con Romeo han terminado. Como no podía ser de otra manera, Romeo ha vuelto a ganar. Últimamente está mejorando a un ritmo abrumador.

—Bien, paramos —digo algo exhausto. Melissa se quita la careta, tiene toda la cara roja y gotas de sudor caen sin parar por su rostro. Puede que hoy le haya exigido demasiado, pero no puede quedarse atrás.

—Joder, ya era hora —dice mientras corre hacia su botella de agua.

—Esa es mi chica... —Romeo va tras ella y le da una pequeña cachetada en el culo.

—Vale, por lo que acaba de hacer, Romeo, vamos a seguir hasta y media —digo haciéndome el malo—. Melissa, vuelve aquí.

—¡No me jodas, Mateo! —responde aún con la respiración ajetreada. Romeo se ríe y sin pensarlo dos veces vuelve a la pista para tener un enfrentamiento más con Félix.

—Se lo dije al comienzo de la clase, cuando cruzamos esa puerta ni yo soy vuestro amigo ni vosotros sois novios —repito. He de admitir que solo lo he hecho para tocarle un poco la moral a Romeo, me gusta provocarlo aunque siempre se lo tome a bien.

Melissa se pone la careta de nuevo y sigue dándome con la punta del florete, aunque se nota que está muy cansada, también hay atisbos de rabia en cada uno de sus golpes. Parece que a ella sí que le ha jodido quedarse quince minutos más. Sin embargo, antes de que esos minutos pasen, la puerta de la sala se abre con fuerza.

Me giro y me quito la careta para ver qué ocurre, y me sorprende ver a una chica, de más o menos mi edad, entrando en la sala como si fuese su casa. Camina segura de sí misma, o eso quiere hacer creer, porque aunque sus ojos se clavan en los míos como puñales, las manos le tiemblan presas del nerviosismo que intenta ocultar.

—Quiero unirme al club.

Dice alto y claro.

Frunzo el ceño, la clase se ha quedado en completo silencio. Félix y Romeo han dejado de competir y se acercan hacia donde estamos, quitándose las caretas.

—¿Y tú quién coño eres? —pregunto algo molesto. No sé quién se creerá que es, pero esas no son formas de interrumpir una clase.

—Soy Chloe y quiero entrar en este club.

La arrogancia con la que habla es cada vez más palpable, no puedo dejar de mirar sus ojos, que son enormes y negros como el azabache. Me está retando con su mirada, lo noto. Ella se queda inmóvil, esperando mi reacción.

—¡Lo siento, Mateo, ya le he dicho que las inscripciones están cerradas! —exclama nuestra recepcionista, que aparece tras ella algo acalorada. Pobre Julia, siempre tiene que lidiar con gente estúpida, trabajar cara al público es una mierda.

—¿No la has oído? —le pregunto a la chica morena, que parece no inmutarse—. Las inscripciones están cerradas —concluyo dándole la espalda y con intención de volver a mi entrenamiento.

—Ponme a prueba —escucho que dice.

Una sonrisa se dibuja en mi rostro... ¿Qué intenta esta chica? ¿Que la ponga a prueba? ¿Pero quién se cree? Vuelvo a girarme y me acerco a ella, quedándome a unos centímetros de su rostro. Ahora que la observo bien, es jodidamente guapa. Lleva el pelo recogido en una coleta baja engominada, por lo que su cara está totalmente despejada, tiene un rostro perfecto: las cejas impecablemente depiladas y tirantes, consiguiendo una mirada felina que sigue retándome, unos labios jugosos con algo de brillo, una nariz pequeña y algo puntiaguda que aporta un toque dulce a su seria expresión...

—Te he dicho que no —repito. Una cara bonita no va a hacerme cambiar de opinión. Si tanto ímpetu tenía por unirse al club, que se hubiese informado y hubiese entregado su inscripción a tiempo. Somos una institución seria, no tenemos tiempo para estas tonterías.

—Competiré con el mejor de tus alumnos y te demostraré que rechazarme será uno de los peores errores de tu carrera como entrenador.

La arrogancia de esta chica empieza a tocarme los cojones, pero he de admitir que ha consigo cautivar mi atención. Miro a Romeo, quien me sonríe con los ojos llenos de ilusión... Quiere que acepte porque sabe que él será el alumno que elegiré para la competición.

—Asaltos a cinco toques —digo aceptando su propuesta. Sé que por muy buena que se crea, no tendrá nada que hacer contra mi mejor pupilo—. Si ganas, a partir de mañana formarás parte de nuestro equipo.

La morena aprieta los puños y asiente, contenta tras conseguir lo que tanto deseaba.

—Melissa, déjale tu equipación.

Mel, que también está alucinando, me obedece y se quita el pantalón, la chaquetilla, el peto de plástico que protege los pechos femeninos y la careta. Tras quedarse solo con su top deportivo y sus mallas ciclistas puestas, le ofrece toda la indumentaria a la desconocida que ha irrumpido en nuestra rutina. La tal Chloe se coloca la equipación por encima de la ropa que trae, y cuando está preparada, coge el florete que Melissa dejó en el suelo.

—Competirás con Romeo, quien no es solo el mejor de esta clase, sino que es el mejor del club —le informo muy seguro de que no conseguirá ganar ni un solo asalto.

—¡Suerte! —exclama Romeo de forma sincera mientras enchufa su pasante. El pasante conecta el florete con la electricidad, así cuando la punta del florete toca la chaquetilla del adversario, se produce el famoso pitido que da el punto de la victoria. No pueden hacer trampas, o hay pitido o no hay punto.

—Igualmente —responde Chloe manteniendo un tono sereno.

—¡En guardia! —exclamo. Yo seré el árbitro de este enfrentamiento. Cuando ambos están colocados a dos metros de su oponente, el asalto comienza.

Félix, Melissa y yo observamos el asalto con los brazos cruzados, sin un ápice de duda sobre cuál será el resultado final. Sin embargo, tras los primeros toques de sus floretes, Chloe logra ponerme algo nervioso. Es rápida, contundente y segura de sí misma. Ha optado por el rol dominante, así que ataca constantemente, obligando a Romeo a ir hacia atrás; su movimiento de piernas es ágil y parece estar percatándose de la forma de combatir de Romeo.

—Está buena y es buena —dice Félix con una sonrisa pícara en el rostro.

—Cállate, imbécil —responde Melissa sin quitar ojo al asalto. Se muerde las uñas preocupada, supongo que no querrá que su novio quede en evidencia por culpa de una chica que ni siquiera está en el club.

Después de unos segundos agónicos, la máquina emite el primer pitido.

Punto para Romeo, ha conseguido tocar la chaquetilla de Chloe.

Respiro algo aliviado, no me gustaría que la prepotente de Chloe se saliese con la suya... Ambos vuelven a la posición de guardia y el asalto comienza de nuevo. Para mi sorpresa, Chloe no parece cansada, lo que me hace pensar que la resistencia no supone un problema para ella. Para cada golpe de Romeo con astucia, incluso logra anteponerse a sus jugadas. Finalmente, hace uno de los movimientos más complejos en el mundo de la esgrima. Lo que comúnmente llamamos «lanzar». Consigue darle al florete una curvatura perfecta para lograr tocar la espalda de Romeo, algo que ninguno de mis alumnos había conseguido jamás.

Punto para Chloe, y aunque me hierva la sangre al decirlo, un punto muy bien ganado.

El asalto continúa y ambos consiguen darse tres veces, están empatados y el punto final lo decidirá todo. Mentiría si dijese que no estoy sorprendido, porque sinceramente que el asalto cogiese este ritmo no me lo esperaba ni yo ni Félix ni Melissa, que me miran incrédulos.

—¡Vamos, Romeo, puedes hacerlo mucho mejor! —exclama Melissa animando a su novio.

—¿Qué haremos si gana ella? —me pregunta la recepcionista que, para mi sorpresa, sigue aquí con nosotros. Estaba tan absorto en el combate que me había olvidado por completo de su existencia.

—Si gana ella, habrá que admitir que tenía razón, sería demasiado buena como para dejarla marchar —susurro para que Chloe no me escuche, no quiero contribuir a subir ese ego desmesurado que tiene.

—Pero el jefe...

—El jefe solo quiere que el club suba de categoría y consiga cada vez más medallas, y ella contribuiría a eso —aclaro con sinceridad.

El silencio vuelve a ocupar toda la sala cuando ambos comienzan a enfrentarse de nuevo, sus floretes no paran de chocarse, parece que esté viendo un asalto a cámara rápida de lo ágiles que son los dos. Se atacan y defienden con una elegancia propia del deporte, joder, da gusto verles.

Romeo da unos pasos hacia delante, Chloe retrocede y está a punto de salir de la pista, pero entonces lanza un arriesgado golpe bajo que impacta al límite de la chaquetilla de Romeo.

Cuando escucho ese último pitido que le da la victoria a Chloe, me llevo las manos a la cabeza. Ha ganado y ahora todos tendremos que darle la razón. Nos ha callado la boca con hechos, y no hay manera de refutar algo así.

—Mañana vendré a entrenar —dice Chloe mientras se desabrocha la chaquetilla y se quita el resto de la equipación, se acerca a Melissa y la deja sobre sus manos—. Gracias.

Y así como vino, se va. Sin decir nada más, sin restregarnos por la cara su victoria o presumir de lo buena que ha sido en los asaltos.

Sale por la puerta sin mirar atrás, con la cabeza alta y los puños apretados.

Pero yo no puedo dejar esto así, simplemente no puedo.

cap-4

3

Chloe

Los asaltos con Romeo fueron lo más apasionante de mis últimos meses. No recuerdo haberme enfrentado a alguien tan bueno, sus movimientos eran impolutos y estoy segura de que me ha dejado ganar.

En mi último movimiento bajé tanto que dejé toda mi espalda al descubierto, él podría haberme alcanzado con el florete antes de que yo llegase a su chaquetilla... Sin embargo, no lo hizo, y estoy casi segura de que fue de manera intencionada. No me cuadra que alguien con tantos reflejos y tanta rapidez perdiese una oportunidad así, no tiene el mínimo sentido.

Tras dar las gracias por la oportunidad, abandono la sala. Me gustaría correr hacia la salida porque mi valentía tiene un límite, y ya lo he alcanzado. Avanzo por el pasillo intentando relajar mi respiración, que aún sigue algo ajetreada, y me paso el dorso de la mano por la frente para limpiar esas gotas de sudor tan características de la esgrima.

—Te acompaño a la puerta —dice la voz grave del entrenador a mis espaldas. Me giro y lo veo detrás de mí, con una expresión de decepción y sorpresa en su rostro... No sabría decir si está contento o enfadado.

—No es necesario.

—Me gustaría informarte sobre la dinámica de nuestro equipo —responde parándose en seco delante de mí y cruzando los brazos—. ¿Cree usted que podría dedicarle unos segundos de su tiempo a su entrenador, señorita?

Su tono burlesco me molesta, pero entiendo la parodia. Mi actitud ha sido ególatra y egoísta, lo reconozco, pero estoy segura de que era la única forma de conseguir lo que pretendía.

—Dime —respondo manteniendo mi seriedad.

Su cuerpo permanece quieto frente al mío, impidiéndome avanzar. El silencio que hay entre nosotros se vuelve cada vez más incómodo.

La recepcionista pasa por nuestro lado con la vista clavada en el suelo y colocándose bien las gafas, parece que la tensión es palpable.

—Te espero en recepción, Chloe, allí podrás rellenar los papeles de inscripción... —dice en un tono muy bajo.

—Gracias —respondo y sigo sus pasos, ignorando al entrenador. No lo hago queriendo, si no por inercia, mi cuerpo quiere salir de aquí cuanto antes.

Siempre suelo evitar los conflictos, tengo una personalidad muy tranquila y un carácter calmado para las discusiones. Suelo ser la que se queda callada esperando a que la conversación se relaje. Mi madre siempre me decía, si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada... Debo estar muy molesta para enzarzarme en una pelea.

—Hey. —El entrenador agarra suavemente mi antebrazo. Observo la mano que me agarra, está completamente tatuada, al igual que su cuello y sus brazos. Me pregunto cuántos tatuajes tendrá en total... Cuando me giro, me suelta al instante, se nota que tiene especial cuidado en no ser demasiado invasivo conmigo, algo que agradezco—. Entrenamos de lunes a viernes, de cuatro a ocho.

Bien, entrenan muchísimo, justo lo que necesitaba. Ahora tendré todas las tardes de la semana ocupadas y no estaré en casa dándole vueltas a la cabeza. Me pregunto cuánto costará la inscripción...

—Aunque algunos días nos quedamos más tiempo, como hoy, sobre todo cuando hay alguna competición cerca —continúa.

—Solo me interesa venir a entrenar, no iré a las competiciones.

—¿Cómo? —pregunta incrédulo.

Hace años que no compito... Lo pasaba mal asistiendo a las competiciones, me ponía muy nerviosa, mi padre me exigía demasiado... Acabó siendo algo perjudicial para mí y mi madre me animó a dejarlas. Odio ser el centro de atención, odio que todos me miren teniendo esas expectativas tan difíciles de cumplir. Así que para mí la esgrima se basaba en ir a entrenar, pasarlo bien con mis compañeros y mostrar rivalidad tan solo en los asaltos. Mis entrenadores me intentaron convencer muchas veces de que volviese a la esgrima pública, pero nunca lo hice.

—Solo quiero entrenar —repito mirándolo fijamente, intentando intimidarlo para que deje el tema.

Como veo que no dice nada, empiezo a caminar de nuevo, deseando que no vuelva a abrir la boca. Sé que tarde o temprano volverá a salir el tema, pero hoy ya ha sido un día muy ajetreado y no me apetece explayarme.

—Romeo te ha dejado ganar —sentencia rompiendo un silencio que empezaba a gustarme demasiado. Cierro los ojos e inspiro, parece que no me va a dejar tranquila—. Lo sabes, ¿verdad?

Está claro que se ha dado cuenta de ese último movimiento, de cómo le serví a su pupilo la victoria en bandeja y él rehusó de ella.

No pienso dejar que ningún hombre me intimide, así que me acerco a él y apoyo mi dedo anular sobre su pecho.

—Lo único que sé es que he ganado y mañana tú serás mi entrenador. —Mantengo mi dedo sobre su pecho y mis ojos clavados en los suyos—. Te guste, o no.

Su rostro no se imputa, solo logro apreciar como, de manera muy discreta, aprieta la mandíbula. Está rabioso, darme la razón no le ha gustado nada, pero tendrá que ir acostumbrándose a hacerlo. Pienso mantener esta coraza mucho más tiempo, por lo menos hasta que me traten como una más del equipo.

Tras unos segundos inmóviles, me da la espalda y se marcha. Escucho como chista mientras entra en los vestuarios y veo como se lleva la mano al pelo para echárselo hacia atrás. Lleva un corte muy bonito, nunca antes lo había visto, tiene la nuca y los laterales algo rapados, pero en la parte superior tiene el pelo largo con la raya al medio. Es un corte que le quedaría mal a todos los chicos que conozco, pero a él le favorece muchísimo. Quizás sea por sus rasgos asiáticos, sus ojos están algo rasgados y su piel es pálida, sin una sola imperfección.

Puede que sea atractivo, pero no es mi tipo.

Una vez llego al mostrador de recepción, la chica de gafas me ofrece un par de documentos que debo rellenar.

—¿Te importa si te los devuelvo mañana? —pregunto al ver que debo escribir mi dirección y todavía no sé el nombre de la calle donde vivo.

—Sin problema —responde asintiendo—. Toma, aquí tienes la información básica sobre nuestro club... Si tienes alguna duda, este es nuestro número de teléfono —continúa, redondeando con el bolígrafo los datos de contacto.

—Gracias... Y perdona mi actitud de antes, estaba algo desesperada.

—¡Todo olvidado! Ahora formas parte de nuestra familia —exclama dedicándome una sonrisa. Me alegra que no exista una tensión entre nosotras.

—Bien, hasta mañana entonces —respondo devolviéndole la sonrisa.

Mañana empezaré de cero, me presentaré e intentaré conectar con el resto de mis compañeros. Quizás pueda hacer amigos, necesito conocer a gente en esta nueva ciudad.

Antes de empezar el camino hacia el piso, siento que todavía tengo algo pendiente... Me gustaría hablar con Romeo, quiero saber por qué me dejó ganar. Decido esperarlo sentada en el banco que hay justo en frente a la entrada del club, deseando que sea él el primero en salir.

Mientras espero, cojo mi teléfono y entro en Instagram. Me duele ver a mis amigas juntas, han quedado para tomar algo por el centro, como solíamos hacer todos los jueves... Siento que mi corazón está dividido en dos, por una parte querría estar ahí con ellas, pero también siento la necesidad de acompañar a mi padre en su aventura de comenzar juntos una nueva vida. Supongo que a medida que pase el tiempo, me iré acostumbrado a esta sensación de sentir que no tengo un hogar al que regresar cada noche.

—Enhorabuena, mmm... ¡Chloe! ¿Así te llamas, no?

Romeo sale por la puerta arrastrando la mochila con ruedas en la que lleva su florete y su equipación, tiene el pelo mojado y lleva un chándal negro con el escudo del club. En su rostro hay una expresión afable y su tono de voz es amigable, siento que es la típica persona que contagia su buen rollo al resto.

—Sí, encantada de conocerte.

Me levanto del banco para tenderle mi mano a modo de presentación, pero responde con un fuerte abrazo. No me incomoda, más bien todo lo contrario, siento que rompe la barrera de hielo que yo misma construí entre nosotros.

—Hacía tiempo que no me ganaban, tienes mucho nivel —dice con una sonrisa perfecta y reluciente.

—Bueno... Creo que me has dejado ganar.

Como contestación, Romeo eleva las cejas y se agacha para coger la botella de agua que tiene en la mochila. Me río al ver cómo evita el tema, esto no hace más que confirmar mis sospechas.

—Gracias —digo algo sonrojada.

—Al principio no era mi intención... Pero tras tus primeros golpes, comprendí que sería un desperdicio no tenerte aquí.

—Espero estar a la altura.

—De hecho, ya lo estás —responde apoyando su mano sobre mi hombro—. Los asaltos fueron reales, el único movimiento en el que decidí no actuar fue en el último... Cualquiera de los dos se habría merecido esa victoria.

Su actitud consigue relajarme, creo que podríamos llevarnos bien. Es un chico amable y nada pretencioso, cualquier otra persona no me habría dejado ganar solo para proteger su orgullo.

—Debo esperar a que salga mi novia, ¿quieres que nos sentemos y hablemos hasta entonces? —me pregunta señalando el banco.

—Sí, claro.

Me pregunto quién será su novia, puede que sea la secretaria o quizás la chica que me dejó la equipación... También cabe la posibilidad de que sea de otra clase y ni siquiera la haya visto.

—¿Desde cuándo llevas entrenando? —Romeo formula la pregunta mientras abre una chocolatina proteica que guardaba en el bolsillo de su sudadera.

—Creo que nací con un florete en la mano... —respondo colocándome un mechón salvaje detrás de la oreja. Me hice la coleta por la mañana y ya empieza a resentirse.

—¡Eso explicaría lo buena que eres! Yo empecé en este club con diez años y ahora tengo veinte, así que llevo literalmente media vida aquí.

—Vaya, es muchísimo tiempo.

—Por eso somos como una familia, conocí a mi novia y a casi todos mis amigos aquí. Y el entrenador, Mateo, puede que parezca un poco borde... Pero tiene muy buen fondo, ya lo conocerás.

Mateo... Así que ese es su nombre...

—¿Tú no eres de Sevilla, verdad? —pregunta al ver que me quedo pensativa.

—Llegué hoy a la ciudad, me mudé con mi padre, vivíamos en Madrid.

—¡Qué dices! —exclama con sorpresa. No puedo evitar reírme porque tiene toda la comisura de la boca manchada de chocolate—. Si necesitas cualquier cosa puedes contar conmigo, supongo que aún no conocerás a mucha gente por aquí.

—Grac...

—¿Romeo? —Justo cuando iba a agradecerle su hospitalidad, la chica rubia que me dejó la equipación aparece ante nosotros e interrumpe nuestra charla.

—¡Mel, amor! Hoy has sido rápida —dice Romeo levantándose y acercándose a su novia, que también tiene el pelo mojado y luce el mismo chándal que él—. Estaba hablando con Chloe, acaba de llegar a la ciudad.

—Bienvenida. —Melissa no parece muy contenta de tenerme como compañera, me mira por encima del hombro y siento como me prejuzga. No la culpo por ello, entiendo que la primera impresión que tenga de mí no sea del todo buena—. ¿Nos vamos? —pregunta mirando a su novio.

—¡Nos vemos mañana, Chloe!

Me despido de Romeo agitando la mano, él agarra la de Melissa y ambos se van hacia el semáforo, para cruzar la calle.

—Dios, Romeo, estás todo manchado —escucho que dice Melissa al percatarse de todas las manchas de chocolate que tiene por la cara.

—Pues ya sabes, ayúdame a limpiarlas —responde Romeo mientras apoya sus labios en los de Melissa.

—¡Romeo! —exclama ella entre beso y beso, ambos se ríen y dejo de verlos cuando llegan a la otra acera.

Joder, esto solo consigue que me sienta todavía más sola. Suspiro y emprendo el camino hacia mi calle. El sol se ha ocultado casi por completo y las farolas comienzan a encenderse, todavía no me he fijado mucho en la ciudad, pero lo que he visto por ahora me ha gustado bastante. Las terrazas de los bares por los que paso están llenas y escucho las carcajadas de la gente, la música que sale de algunos garitos y los aplausos que reciben los artistas callejeros.

Quién sabe, quizás podría acostumbrarme a esto.

Decido explorar un poco la zona en la que vivo, descubro que tenemos una librería preciosa muy cerca, también un pequeño supermercado y algunas tiendas de ropa en las que seguro que pecaré. La catedral de Sevilla, con la Giralda, se descubre ante mis ojos después de doblar la esquina de mi calle. Me sorprende lo bonita que se ve de noche, está iluminada por unos focos que hacen que sea la protagonista de la velada. Muchas de las calles por las que paseo son

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos