Índice
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CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE
AGRADECIMIENTOS
OTROS TÍTULOS
A Nelson,
que se merecía todos los riesgos.
La verdad es tan poderosa como un animal salvaje e,
igual que este, no puede permanecer enjaulada.
—Del manifiesto de la facción de Verdad.
CAPÍTULO UNO
Despierto con su nombre en los labios.
Will.
Antes de abrir los ojos, lo veo derrumbarse de nuevo sobre la acera. Muerto.
Obra mía.
Tobias está agachado frente a mí, con una mano apoyada sobre mi hombro izquierdo. El tren salta sobre los raíles, y Marcus, Peter y Caleb se encuentran junto a la puerta. Respiro profundamente y contengo el aliento para intentar liberar parte de la presión que se me acumula en el pecho.
Hace una hora, nada de lo ocurrido me parecía real. Ahora, sí.
Dejo escapar el aire, aunque la presión sigue ahí.
—Tris, vamos —dice Tobias, buscando mi mirada—, tenemos que saltar.
La oscuridad nos impide ver dónde nos encontramos, pero, si nos bajamos, será porque estaremos cerca de la valla. Tobias me ayuda a ponerme en pie y me guía a la puerta.
Los otros saltan de uno en uno: primero Peter, después Marcus y después Caleb. Le doy la mano a Tobias. Se levanta más viento cuando nos ponemos al borde del tren, como si una mano me empujara hacia el interior, hacia la seguridad.
Sin embargo, nos lanzamos a la oscuridad y nos damos un buen golpe al aterrizar en el suelo. Noto el impacto en la herida de bala del hombro y me muerdo el labio para no gritar mientras busco con la mirada a mi hermano.
—¿Bien? —pregunto cuando lo veo sentado en la hierba, a pocos metros de mí, restregándose la rodilla.
Él asiente con la cabeza, aunque lo oigo sorberse los mocos, como si intentara reprimir las lágrimas, y no me queda más remedio que mirar hacia otro lado.
Hemos aterrizado en la hierba cercana a la valla, a varios metros del desgastado camino que recorren los camiones de Cordialidad para repartir comida a la ciudad y de la puerta que los deja salir..., la puerta que está cerrada en estos momentos, impidiéndonos entrar. La valla se yergue ante nosotros, demasiado alta y flexible para treparla, demasiado resistente para derribarla.
—Se supone que debería haber guardias de Osadía —comenta Marcus—. ¿Dónde están?
—Seguramente estaban en la simulación —dice Tobias—. Y ahora están... —empieza, pero hace una pausa—. Quién sabe dónde haciendo quién sabe qué.
Detuvimos la simulación (me lo recuerda el peso del disco duro que llevo en el bolsillo de atrás), pero no nos paramos a ver los