Prólogo
Beth y Killian llegaron al restaurante de la calle Alfonso XII a la hora concretada. Esa noche cenarÃan con los padres de ella. Alejandra y Lorenzo querÃan conocer al flamante marido de su hija antes de que se embarcaran en ese viaje a Nueva York.
***
—¿A Nueva York?
—Eso he dicho —le respondió Killian.
—Te vienes conmigo a Nueva York —musitó entre dientes Beth, repitiendo sus palabras—. No voy a ir.
—SÃ, claro que vas a venir.
—Cuanto hablaste de un favor no pensé que…
—Cuando hablaste de un viaje y de hacerme pasar por tu novio no mencionaste nada de la boda —la interrumpió Killian.
—¿Por qué a Nueva York?
—Tengo que ir.
—Te pregunté que dónde vivÃas cuando no estabas en Madrid.
—Lo recuerdo.
—Tu respuesta fue simple… Lejos, dijiste… Vives en Nueva York —afirmó.
Beth se sentó en el sofá y clavó la mirada en el suelo.
—Asà es.
—Toda tu vida está allÃ.
—SÃ.
—Debiste decÃrmelo, Killian.
—Es posible…, pero no lo hice.
—Ya… Y ahora, ¿qué?
Beth alzó la vista y clavó sus ojos color aceituna en los grises azulados de él.
—Ahora te vienes conmigo a Nueva York, Beth, ya te lo he dicho.
—Es mucho lo que me pides.
—Me lo debes —le recordó.
—Lo sé, te di mi palabra… Dime, ¿cuánto tiempo tendré que estar all�
—Lo dices como si fuera un castigo. —ParecÃa molesto Killian.
—Tenemos que divorciarnos —dijo Beth.
—Lo sé, pero eso tendrá que esperar.
—Está bien… ¿Cuánto tiempo? —volvió a preguntarle.
—Tres semanas.
—¿Tres semanas?
—SÃ, creo que es cuanto necesito.
—Lo que necesitas, ¿para qué?
A Beth, aquella conversación comenzaba a atragantársele.
—Tres semanas, Beth… Te dije que me deberÃas un favor muy grande. No te mentÃ. Cuando terminen esas tres semanas, pase lo que pase, tú decidirás lo que quieres hacer respecto a nosotros dos.
—¿Respecto a nosotros dos?
—Hablo del tema del divorcio. —Le refrescó las ideas, Killian.
—Es lo que quieres, ¿no?
—¿Es lo que quieres tú?
—Yo he preguntado primero, Killian.
—Está bien… No sé, Beth… Es complicado.
—Empiezas a hablar como yo.
Ambos se sonrieron.
—Entonces ¿tenemos un acuerdo?
—Supongo que te lo debo… Diremos que vamos allà a pasar nuestra luna de miel, ¿qué te parece?
—Lo veo bien… Y ahora, tengo que marcharme. —Le hizo saber Killian.
—¿Te marchas?, ¿por qué?
—Tengo que tratar algunos asuntos.
—Es de noche, Killian.
—Lo sé, pero no pueden esperar… Viajamos dentro de dos dÃas, ¿vale?
—Vale… Voy a necesitar tu número de teléfono.
Killian se tomó la libertad de coger el móvil de Beth, anotar el número y de guardarlo en su lista de contactos.
—Ya lo tienes. —Le sonrió de esa manera que la hacÃa temblar.
—Gracias.
Killian se agachó delante de Beth y la besó con dulzura en los labios. Ella se quedó mirándolo, con la cabeza hecha un lÃo, pensando en ese beso y en ese inesperado e inminente viaje.
Pasado el trance inicial, cogió su teléfono móvil, se puso de pie, caminó hacia uno de los ventanales, y llamó a su madre.
—Hola, cariño.
—Hola, mamá.
—¿Todo bien? —Se interesó Alejandra.
—SÃ, mamá, todo bien… QuerÃa decirte que Killian y yo pasaremos nuestra luna de miel en Nueva York. Nos vamos dentro de dos dÃas —le explicó.
—Me parece maravilloso, cariño, pero…
Beth se temió lo peor. Ese «pero» tendrÃa connotaciones que no serÃan de su agrado. Lo sabÃa muy bien.
—… cenaremos los cuatro juntos antes del viaje.
—No sé yo, mamá.
—No puedes decir que no, Beth. Mañana cenamos los cuatro y asÃ, conocemos a nuestro yerno.
—Bueno, mamá, ya sabes cómo…
—¿Estáis casados? —inquirió Alejandra.
—SÃ.
—Entonces, es nuestro yerno.
—Teóricamente, sÃ. —Beth terminó apretando una sonrisa.
—Pues no se hable más… Hasta mañana, cariño.
—Hasta mañana, mamá.
Beth resopló antes de desandar sus pasos y dejarse caer sobre el sofá. Miró en su lista de contactos, encontró a Killian, y le escribió un escueto mensaje:
Mañana cenamos con mis padres.
***
—¿Estás nervioso? —le preguntó Beth antes de entrar en el restaurante.
—No, pero tú sÃ.
—Estoy atacada —admitió.
—Pues relájate e intenta disfrutar el momento. Recuerda que estarás, al menos, tres semanas fuera.
—¿Cómo que al menos…?
—No he dicho nada. —Le sonrió Killian antes de entrelazar su mano a la suya.
—Están ahÃ. —Le hizo saber Beth.
—Vamos allá… Tranquiiiiila.
—Para ti es fácil decirlo, parece que tienes nervios de acero —dijo Beth entre dientes mientras se acercaban a la mesa.
—Hola, cariño.
Alejandra se abrazó a su hija, que le devolvió todo el afecto. Y, después, hizo lo propio con Killian.
—Hola, Killian. Bienvenido a nuestra familia.
—Gracias… Para mà es todo un honor. —Se mostró cortés.
—Encantado de conocerte, yerno. —Le tendió su mano Lorenzo.
—El placer es mÃo, señor Bru —le respondió estrechando la mano que le habÃa ofrecido.
—Oh, no, nada de formalismos… Llámame Lorenzo, hijo… Como te ha dicho mi esposa, ahora formas parte de nuestra familia.
—¿Nos sentamos?
—Claro, cariño —le dijo Lorenzo a su esposa.
—Mamá, papá… Ya vale de paripés…
Beth no pudo reprimirse. La noche anterior le habló a su madre de su luna de miel y ella lo dio por bueno; asÃ, sin más.
—… Visteis cómo sucedió todo —continuó—. Lo obligué a casarse conmigo por esa promesa, ya lo sabéis… y quedé en deuda con él. Por eso viajo a Nueva York, por la deuda.
—Yo pensé que era porque estabas locamente enamorada de él —manifestó Alejandra.
—¿Mamá?
—Beth, tu madre tiene razón, se te nota muchÃsimo. —La apoyó Lorenzo.
—Si no os calláis, me levanto de esta silla y me largo.
—Pero ¿hija…?
—Estáis avisados, mamá.
El resto de la velada transcurrió con normalidad. Eran cuatro personas adultas sentadas alrededor de una mesa, y todas ellas poseÃan una educación exquisita. No volvieron a salir temas relacionados con los sentimientos; a ninguno de ellos se le habrÃa ocurrido mencionarlos tras la advertencia de Beth. Killian se sintió a gusto, tal y como le sucedió durante aquella semana que pasó junto a siete desconocidos a los que habÃa cogido cierto cariño. Pensó que los iba a echar de menos. A ellos, y a la tranquilidad de saberse lejos de su verdadera vida. Respecto a Beth, cariño no era la palabra mÃ