La vida política. Chile (1808-1830)

Alejandro San Francisco

Fragmento

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La génesis del movimiento juntista

 

La presencia de las fuerzas napoleónicas en España en 1808, el cautiverio posterior del rey Fernando VII y su reemplazo por el hermano de Napoleón, José Bonaparte, fueron factores decisivos en el cambio político que se produjo no sólo en la península Ibérica, sino también en sus dominios americanos.

La «eclosión juntista», como la ha llamado Manuel Chust, estalló en diferentes zonas del continente americano y tuvo amplias consecuencias, que en el caso chileno culminaron en la jornada del 18 de septiembre de 1810, si bien el movimiento político había comenzado a desarrollarse un par de años antes.

El gobierno de Francisco Antonio García Carrasco (1808-1810) surgió en medio de las dificultades y no logró mejorar su situación en los años siguientes. De hecho, la sucesión en el gobierno produjo una disputa entre el propio García Carrasco, quien fundaba su derecho al cargo por su antigüedad militar, mientras la audiencia reclamaba el cargo de gobernador para su regente. Aunque finalmente se impuso García Carrasco, su mandato fue problemático. Era un militar más bien rústico, ajeno a la aristocracia dominante y que alteró las costumbres de su antecesor, Luis Muñoz de Guzmán (1802-1808), quien solía organizar fiestas y reuniones con el sector dirigente. El gobernador se vio implicado en el asunto del Scorpion, una fragata que, con el pretexto de cazar ballenas, se dedicaba al contrabando de productos ingleses, lo cual contribuyó a minar su prestigio.

La posición generalizada de los chilenos ante la monarquía fue en principio de clara fidelidad. Cuando llegaron las noticias a mediados de 1808, tanto de la exaltación de Fernando VII al gobierno como de su destitución por parte de Napoleón, hubo sentimientos de lealtad, pero también una preocupación política, en la sociedad capitalina y especialmente en el cabildo. Como consecuencia surgieron brotes ideológicos de emancipación, lo que llevó a Ignacio Torres a redactar sus «Advertencias precautorias a los habitantes de Chile, excitándolos a conservar su lealtad en defensa de la religión, del rey y de la patria, sin escuchar a los sediciosos que sugieren ideas revolucionarias con motivo de los últimos sucesos de España». El 25 de septiembre de 1808 Santiago juró fidelidad al rey cautivo.

A juicio de algunos contemporáneos hubo intentos de rebelión que involucraron a miembros de la sociedad chilena de entonces: Juan Antonio Ovalle, José Antonio de Rojas y Bernardo de Vera y Pintado, denunciados como independentistas. Después de un juicio en el que alegaron su inocencia, fueron apresados por García Carrasco, lo que fue considerado una arbitrariedad. Ovalle resumió su posición, para no dejar lugar a dudas sobre sus verdaderas convicciones políticas:

 

¿Qué se entiende por independencia? ¿El separamiento [sic] de la metrópoli?; esto no es lícito y siempre se me ha oído decir y probar que no hay derecho para ello con su dinero y su gente […]. Ahora pues si (lo que Dios no quiera) conquistaran los franceses la España, ¿deberíamos estar dependientes de ella? El que dijese que sí merecería la horca, y lo mismo quien diga que debemos sujetarnos a los ingleses: luego la independencia de estos es necesaria y justísima.

 

La actividad política del reino de Chile continuó con intensidad y con una creciente participación, entre 1808 y 1810, por los sucesos de España y la nueva organización que tenía lugar aun en medio de las dificultades. Así, entre el Consejo de Regencia y las juntas de gobierno, resurgió en Chile la idea de formar un gobierno propio, de acuerdo con las doctrinas de los españoles que igualaban los derechos peninsulares con los de las tierras ultramarinas: «Desde el principio de la revolución —decía el Consejo de Regencia— declaró la patria esos dominios parte integrante y esencial de la monarquía española. Como tal le corresponden los mismos derechos y prerrogativas», considerándolos hombres libres, los americanos podían elegir sus propios diputados a la Cortes.

Ante esta situación cobró mayor fuerza la idea de una Junta de Gobierno chilena, según planteaban documentos como el Diálogo de los porteros (que se atribuye a Manuel de Salas) y el Catecismo político cristiano (firmado por José Amor de la Patria, pero cuyo autor es probablemente Jaime de Zudáñez, originario de Charcas, aunque otros hablan de la paternidad de Bernardo de Vera y Pintado sobre el texto), representantes del «doctrinarismo político de 1810», en palabras de Jaime Eyzaguirre. Ellos se encargaron de explicar los acontecimientos con argumentos hispanos contenidos en las Siete Partidas, el iusnaturalismo y la escolástica. Destacaban el vínculo que unía a cada uno de los reinos con la Corona de Castilla, así como la doctrina tradicional del poder, según la cual toda autoridad proviene de Dios a través del pueblo; en consecuencia, ante la ausencia de rey el poder volvía al pueblo, que debía procurar una solución a través de los principales hombres de la ciudad o el reino, según disponía la Partida segunda de Alfonso X el Sabio.

Así se llegó al mes clave, septiembre de 1810. La situación política interna había experimentado un cambio importante cuando García Carrasco fue reemplazado como gobernador por el octogenario Mateo de Toro y Zambrano, conde de la Conquista. Entre tanto se produjo, como destaca Jocelyn-Holt, una lucha «por ganar la limitada opinión pública de Santiago». Desde el Río de la Plata el virrey manifestó su preocupación por el ambiente político de Chile: «Noticias fidedignas con que me hallo, me aseguran de los partidos en que se encuentra dividido ese vecindario, opinando uno por la independencia, otro por sujetarse a dominio extranjero y todos dirigidos a sustraerse de la dominación de nuestro augusto soberano el señor don Fernando VII».

En 1810 todavía primaba la fidelidad hacia la monarquía por parte de los criollos, quienes no pensaban en la autonomía de su gobierno y menos en la independencia del reino. Sin embargo, hacia mediados de año comenzaron a surgir posturas contradictorias, fundamentalmente en relación a la formación de un gobierno propio mientras durara el cautiverio de Fernando VII. Algunos estamentos promovían el reconocimiento al Consejo de Regencia —la Real Audiencia, algunos miembros de la jerarquía eclesiástica y los españoles de nacimiento—: los criollos más destacados apostaban por el reconocimiento de esa instancia sin prestar juramento; otros eran partidarios de formar una Junta de Gobierno. El núcleo donde estos ideales cobraron mayor fuerza fue el cabildo de Santiago, que fue el escenario en el que germinaron las nuevas ideas y donde se procuró imitar a las juntas provinci

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