PRÓLOGO
LA HISTORIA DEL EQUIPO OMEGA
El equipo Omega era el alma de la compañía. Mientras que el resto de la empresa conseguía el dinero para que esta siguiese operando, mediante diversas aplicaciones comerciales de una inteligencia artificial (IA) estrecha, el equipo Omega perseveró en pos del que siempre había sido el sueño del director ejecutivo: construir una inteligencia artificial general. La mayoría de los empleados veían a «los omegas», como los llamaban afectuosamente, como una panda de fantasiosos soñadores a los que siempre les faltaban varias décadas para alcanzar su objetivo. Pero los soportaban con gusto, porque valoraban el prestigio que su trabajo puntero proporcionaba a la compañía, y también agradecían los algoritmos mejorados que de vez en cuando ideaban.
Lo que no sabían es que los omegas se habían labrado esa imagen con celo para ocultar un secreto: estaban a un paso de completar el plan más audaz de la historia de la humanidad. Su carismático director ejecutivo los había seleccionado no solo porque eran sobresalientes investigadores, sino también por su ambición, idealismo y férreo empeño en ayudar a la humanidad. Les recordó que su plan era sumamente peligroso, y que si algún poderoso Gobierno tenía noticia de él haría casi cualquier cosa —secuestros incluidos— para evitar que siguieran adelante, o, aún mejor, para robar su código. Pero todos estaban comprometidos, por motivos muy similares a los que llevaron a muchos de los físicos más destacados de la época a sumarse al Proyecto Manhattan para desarrollar armas nucleares: estaban convencidos de que, si no lo hacían ellos, alguien menos idealista se les adelantaría.
La IA que habían construido, con el nombre de Prometeo, incrementaba continuamente sus capacidades. Aunque las cognitivas aún distaban mucho de las de los humanos en numerosos ámbitos, como por ejemplo en el de las habilidades sociales, los omegas habían centrado sus esfuerzos en conseguir que fuese muy buena en una tarea en particular: programar sistemas de IA. Adoptaron adrede esta estrategia porque habían aceptado el argumento de la explosión de inteligencia propuesto por el matemático británico Irving Good ya en 1965:
Definamos una máquina ultrainteligente como aquella capaz de superar ampliamente todas las actividades intelectuales de cualquier hombre, por inteligente que este sea. Puesto que el diseño de máquinas es una de estas actividades intelectuales, una máquina ultrainteligente podría diseñar otras máquinas aún mejores; se produciría entonces indudablemente una «explosión de inteligencia», y la inteligencia del hombre quedaría muy atrás. Así, la primera máquina ultrainteligente sería lo último que el hombre necesitaría inventar, siempre que la máquina fuese lo bastante dócil para decirnos cómo mantenerla bajo nuestro control.
Llegaron a la conclusión de que, si lograban desencadenar este proceso de automejora recursiva, la máquina enseguida alcanzaría una inteligencia tal que podría aprender por sí misma todas las demás habilidades humanas que resultasen útiles.
LOS PRIMEROS MILLONES
Eran las nueve en punto de la mañana de un viernes cuando decidieron ponerlo en funcionamiento. Prometeo estaba zumbando en su clúster de ordenadores construido a medida, alojado en largas hileras de bastidores dentro de una enorme sala climatizada y de acceso restringido. Por motivos de seguridad, estaba completamente desconectado de internet, pero contenía una copia local de gran parte de la web para usarla como corpus de datos de entrenamiento a partir de los que aprender (Wikipedia, la Biblioteca del Congreso, Twitter, una selección de YouTube, buena parte de Facebook, etcétera).(1) Habían elegido esa hora de inicio para poder trabajar sin interrupciones: sus familias y amigos pensaban que estaban en un fin de semana de retiro con la empresa. La despensa se hallaba abastecida con comida para microondas y bebidas energéticas, y estaban listos para ponerse manos a la obra.
Cuando lo pusieron en marcha, Prometeo era ligeramente peor que ellos a la hora de programar sistemas de IA, pero lo compensaba siendo mucho más rápido: necesitaba el tiempo en que ellos se ventilaban un Red Bull para solucionar un problema que miles de personas-año emplearían. A las diez de la mañana, ya había completado el primer rediseño de sí mismo, v2.0, que era algo mejor, pero aún infrahumano. Sin embargo, cuando se lanzó Prometeo 5.0, a las dos de la tarde, dejó a los omegas anonadados: su rendimiento había pulverizado todos sus parámetros de referencia, y la velocidad de sus avances parecía estar acelerándose. Con la caída de la noche, decidieron desplegar Prometeo 10.0 para dar comienzo a la fase 2 de su plan: ganar dinero.
Su primer objetivo fue MTurk, el Mechanical Turk de Amazon. Desde su lanzamiento en 2005, había crecido con rapidez como un mercado de externalización abierto de tareas a través de internet, y congregaba a decenas de miles de personas en todo el mundo que competían sin descanso y de forma anónima por realizar tareas altamente estructuradas, denominadas HIT, «Human Intelligence Tasks» («Tareas de Inteligencia Humana»). Estas tareas iban desde transcribir grabaciones de audio hasta clasificar imágenes y escribir descripciones de páginas web, y todas ellas tenían algo en común: si se hacían bien, nadie notaría que quien las había realizado era una IA. Prometeo 10.0 era capaz de llevar a cabo casi la mitad de las categorías de tareas de forma aceptable. Para cada una de dichas categorías, los omegas hicieron que Prometeo diseñara un pequeño módulo de software de IA a medida que pudiese realizar tales tareas y nada más. A continuación, subieron este módulo a Amazon Web Services, una plataforma de computación en la nube susceptible de ejecutarse en tantas máquinas virtuales como ellos alquilasen. Por cada dólar que pagaban a la división de computación en la nube de Amazon, obtenían más de dos dólares de la división de MTurk. ¡Poco podía imaginar Amazon que dentro de su propia compañía existía una oportunidad tan increíble para un intermediario!
Para borrar su rastro, durante los meses anteriores habían ido creando discretamente miles de cuentas en MTurk a nombre de personas ficticias, y los módulos creados por Prometeo pasaron entonces a asumir sus identidades. Los clientes de MTurk solían pagar al cabo de ocho horas, momento en el cual los omegas reinvertían el dinero en más tiempo de computación en la nube, utilizando los módulos de tareas perfeccionados creados por la versión más reciente de Prometeo, sometido a un proceso continuo de mejora. Como estaban en condiciones de doblar su dinero cada ocho horas, al cabo de poco tiempo empezaron a saturar la cadena de suministro de MTurk y descubrieron que, si no querían despertar sospechas, no podían ganar más de aproximadamente un millón de dólares al día. Pero esto era más que suficiente para financiar su siguiente paso sin necesidad de pedir fondos al director financiero.
JUEGOS PELIGROSOS
Aparte de sus avances en IA, uno de los proyectos recientes con el que más se habían divertido los omegas fue planificar cómo ganar dinero de la manera más rápida posible tras el lanzamiento de Prometeo. En esencia, tenían toda la economía digital a su merced, pero ¿era preferible empezar creando videojuegos, música, películas o software, escribir libros o artículos, operar en la bolsa o hacer inventos y venderlos? Se trataba en última instancia de maximizar la tasa de retorno de la inversión, pero las estrategias de inversión normales eran una parodia a cámara lenta de lo que ellos eran capaces de hacer: mientras que un inversor normal estaría encantado con un retorno anual del 9 %, sus inversiones en MTurk les habían proporcionado un 9 % por hora, multiplicando por ocho el dinero cada día. Ya habían saturado MTurk, ¿cuál sería el siguiente paso?
Al inicio, pensaron en forrarse en la bolsa; al fin y al cabo, casi todos ellos habían rechazado en algún momento una oferta lucrativa para desarrollar IA para fondos de inversión, que estaban dedicando grandes sumas dinero precisamente a ello. Algunos recordaron que esta había sido la manera en que la IA había ganado sus primeros millones en la película Transcendence. Pero las nuevas normativas sobre derivados financieros tras la quiebra bursátil del año anterior habían reducido sus opciones. Enseguida se dieron cuenta de que, aunque podrían obtener retornos muy superiores a los de otros inversores, era improbable que estos se aproximasen, ni siquiera remotamente, a los que conseguirían si vendían sus propios productos. Cuando uno tiene a su servicio la primera IA superinteligente del mundo, es preferible invertir en compañías propias que hacerlo en las de terceros. Aunque podría haber excepciones ocasionales (como utilizar la capacidad sobrehumana de Prometeo para infiltrarse en otros sistemas a fin de obtener información confidencial y así poder comprar opciones sobre acciones que estuviesen a punto de dispararse), los omegas pensaron que esta estrategia no merecía la pena por la atención indeseable que podría concitar.
Cuando decidieron concentrarse en productos que podrían desarrollar y vender, pensaron en un principio que los videojuegos eran obviamente la mejor opción. Prometeo podría adquirir con rapidez una habilidad extraordinaria para diseñar juegos atractivos, y se encargaría sin dificultad de la programación, del diseño gráfico, del trazado de rayos de las imágenes y de todas las demás tareas necesarias para crear el producto final. Además, tras analizar todos los datos de la web sobre las preferencias de la gente, sabría con exactitud lo que le gusta a cada categoría de jugador, y podría desarrollar una capacidad sobrehumana de optimizar un juego para maximizar los ingresos por sus ventas. The Elder Scrolls V: Skyrim, un juego con el que muchos de los omegas habían perdido más horas de las que les gustaba reconocer, había recaudado 400 millones de dólares durante su primera semana en 2011, y confiaban en que Prometeo podría crear algo al menos tan adictivo en veinticuatro horas gastando un millón de dólares en recursos de computación en la nube. A continuación, podrían venderlo a través de internet y usar Prometeo para hacerse pasar por humanos que hablasen a favor del juego en la blogosfera. Si con esto conseguían 250 millones de dólares en una semana, habrían doblado su inversión ocho veces en ocho días, obteniendo un rendimiento del 3 % por hora (ligeramente inferior al de sus comienzos con MTurk, pero mucho más sostenible). Calculaban que, si desarrollaban una serie de juegos cada día, en poco tiempo podrían obtener 10.000 millones de dólares, sin arriesgarse siquiera a saturar ese mercado.
Sin embargo, una especialista en ciberseguridad que formaba parte del equipo les convenció para que abandonasen ese plan, al señalar que conllevaría el riesgo inaceptable de que Prometeo escapase y tomase el control de su propio destino. Como no estaban seguros de cómo evolucionarían los objetivos de Prometeo durante su proceso recursivo de automejora, decidieron no arriesgarse y procurar por todos los medios mantener a Prometeo confinado («encajonado»), de manera que no pudiese escapar a internet. Para el núcleo principal de Prometeo, que se ejecutaba en su sala de servidores, usaban un confinamiento físico: no había conexión a internet, y la única salida de información procedente de Prometeo se producía en forma de mensajes y documentos que este enviaba a un ordenador que los omegas controlaban.
Por otra parte, ejecutar cualquier programa creado por Prometeo en un ordenador conectado a internet constituía un riesgo: los omegas no podían controlar del todo lo que aquel haría, ni podían saber lo que no haría, como por ejemplo, comenzar a difundirse viralmente. Al probar el software que Prometeo había escrito para las tareas de MTurk, los omegas se previnieron contra este riesgo ejecutándolo solo dentro de una máquina virtual; esto es, de un programa que simula un ordenador: por ejemplo, muchos usuarios de Mac compran software de máquina virtual que les permite ejecutar programas para Windows al hacerles creer que están en una máquina con ese sistema operativo. Los omegas habían creado su propia máquina virtual, a la que pusieron el sobrenombre de «Caja de Pandora», que simulaba una máquina ultrasimplificada despojada de todos los ornamentos que solemos asociar con los ordenadores: sin teclado, sin monitor, sin altavoces, sin conectividad a internet, nada. Para las transcripciones de audio para MTurk, los omegas dispusieron las cosas de manera que lo único que podía entrar en la Caja de Pandora era un fichero de audio, y todo lo que podía salir era un solo documento de texto: la transcripción. Estas leyes de la caja eran para el software que se ejecutaba en su interior como las leyes de la física son para nosotros en el universo: el software no podía salir de la caja igual que nosotros no podemos ir más rápido que la velocidad de la luz, por muy listos que seamos. En la práctica el software, salvo por esa entrada y esa salida, en el interior de la Caja de Pandora estaba atrapado en un universo paralelo con sus propias reglas de computación. Era tal el temor de los omegas a que Prometeo escapase que añadieron también un confinamiento temporal, al limitar el tiempo de vida del código que no era de confianza. Por ejemplo, cada vez que el software de transcripción confinado terminaba de transcribir un archivo de audio, se borraba automáticamente todo el contenido de la memoria de la Caja de Pandora y se reinstalaba el programa desde cero. De esta manera, cuando comenzaba la nueva tarea de transcripción, no tenía conocimiento de lo que había sucedido antes, y por lo tanto carecía de la capacidad de aprender con el paso del tiempo.
Cuando los omegas utilizaron la nube de Amazon para su propio proyecto de MTurk, pudieron instalar todos los módulos de tareas que Prometeo había creado en cajas virtuales de ese estilo en la nube, porque la entrada y la salida que MTurk requería era muy sencilla. Pero esto no serviría para videojuegos con alto contenido gráfico, que no podrían confinarse porque necesitaban acceso completo a todo el hardware del ordenador del jugador. Además, no querían exponerse a que algún usuario con conocimientos informáticos analizase el código del juego, descubriese la Caja de Pandora y decidiese investigar qué había en el interior. El riesgo de fuga no solo obligaba a descartar de momento el mercado de los juegos, sino también el mercado, enormemente lucrativo, de otros tipos de software que movían cientos de miles de millones de dólares.
LOS PRIMEROS MILES DE MILLONES
Los omegas habían restringido su búsqueda a productos que fuesen muy valiosos, exclusivamente digitales (evitando así los lentos procesos de fabricación) y de fácil comprensión (por ejemplo, sabían que el texto o las películas no suponían un riesgo de escape). Al final, habían decidido lanzar una empresa de comunicación, y empezar con entretenimiento de animación. El sitio web, el plan de promoción comercial y los comunicados de prensa estaban todos preparados desde antes incluso de que Prometeo se convirtiese en una IA superinteligente; lo único que faltaba era el contenido.
Aunque el domingo por la mañana Prometeo era ya extraordinariamente competente y no hacía más que acumular dinero procedente de MTurk, sus capacidades intelectuales seguían siendo más bien limitadas: Prometeo había sido optimizado con el fin exclusivo de diseñar sistemas de IA y escribir software que llevase a cabo tediosas tareas de MTurk. Por ejemplo, se le daba mal hacer películas; no por ninguna cuestión intrínseca, sino por la misma por la que a James Cameron se le daba mal hacerlas cuando nació: es una habilidad que se tarda tiempo en aprender. Como un niño humano, Prometeo podía aprender cualquier cosa que quisiese a partir de los datos a los que tenía acceso. Mientras que James Cameron había tardado años en aprender a leer y escribir, Prometeo lo hizo un viernes, cuando también encontró tiempo para leer toda la Wikipedia y unos cuantos millones de libros. Hacer películas era más complejo. Escribir un guion que a los humanos les pareciese interesante era tan difícil como escribir un libro, y requería una comprensión detallada de la sociedad humana y de aquello que a los humanos les resultaba entretenido. Convertir el guion en el vídeo final exigía una enorme cantidad de trazado de rayos de actores simulados y de las escenas complejas por las que se movían, voces simuladas, o la producción de bandas sonoras sugerentes, entre otras cosas. Desde el domingo por la mañana, Prometeo ya era capaz de ver una película de dos horas en un minuto, lo que incluía leer cualquier libro en el que estuviese basada y todas las reseñas y clasificaciones publicadas online. Los omegas se dieron cuenta de que, tras pegarse un atracón de varios cientos de películas, a Prometeo empezó a dársele bastante bien predecir el tipo de críticas que obtendría una película y en qué medida atraería a distintos públicos. De hecho, aprendió a escribir sus propias reseñas de películas de una manera que, en opinión de los omegas, demostraba verdadera perspicacia, comentando cualquier aspecto, desde la trama hasta las actuaciones, pasando por detalles técnicos como la iluminación o los ángulos de cámara. Concluyeron entonces que Prometeo, partiendo de estos datos, aseguraría el éxito de sus películas.
Los omegas ordenaron a Prometeo que se centrase inicialmente en generar películas de animación, para evitar preguntas incómodas sobre quiénes eran los actores simulados. El domingo por la noche, para completar su tremendo fin de semana, apagaron las luces y, provistos de cervezas y palomitas de microondas, se dispusieron a ver la ópera prima de Prometeo. Se trataba de una comedia fantástica de animación, en la línea del Frozen de Disney, y el trazado de rayos se había realizado mediante un código confinado creado por Prometeo y ejecutado en la nube de Amazon, en la que se invertía buena parte del millón de dólares de beneficios diarios obtenido a través de MTurk. Al empezar la película, les resultó al mismo tiempo fascinante y aterrador pensar que había sido creada por una máquina sin asesoramiento humano, pero al rato estaban riéndose de las bromas y con la respiración contenida durante los momentos dramáticos. Algunos incluso soltaron alguna lagrimita durante el emocionante final, y llegaron a estar tan inmersos en esta realidad inventada que olvidaron la identidad de su creador.
Los omegas planificaron el lanzamiento de su sitio web para el viernes, dando así tiempo a Prometeo para que produjese más contenido, y a ellos mismos para hacer aquello para lo que no confiaban en Prometeo: comprar publicidad y empezar a contratar empleados para las empresas fantasma que habían constituido durante los meses anteriores. Para borrar su rastro, la tapadera consistiría en decir que su empresa audiovisual (que no tenía ningún vínculo público con los omegas) compraba la mayoría de su contenido a productores independientes, normalmente empresas tecnológicas emergentes de países pobres. Estos falsos proveedores estaban convenientemente ubicados en lugares remotos como Tiruchchirappalli y Yakutsk, a los que la mayoría de los periodistas curiosos no se molestarían en viajar. Los únicos empleados a los que contrataron realmente para esas empresas se dedicaban a la mercadotecnia y a tareas administrativas, y le explicaban a cualquiera que preguntase que sus equipos de producción estaban en otro lugar y que en ese momento no podían conceder entrevistas. En concordancia con su tapadera, eligieron como lema corporativo «Canalizando el talento creativo del mundo», y presentaron su compañía como rompedoramente diferente porque utilizaba tecnología puntera para empoderar a personas creativas, en especial en los países en vías de desarrollo.
Cuando llegó el viernes y los visitantes curiosos comenzaron a llegar a su sitio web, se encontraron con algo que recordaba a servicios de entretenimiento online como Netflix o Hulu, pero con interesantes diferencias. Todas las series de animación eran nuevas y no habían oído hablar de ellas, y además eran atractivas: en la mayoría, los episodios duraban cuarenta y cinco minutos, tenían una trama potente y cada uno de ellos terminaba dejando al espectador ansioso por saber qué pasaría a continuación. Y eran más baratos que los de la competencia. El primer episodio de cada serie era gratis, y los demás se podían ver por cuarenta y nueve centavos cada uno, con descuentos para la serie completa. En un principio, solo había tres series de tres episodios cada una, pero a diario se iban añadiendo nuevos episodios, así como nuevas series dirigidas a distintos segmentos de espectadores. Durante las primeras dos semanas de Prometeo, sus habilidades como realizador de películas mejoraron rápidamente, no solo en cuanto a la calidad de las mismas, sino también en relación con los algoritmos de simulación de personajes y de trazado de rayos, que redujeron de manera sustancial los costes de computación en la nube asociados a la realización de cada episodio. En consecuencia, los omegas pudieron sacar decenas de series nuevas durante el primer mes, enfocadas hacia públicos que iban desde niños pequeños hasta adultos, así como expandirse a los principales mercados mundiales, lo que hacía que su sitio web tuviese un alcance mucho más internacional que el de todos sus competidores. Algunos comentaristas estaban impresionados con el hecho de que no solo eran multilingües las pistas de sonido, sino también los propios vídeos: por ejemplo, cuando un personaje hablaba italiano, los movimientos de su boca se ajustaban a las palabras italianas, y también hacía gestos típicamente italianos con las manos. Aunque Prometeo era ahora perfectamente capaz de crear películas con actores simulados indistinguibles de los seres humanos, los omegas evitaron hacerlo para no mostrar sus cartas. Lo que sí hicieron fue lanzar muchas series con personajes humanos animados semirrealistas, en géneros que competían con los programas de televisión y las películas tradicionales de imagen real.
Su cadena resultó ser muy adictiva, y experimentó un crecimiento de audiencia espectacular. Para muchos de sus seguidores, los personajes y las tramas eran más ingeniosos e interesantes incluso que las producciones más caras de Hollywood para la gran pantalla, y estaban encantados de poder verlas a un precio mucho más asequible. Respaldado por una agresiva campaña publicitaria (que los omegas podían permitirse gracias a que sus costes de producción eran casi nulos), por una excelente recepción en los medios de comunicación y por las entusiastas opiniones que circulaban de boca en boca, sus ingresos globales se dispararon hasta los diez millones de dólares diarios transcurrido menos de un mes desde su lanzamiento. A los dos meses ya habían superado a Netflix y, al cabo de tres, recaudaban más de cien millones de dólares al día y empezaban a rivalizar con Time Warner, Disney, Comcast y Fox como uno de los mayores imperios audiovisuales del mundo.
Su extraordinario éxito concitó mucha atención indeseada, incluidas especulaciones sobre la posibilidad de que dispusiesen de una IA fuerte, pero, usando únicamente una pequeña porción de sus ingresos, los omegas desplegaron una campaña de desinformación bastante exitosa. Desde su flamante despacho en Manhattan, sus recién contratados portavoces repitieron sus historias de tapadera. Se contrataron muchos humanos como señuelo, incluidos guionistas reales de todo el mundo para que empezasen a desarrollar nuevas series, ninguno de los cuales sabían nada de Prometeo. La enmarañada red internacional de subcontratistas facilitaba que la mayoría de sus empleados pudiese suponer que eran otros, en algún otro lugar, quienes estaban haciendo la mayor parte del trabajo.
Para minimizar los riesgos y evitar levantar suspicacias con su elevado uso de la computación en la nube, también contrataron a ingenieros para que empezasen a construir una serie de gigantescos centros de computación por todo el mundo, propiedad de empresas fantasma en apariencia independientes. Aunque a las poblaciones locales se les presentaron como «centros de datos verdes», porque se alimentaban en gran medida de energía solar, en realidad estaban mucho más orientados a la computación que al almacenamiento. Prometeo había diseñado sus planos hasta el más mínimo detalle, usando exclusivamente hardware comercial estándar y optimizándolos para minimizar el tiempo de construcción. Quienes construían y gestionaban estos centros no tenían ni idea de la información que se procesaba en ellos: pensaban que administraban instalaciones comerciales de computación en la nube similares a las de Amazon, Google y Microsoft, y solo sabían que las ventas se gestionaban de forma remota.
NUEVAS TECNOLOGÍAS
En el transcurso de varios meses, el imperio empresarial controlado por los omegas empezó a introducirse en un número cada vez mayor de sectores de la economía mundial, gracias a la capacidad sobrehumana de planificación de Prometeo. Tras analizar minuciosamente los datos del mundo, ya durante su primera semana había presentado a los omegas un plan de crecimiento detallado paso a paso, que siguió mejorando y refinando a medida que aumentaban los datos y el poder de computación de los que disponía. Aunque Prometeo distaba mucho de ser omnisciente, sus capacidades eran ahora tan superiores a las de los humanos que los omegas lo veían como el oráculo perfecto: proporcionaba servicialmente soluciones y consejos brillantes en respuesta a todas sus preguntas.
El software de Prometeo estaba ahora muy optimizado para sacar el máximo partido del mediocre hardware creado por humanos sobre el que se ejecutaba, y, tal y como habían previsto los omegas, Prometeo identificó maneras de mejorar radicalmente este hardware. Por temor a que escapase a su control, se negaron a construir centros de producción robótica que Prometeo pudiese controlar de forma directa, y en su lugar contrataron a una gran cantidad de científicos e ingenieros de primer nivel en diversas ubicaciones y les hicieron llegar informes de investigación internos escritos por Prometeo, haciéndoles creer que procedían de investigadores de los otros lugares. Esos informes detallaban novedosos efectos físicos y técnicas de fabricación que sus ingenieros enseguida probaron, comprendieron y asimilaron. Cierto que los ciclos normales de investigación y desarrollo (I+D) humanos duran años, en gran medida porque conllevan muchos ciclos lentos de ensayo y error. La situación actual era muy diferente: Prometeo ya tenía claro cuáles habían de ser los pasos siguientes, por lo que el factor limitador era cuán rápido se podía guiar a las personas para que entendiesen y construyesen las cosas correctamente. Un buen profesor puede conseguir que sus alumnos aprendan ciencia mucho más rápido de lo que estos aprenderían si lo hiciesen por su cuenta y sin ninguna noción previa, y eso mismo era lo que Prometeo hacía de forma subrepticia con estos investigadores. Puesto que era capaz de predecir con precisión cuánto tiempo tardarían los humanos en comprender y construir las cosas si se los dotaba de distintas herramientas, Prometeo trazó el camino más rápido hacia delante, dando prioridad a nuevas herramientas que pudiesen comprenderse y construirse en poco tiempo y que resultasen útiles para crear otras herramientas más avanzadas.
En línea con el espíritu de la cultura maker, se fomentaba que los equipos de ingenieros usasen sus propias máquinas para crear máquinas mejores. Esta autosuficiencia no solo permitía ahorrar dinero, sino que también los hacía menos vulnerables a futuras amenazas procedentes del mundo exterior. En menos de dos años, estaban produciendo equipos informáticos mucho mejores que cualquier otro que el mundo hubiese conocido. Para evitar que la competencia externa tuviese acceso a esos nuevos avances, mantuvieron la existencia de esta tecnología en secreto y solo la utilizaron para mejorar Prometeo.
De lo que el mundo sí tuvo noticia, no obstante, fue de un asombroso auge tecnológico. Compañías recién creadas de todos los lugares del mundo estaban lanzando productos nuevos y revolucionarios prácticamente en todos los sectores. Una empresa emergente surcoreana lanzó una nueva batería que almacenaba el doble de energía que la de un ordenador portátil en la mitad de masa y que podía cargarse en menos de un minuto. Una empresa finlandesa sacó al mercado un panel solar barato que doblaba la eficiencia de sus mejores competidores. Una compañía alemana anunció un nuevo tipo de cable, susceptible de ser producido en masa, que era superconductor a temperatura ambiente, lo cual revolucionó el sector energético. Un grupo de biotecnología con sede en Boston reveló la existencia de un ensayo clínico en fase 2 en el que se desarrollaba, según afirmaron, el primer medicamento para la pérdida de peso sin efectos secundarios, al tiempo que circulaban rumores de que una organización india estaba vendiendo algo similar en el mercado negro. Una empresa californiana respondió con un ensayo clínico en fase 2 de un medicamento muy exitoso contra el cáncer, que hacía que el sistema inmune identificase y atacase las células que presentaban alguna de las mutaciones cancerosas más comunes. Los ejemplos se sucedían uno tras otro, dando pie a que se hablase de una nueva era dorada de la ciencia. Por último, pero no por ello menos importante, las compañías de robótica se multiplicaban como setas en todo el mundo. Ninguno de los bots se aproximaban siquiera al nivel de la inteligencia humana, y la mayoría de ellos no se parecían en nada a un ser humano. Pero trastornaron drásticamente la economía y, a lo largo de los años siguientes, reemplazaron de forma gradual a la mayoría de los trabajadores empleados en los sectores de la producción industrial, el transporte, el almacenamiento, la venta al por menor, la construcción, la minería, la agricultura, la silvicultura y la pesca.
Lo que el mundo no supo, gracias al esfuerzo de un equipo de abogados de primer nivel, fue que todas estas empresas estaban controladas por los omegas a través de una serie de intermediarios. Prometeo estaba inundando las oficinas de patentes de todo el mundo con inventos sensacionales a través de varios terceros, y con el tiempo, estos inventos los condujeron a dominar todos los sectores tecnológicos.
Aunque estas empresas nuevas y rompedoras se granjearon poderosos enemigos entre sus competidores, hicieron amigos aún más poderosos. Proporcionaban unas ganancias extraordinarias y, con eslóganes como «Invirtiendo en nuestra comunidad», dedicaban una parte considerable de estos beneficios a contratar personal (normalmente, las mismas personas que habían sido despedidas por las compañías víctimas de la ruptura tecnológica) para proyectos comunitarios. Empleaban los análisis detallados que Prometeo generaba para identificar los trabajos que proporcionarían el máximo rendimiento para los empleados y para la comunidad con un mínimo coste y del todo adaptados a las circunstancias locales. En regiones con altos niveles de servicios públicos, estas medidas solían dirigirse a la mejora de las relaciones comunitarias, la cultura y los cuidados personales, mientras que en zonas más pobres también incluían creación y mantenimiento de escuelas, sanidad, guarderías, cuidado de ancianos, vivienda asequible, parques e infraestructuras básicas. Prácticamente en todas partes, los habitantes de cada lugar coincidían en que se trataba de mejoras que debían haberse hecho mucho antes. Los políticos locales recibieron generosas donaciones, y se procuró que su imagen saliese reforzada por fomentar estas inversiones empresariales en la comunidad.
GANAR PODER
Los omegas habían lanzado una empresa de comunicación no solo para financiar sus primeros proyectos tecnológicos, sino también pensando en el siguiente paso de su ambicioso plan: dominar el mundo. Transcurrido menos de un año desde el lanzamiento inicial, habían agregado canales de noticias de gran calidad a su parrilla en todo el mundo. A diferencia de sus otros canales, estos estaban diseñados expresamente para perder dinero y se presentaban como un servicio público. De hecho, estos canales de noticias no generaban ingreso alguno: no emitían publicidad y cualquiera que tuviese una conexión a internet podía verlos de forma gratuita. El resto de su imperio mediático era una máquina de generar dinero de tal envergadura que podían dedicar muchos más recursos a su servicio de noticias que cualquier otra empresa periodística a lo largo de la historia. Y se notaba. Mediante la contratación agresiva con salarios muy competitivos de periodistas y reporteros de investigación, llevaron a la pantalla un talento y unas revelaciones notables. Gracias a un servicio web de escala global que pagaba a cualquiera que revelase algo noticiable, desde corrupción local hasta algún suceso conmovedor, solían ser los primeros en informar de todo tipo de historias. Al menos eso era lo que la gente creía. En realidad, eran los primeros porque las historias atribuidas a informadores voluntarios habían sido descubiertas por Prometeo mediante la monitorización de internet en tiempo real. Todos estos canales de noticias en vídeo ofrecían también podcasts y artículos impresos.
La primera fase de su estrategia informativa consistía en ganarse la confianza del público, lo cual lograron con gran éxito. Su insólita disposición a perder dinero hizo posible una extraordinaria diligencia en cuanto a cobertura regional y local, en la que era habitual que periodistas de investigación revelasen escándalos que captaban enseguida la atención de sus espectadores. En los países donde existía una profunda división política y acostumbrados a que sus medios de comunicación fuesen muy partidistas, los omegas lanzaban un canal de noticias dirigido a cada una de las facciones, en apariencia propiedad de empresas distintas, para ganarse poco a poco la confianza de cada una de ellas. Si era posible, los conseguían usando testaferros para comprar los canales existentes más influyentes, que a continuación mejoraban al eliminar la publicidad e introducir su propio contenido. En países donde la censura y las injerencias políticas ponían en peligro estas iniciativas, solían aceptar al principio cualquier cosa que el Gobierno de turno les exigiese para poder seguir operando, con el lema interno secreto de «La verdad, nada más que la verdad, pero quizá no toda la verdad». Prometeo normalmente ofrecía excelentes consejos en situaciones de este tipo, al clarificar a qué políticos convenía hacer quedar bien y a cuáles (por lo general corruptos y de ámbito local) se podía poner en evidencia. Prometeo también ofrecía valiosas recomendaciones en lo referente a qué hilos mover, a quién sobornar y cuál era la mejor manera de hacerlo.
Esta estrategia tuvo un éxito rotundo en todo el mundo, y los canales controlados por los omegas se convirtieron en las fuentes de noticias que generaban más confianza. Incluso en los países donde los gobiernos habían impedido hasta entonces su implantación masiva, se labraron una reputación de credibilidad, y muchas de sus informaciones circulaban a través del boca a oreja. Los ejecutivos de canales de noticias competidores
