La generación perdida

Juan Francisco Fuentes

Fragmento

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PRÓLOGO

 

 

 

 

Este libro es el resultado tardío del hallazgo de una pequeña joya escondida en un número de El Sol, el gran periódico liberal fundado en 1917 por el empresario Nicolás María Urgoiti e inspirado por José Ortega y Gasset. El 24 de diciembre de 1929 publicó la respuesta de una estudiante madrileña de diecisiete años a una encuesta lanzada por el rotativo para saber qué opinaban los jóvenes en aquellos «momentos de transición». Aquel texto compartía portada con las principales noticias del día. Una de ellas —no recuerdo cuál— me interesó lo suficiente como para fotocopiar la página entera. Con el tiempo, sin embargo, lo que más me llamó la atención de aquella fotocopia que se quedó entre mis papeles fue la pieza titulada «La exploración de “El Sol”: Lo que piensan los jóvenes», que incluía una de las primeras respuestas al experimento demoscópico iniciado por el periódico dos meses antes. Sorprendía sobre todo la mezcla de madurez e ingenuidad que mostraba «M. U.» —así firmaba su texto— al hablar del presente y del futuro, y al tratar temas como el feminismo, la religión, la política, el matrimonio, la educación o el auge de los nacionalismos en la Europa de los años veinte.

Un buen día decidí empezar mi curso de Historia del Mundo Actual leyendo su testimonio a mis alumnos y planteándoles un análisis de su contenido y un debate sobre la identidad oculta de «M. U.». A ellos les fascinaban sus opiniones y a mí me intrigaba su visión del personaje, tan lejano a su mundo y tan cercano a las inquietudes propias de su edad. La última parte del debate era un puro ejercicio de voluntarismo histórico consistente en esbozar su biografía a partir de la poca información que ofrecía y trazar su posible trayectoria posterior. ¿Qué habría sido de ella en la Guerra Civil, iniciada cuando tenía veinticuatro años? ¿En qué bando militaría, si es que tomó partido por uno de ellos? Sus avanzadas ideas sobre las cuestiones planteadas y el haber cursado el bachillerato en el Instituto Escuela —en su opinión, «el mejor de España»—, vinculado a la Institución Libre de Enseñanza, nos hacían suponer que en los años treinta habría apoyado a la República y que en la guerra se habría alineado con el bando perdedor.

Y no nos equivocábamos. Al cabo de varios años de compartir con mis alumnos el experimento de El Sol, y después de algunas tentativas fallidas, me propuse averiguar de una vez por todas quién era «M. U., diecisiete años, sexo femenino, estudiante (Madrid)». La solución al acertijo la encontré en la documentación del Instituto Escuela conservada en el archivo de la Junta para Ampliación de Estudios, que se podía consultar online en el portal <archivojae.edaddeplata.org>. Se trataba de buscar en el índice onomástico un nombre de mujer que coincidiera con sus iniciales (M. U.) y comprobar a continuación el resto de sus datos. En la letra U, por suerte no muy común como inicial de un apellido, di con dos nombres que cumplían las condiciones requeridas, ambos pertenecientes a alumnas del Instituto Escuela en los años veinte, aunque solo una de las dos concordaba plenamente con la información que contenía la respuesta a El Sol: Matilde Ucelay Maortua, natural de Madrid, nacida en 1912. Tenía, por tanto, diecisiete años en diciembre de 1929, según figuraba en el encabezamiento de su texto. La otra candidata era su hermana Margarita. Por sus iniciales y por ser alumna del Instituto Escuela podría haber sido ella, pero su fecha de nacimiento (1916) la descartaba. No cabía duda: la autora del texto era Matilde Ucelay.

Tirando de ese hilo pude reconstruir buena parte de su larga vida. Pertenecía a una familia muy conocida de la clase media liberal y fue la primera licenciada en Arquitectura de la historia de España, tras terminar la carrera en julio de 1936, días antes del comienzo de la Guerra Civil. Desempeñó algún cargo menor en la España republicana y se casó con el editor José Ruiz-Castillo Basala, con quien se trasladó a vivir a Valencia, capital de la República en guerra. Aquellos antecedentes bastaron para que en 1942 la justicia franquista la inhabilitara durante cinco años para el ejercicio de su profesión. Pese a ello desarrolló una brillante y dilatada carrera como arquitecta, que le valió en 2006, poco antes de morir, el Premio Nacional de Arquitectura. Tras aquel descubrimiento, estos últimos cursos mi lectura y análisis de su testimonio en clase ha tenido el mejor colofón posible: revelar a mis alumnos su identidad, ilustrada con alguna de sus fotografías, y hablarles del reconocimiento que obtuvo en los últimos años de su vida. En este final feliz se cumplían las palabras que le dedicó un periodista en 1929 al comentar sus respuestas al cuestionario de El Sol: «Tú llegarás, chiquilla».

Atrapado por su caso, tardé mucho en interesarme por las opiniones de otros jóvenes lectores del periódico que participaron en aquella «exploración psicológica» sobre la juventud. Cuando lo hice, buceé también en las fuentes disponibles para averiguar su identidad y su trayectoria en los años, y aun en las décadas, siguientes. Si el autor firmaba con su nombre real y sus apellidos no eran excesivamente comunes, se le podía seguir la pista en la prensa de la época o en la documentación de la Guerra Civil y el franquismo. Había casos muy dispares, desde aquellos dos jóvenes que fueron ejecutados, uno en la guerra y el otro en la inmediata posguerra, hasta aquel otro que acabó siendo gobernador civil de Barcelona en los años cincuenta. Las dramáticas circunstancias vitales de muchos de ellos a partir de 1936 —ejecución, exilio, cárcel, muerte civil…— contrastaban con su visión de la vida, rebosante de optimismo, al cumplimentar el cuestionario de El Sol en 1929. De ahí la idea de editar las 36 respuestas publicadas por el periódico, de las 1.326 recibidas, y de hacerlo en un libro sobre aquella generación, a la que por su trágico destino y por haberse perdido su rastro durante tanto tiempo se me ocurrió llamar la «generación perdida».

 

* * *

 

El libro que el lector tiene en sus manos no existiría sin la fe y el entusiasmo que puso en él Miguel Aguilar, director de Taurus, que me dio en su momento el empujón necesario para escribirlo y me ha hecho sugerencias de la mayor utilidad para acabar de darle forma. He contraído también una deuda de gratitud con quienes me han facilitado información sobre la vida de algunos de los personajes que aparecen a lo largo de estas páginas. Ana María Rocasolano Díez, del Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid; María Isabel Colado Megía, secretaria académica de la Facultad de Medicina de la misma Universidad; Mar Gaisse, directora del Archivo Histórico de la Fundación Estudio; Ana Gascón, del Archivo de la Universidad de Zaragoza; Jaime Fariña, del Arquivo Histórico de la Universidad de Santiago de Compostela, y el Archiv

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