El arte del bisturí

Arnold Van de Laar

Fragmento

Prólogo
Prólogo

Desde la primera vez que tuve a un paciente en la mesa de operaciones, en los tiempos en que aún era un joven residente de cirugía, me pregunto cómo pueden los cirujanos realizar este trabajo tan extravagante. Hace veinticuatro siglos, Hipócrates, el padre de la medicina, ya recomendaba no someter a un enfermo a la incertidumbre de una operación: su lema era que el médico no debía empeorar el estado del paciente bajo ningún concepto. Hasta la invención de la anestesia, en 1846, los cirujanos sabían de sobra que los pacientes estaban de acuerdo con Hipócrates; podemos suponer que los gritos y pataleos lo dejaban perfectamente claro. Desde que se usa anestesia, los pacientes duermen mientras se les realiza la operación, y el cirujano puede trabajar con menos cargos de conciencia. Aun así, los cirujanos del pasado debieron de darse cuenta de que sus pacientes morían demasiado a menudo.

En la antigüedad no había cirujanos como tales. Apenas tenía sentido operar, y cuando no quedaba otra opción y se hacía, eran los médicos —y no los cirujanos— los encargados de sacar esa operación adelante. Los auténticos cirujanos aparecieron mucho más tarde, en un oficio artesano que se transmitía de maestro a aprendiz; sus pacientes eran clientes que pagaban por el servicio que recibían. Con el tiempo, a medida que la reputación de esta actividad fue mejorando, su motivación cambió, y los cirujanos se convirtieron en exploradores. Cuando Theodor Billroth realizó la primera operación abdominal de la historia, en 1881, se hizo famoso en todo el mundo al instante: había demostrado que algo que siempre se había considerado imposible en realidad no lo era. El hecho de que su paciente, Thérèse Heller, muriese a los tres meses de la intervención no le restaba ningún mérito: lo importante era la exploración, ganar terreno. Vemos un claro paralelismo con épocas más recientes: Christiaan Barnard también se hizo mundialmente famoso, en su caso por el primer trasplante de corazón (en 1967), pero casi nadie sabe que el paciente, Louis Washkansky, sólo sobrevivió dieciocho días.

La historia de mi profesión se puede explicar desde dos perspectivas: una, épica, llena de actos heroicos de grandes cirujanos que plantan cara a circunstancias adversas; la otra, un relato de sus pacientes, cuya vida o muerte a veces se dirime en la mesa de operaciones. Este libro trata sobre pacientes famosos sometidos a operaciones famosas, y también sobre cirujanos célebres. Al parecer, las impactantes historias de terror de antiguos quirófanos, las explicaciones médicas y las vidas de estos pacientes despiertan interés a lo largo y ancho del mundo: desde su primera edición, en 2014, El arte del bisturí se ha traducido al alemán, inglés, turco, coreano, polaco y hebreo, y pronto aparecerá en español, checo, chino, italiano y ruso.

Esta nueva edición incluye la historia de un testigo único que hace doscientos años describió en primera persona su terrible experiencia con una operación. En su caso, la cirugía era un mal necesario y la paciente sobrevivió al drama, aunque resulta difícil saber si fue gracias a la operación.

El futuro ideal de la cirugía sería que el mal necesario dejara de existir; la profesión desaparecería, el bisturí quedaría en desuso... Por suerte, la historia reciente muestra que avanzamos en esa dirección. El progreso tecnológico del siglo XX hizo posible que cada vez más pacientes se sometieran a operaciones complejas, y gracias a eso podemos analizar científicamente los resultados de dichas operaciones. En los últimos veinte años hemos tenido la posibilidad de evaluar el éxito de una operación respecto a otros tratamientos o a la no intervención. El hecho de disponer de resultados de grupos cada vez más numerosos de pacientes nos brinda pruebas más y más claras a favor o en contra de la eficacia de una operación. Por fin, la cirugía hunde cada vez más sus raíces en evidencias. Curiosamente, al aproximarnos a la cirugía con el método científico resulta cada vez más obvio que menos es más: a menudo, una incisión más pequeña, una operación más breve o un medicamento en lugar del bisturí logran mejores resultados que las grandes operaciones en las que antaño se creía a pies juntillas. Así resulta que hemos de darle la razón al viejo Hipócrates: hay que arreglar todo lo que pueda arreglarse, con la mínima intervención posible.

ARNOLD VAN DE LAAR,

Ámsterdam, 2019

Introducción

Introducción

DEL CHEIROURGOS

AL CIRUJANO MODERNO

Heridas de guerra, según Ambroise Paré. Ilustración de su libro Opera chirurgica de 1594.

Una noche de 1537, después de un largo día de combate en la batalla de Turín, al joven cirujano del ejército francés Ambroise Paré le costaba conciliar el sueño. En el campo de batalla había muchas víctimas de arcabuces y armas de fuego, pero él nunca había tratado una herida de bala y estaba terriblemente preocupado. Había leído en un li

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