Aleph

Paulo Coelho

Fragmento

Aleph

Rey de mi reino

¡No! ¿Otra vez un ritual? ¿Invocar de nuevo a las fuerzas invisibles para que se manifiesten en el mundo visible? ¿Qué tiene eso que ver con el mundo en que vivimos ahora? Los jóvenes salen de la universidad y no consiguen empleo. Los viejos llegan a la jubilación sin tener dinero para nada. Los adultos no tienen tiempo de soñar, pasan de las ocho de las mañana a las cinco de la tarde luchando para sostener a la familia, pagar el colegio de los hijos, enfrentando aquello que todos conocemos con el nombre resumido de “dura realidad”.

El mundo nunca estuvo tan dividido como ahora: guerras religiosas, genocidios, falta de respeto por el planeta, crisis económicas, depresión, pobreza. Todos queriendo resultados inmediatos para resolver cuando menos algunos de los problemas del mundo o de su vida personal. Pero las cosas parecen más negras a medida que avanzamos hacia el futuro.

¿Y yo aquí, queriendo seguir adelante en una tradición espiritual cuyas raíces están en un pasado remoto, lejos de todos los retos del momento presente?

* * *

Al lado de J., a quien llamo mi Maestro, y aun comenzando a tener dudas al respecto, camino en dirección al roble sagrado, que ha estado ahí desde hace más de 500 años, contemplando impasible las agonías humanas; su única preocupación es entregar las hojas al invierno y recuperarlas de nuevo en la primavera.

Ya no soporto escribir sobre mi relación con J., mi guía en la Tradición. Tengo decenas de diarios repletos de anotaciones de nuestras conversaciones, que nunca releo. Desde que lo conocí en Ámsterdam, en 1982, aprendí y desaprendí a vivir un centenar de veces. Cuando J. me enseña algo nuevo, creo que tal vez sea el paso que me falta para llegar a la cima de la montaña, la nota que justifica la sinfonía entera, la letra que resume el libro. Paso por un periodo de euforia, que poco a poco va desapareciendo. Algunas cosas se quedan para siempre, pero la mayoría de los ejercicios, de las prácticas, de las enseñanzas, termina por desaparecer en un agujero negro. O, por lo menos, eso es lo que parece.

* * *

El suelo está mojado; imagino que mis tenis tan meticulosamente lavados dos días antes estarán de nuevo llenos de lodo dentro de algunos pasos, independientemente del cuidado que pueda tener. Mi búsqueda de la sabiduría, la paz espiritual y la conciencia de las realidades visibles e invisibles se transformó ya en una rutina que no da resultado. Cuando tenía 22 años comencé a dedicarme al aprendizaje de la magia; recorrí diversos caminos, anduve a la orilla del abismo durante años importantes, resbalé y caí, desistí y volví. Imaginaba que cuando llegara a los 59 años estaría cerca del paraíso y de la tranquilidad absoluta que creo ver en la sonrisa de los monjes budistas.

Por el contrario, parece que estoy más lejos que nunca. No estoy en paz; de vez en cuando entro en grandes conflictos conmigo mismo, que pueden durar meses. Y los momentos en que me sumerjo en la percepción de una realidad mágica duran apenas algunos segundos. Lo suficiente para saber que ese otro mundo existe, y lo bastante para dejarme frustrado por no lograr absorber todo lo que aprendo.

Llegamos.

Cuando acabe el ritual, hablaré seriamente con él. Ambos colocamos las manos en el tronco del roble sagrado.

* * *

J. dice una oración sufí:

“Oh Dios, cuando presto atención a las voces de los animales, al ruido de los árboles, al murmullo de las aguas, al gorjeo de los pájaros, al sonido del viento y al estruendo del trueno, percibo en ellos un testimonio de Tu unidad; siento que Tú eres el supremo poder, la omnisciencia, la suprema sabiduría, la suprema justicia.

”Oh Dios, Te reconozco en las pruebas que estoy pasando. Permite, oh Dios, que Tu satisfacción sea mi satisfacción. Que yo sea Tu alegría, esa alegría que un Padre siente por un hijo. Y que me acuerde de Ti con tranquilidad y determinación, aun cuando fuera difícil decir que Te amo.”

Generalmente, en este momento yo sentiría, por una fracción de segundo, pero con eso bastaba, la Presencia Única que mueve el Sol y la Tierra, y que mantiene a las estrellas en su lugar. Pero hoy no quiero conversar con el Universo; basta con que el hombre a mi lado me dé las respuestas que necesito.

* * *

Él retira las manos del tronco del roble y yo hago lo mismo. Me sonríe, y yo le sonrío a mi vez. Nos dirigimos, en silencio y sin prisa, a mi casa; nos sentamos en la terraza y tomamos un café, todavía sin hablar.

Contemplo el árbol gigantesco que está al centro de mi jardín, con el listón en torno a su tronco, colocado ahí después de un sueño. Estoy en el villorrio de San Martín, en los Pirineos franceses, en una casa que ya me arrepentí de haber comprado; ella terminó por poseerme, exigiendo mi presencia siempre que fuera posible, porque necesita de alguien que la cuide para mantener viva su energía.

—Ya no puedo evolucionar —digo, cayendo como siempre en la trampa de hablar primero—. Creo que llegué a mi límite.

—Qué interesante. Yo siempre intenté descubrir mis límites, y hasta ahora no logro alcanzarlos. Pero mi universo no colabora mucho, sigue creciendo y no me ayuda a conocerlo por completo —dice J., provocándome.

Está siendo irónico. Pero yo sigo adelante.

—¿Y qué viniste a hacer aquí hoy? Tratar de convencerme de que estoy equivocado, como siempre. Di lo que quieras, pero sabe que las palabras no cambiarán nada. No estoy bien.

—Fue exactamente por eso que vine hoy. Presentí lo que estaba ocurriendo hace ya tiempo. Pero siempre existe un momento exacto para actuar —afirma J., tomando una pera de encima de la mesa y haciéndola girar en sus manos—. Si hubiésemos conversado antes, tú todavía no estarías maduro. Si conversáramos después, tú ya estarías podrido —da una mordida a la fruta, saboreando su gusto—. Perfecta. El momento correcto.

—Tengo muchas dudas. Y las mayores son mis dudas de fe —insisto.

—Excelente. La duda es lo que empuja al hombre hacia delante.

Como siempre, buenas respuestas y buenas imágenes, pero hoy no están funcionando.

—Voy a decirte lo que sientes —continúa—. Que todo lo que aprendiste no echó raíces, que eres capaz de sumergirte en el universo mágico, pero no logras quedar inmerso en él. Que tal vez todo eso no pase de ser una gran fantasía que el ser humano crea para alejar su miedo a la muerte.

Mis preguntas son más profundas: son dudas de fe. Tengo una única certeza: existe un universo paralelo, espiritual, que interfiere con este mundo en que vivimos. Fuera de eso, todo el resto, los libros sagrados, las revelaciones, las guías, los manuales, las ceremonias, todo eso me parece absurdo. Y lo que es peor, sin efectos duraderos.

—Te voy a decir lo que ya he sentido —continúa J.—. Cuando era joven, me deslumbraba con todas las cosas que la vida podía ofrecerme, pensaba que era capaz de obtener cada una de ellas. Cuando me casé, tuve que elegir un solo camino, porque necesit

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