Imagen, actitud y poder

Lucy Lara

Fragmento

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INTRODUCCIÓN

Credibilidad. Ésta es la palabra que viene a mi mente cuando trato de identificar el hilo conductor que lleva a una mujer de la mano de su imagen y actitud hacia el poder. Breves instantes toma leer la apariencia de una persona y construirse una idea sobre ésta. El corte de pelo, el maquillaje, la ropa, los accesorios, su manera de sentarse y de mirar dicen miles de cosas sin haber pronunciado palabra alguna. Pero si habla, su imagen se va construyendo también por medio del tono de su voz, su acento, el volumen que usa, si tartamudea o tiene muletillas, si despliega un vocabulario educado o vulgar, las pausas que utiliza y la cadencia con la que se expresa. Si a eso se le suma cómo camina, el espacio que ocupa en la sala de juntas, la forma en que estrecha la mano de sus clientes… entre otras, estas pistas se convierten en un informe que sitúan a cada mujer en cierta categoría: inteligente, tonta, ignorante, débil, insegura, líder, etcétera. Esas conjeturas pueden ser erróneas o no, pero es irrefutable que son determinantes para que se abran o cierren puertas y marquen un futuro próspero o un estancamiento frustrante.

El valor de la imagen que proyectamos es responsabilidad nuestra, aunque quien la juzga es la sociedad. Sin embargo, son contadas las mujeres que se percatan de su importancia y la utilizan a su favor. Quienes se preocupan e intentan depurar su aspecto, muchas veces terminan por traicionar su autenticidad para tratar de cumplir con los estándares de lo correcto, cuando lo que realmente importa es que cada persona talle las facetas de su estilo con originalidad, comodidad, certeza, coherencia y propiedad; sin jamás sacrificar su identidad.

Hay rasgos físicos que no se pueden ocultar o transformar. A una mujer alta se le considera más apta que a una de estatura baja y el tono de piel que tiene mayor aprecio socialmente es el de una persona caucásica. Sin embargo, lejos de intimidarse y sentir vergüenza de una tez oscura, un sobrepeso, los ojos rasgados, ser muy joven, demasiado madura o tener determinada orientación sexual, se trata de abrazar tus diferencias, grandes o pequeñas y encontrar una manera de convertirlas en parte de tu valor.

¿Cómo debe vestir una mujer para ser tomada en serio en un ámbito masculino sin perder feminidad o sentirse disfrazada, como sucedió en los años ochenta cuando miles de chicas se pusieron trajes de pantalón, saco con grandes hombreras, camisa y hasta corbata? El tema es más complejo de lo que suena y, más allá de estar únicamente relacionado con la reacción de los hombres ante sus colegas mujeres, hay que empezar por reconocer que todos somos responsables de una red de juicios y descalificaciones que llevamos a cabo día a día al evaluar el estilo, la personalidad y la capacidad de los que trabajan con o para nosotros.

En la imagen de una mujer que aspira a una posición alta o ya ejerce un liderazgo hay una serie de exigencias que no se encuentran en ningún manual laboral. Son reglas ocultas, no dichas que, si bien podrían parecer producto del sentido común, resultan frecuentemente misóginas y machistas, pero que los miembros de los dos sexos aceptamos en silencio como “buenas y funcionales”.

Para colmo, tratar el tema de una imagen inapropiada en el trabajo con una subalterna ya sea a manera de retroalimentación o como parte importante de su desempeño actual y con miras a un crecimiento futuro suele no tomarse como crítica constructiva, sino como agresión sexista si el comentario viene de un hombre o como una muestra de envidia o celos cuando quien lo emite es una mujer. La persona que es confrontada con un argumento que va en contra de su manera de vestir o arreglarse, muy pocas veces puede recibir esas palabras sin sentirse avergonzada, herida y violentada, cuando lo que realmente se pretende es regalarle un trozo de verdad que, aunque sea dura y devastadora, representa el primer escalón para tomar conciencia de la trascendencia que tiene la imagen en un ámbito laboral. Si en lugar de sentirse agraviada, esa chica abriera grandes los ojos para observar el código de vestimenta que siguen las mujeres exitosas de su empresa u otras compañías similares, pidiera ayuda a un asesor de imagen, comprara un libro de estilo o, simplemente, hablara abiertamente del tema para aprender de sus colegas, entendería que la inteligencia, el talento, la responsabilidad y hasta la integridad (por sólo mencionar algunas virtudes deseables en cualquier contendiente a un mejor puesto) deben estar envueltas en una vestimenta que las enmarque y las resalte para ser apreciadas por los demás.

Aprender a vestirse para favorecer la silueta es en sí un reto, pero lograr que la ropa pueda convertirse en una herramienta social y de trabajo que te ayude a crecer en tu puesto actual y ascender hacia una futura meta es el primer objetivo de este libro. En él encontrarás las claves para construir un guardarropa eficaz, lleno de estilo, elegancia, autoridad y mucho poder. Conocerás la forma de invertir en las piezas clásicas e icónicas. Sabrás elegir la combinación perfecta de ropa para presentar tus ideas ante tu grupo de trabajo, venderles el proyecto a tus clientes o lucir como jefe, aunque te falten años para llegar a ese puesto. Pero lo más relevante es que harás de tus prendas una armadura capaz de resistir las batallas de cada jornada; sin perder nunca el estilo ni la confianza en ti misma.

Una vez que domines el arte de vestir y encuentres el guardarropa que te ayude a ser reconocida, es preciso llegar con la actitud adecuada para tomar nuevas responsabilidades, emprender grandes proyectos y demostrar lo que hay en tu cabeza. Es el momento idóneo para desplegar tu perseverancia, el talento que te distingue y la fuerza de carácter que te hace insustituible.

En todos los años que he trabajado como líder de un equipo, me ha quedado claro que mucho más importante que la inteligencia, el talento o la experiencia de la persona que va a formar parte de mi grupo laboral es esencial que tenga una actitud positiva. No sólo me refiero a sus ganas de aprender, su disposición de adaptarse, saber trabajar en conjunto o en solitario, así como cumplir con sus funciones en tiempo y forma, sino a que su presencia ejecutiva me permita confiarle nuevos proyectos y retos, delegarle responsabilidades y apoyarme en sus fortalezas, al mismo tiempo que vamos abordando y mejorando juntas nuestras debilidades.

Frecuentemente olvidamos que nuestro primer enemigo en el trabajo somos nosotras: nuestras inseguridades, miedos, envidias, lagunas de conocimiento o falta de aptitud para articular y presentar ideas, resultados o proyectos. Para colmo, muchas mujeres no nos sentimos merecedoras de nuestros puestos y en lugar de adjudicar nuestra posición laboral a nuestros méritos, pensamos que son resultado de la buena suerte o de que alguien nos ha confundido por una persona capaz y tememos ser descubiertas como un fraude. Eso nos hace sentir vergüenza e incluso culpables de nuestro éxito.

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