La historia detrás del desastre

Roberto Rock L.

Fragmento

La historia detrás del desastre

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Introducción

Escena 1. Primavera de 2012. En plena campaña presidencial de Enrique Peña Nieto, líderes sindicales, gobernadores priistas y otros actores de poder fueron convocados a diversos encuentros privados con el hombre del momento, el carismático exgobernador del Estado de México, el irresistible heraldo del regreso de un “nuevo PRI”. El propósito: presentarles un diagnóstico de la contienda y pedirles compromisos de contribuciones de dinero en efectivo. Cada asistente apuntaba una cifra en una tarjeta que entregaba directamente al candidato, lo que semejaba las reglas de una cofradía secreta. Hubo tarjetas en las que se inscribieron cifras alucinantes, hasta de 1 000 millones de pesos. Según alardearon después, entre los mayores aportantes figuraron los gobernadores de Veracruz, Javier Duarte; de Chihuahua, César Duarte, y de Quintana Roo, Roberto Borge, sobre los que ya había señalamientos de saqueo de fondos públicos.

El lugar: Casa de Gobierno en Toluca, entonces sede del gobernador Eruviel Ávila, o la residencia en donde estaba radicada la representación del gobierno del estado, en la avenida Explanada de la Ciudad de México, en el exclusivo barrio de las Lomas de Chapultepec.

El expositor: Luis Videgaray, alter ego de Peña Nieto. En la primera de esas reuniones, este experto en finanzas, formado en el ITAM y con posgrado en el prestigiado Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) de Boston, Estados Unidos, presentó su estrategia. Todo va bien, les dijo, pero la contendiente panista, Josefina Vázquez Mota, “está creciendo mucho”, por lo que pidió a los gobernadores alentar apoyos en medios locales y promover anuncios en carteleras espectaculares para “hacer subir” a López Obrador.

Alguien pudo haber percibido que en estos encuentros algo olía mal; que esos diagnósticos estaban cargados de mucha autocomplacencia y muy poca comprensión de un país confrontado. Pero todos parecían entusiasmados con el retorno de quienes “sí saben hacer las cosas”. Y hasta la oposición parecía apenas ocultar su satisfacción con el estado de la cuestión.

La euforia llegó con el Pacto por México, anunciado en la toma misma de posesión del nuevo presidente de la República. En unos cuantos meses se impulsaron 13 ejes de reformas cruciales. Con sólo unos días de por medio, al Congreso llegaron las reformas energética, fiscal y educativa. Cada una rompía con un estado de cosas. Y ahí estaba para ratificarlo el encarcelamiento de la cacique sindical magisterial Elba Esther Gordillo. El plan del gobierno a corto plazo era imponer las reformas, advertía el presidente Peña Nieto, lo repetían sus principales colaboradores: Luis Videgaray, Miguel Ángel Osorio Chong, Aurelio Nuño. Y a largo plazo no quedaba más que implementar esas mismas reformas…

Pronto, sin embargo, empezaron a surgir señales de que algo en palacio se estaba pudriendo.

Escena 2. Un procurador general de la República durante la administración de Peña Nieto conversa con conocidos empresarios. Uno de éstos revisa su celular y súbitamente palidece. Muestra al procurador el mensaje de un abogado cercano a Los Pinos, el que alertaba al empresario que al día siguiente sería emitida por la Procuraduría General de la República (PGR) una orden de aprehensión por fraude fiscal, pero le sugiere que “hay forma de frenarlo”. El procurador consulta con sus subordinados y confirma que tal orden de arresto efectivamente está en proceso. Ha presenciado directamente cómo funciona un esquema de alta extorsión que implica a abogados y funcionarios gubernamentales.

Escena 3. En los meses previos a su segunda fuga de un penal “de alta seguridad”, el del Altiplano, Joaquín “el Chapo” Guzmán Loera había entrado en negociaciones con integrantes de la administración de Peña Nieto a fin de obtener protección para sus hijos y lugartenientes a cambio de negociar con otros capos una disminución de la violencia en el país. El gobierno estadounidense, y en particular su agencia antinarcóticos, la DEA, les dicen a sus contrapartes mexicanas estar sorprendidos por las facilidades otorgadas a miembros de conocidos cárteles, como el de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación. Ello atrae una pérdida de confianza en la Secretaría de Gobernación y en su titular, Miguel Ángel Osorio Chong, responsable simultáneamente de la política interior y de los sistemas de seguridad federal en México.

Como todo texto que se aventure a bucear en la historia viva, este libro pretende aportar estampas elaboradas con los referentes de un trabajo periodístico que atisba por puertas y ventanas que a muchos le gustaría mantener, como antaño, cerradas del todo y ajenas al escrutinio público.

Las instantáneas que describen el desplome de la presidencia de Enrique Peña Nieto seguramente resistirán varias interpretaciones, incluso contrapuestas, no sólo a partir del lugar escogido por el lector en el espectro político e ideológico. También cabrán balances alternos a la luz de nuevos acontecimientos, en México y otras naciones, que nos permitan a todos mirar bajo diversos cristales lo que significó el gobierno mexicano en el periodo 2012-2018.

No debe descartarse la posibilidad de que en los siguientes años avance una tesis en el sentido de que, en un mundo en el que el poder es cada vez más difícil de ejercer y más fácil de perder, Peña Nieto representó simplemente el acto fallido de una clase política y de un país con un pésimo diagnóstico sobre lo que México necesitaba. Otras voces defenderán que, frente a sociedades polarizadas como la nuestra, con elecciones atípicas en todo el mundo, el desastre de un gobierno no será la excepción sino la norma.

El lector que se aproxime a estas páginas encontrará episodios centrales en la administración de Peña Nieto, reconstruidos a partir de un centenar de testimonios de actores directos o de versiones de primera mano que, como piezas de un rompecabezas, pretenden dibujar, sin concesiones ni matices, a un equipo forjado en la cultura política del Estado de México, una de las más sólidas y estables del país, pero también una de las más pragmáticas y corruptas.

La lectura contemporánea del gobierno de Peña Nieto puede concluir que tras décadas de anhelar que uno de los suyos llegara a Los Pinos, la clase política mexiquense (el simplistamente llamado Grupo Atlacomulco) lo logró por fin, sólo para fracasar rotundamente. Dominado por las cortesanías del poder, por el glamur de las oficinas y, a no dudarlo, por los negocios a trasmano, todo indica que ese grupo perdió de vista un país bajo transformaciones intensas, con una sociedad hipercrítica y profundamente desencantada no sólo de sus gobernantes sino del tipo de democracia que trajo la alternancia partidista en la década del año 2000, con Vicente Fox y Felipe Calderón.

Una de las conclusiones a las que muy probablemente llegará quien recorra est

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