Triste corazón oscuro

Louisa Reid

Fragmento

Triste corazón oscuro

Título original: Black Heart Blue
Traducción de Mariana HERNÁNDEZ

Triste corazón oscuro

Primera edición, abril de 2013

Primera publicación en Gran Bretaña en idioma inglés por Penguin Books Ltd

D. R. © 2012, Louisa REID

D. R. © 2013, EDICIONES B MÉXICO, S. A. de C. V.

Bradley 52, Anzures DF-11590, México
www.edicionesb.mx
editorial@edicionesb.com

ISBN: 978-607-480-628-1

Impreso en México | Printed in Mexico

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Triste corazón oscuro

Para todos los que alguna vez
se han sentido diferentes
.

Y para Alistair, Eve y
Scarlett, por supuesto
.

Ya no me sirves, ya no me sirves
más, zapato negro
en el que viví como un pie
durante treinta años, pobre y blanca,
sin atreverme casi a respirar o estornudar.

SYLVIA PLATH, «Papi»

Triste corazón oscuro

Triste corazón oscuro

REBECCA
Después

HOY TRATARON DE OBLIGARME a ir al funeral de mi hermana. Al final tuve que ceder. El vestido negro que Hephzibah usó el año pasado cuando murió abuelita colgaba pesadamente de mis huesos; lo llevaba como armadura. Ella siempre fue más grande. Nació primero, era más fuerte, más bonita, la gemela popular. Caminé bajo su sombra durante dieciséis años y me gustaba la frescura de su oscuridad; era un lugar seguro para esconderme. Ahora, me estremecía bajo el inhóspito aire de enero. Era el primer día del año nuevo y mi hermana llevaba una semana entera muerta.

Mi abuelita fue muy buena y nosotras anhelábamos quedarnos con ella como otros niños anhelan la Navidad. Era nuestra oportunidad para comer chocolate y ver televisión. Nuestra oportunidad para leer hasta bien pasada la hora de dormir. En casa de mi abuelita se nos permitía carcajearnos y jugar a ponernos vestidos, hasta nos dejaba usar su maquillaje. A Hephzi le encantaba el maquillaje, mientras más brillante mejor. Mi abuelita se aseguró de que mi hermana tuviera un brasier cuando cumplió doce y se le empezó a notar. A veces nos llevaba al cine y veíamos películas impropias: princesas de Disney, caricaturas, Harry Potter. Era la madre de madre y nos amaba. Solía besarme y decirme que era encantadora. Su amorcito. Nadie más me dijo eso nunca. Conforme crecimos, la visitábamos cada vez menos. No había necesidad, decían los padres, podíamos ser útiles en las actividades de su iglesia en lugar de holgazanear en casa de abuelita. Los años se hicieron aburridos con su ausencia. Yo sabía que abuelita nos extrañaba. Cuando llamaba por teléfono y una de las dos lograba contestar, su voz sonaba débil y lejana, como un avión de papel que desaparece de vista dando vueltas. Y después se murió.

Registré el día de hoy como otro día negro y ahí está, una historia escrita con fuerza en mi corazón. Son muchos los cuentos que mantengo escondidos en él; si alguna vez me abrieran, leerían la verdad. Mirarían adentro, despellejarían la piel y la carne, escavarían bajo los huesos, y encontrarían una biblioteca del dolor. Quizá me pedirían que les explicara. Después de todo, yo soy la encargada de este pasado. Pero algunas cosas son demasiado terribles para decirlas y sus palabras están enterradas profundamente. Son palabras que ni siquiera le murmuré a mi hermana, son palabras que no me atrevería a decir en voz alta. Desearía que no lloraran en las paredes de mi cuarto y que no me persiguieran en mis sueños.

Hay una cicatriz en mi corazón del día en que mi abuelita se murió y otra de la primera vez que Hephzi no quiso regresar a casa conmigo, después de la escuela. Cuando llegué a la vicaría sola, tuve que mentir para explicar su ausencia; dije que estaba en clases extra de matemáticas. Fue hace cuatro meses, cuando empezamos a ir al colegio, en septiembre. En el colegio, todos se dieron cuenta de lo bonita, dulce y graciosa que era mi hermana y enseguida la invitaron a fiestas, y hablaba con muchachos. Como era su hermana, no me molestaban demasiado, pero creo que los demás se burlaban de mí a mis espaldas. Quizá Hephzibah también. Nadie me miraba a los ojos. Hasta a los profesores les costaba trabajo.

Pero ahora está muerta. Y hoy fue su funeral. El ataúd era blanco. Madre lloró. Padre presidió la ceremonia. Cuando la buena gente del pueblo, creyente en Dios, le preguntó cómo podía soportarlo, él dijo que tenía que hacerlo, que era su deber para con su hija. Y yo me paré al frente con el vestido negro de Hephzi y me pregunté si ella podría soportar lo que estaba pasando, desde dentro de la caja de madera y si ella también estaba sola y tenía frío. Ahora sabría, por primera vez, lo que se sentía que te apartaran de verdad con sus amigos de la es

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