Júlia Peró: «La vejez masculina se relaciona con la experiencia y la sabiduría; la femenina, con el marchitamiento y la infertilidad»
«Las personas que llegan a la edad adulta empiezan a enfermar lentamente y no recuerdan haberse alejado de otras que enfermaron antes», escribe Júlia Peró (Barcelona, 1995) en las primeras páginas de «Olor a hormiga» (Reservoir Books). Una frase que condensa la implacable radiografía psicosocial de la vejez que supone esta novela debut, en la que la joven catalana asume la voz de una anciana que vive sola para describir, gráficamente y sin tapujos, el indeleble deterioro físico y psíquico que se deriva de la senectud, y el ostracismo al que son relegadas estas personas que, al perder la capacidad de funcionar, pierden también la de decidir. A través de un monólogo interno disperso, confuso, mordaz y escatológico, Peró va dejando constancia del inexorable deterioro del cuerpo y de la mente y de cómo esa decrepitud provoca el autodesprecio de quien la padece y la condescendencia de quienes la ven. Una novela honesta, abrupta e incisiva que pone de relieve cómo, en la sociedad actual, lo único que no se perdona es molestar.
Por Carmen Cocina
Júlia Peró. Crédito: Luis Mario.
El deterioro es indisociable del abandono. En la implacable lógica capitalista que, queramos o no, rige nuestros trabajos, nuestros tiempos, nuestras vidas y nuestras posibilidades, lo que deja de funcionar no se repara: se descarta como un radiocasete viejo. Olvido (así se llama, simbólicamente, la protagonista de Olor a hormiga) vive exactamente eso: la incapacidad de hacer frente a su intendencia diaria la convierte en un objeto molesto e indeseado cuyo único sentido en el mundo es servir de sustento a su cuidadora. Igual que las (ficticias) hormigas de la piel instalan sus colonias en un cadáver y utilizan sus órganos para alimentarse, organizarse y reproducirse, la anciana protagonista es un despojo al que la sociedad ha sacado todo el jugo y que, una vez enjuto y seco, se convierte en una molestia de la que, hablando en plata, la mayoría prefiere librarse cuanto antes. A través de la narración en primera persona asistimos al discurso interno de esa abúlica Olvido que olvida, que mezcla las cosas, que se desprecia, que se frustra por no llevar las riendas de su vida y que, así y todo, es capaz de encontrar un resquicio de placer en algo tan nimio como el soniquete de su cucharilla al remover el café. Porque aunque el cuerpo, la mente y los apoyos flaqueen, las ganas de vivir gritarían si pudieran. Una tribuna para la voz de los sin voz a la que todo el mundo debería acercarse.
Olor a hormiga
Júlia Peró
EL ESPERADO DEBUT NOVELÍSTICO DE LA POETA JÚLIA PERÓ
«Fascinante, hermosa, descorazonadora, disruptiva, sexual, completamente inesperada», Sabina Urraca · «Duro, incómodo, violento, triste. Tremen...
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LENGUA: Eres muy joven, pero te has metido en la piel de una anciana que pierde el control de su cuerpo y de su mente. ¿Qué fue lo que te llevó a ello?
Júlia Peró: Mi intención no era poner voz a una mujer mayor, sino poner voz a mis miedos, en particular a la vejez. Si le preguntas a gente de mi edad si teme a la vejez probablemente te digan que no, pero luego todos usan sérums, se tapan las canas que les van saliendo, se preocupan por beber agua para hidratar la piel y conservarse mejor… Hay un miedo a la vejez desde muy pronto, desde justo después de la adolescencia. Es algo que la sociedad nos inculca. Quería trabajar sobre este temor a la vejez, y no solo a la exterior, sino también a lo que nos pasa en la cabeza al hacernos mayores. En mi familia hay un historial de trastornos mentales: depresión, bipolaridad y la propia demencia senil o alzhéimer, lo que me lleva a pensar que tengo todas las papeletas para que algún día eso me toque a mí. Es algo que estoy intentando acunar y aceptar desde ahora, ir con el trabajo hecho para cuando llegue ese momento.
LENGUA: Las recreaciones del flujo de pensamiento de la protagonista son muy verosímiles: los recuerdos libres que van surgiendo a partir de distintos estímulos y esa mente disociada del presente que pone en su boca palabras que se refieren a ese contexto del recuerdo, y que resultan chocantes, hasta insultantes, en aquel en el que las pronuncia. ¿En qué te basaste para ello? ¿Es pura inventiva o bien has observado el comportamiento de los ancianos y te has documentado de alguna forma?
Júlia Peró: Una de mis premisas para este libro es que quería que la demencia afectara al estilo. El pensamiento de Olvido la hace decir cosas que están fuera de contexto. También quise plasmarlo en la repetición de capítulos: algunos son idénticos a otros porque ella olvida lo que ha pensado y su mente repite ciertos episodios. Y también quería reflejarlo en el ritmo: es desencajado, en absoluto lineal y va saltando continuamente del presente al pasado a medida que ella va rememorando sus vivencias. Me interesaba mucho no ya escribir sobre la demencia, sino tal como lo haría una persona con demencia: meterme en sus propios procesos cognitivos. No he buscado referentes literarios ni clínicos: el referente más importante ha sido mi abuela, con quien estuve viviendo durante un año y medio a mis 18, justo cuando ella padecía demencia senil. En el libro hay muchas escenas que he vivido con ella, y aunque nunca he experimentado desde dentro ese flujo de pensamiento, sí lo he visto desde fuera, y a partir de ahí me lo imagino tal como aparece en el libro. Así que me he inspirado no tanto en los datos como en las entrañas y en la propia vivencia, en el calor. He querido hablar desde la piel, no desde un manual clínico y frío que reproduce porcentajes.
«Hay un miedo a la vejez desde muy pronto, desde justo después de la adolescencia. Es algo que la sociedad nos inculca. Quería trabajar sobre este temor a la vejez, y no solo a la exterior, sino también a lo que nos pasa en la cabeza al hacernos mayores».
LENGUA: Se tratan de una novela muy sensorial, con un léxico que hace hincapié en los sentidos primarios que más obviamos: el olfato, el gusto y el tacto, que quizá tienen más prevalencia en una anciana que ya no ve u oye bien. Escribes que ser viejo es como volver a ser un bebé, y así es: igual que ellos aún no han aprendido a comportarse ni a comunicarse con palabras, las personas mayores olvidan lo aprendido y pierden la capacidad de estar a la altura de las exigencias protocolarias que imponen las convenciones sociales. ¿Era esto lo que pretendías, llevar de vuelta al personaje y al lector a ese estado de larva?
Júlia Peró: En primer lugar, he de decir que, a nivel sensorial, creo que los olores son lo que más se recuerda. Quizá si pienso en casa de mi abuela no recuerdo el olor, pero si vuelve a presentarse lo identifico clarísimamente. Me gusta mucho cómo el olor se relaciona con el recuerdo. Por otro lado, el personaje del gato es la conciencia de Olvido: no solo habla con él, sino que a veces piensa que es él. Volver felina a Olvido me interesaba mucho, y para ello era imprescindible que, como ellos, tuviera en cuenta los olores. La casa es también casi como un personaje, y quería personificarla hasta el punto de que se notaran su textura y su olor acre. Buscaba una ambientación muy corpórea. El relato cuenta el asalvajamiento de Olvido, y creo que cuando nos relajamos, o cuando ya no estamos a la vista de esa sociedad que impone ciertas premisas, vuelven los olores, la pereza por ducharse, se caen los dientes y el pelo y nada de eso te avergüenza. Uno de los aspectos que quería tratar en la novela es esa intimidad que lleva a Olvido a estar desnuda por casa, a masturbarse en la cocina, a quedarse pasmada mirando cómo gira la lavadora... Creo que todas hemos vivido esa intimidad en casa, y que solo es posible cuando sabes que nadie te está mirando. Esa es la sensación que quería transmitir con el libro: que Olvido se siente totalmente sola y que, en ese no ser vista, vuelven el calor, los olores y los sentidos primarios.
Júlia Peró. Crédito: Luis Mario.
LENGUA: Recurres frecuentemente al animalismo, comparando distintos espacios de la casa e incluso a los personajes con distintas especies: la lagartija, la rana, la gallina… ¿A qué responde este recurso?
Júlia Peró: Era un juego que aproveché desde la oportunidad de la demencia. Si Olvido ha llegado a un punto tan extremo y bestial de olvidarse de ella misma o de imaginarse ciertas cosas, ¿por qué no podría llegar a un punto en el que se imagina siendo una gallina que pone un huevo en el recibidor, o que ese pasillo tan largo escupe hormigas? Hay una relación de enfado con la casa, que es casi la enemiga. Me interesa mucho la locura en la literatura, y el alzhéimer de Olvido me daba pie a jugar con estas ilusiones tan líricas, casi mágicas.
LENGUA: Hay muchos pasajes que evidencian el deterioro físico del personaje, que es implacable: «Me veo a mí misma como un intestino grueso». ¿Cómo puede afectarnos esa autopercepción? ¿Crees que el deterioro físico influye en el anímico?
Júlia Peró: No me lo tengo que imaginar, porque esos discursos que Olvido tiene para sus adentros los he tenido yo misma. Una cosa es cómo vestimos esta vergüenza de puertas afuera y otra cómo nos percibimos a nosotras mismas en lo más íntimo: nuestros discursos son muy críticos y crueles con nosotras mismas. «¡Qué fea estoy!», «¡Mira qué gorda estoy!», «Mira qué arruga o qué michelín me ha salido aquí»… Nadie se imagina tratando a una amiga como se trata a sí misma. La novela es una búsqueda de honestidad brutal para conmigo: a pesar de poner a un personaje como Olvido por delante, quería relatar pensamientos duros que yo también he tenido, que son fieles a nuestro yo más íntimo. Por otro lado, aunque puede venir bien en algunos momentos vitales, no me interesa la literatura complaciente, esa con la que acabas el libro y dices: «Ay, qué bien he estado con esto». Me interesa mucho más hurgar en la vida, encontrarme a mí misma en lo más sucio, lo más hediondo, lo que normalmente no enseñaría. He escrito este libro sin tener en cuenta que alguien tendría que leerlo después. Creo que es un ejercicio necesario para que lo que escribimos sea honesto. Sí que es verdad que, con el proceso de edición y publicación, me he preguntado cómo iba a percibirse desde fuera lo que cuento, porque yo lo había escrito para mí. Me alegro mucho de haber encontrado esta honestidad casi salvaje.
LENGUA: Las consideraciones de la protagonista sobre su cuerpo pueden relacionarse con la dismorfofobia, ese verse feo o gordo aunque se cumplan los cánones estéticos. ¿Crees que en general nos preocupamos demasiado por nuestro aspecto? ¿A qué estamos renunciando con ello?
Júlia Peró: Las inseguridades siempre coartan las experiencias. De hecho, en el libro, Olvido se maltrata muchísimo mentalmente, se crítica con dureza, se llama gusano, dice que sus pechos son babosas... Y ve a la chica como a alguien bello por el mero hecho de ser joven. En realidad, la novela relata que la chica tiene marcas de acné, arrugas, los labios resecos con pielecillas que se desprenden, los dientes amarillentos, una oreja más grande que la otra... Pero desde la mirada de Olvido la vemos bellísima. Me gustaba también tratar cómo, de cara a una misma, una puede ser sumamente cruel e inhibida frente a la experiencia y cómo, en cambio, somos mucho más complacientes y benévolas con el resto, cuando en realidad todas tenemos michelines y heridas. Es algo que repercute muy negativamente en la autoestima y que nos lleva a privarnos de vivencias y experiencias, a no hacer cosas que nos gustaría porque creemos que, tal como es nuestro cuerpo, no tenemos derecho a ello. Es el cuerpo como validación: si no tengo el cuerpo que creo que debería, no tengo derecho a hacer ciertas cosas.
LENGUA: ¿Por ejemplo?
Júlia Peró: Por ejemplo, el sexo. Eso pasa en la novela: Olvido, por su inseguridad en su cuerpo o por miedo a que su vagina huela, se priva de ciertas cosas. Parece una idea fácil, pero privarse de ciertas experiencias que serían geniales para ti solo porque tu capa exterior te lo impide es como estar en una prisión. Se está trabajando por que las cosas cambien, especialmente desde las redes, con lemas como el body positive; pero ese mensaje aún no ha calado en nosotras: seguimos siendo muy autocríticas.
LENGUA: También aludes a un doble rasero según el cual la arruga es bella en los hombres, pero no en las mujeres, y a cómo la industria de la belleza se alimenta de esa percepción. ¿Hasta qué punto el capitalismo alimenta los fantasmas e inseguridades en beneficio propio, y hasta qué punto lo hace de un modo sexista?
Júlia Peró: Obviamente afecta a ambos sexos, pero respecto a la vejez masculina existe una cierta romantización: en la publicidad, en las películas y en nuestra propia percepción, a un hombre maduro, viejo, lo vemos incluso sexy. Hay una sexualización de la vejez masculina: se relaciona con la experiencia, la sabiduría, la inteligencia, con haber vivido suficiente. Eso no pasa con la vejez femenina, que se asocia al marchitamiento, a la infertilidad, a no ser deseable. No es casualidad que desde hace siglos haya muchas parejas en las que él tiene cincuenta y ella, veinticinco. La mirada de la mujer hetero está más inclinada a sexualizar el intelecto del hombre, y los hombres sexualizan el cuerpo femenino joven, incluso adolescente, como podemos ver en la pornografía: cuanto más joven parece la chica, más visualizaciones tiene el vídeo. Es algo a estudiar, algo muy peligroso. No solo es la sociedad, la publicidad o la literatura, sino también nuestra propia mirada lo que contribuye a que se siga considerando a las mujeres como algo que hay que arreglar siempre, y más a medida que se envejece, y a los hombres como alguien que cuanto más viejo, más sabio, más poderoso y más pudiente.
«Hay una sexualización de la vejez masculina: se relaciona con la experiencia, la sabiduría, la inteligencia, con haber vivido suficiente. Eso no pasa con la vejez femenina, que se asocia al marchitamiento, a la infertilidad, a no ser deseable».
LENGUA: Me ha impactado mucho lo que escribes de que la dignidad es poder decidir. Para muchos, la llegada a la vejez supone verse privado de ese derecho, empezando por dónde y con quién van a vivir. ¿Cómo crees que vive la persona afectada esa involución?
Júlia Peró: Es un debate muy controvertido. Como sociedad valoramos mucho la salud y la protección, y no estoy en contra de ello, pero quizá ser tan cuidadoras priva a otras personas de la posibilidad de decidir. A mí no me cabe en la cabeza que cuando envejezca, si no tengo familiares que puedan ocuparse de mí por falta de medios o de conocimiento, me veré obligada a compartir techo con otra gente en mi misma situación, y a tener de amigas a cuidadoras para las que, por muy buenas que sean en su profesión, yo no seré una amiga, sino un trabajo. Eso se ve en la relación entre Olvido y su cuidadora, que es condescendiente y amigable con ella porque es su trabajo, mientras que Olvido busca algo más emocional en ella. La novela no da soluciones, solo plantea preguntas. Y es un gran debate: si una abuela pide quedarse a vivir en su casa, con su rutina de salir a comprar el pan y ver la tele, ¿por qué iba a tener nadie el derecho de decidir por ella lo que tiene que hacer con su vida? Al hacernos mayores perdemos el derecho a decidir, en ese sentido volvemos a ser niños. La capacidad de decisión nos llega de adultos y muere cuando una se hace vieja.
LENGUA: En la novela mencionas las residencias de ancianos: la madre de la protagonista estuvo en una. ¿Qué opinión te merece esa práctica tan común que es llevar a un padre o una madre a una residencia hasta que se muera?
Júlia Peró: No quiero pronunciarme ni a favor ni en contra de las residencias de ancianos, porque al final son la única solución que nos da ahora mismo la sociedad para las personas que parece que no se valen por sí mismas. Pero algo hay que mejorar; para empezar, habría que preguntarse qué es valerse por sí mismo. La gente lleva a sus mayores a residencias porque piensa que en sus casas se pueden caer o porque se olvidan de las cosas, pero si su decisión es malvivir de esa forma, ¿por qué iba a ser peor que malvivir de esa otra? A mi abuela le pasaba: al final tuvo que irse a una residencia y no lo critico porque qué sé yo de cómo enfrentarme a este tema, no sé lo que voy a hacer con mis padres cuando llegue el momento, no se habla de estos temas y siento que yo no sé lo suficiente. La gente acaba haciendo lo que hace el resto y atajando la situación como puede, pero la solución de llevar a alguien a vivir a un lugar con gente que no conoce y que además quizá no le caen bien dista mucho de ser perfecta. Cuando somos jóvenes y no podemos permitirnos un piso para nosotros solos, si no estamos a gusto con nuestros compañeros de piso, nos mudamos. Los mayores de las residencias no pueden hacer eso. Ahí está de nuevo la infantilización de la vejez: reducimos a los ancianos a un colectivo, dejamos de verlos como seres individuales. La actitud es dejarlos en la residencia, pensar que cada uno tendrá su habitación o no y que les cuidarán desconocidos más o menos agradables. Como ya no los vemos como personas con su propia personalidad, consideraciones y gustos, nada de eso nos importa: lo que nos importa es que molestan. Y eso es durísimo. La clave es el molestar: te relegan a una habitación donde te cuidan porque molestas. Nos falta un proceso de rehumanización y de desvincularnos de la idea de la vieja que cocina, que le encanta coser, que es superdócil, y como la pobrecita no se sabe valer por sí misma, la desterramos de la sociedad metiéndola en una residencia, como si no fuera un ser humano.
Júlia Peró. Crédito: Luis Mario.
LENGUA: Esta privación también afecta a las personas dependientes en general y a muchos discapacitados, que son tratados como muebles que requieren una atención que a menudo no se les desea prestar. Así lo dice la protagonista: «Como un mueble, como un mueble soy». ¿Hasta qué punto la sociedad es insensible a estas realidades? ¿Las obviamos porque no las vemos o porque no nos afectan?
Júlia Peró: Las obviamos porque no nos interesan. Es crudo, pero también entiendo que cada uno tiene su vida y es muy duro sentir que te tienes que encargar de alguien. Y aún más si no te han enseñado cómo lidiar con ello, desde los cuidados necesarios hasta cómo conversar con alguien con demencia. Nos enseñan a cuidar a bebés, incluso jugamos a eso de niñas. Yo no soy madre, pero sé sostener la cabeza de un bebé y que tiene que eructar después de comer. En cambio, no sé cuidar de ancianos. Y ellos, por el hecho de serlo, no tienen derecho a decidir, ni siquiera a debatir, lo que desean para su propia vida, y tampoco se les considera para el debate en general: no le preguntamos a un anciano sobre política, arte, filosofía... Yo la primera. Cuando empecé a escribir la novela no sabía cómo conversar con las personas mayores. Pero es que ellas también han tenido tu edad, han tenido infancia y padres, han vivido cosas parecidas. Y aún así, si te diriges a ellos, te limitas a preguntarles si han comido. Toda la conversación gira en torno a los cuidados.
LENGUA: Lo que subyace en todo ello, quizá, es el abandono. Frente a culturas que rinden culto a sus mayores, ¿qué ha llevado a la sociedad moderna del primer mundo a extirparse a los ancianos, incluso cuando son familia y han compartido tantas vivencias con ellos?
Júlia Peró: Una de las formas de abandono es el falso respeto: elevar a un pedestal a la gente mayor, como si fueran seres mitológicos, no nos ayuda ni les ayuda a ellos. En el fondo es una forma de alejamiento. En el libro menciono uno de esos gestos, que es llamarles de usted, y también lo son otros como servirles los primeros cuando están a la mesa. Luego está ese decir que los abuelos deberían ser eternos, como si fueran criaturas celestiales. Y no: los habrá buenos y los habrá malos, y no por ser ancianos merecen más o menos respeto que yo. Creo que habría que hablarles de tú a tú, de igual a igual, y no alejarlos del tipo de conversación que podemos tener con otras personas. Por otra parte, identificamos vejez con experiencia, pero llegar a una edad avanzada no significa que alguien haya vivido todo aquello que damos por sentado. Olvido es una anciana a la que le faltan muchísimas cosas por vivir. Es virgen de amigas, de llevarse bien con sus padres, de salir... Le faltan muchas experiencias.
LENGUA: Entre esas cosas que no ha vivido está el ser madre: hay una frase en la que se habla de los pechos de Olvido como «unos que nunca han dado leche». ¿Hay lamento o arrepentimiento en esa afirmación?
Júlia Peró: En Olvido conviven ciertas contradicciones. Me preguntaban hace poco qué pasaba con el feminismo y Olvido, y yo la siento como alguien muy alienada, enfadada porque se ha visto obligada a vivir ciertas cosas. A veces surgen contradicciones entre lo que una quiere, lo que no tiene, lo que podría haber tenido... Olvido no sabe lo que quiere. Por ejemplo, cuando su cuidadora le dice que no se quiere casar y ella piensa que eso es un desperdicio, y luego se retracta. A veces la sociedad nos crea necesidades, como las de pareja o descendencia, hasta tal punto que mucha gente ni se plantea lo que quiere realmente; simplemente se deja llevar, porque si no tienes eso se te vas a ser más débil, más vulnerable, menos persona, menos válida.
«Una de las formas de abandono es el falso respeto: elevar a un pedestal a la gente mayor, como si fueran seres mitológicos, no nos ayuda ni les ayuda a ellos. En el fondo es una forma de alejamiento».
LENGUA: Los hombres salen muy mal parados en la novela: tanto la protagonista como su madre se refieren a ellos como zánganos, como unos seres grasientos que dan ganas de vomitar e incluso de morirse. El padre de Olvido, además, es un maltratador: su madre dice que un marido es un problema más que llevar encima, uno inevitable. ¿A qué responde esta visión?
Júlia Peró: La verdad es que no fue intencionado, aunque sí lo fue la historia de la madre con su marido maltratador. Lo que he visto es que a muchas, yo diría que a todas, hemos sufrido alguna violencia como las que describe el libro. Son actitudes que aún no hemos erradicado. Yo lo he vivido personalmente y me parecía importante reflejarlo en el libro, que ante todo es una búsqueda de honestidad no solo con este miedo a la vejez, sino con el miedo a los hombres. Si a todas mis amigas les ha pasado algo así con algún hombre, ¿por qué no habría yo de ponerlo en la novela? Sería esconderlo. En la novela hay un hombre amable, el vecino, que hace por ayudar a Olvido, pero lo vemos como el bueno cuando es simplemente empático. Creo que a la mínima que un hombre hace algo bueno, algo que deberíamos hacer todas las personas, ya se dice que qué buenas personas son. Cuando vemos poner la mesa a una mujer no pensamos que qué genial es, pero si en una comida familiar un hombre se levanta a llevar los platos, ahí ya hay una chispita de qué bien lo está haciendo. No quería ser injusta con ellos, sino reflejar que así es como nos tratan. Así es y no quería darle la vuelta. Es una representación muy sencilla de lo que pasa en el día a día, y creo que tengo que visibilizar lo que yo he vivido.
LENGUA: La sensación de miedo es persistente a lo largo de la novela. Hay un momento en el que la protagonista dice: «cagada de miedo, me cubro hasta arriba». Hay algunos pasajes como de novela de terror, sobre todo en la descripción de la casa y el pánico que le tiene al recibidor. ¿Era tu intención despertar esta sensación? ¿Crees que el miedo es el estado natural en una anciana dependiente?
Júlia Peró: Uno de mis objetivos era que los capítulos tuvieran emociones muy contrastadas: uno muy tierno, otro que te recuerda ciertas violencias que la protagonista ha vivido en el pasado. Me interesaba ese juego de contrastes y de altibajos. Reflejar el miedo no fue intencionado, pero está allí porque imagino que serán los temores que yo también tendré, y me parecía necesario llevar eso al estilo. Ahora me están diciendo que la novela es un thriller, y sí que hay un cierto suspense, pero aquí no hay una revelación final en el sentido de que en mi novela la verdad está allí y se atisba desde el principio, y si no se revela más explícitamente antes es porque Olvido no se acuerda. Quería trasladar al estilo esa pérdida de memoria. Olvido es una narradora no fiable, una figura literaria que me interesa mucho.
LENGUA: También subyace un nihilismo muy pronunciado en la novela, condensado en la frase «Me dan igual a mí los colorines». ¿Crees que las privaciones de la vejez nos sumen en un estado catatónico en el que nos da igual todo? Si es así, ¿podría ser un mecanismo de defensa?
Júlia Peró: Sí. Ese es el caso de Olvido, que no es honesta ni consigo misma. Ha asumido que es vieja, que está sola y que va a morir así, y todo ello da pie a ese estar por estar, a que parezca que le dan igual las cosas. No es hasta que llega la chica que la cuida cuando se despiertan en ella ciertos intereses vitales: por la chica, por sus amistades, por sus amantes, por su madre... Y cuando la chica desaparece vuelve a sumirse en la abulia, a pensar que se va a morir y ya está.
LENGUA: Hay alusiones al deseo que siente por su cuidadora. ¿Se trata de deseo real o más bien de un anhelo por revivir la juventud a partir de un cuerpo joven?
Júlia Peró: Hay un poco de ambas. Hay una homofobia interiorizada en el esconder y privarse de lo que le gusta en relación con la chica, pero el deseo que siente por ella es circunstancial: si hubiese venido otra habría sentido lo mismo. Estar privada de experiencias y sentir que ya no tienes otra opción hace que cuando llega una te quedes con ella. Pero lo que siente por ella también es envidia. Tiene ganas de la chica y también de ser la chica, y tiene que lidiar con ello.
LENGUA: Por último, ¿qué puedes contarnos del hilo conductor metafórico que da título al libro, esa hormiga de la piel que forma su colonia en un cadáver?
Júlia Peró: La hormiga de la piel no existe. Y llegó a mi escritura como llegan ellas a la casa de Olvido: silenciosa y sin avisar. Cuando aparecieron me dije que tenía que elegir una especie, y ninguna servía para el deterioro y la decrepitud que quería representar; de hecho, he investigado más sobre hormigas que sobre la vejez. Así que al final me lo inventé; la literatura es muy interesante para eso. En este caminito de hormigas que necesitaba para que Olvido fuera donde debía subyace también la organización silenciosa. Los traumas son eso: algo silencioso que siempre ha estado ahí pero que no pasa al plano consciente hasta que algo de ahí fuera hace clic. Y así son las hormigas: se esconden muy bien, son poco visibles, pero en cuanto ven o huelen una miga, se organizan para ir a buscarla.