«Vladimir», de Leticia Martin: Lolita era él
«Vladimir», la novela ganadora del Premio Lumen 2023 (primera edición de esta nueva etapa en la que la editorial ha retomado un galardón histórico), se desarrolla en un contexto distópico a través de tres personajes perseguidos por sus propios fantasmas: una profesora a la fuga, el hombre que la acoge en medio del caos y el hijo de este, un adolescente hacia el que la mujer sentirá una atracción irresistible. Con ellos, la autora argentina Leticia Martin arroja una luz diferente sobre «Lolita», el clásico de Vladimir Nabokov, para abordar temas como el feminismo, los límites del deseo y el sexo y las relaciones de poder. La periodista Pilar Gómez Rodríguez ha hablado con ella sobre estos temas y sobre cómo lo inaudito puede convertirse -a veces- en algo cotidiano.
Leticia Martin. Crédito: Alejandra López.
«La guerra no se declara, prosigue. Lo inaudito se ha hecho cotidiano». Es uno de los más famosos versos que componen El tiempo aplazado, obra de la poeta austriaca Ingeborg Bachmann. Ese inaudito cotidiano y pavoroso, ese fin del mundo convertido en pan nuestro de cada día es el escenario distópico sobre el que la escritora argentina Leticia Martin arroja a los personajes de su última novela, Vladimir, ganadora del Premio Lumen en esta primera edición en la que la editorial ha retomado su histórico galardón. Pese a desarrollarse en un contexto tan poderoso, lo realmente poderoso es lo que ocurre entre los personajes y con los personajes: un trío que conforman una profesora a la fuga, llamada Guinea; el hombre que la recoge y la acoge en medio del caos; y el hijo de este, un adolescente hacia el que la mujer sentirá una atracción inevitable que no hace más que revivir el pasado del que escapa. Si este argumento ha tocado alguna tecla de su memoria literaria, sí, es correcto: hay mucho en la historia de Lolita, la novela de Nabokov; y lo hay desde el principio, desde el mismo título tan explícito... Vladimir es el niño-hombre con el que la protagonista iniciará una relación que cuestiona los límites del deseo, del sexo, de las relaciones de poder… y del eterno retorno de sí mismo porque Vladimir no, no es el primer menor en el historial amatorio de Guinea. «A esta última novela llego, quizá, un poco envalentonada. Quería a escribir algo distópico a partir de lo que pasó con Estrógenos. Fue un texto que llamó la atención, que se leyó mucho, que incluso quiso ser filmado y, aunque eso no sucedió, sí me hizo notar que ese tipo de historias gustaban mucho… Fue una buena luz en el camino», afirma la autora en su reciente paso por Madrid.
Pero el camino de Leticia Martin es largo. Esta escritora curtida en labores de redacción y comunicación en distintas instituciones, como la Secretaría de Comunicación de la Nación o en Universidades como la de Palermo o Quilmes (Argentina), y que ofrece diversos talleres literarios —«me encanta, es la parte que más disfruto de las tareas laborales»—, cuenta con una decena de libros de poesía publicados. Los ha ido alternando con los de narrativa, con novelas como El gusto, Un ruido nuevo o la mencionada Estrógenos. Y también ha publicado un libro de ensayo con entrevistas a otras mujeres feministas y no feministas que se llamó así, Feminismos, y salió en Letras del Sur en el año 2017. A esta producción se une ahora Vladimir.
Al hilo de esta obra hablamos con ella de revisiones literarias, feminismos, aforismos, de la muerte de las utopías y las posibilidades de la literatura y la vida incluso en tiempos del gran apagón.
LENGUA: Esta novela ¿es una especie de homenaje a Lolita, la novela de Nabokov, una contestación o simplemente es algo distinto?
Leticia Martin: El parentesco es bastante obvio porque el trío entre madre e hija y un externo que viene a romper esa relación en mi novela es padre e hijo y una externa que viene también a romperla. Esa estructura se replica de forma muy directa, pero lo que no podríamos decir es que los giros argumentales de la trama de Nabokov y de Vladimir se parezcan en absoluto. Son dos obras distintas, aunque una, desde el título, hace referencia a la otra e intenta trabajar líneas centrales de la trama como la misma cuestión del abuso de un menor en este caso (de una menor en Lolita). Yo la consideraría quizá más un remake o un cover que una novela nueva. Es algo que hace alusión a la época en la que estamos —o que, bueno, se ha inaugurado mucho tiempo antes, pero en la que todavía estamos— donde unas obras se cruzan, se referencian en otras, vuelven sobre las mismas y se siguen construyendo sobre la cultura que heredamos.
LENGUA: ¿Y cómo surge Vladimir? En el prólogo de la obra de Nabokov, se habla de un precursor. ¿Se puede preguntar por él?
Leticia Martin: La novela sale del cruce entre dos elementos reales que en algún momento también se cruzaron en mi cabeza. Uno fue el relato de un amigo, de mi pareja, que en su adolescencia había tenido una especie de affaire con una mujer mayor que lo llamaba repentinamente y él se entregaba a todo lo que ella quisiera hacerle. Yo tomé notas de todos esos relatos. También es verdad que yo salgo con alguien más joven, pero la diferencia de edad no tiene nada que ver con la que se plantea en Lolita o en Vladimir, pero, bueno, uno a veces también deja filtrar algunas cosas de la vida real de modo muy velado en la ficción. El otro elemento disruptivo en nuestras vidas fue el apagón de 2018, que involucró a Argentina, Uruguay y Paraguay y que dejó a los tres países durante ocho horas sin luz. Fue algo muy loco, absurdo, que sirvió para que nos hiciéramos un montón de preguntas. Ese día yo estaba allí escribiendo algunas cosas de la línea argumental erótica de la trama y sentí que tenía el contexto ideal para que todo sucediera en ese momento como de fin del mundo, de modo que sí se pueden encontrar algunos elementos en lo real que se filtran a la ficción, pero, por supuesto, todo es ficción.
Premio Lumen 2023
LENGUA: El feminismo, la irrupción y asunción de movimiento feminista... A la luz de este fenómeno, ¿cambió su valoración de la obra de Nabokov? ¿Cuánto hay de impulso feminista a la hora de escribir Vladimir?
Leticia Martin: En verdad el feminismo no cambia mi relación con Lolita. Históricamente, ya antes de este estallido del feminismo, la novela quiso ser cancelada y, de hecho, fue prohibida en varios países. Tardó en salir y no lo hizo en su país de origen. Finalmente, todo eso se fue explicando a los lectores y se pudo entender que ficción no es realidad y que la novela aborda una ficción. Ahora bien, sí me parece que el feminismo, en un punto, puede animarme a escribir sobre este cambio de roles, simplemente porque pone de relieve historias que encarnan mujeres. Eso hace que se puedan imaginar protagonistas, tanto héroes como antihéroes, que cometen aberraciones, que pueden matar, abusar… Quizás en esta era de mujeres protagonistas surge la idea de trabajar de este modo con una de ellas.
Leticia Martin. Crédito: Alejandra López.
LENGUA: La profesora fantasea con que le pueda gustar el padre, más acorde a su edad, y habla en estos términos: «Hasta llegué a pensar que podía terminar gustándome, curándome de mi mal». Este lenguaje que patologiza una conducta en las mujeres y seguramente no lo haría en el caso de un hombre, ¿es una manera consciente, intencionada, de señalar el machismo latente?
Leticia Martin: No creo que el lenguaje de la narradora, que a su vez coincide con la protagonista de la novela, sea patologizante o culpabilizante como resabio del machismo, porque no sé si alguien en una situación como la que le sucede a Guinea puede tener tanta distancia intelectual como para poder pensarse en el contexto del feminismo metida en una catástrofe y relacionándose con el chico. Sí creo que al feminismo le quedan un montón de batallas por dar y que sigue existiendo el discurso patologizante hacia las actitudes de las mujeres. La editora, María Fasce, me decía el otro día que no veía a Guinea como una loca perversa y abusadora, sino más como una mujer presa de sus pasiones. También es una lectura posible y estoy bastante de acuerdo con ella. En ese sentido, Guinea piensa con convicción que si ella pudiera lograr enamorarse de ese hombre que le tira onda, ya que están solos y encerrados… Digamos como que fantasea con la posibilidad de que esa relación, más madura y entre adultos, pudiera evitarle el conflicto que sabe que va a despertarle una relación sexual con un menor. Y lo sabe porque es justo la situación de donde viene y que está esquivando. Es algo que quise hacer para construir el verosímil: pensar opciones, evaluar por fuera del deseo, aunque uno en el fondo sabe que no, que la pasión, el odio o el enojo, la frustración o lo que se dé en esa situación es lo que va a ser determinante. No estaba pensando, digamos, en el doble discurso del feminismo operando en ella ahí, sino en algo humano como es ella intentando realmente evitar el desastre de tener una relación, otra vez, con un menor y todavía más chico que el anterior.
«Es interesante sentir pudor en algunas situaciones, pero nunca a la hora de escribir. A la hora de escribir está bueno abrirse al relato sincero e, incluso en la ficción, poder expresar eso que se sabe que al lector va a interesarle y que, en general, tiene que ver con la intimidad, con el secreto, con el chisme...».
LENGUA: El telón de fondo de esta novela es el gran apagón, un fin del mundo que, sin embargo, no es el protagonista. Recupero el verso del principio: ¿el fin del mundo se ha vuelto cotidiano?
Leticia Martin: Hay un libro de Rutger Bregman titulado Utopía para realistas (Salamandra) que despertó algunas ideas interesantes en mí y que tienen que ver con lo que él plantea: que el mundo ya se ha quedado sin utopía. Ya no existe la utopía de la igualdad de clases o de un mundo alfabetizado… Él va visitando ciertas utopías de otras épocas de la historia y va diciendo que nuestra sociedad actual se ha quedado sin ellas. Quizá sea una idea que pueda servir como como punto de partida también para pensar una distopía. Es verdad que hay un montón de libros donde se encuentran futuros distópicos, como es el caso de Vladimir. Entonces, sí, creo que es un tinte de época. Estamos viendo en muchas partes del mundo cómo muchos pueblos prefieren ahorcar la democracia o sentirse más afectos a las derechas, donde se recuperan rasgos fascistoides y se pierden logros sociales que estaban ya ganados en democracia. A veces uno piensa que es solo en su país, pero cuando viajas y hablas con gente, notas que eso sucede en muchos países. Temas que en cada país han sido ya debatidos y legislados como, por ejemplo, en Argentina, donde hay un candidato ahora que propone volver a discutir la cuestión del aborto a partir de un plebiscito. Bueno, es algo que ya fue aprobado, legislado, incluso reglamentado, y que ya está puesto en práctica. Y lo mismo con el uso de las armas o asuntos negacionistas… Quizás estas cosas hacen pensar en un mundo que se complejiza demasiado rápido atravesado por las redes, lo que seguramente lo vuelve peor… Pero, no sé, es apenas una hipótesis, una idea.
LENGUA: Mucho hablar de Nabokov, pero aquí el alumno se apellida Bulgákov. Hablemos de influencias literarias: ¿rusas sobre todo o variadas o…?
Leticia Martin: Sí, leí a los rusos, en algún momento, sobre todo en mis clases con Guillermo Saccomanno, que era un fanático de los rusos. Leí a Tolstói, Guerra y paz, que me encanta porque es tan extenso y tan de otro siglo. También algunas cosas de Dostoievski; y, por supuesto, a Nabokov, que me encanta también, pero no exclusivamente, para nada. Fue un paso por esas lecturas breve, también lento, y con atención porque leer a los rusos nunca es algo sencillo. El juego con los nombres tiene más que ver con empatizar con el título de la novela que iba a ser, como en Lolita también, el nombre del partenaire, de este protagonista o coprotagonista, pues quizás es más Guinea la que lleva la voz cantante y el peso de la narración. Quise que el resto de los personajes tuvieran también relación con ese mismo universo significativo de nombres. Por eso son casi todas ciudades rusas. Bulgákov además aparece en otra novela mía, en El gusto, cuando trabajo con algo de Stravinski, porque la protagonista es bailarina. Se trata de un pequeño guiño a mí misma que nadie tiene por qué conocer, pero bueno te cuento una intimidad.
Leticia Martin. Crédito: Alejandra López.
LENGUA: «Pensar no es hacer», piensa y se repite la profesora en tu novela. Escribir no es hacer, ¿piensa la autora?
Leticia Martin: Está buena la relación que establece la pregunta para hablar de la cuestión de si escribir es no hacer, es permitirse interponer una mediación entre el acto y la palabra. Yo considero que, por supuesto, ni pensar ni escribir es hacer algo. Sí pienso que el pensamiento en exceso sobre un tema neurotiza y puede llevar, en última instancia, a la opción que se intenta reprimir o a otras opciones no esperables. Entonces, por supuesto, escribir es mejor. Escribir eso que se piensa es mejor que pensarlo solamente porque al escribirlo uno empieza a jugar, lo hace entrar en otra dimensión y la escritura siempre es algo concreto y tangible en relación al pensamiento y siempre es algo que permite análisis, procesos, diálogos, conversaciones, discusiones con otros. En ese sentido siempre es mejor la escritura. Si entendemos esta como un acto, podría ser parte de esa instancia como superior, mientras el pensamiento, que es intangible, muchas veces termina pareciéndose más a una rumiación. En ese sentido es que digo que es peligroso.
LENGUA: Me gusta lo que dijo una crítica de la obra Topadoras oxidadas: «Leticia no tiene vergüenza». Tomémoslo como consejo: ¿A qué hay que comenzar a perder la vergüenza? Y al contrario, ¿algo de lo que sí deberíamos empezar a sentir vergüenza?
Leticia Martin: Ese diario que es un cuento deformado, un cuento raro que se llama Topadoras oxidadas, también lo publiqué casi como una novela, en un librito individual. Sobre el comentario acerca de si es un buen consejo no tener vergüenza para escribir como alguien señala sobre ese diario, donde les cuento también algunas intimidades, yo creo que sí hay cosas de las que tener vergüenza o pudor. Me gusta más esta palabra porque el pudor tiene que ver un poco más con el cuerpo, me parece; y la vergüenza con la timidez. Es interesante sentir pudor en algunas situaciones, pero nunca a la hora de escribir. A la hora de escribir está bueno abrirse al relato sincero e, incluso en la ficción, poder expresar eso que se sabe que al lector va a interesarle y que, en general, tiene que ver con la intimidad, con el secreto, con el chisme… muchas veces, aunque no siempre.
«Escribir eso que se piensa es mejor que pensarlo solamente porque al escribirlo uno empieza a jugar, lo hace entrar en otra dimensión y la escritura siempre es algo concreto y tangible en relación al pensamiento y siempre es algo que permite análisis, procesos, diálogos, conversaciones, discusiones con otros».
LENGUA: Finalmente, a modo de bonus track, traigo una ronda de aforismos sacados de la novela. Rescato su definición de ser tonto: «dice cosas que solo debería pensar»; o la verdad verdadera de «las cosas más de mierda son las que sirven»; la impagable llamada de atención contra esos «seres amables, demasiado inclinados a hacer lo que otros esperan de ellos. Todo lo contrario de una persona seria y respetable»; o la cruda realidad de parecer «civilizados, pero en verdad solo estamos intentando no matarnos». ¿Quiere comentar algo sobre alguno de ellos en particular o sobre todos ellos, en general?
Leticia Martin: Son una especie de definición. En esos espacios pequeños uno termina diciendo algo que le interesa decir, alguna idea propia, pero no a partir de lo que piensan o dicen los personajes. Cuando yo leo, marco muchas cosas también a otros autores porque pareciera como algo inconsciente, que fluye o que aparece en la voz de un personaje o en la reflexión de un narrador, pero que siempre tiene que ver con algo que, en definitiva, está queriendo decir el autor.