«Roma soy yo», la obra que Santiago Posteguillo siempre quiso escribir (y el por qué de atreverse a hacerlo ahora)
Sobre Julio César se ha escrito mucho. Sin embargo, esta obra-inicio de una nueva saga-va al origen del mito. ¿Cómo fue la primera aparición de Julio César en el foro romano? ¿Quién era este joven abogado antes de saltar a la vida pública? ¿Qué hechos o personas de su vida dejaron impronta en su carácter?. En estas líneas Santiago Posteguillo nos habla de esto, pero también de su propia fascinación por la civilización romana, y de por qué ha esperado tanto para escribir sobre esta figura de la que siempre quiso hacerlo.
Estatua de Julio César regalada a la ciudad de Cividale del Friuli por Benito Mussolini en 1935 y colocada frente a la fachada principal del Ayuntamiento. Fiel réplica en bronce de una obra de mármol conservada en el Capitolio de Roma que data de la época de Trajano y cuyo autor se desconoce.
Crédito: Getty Images.
Siempre he querido escribir sobre Julio César. Desde pequeño, desde aquel viaje de infancia a Roma con mis padres cuando tenía seis años. Entonces aún no sabía qué suponía escribir, pero aquel mundo de la antigua Roma me apasionaba.
Siempre he querido escribir sobre Julio César. Desde que en la adolescencia leía las historias de Astérix y veía como éste y Obélix sacaban de sus casillas una y otra vez al legendario líder romano. Yo creo que incluso, desde la broma y el humor, los guiones de Goscinny sobre Astérix destilan esa admiración inconmensurable ante el mito de César.
Sé que muchos me preguntarán por qué, si mi obsesión viene de tan atrás, no he escrito antes sobre Julio César. La respuesta es sencilla: tal y como yo entiendo la narrativa histórica, un neófito, un no experto en la materia, no puede levantarse un día y escribir sobre este personaje como si estuviera escribiendo cualquier otra novela. Julio César, simplemente, no funciona así. Su vida, su leyenda, su mito son demasiado grandes para que uno se atreva a abordarlos si no se siente antes adecuadamente equipado.
Yo siempre he querido escribir sobre César, pero sentía que debía merecer escribir sobre él. Sólo después de Escipión, Trajano y Julia, de dos trilogías y una bilogía, sólo después haber escrito más de 7.000 páginas sobre la antigua Roma, sólo después de sentir que empiezo a tener una comprensión global del mundo romano, sólo entonces me he sentido con la capacidad suficiente para acometer el que, sin duda, será mi mayor desafío literario.
«Roma soy yo narra el primer juicio en que César, entonces un abogado de sólo veintitrés años, aceptó actuar como fiscal en un proceso que parecía imposible de ganar, enfrentándose al todopoderoso senador Dolabela. Sin embargo, para narrar este episodio tan poco conocido y nunca antes novelado de su vida, he necesitado explicar de dónde venía y quién era el joven César».
Sobre Julio César han escrito muchos, hasta los más grandes. El propio Shakespeare creó una magistral obra de teatro sobre el magnicidio del líder romano y sus consecuencias. Ni siquiera él, ni siquiera el propio Shakespeare, se atrevió con César al principio de su producción literaria.
Dependiendo de la cronología que consideremos sobre sus obras, Shakespeare escribió unas veintisiete obras literarias hasta atreverse con él. Antes, Shakespeare cultivó su estilo para dotarlo de recursos literarios, de un lenguaje perfecto y de un dramatismo inigualable en escena para narrar el mayor de los relatos históricos. En modo alguno me comparo con él; sólo intento ilustrar que si hasta el más grande de los escritores se lo pensó mucho y bien antes de narrar a César, cuánto más yo. Sólo he tomado nota de la inteligente prudencia del genial bardo inglés.
Abordo esta novela reconstruyendo con todo detalle la primera gran aparición pública de Julio César en el foro de Roma, porque siempre me pregunté: ¿cuándo empezó Julio César a ser conocido como alguien relevante para los romanos? Su nombre ha pasado a ser equivalente a emperador o líder supremo en español y en múltiples lenguas. La palabra kaiser en alemán viene de César, y la palabra zar, en ruso, también. Pero ¿cuándo fue la primera vez que la gente del mundo romano usó la palabra César para aclamar a alguien como líder, en su caso, en un primer momento, al propio Julio César? De eso va esta novela.
Roma soy yo narra el primer juicio en que César, entonces un abogado de sólo veintitrés años, aceptó actuar como fiscal en un proceso que parecía imposible de ganar, enfrentándose al todopoderoso senador Dolabela. Sin embargo, para narrar este episodio tan poco conocido y nunca antes novelado de su vida, he necesitado explicar de dónde venía y quién era el joven César.
Quienes lean la novela irán conociendo a Aurelia, la madre del héroe, forjadora de su carácter indómito; a su tío Cayo Mario, el mayor de los líderes romanos del momento, hasta siete veces cónsul y un militar sobresaliente que adiestra a César en el arte de la guerra; a Cornelia, la primera esposa de César, de quien el joven romano estuvo apasionadamente enamorado hasta estar dispuesto a arriesgar su vida por ella; al propio acusado Dolabela, de modo que conozcamos de primera mano, uno a uno, los horribles crímenes que realizó y que están siendo sometidos a juicio; a Sila, dictador todopoderoso de Roma, enemigo mortal de Cayo Mario y, en consecuencia, del propio César, que hace todo lo posible y lo imposible por acabar con el joven César antes de que se convierta en un enemigo peligroso; y a Tito Labieno, amigo personal del protagonista, compañero leal y apoyo constante de César durante sus primeros años de vida política y de combate militar. La novela es un desfile de personajes singulares, enormes en su bondad o en su maldad, entre los que surge, poco a poco, la inmensa figura de un Julio César que está destinado a cambiar la historia del mundo.
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