George Orwell sobre «Mein Kampf»: Hitler o el mártir Prometeo
En marzo de 1940, apenas seis meses después de que diera comienzo la II Guerra Mundial, George Orwell publicó en «The New English Weekly» una reseña de «Mein Kampf», título que Hitler escribió años atrás durante su paso por prisión y en el que sienta las bases ideológicas del nazismo. El texto de Orwell, íntegro bajo estas líneas, dejaba evidencia de las astutas narrativas con las que Hitler había logrado el apoyo económico del tejido industrial de su país y el emocional de buena parte del pueblo alemán. Llevándolo a nuestro tiempo -desde una perspectiva tan actual que provoca escalofríos-, este ensayo breve firmado por uno de los autores más lúcidos del siglo XX advierte de las amenazas que vienen de la mano de aquellos líderes totalitarios que se presentan ante su pueblo como héroes o -lo que es peor- víctimas.
Por George Orwell
Copias históricas de Mein Kampf (Mi lucha), el primer libro de Adolf Hitler, que es a la vez una autobiografía y una presentación de sus puntos de vista políticos. Hitler escribió este título mientras estaba prisionero en Alemania en la década de 1920. Crédito: Getty Images.
Una señal de lo rápido que se están precipitando los acontecimientos se ve en el hecho de que la edición completa de Mein Kampf, publicada hace tan solo un año por Hurst and Blackett, se editara desde un punto de vista favorable a Hitler. Obviamente, la intención del prefacio y las notas del traductor era atenuar la fiereza del libro y presentar a Hitler bajo una luz lo más amable posible. Y es que por esas fechas Hitler aún era respetable. Había aplastado el movimiento laborista alemán y, en consecuencia, las clases de los patronos estaban dispuestas a perdonarle casi cualquier cosa. Tanto la izquierda como la derecha coincidían en la noción, sumamente superficial, de que el nacionalsocialismo era una mera versión del conservadurismo.
Luego resultó que Hitler no era respetable. A raíz de ello, la edición de Hurst and Blackett se ha relanzado con una nueva cubierta en la que se explica que los beneficios de sus ventas se donarán a la Cruz Roja. Sin embargo, si nos limitamos a las pruebas internas de Mein Kampf, cuesta creer que los objetivos y las opiniones de Hitler de veras hayan cambiado. Cuando se comparan las declaraciones que hizo hace unos doce meses con las de quince años antes, salta a la vista la rigidez de su mente, el estancamiento de su cosmovisión. El suyo es el punto de vista inamovible de un monomaníaco, y no parece probable que las maniobras pasajeras de la política del poder vayan a afectarle mucho. Con toda seguridad, en la mente de Hitler el pacto ruso-alemán no representa más que un cambio de calendario. El plan elaborado en Mein Kampf era destruir primero a Rusia, con la intención implícita de acabar luego con Inglaterra. Ahora da la casualidad de que hay que ocuparse primero de Inglaterra, porque, de los dos, Rusia ha sido el país más fácil de sobornar. Con todo, a Rusia le llegará su turno cuando se haya despachado a Inglaterra; así es, sin duda, como lo ve Hitler. Otra cosa, por supuesto, es que los hechos vayan a ocurrir de esa manera.
Biblioteca esencial
Supongamos que el programa de Hitler pudiera ponerse en práctica. Lo que contempla, dentro de cien años, es un ancho Estado de doscientos cincuenta millones de alemanes con mucho «espacio vital» (es decir, un territorio que se extienda más o menos hasta Afganistán), un horrendo imperio descerebrado en el que nunca ocurriría nada salvo la instrucción de los jóvenes para la guerra y el incesante engendramiento de nueva carne de cañón. ¿Cómo es posible que Hitler haya sido capaz de transmitir esta visión monstruosa? Es fácil decir que, durante una etapa de su carrera, contó con la financiación de los grandes industriales, que vieron en él al hombre capaz de aplastar a los socialistas y a los comunistas. Sin embargo, aquellos no lo habrían apoyado si él no hubiese conseguido crear antes un gran movimiento con sus palabras. Por cierto, la situación de Alemania, con siete millones de desempleados, sin duda era favorable para los demagogos. Pero Hitler no podría haber prevalecido entre sus muchos rivales de no ser por el atractivo de su personalidad, que se observa incluso en la torpe escritura de Mein Kampf, y que sin duda es avasallador cuando se escuchan sus discursos…
La causa primera y personal de su resentimiento contra el universo solo puede adivinarse; pero lo cierto es que el resentimiento existe. Él es el mártir, la víctima, Prometeo encadenado a la roca, el héroe abnegado que lucha en solitario contra viento y marea.
Me gustaría dejar constancia de que nunca he sido capaz de sentir especial aversión por Hitler. Desde que llegó al poder —hasta entonces, como casi todo el mundo, me había tragado las mentiras de que no era alguien importante— he pensado que sin duda lo mataría si lo tuviera al alcance de la mano, pero no he sentido ninguna animadversión personal. El hecho es que hay algo muy atractivo en su persona. Se presiente también al ver sus fotografías; recomiendo especialmente la fotografía incluida al principio de la edición de Hurst and Blackett, que exhibe a Hitler en sus primeros días de camisas pardas. La suya es una cara patética, perruna, la cara de un hombre que sufre agravios intolerables. Con un poco más de virilidad, reproduce la expresión de innumerables imágenes del Cristo crucificado, y poco puede dudarse de que así se ve Hitler. La causa primera y personal de su resentimiento contra el universo solo puede adivinarse; pero lo cierto es que el resentimiento existe. Él es el mártir, la víctima, Prometeo encadenado a la roca, el héroe abnegado que lucha en solitario contra viento y marea. Si fuera a matar a un ratón, sabría hacer que pareciera un dragón. Transmite la sensación, como lo hizo Napoleón, de que se enfrenta al destino, de que no puede ganar y de que, sin embargo, en cierto modo merece hacerlo. Esa postura ejerce una atracción enorme, por supuesto; la mitad de las películas que vemos giran en torno a ese tema.
Portada de The New English Weekly del 21 de marzo de 1940, ejemplar en el que Orwell publicó este texto sobre Mein Kampf. Crédito: D. R.
Además, Hitler ha comprendido la falsedad de una actitud hedonista ante la vida. Desde la última guerra, casi todo el pensamiento occidental, y sin duda todo el pensamiento «progresista», ha dado por sentado que los seres humanos solo quieren comodidades, seguridad y ausencia de dolor. Esa concepción de la vida excluye, por ejemplo, el patriotismo y las virtudes militares. El socialista que ve a sus hijos jugar con soldados suele molestarse, pero nunca se le ocurre un sustituto para los soldaditos de plomo; por esas cosas, los «pacifistas de plomo» no sirven. Hitler, que lo siente con una fuerza excepcional en su mente adusta, sabe que los seres humanos no solo quieren comodidad, seguridad, jornadas laborales cortas, higiene, control de la natalidad y, en general, sentido común; al menos cada tanto, también quieren lucha y abnegación, por no hablar de tambores, banderas y desfiles en pro de la lealtad.
Hitler ha comprendido la falsedad de una actitud hedonista ante la vida. Desde la última guerra, casi todo el pensamiento occidental, y sin duda todo el pensamiento progresista, ha dado por sentado que los seres humanos solo quieren comodidades, seguridad y ausencia de dolor. Esa concepción de la vida excluye, por ejemplo, el patriotismo y las virtudes militares.
Con independencia de sus méritos como teorías económicas, el fascismo y el nazismo son mucho más sólidos en sentido psicológico que toda concepción hedonista de la vida. Lo mismo puede decirse de la versión militarizada del socialismo de Stalin. Los tres grandes dictadores han incrementado su poder imponiendo cargas intolerables a sus pueblos. Mientras que el socialismo y, un poco a regañadientes, incluso el capitalismo ha ofrecido a la gente «pasar un buen rato», Hitler le ha ofrecido «lucha, peligro y muerte», y de resultas toda una nación se ha rendido a sus pies. Tal vez más adelante esta se harte y cambie de opinión, como al final de la pasada guerra. Tras años de matanza y hambre, «La mayor felicidad del mayor número de personas» es un buen eslogan, pero en este momento se lleva la palma aquello de «es mejor un fin con horror que un horror sin fin». Cuando luchamos contra el hombre que acuñó esa frase, no deberíamos subestimar su atractivo en el plano emocional.
Artículo publicado originalmente en The New English Weekly el 21 de marzo de 1940. Traducción de Martín Schifino, editor de Penguin Clásicos y DeBolsillo.
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