La escritora y crítica cultural Gabriela Borrelli Azara, ofrece un breve pero profundo recorrido por la obra de Alejandra Pizarnik, ideal tanto para quienes desean adentrarse por primera vez en su universo poético como para aquellos que buscan redescubrir su voz única. Con una mirada apasionada y precisa, Borrelli Azara destaca las claves de la escritura de Pizarnik, su intensidad y su inconfundible sensibilidad literaria.

«El nombre de Alejandra Pizarnik para la literatura argentina es un centro. En este siglo la literatura está más descentralizada, pero a fines del siglo pasado, diría desde mediados del siglo pasado, la literatura argentina se movió con algunos centros. Creo que uno de esos centros fue el nombre de Alejandra Pizarnik, por las tradiciones que reunía, por la innovación de su mirada poética y por la estela que provoca, y provocó, su lectura en un montón de generaciones de poetas y de lectores en general».
«Siempre pasa que hay mucha gente, lo he escuchado mucho, que dice "a mí no me gusta la poesía pero leí Alejandra Pizarnik". Ese dicho da una prueba de lo que Alejandra Pizarnik significa para la literatura argentina: desde la poesía, generar una obra que se extienda a la prosa sin perder la fuerza de la poesía. Nadie en la Argentina ni en Hispanoamérica piensa la soledad sin pensar en esa imagen de "la jaula se ha vuelto pájaro, ¿Qué haré con el miedo, señor?". Eso es cuando un autor se instala en el imaginario de una lengua. No pensar en la palabra miedo o soledad, sin pensar en una imagen de Alejandra Pizarnik».
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«La vigencia de Pizarnik puede darse por muchas razones: una es porque sigue siendo revolucionaria, en el sentido que provoca un movimiento hacia la lengua, hacia el castellano, hacia el rioplatense, y también provoca un movimiento emocional. Se dice siempre de Pizarnik que es una lectura con la que las adolescentes flashean, yo flasheé con Alejandra Pizarnik, pero nunca salí de ese flash y siempre fue acompañándome de diferentes maneras a lo largo de mi vida. Creo que podemos buscar esas vigencias en esa revolución constante que produce en la lengua, y a lo largo del tiempo, la poesía de Pizarnik».
«Quien quiera empezar a leer a Pizarnik o tal vez recordarla de lecturas más tempranas o juveniles, creo que siempre un núcleo que es como un prisma de toda la literatura pizarnikiana, es Extracción de la piedra de la locura, de 1968. Es un libro en el que ella tira líneas sonoras, rítmicas, a sus primeros libros pero ya anuncia parte de su prosa. También, la idea del corrimiento del sentido y de la palabra locura que va a trabajar en la poesía que sigue. Por eso creo que Extracción de la piedra de la locura, además de un libro de prosas poéticas, permite esa fusión de géneros que abre o allana el camino para leer su prosa, pero también, para repasar sus libros de poemas».
«La obra de Pizarnik sin duda se completa en su clima, en su tono, con su correspondencia. Uno de los textos literarios que más me emociona, es la carta que le escribe desde París a Antonio Porchia por su libro Voces. Le dice: "He entrado en Voces y ya no puedo salir de ahí". Creo que, quien ya avanzó en la lectura de su prosa y de sus poemas, la correspondencia de Pizarnik es otra instancia, sobre todo la correspondencia que mantiene con escritores, que es tan vital y emocionante. Se puede vislumbrar la emoción que le provocaba la lectura, eso nos conecta con esa fuerza no solo como escritora, si no también como lectora».
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«El texto que más me emocionó de Pizarnik lo leí cuando tenía 20 años, más o menos, en la Facultad, yo estudiaba Letras. Recuerdo cuando leí este diálogo de su prosa que me pareció tan divertido y a su vez rítmico, me pregunté cómo se podía escribir así y qué era esto, ¿era una obrita de teatro de una página?, ¿era un poema?, ¿un drama poético? Se llama Diálogos»:
—Esa de negro que sonríe desde la pequeña ventana del tranvía se asemeja a Mme. Lamort —dijo.
—No es posible, pues en París no hay tranvías. Además, esa de negro del tranvía en nada se asemeja a Mme. Lamort. Todo lo contrario: es Mme. Lamort quien se asemeja a esa de negro. Resumiendo: no sólo no hay tranvías en París, sino que nunca en mi vida he visto a Mme. Lamort, ni siquiera en retrato.
—Usted coincide conmigo —dijo— porque tampoco yo conozco a Mme. Lamort.
—¿Quién es usted? Deberíamos presentarnos.
—Mme. Lamort —dijo—. ¿Y usted?
—Mme. Lamort.
—Su nombre no deja de recordarme algo —dijo.
—Trate de recordar antes de que llegue el tranvía.
—Pero si acaba de decir que no hay tranvías en París —dijo.
—No los había cuando lo dije pero nunca se sabe qué va a pasar.
—Entonces esperémoslo puesto que lo estamos esperando —dijo.
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«La obra de Aejandra tiene muchas conexiones con el pasado y con el presente, esa es una de las claves de su vigencia. El primer libro con el que yo conecto con Alejandra Pizarnik es Voces, de Antonio Porchia. Sin lugar a dudas esa obra tan extraña, esas voces que no son aforismos, son sentencias poéticas a medio camino entre la sentencia filosófica o el verso libre. Esa obra tan extraña causó en Alejandra, junto a la lectura de los surrealistas. Así que yo recomiendo muchísimo leer la obra de Pizarnik junto a Voces, que los va a compañar toda su vida».
«Otra obra que recomiendo leer es la obra de Susana Thénon, su poesía tiene no solo el juego rítmico, también el humor ácido de Pizarnik, la ironía. Después, la obra de Olga Orozco, con quien Pizarnik tuvo diálogo y amistad, están las correspondencias, pero también esa profundidad que logra Olga Orozco en la extensión de sus poemas de largo aliento, muy diferente a los poemas de Alejandra, son como un universo que se crea y que enriquece mucho a Pizarnik».