Jorge Molist: «España no sabido destacar su papel crucial en la independencia de Estados Unidos»
Tras una exitosa carrera en el mundo empresarial, Jorge Molist (Barcelona, 1951) dio un vuelco a su vida y apostó por la pasión por la escritura que lo había acompañado desde niño. La jugada le salió redonda pues hoy es uno de los autores de novela histórica más vendidos de su país. En su último libro, «El Español» (Grijalbo, 2025) -un guiño a su pasado profesional en tierras americanas, ya verán-, traslada su característica mezcla de aventuras y romanticismo al Imperio español del siglo XVIII.
Por Antonio Lozano

Jorge Molist. Crédito: D. R.
Mientras trabajaba de comercial en California, Jorge Molist comenzó a interesarse por la omnipresente huella española en la cultura y la arquitectura del estado principalmente conocido por sus playas (con surferos) e industria del entretenimiento. Ahí se hundió la semilla de lo que, décadas más tarde, se convertiría en su novela más ambiciosa, El Español, un fresco de batallas, pasiones, traiciones, lances, coraje y sacrificio. Espíritu épico, en definitiva, con una cuidada ambientación histórica, adquirida después de una inmersión de gran profundidad bibliográfica en el tentacular imperio que la corona española reunió a finales del siglo XVIII a ambos lados del Atlántico. Personajes reales y ficticios aman y odian, se persiguen y enfrentan, a lo largo de seiscientas páginas que transitan por Madrid, Barcelona, Menorca, Cádiz, La Habana y las colonias británicas del sur de Norteamérica. Al tiempo que el lector encadena peripecias, va enriqueciendo también su visión sobre una época convulsa -descuella el dominio británico de Menorca, el Motín de Esquilache y el protagonismo español en la Guerra de Independencia de Estados Unidos-, sobre la que el autor no ahorra una mirada crítica. Molist, ganador del Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio y Premio de Novela Fernando Lara, recibe a LENGUA en las oficinas de su editorial en Barcelona con «muchas ganas de proseguir con la marcha promocional».
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LENGUA: Estudió Ingeniería Industrial y no una carrera relacionada con las letras. ¿La literatura no estuvo en sus planes desde niño?
Jorge Molist: No fui un buen estudiante y con catorce años, tras suspender algunas asignaturas, mi padre me preguntó: «hijo, ¿qué es lo que piensas hacer con tu vida?». Y a mí, que me gustaba mucho leer, le dije: «papá, quiero ser escritor». De muy chico ya era una rata de biblioteca y había ganado algún premio literario en el instituto. Él se quedó un poco de una pieza y me dijo que iba a pensar un poco sobre ello. Al día siguiente me convocó de nuevo y aseguró tener buenas y malas noticias para ti. «¿Cuáles quieres primero?», me preguntó. «Las malas», le respondí. «Muy bien. En este país los escritores se mueren de hambre y tú con 14 años no tienes nada que aportar a la escritura». «De acuerdo, ¿y cuál es la buena noticia?». «Pues que tengo lo que tú necesitas para aprender desde abajo lo que es el mundo del libro». Me cogió de la mano y me llevó a una especie de semisótano que había en la misma calle donde vivíamos por aquel entonces, en el barrio barcelonés de Gràcia, dentro de un edificio en el que curiosamente había nacido la soprano Montserrat Caballé. Aquel semisótano albergaba una imprenta y en la puerta colgaba un cartel en el que se buscaba un aprendiz. Y ahí empecé, realmente desde abajo, trasteando entre máquinas que me dejaban las uñas tan tintadas que ni frotándolas todo el fin de semana conseguía limpiármelas. Lo más interesante es que ahí no se imprimían libros sino cartones para medicamentos... Luego empecé a trabajar en otras cosas porque lo de la imprenta no me acababa de gustar y también me apunté al bachillerato nocturno, donde llegué a la conclusión que estudiar una carrera técnica sería lo que me daría de comer. De manera que entré en ingeniería. Sin embargo, mientras cursaba tercero, me di cuenta de que aquello me aburría soberanamente. Tuve la iluminación un verano que me pasé trabajando en prácticas en una central nuclear francesa. Era el súmmum de la tecnología, pero lo que hacían aquellos señores no podía interesarme menos. A partir de ahí, mi carrera dio un vuelco hacia el lado comercial y pasé por diversas multinacionales.
«Tenía claro que quería hacer carrera literaria, pero no fue una decisión precipitada, y menos suicida, pues tardé varios años y cuatro o cinco novelas en llegar a un acuerdo con la empresa y centrarme exclusivamente en la escritura».
LENGUA: El ámbito empresarial, incluyendo una etapa ejerciendo de comercial en Cincinnati y California, lo mantuvo de nuevo apartado de los libros mucho tiempo.
Jorge Molist: Cierto, primero recalé en compañías dedicadas al gran consumo -el único producto con el que trabajé por entonces en llegar a España fue las patatas Pringles- y luego me trasladé al sector cinematográfico, llegando a ostentar el cargo de vicepresidente para el sur de Europa de la Paramount y la Universal. Con los años experimenté una segunda crisis, en el sentido de llevar a cabo un ejercicio de profunda introspección que me hizo abrir los ojos al hecho de que no estaba haciendo lo que quería con mi vida, de que no estaba atendiendo a mi vocación. Fue el punto de inflexión que finalmente me llevaría del mundo de la empresa al de la escritura. Me dije: «voy a escribir una novela, voy a cumplir el sueño que arrastro desde niño». Como propósito de Año Nuevo, el 1 de enero de 1996 escribí la primera línea de mi primera novela, que me costó Dios y ayuda completar y publicar. En todos esos años había ido escribiendo, aunque de forma muy intermitente, ya que la lucha laboral diaria, y el esfuerzo por lograr una buena posición, se habían agenciado la mayor parte de mis energías. Tenía claro que quería hacer carrera literaria -era lo que de verdad me divertía-, pero no fue una decisión precipitada, y menos suicida, pues tardé varios años y cuatro o cinco novelas en llegar a un acuerdo con la empresa y centrarme exclusivamente en la escritura.
LENGUA: El título de su última novela, El Español, surge de su etapa como comercial en el sur de california.
Jorge Molist: Sí, cuando llegué a Estados Unidos mi entorno laboral era completamente anglosajón, la mayoría eran rubitos de ojos claros, no había hispanos -yo era el único que hablaba español- ni afroamericanos. De modo que yo ahí era el tío raro, ganándome el mote de «el español». La arrogancia que mostraban los anglosajones respecto a otras nacionalidades me sublevó y me propuse demostrar que un español era capaz de hacer un trabajo tan bueno o mejor que el de ellos. Enseguida me interesé por la huella cultural española en Estados Unidos, que es enorme y que tiene un papel destacado en mi novela. Sin ir más lejos, ahí están las misiones españolas en California, una historia riquísima. Por descontado que se hicieron bajo el manto de la religión y con la intención de convertir, pero también hubo mucha compasión hacia los indígenas, a los que se intentó integrar en la sociedad, algo que nunca mostraron los anglosajones, cuya voluntad principal fue la explotación y el exterminio.

Jorge Molist. Crédito: D. R.
LENGUA: ¿Qué tiene el género de la novela histórica que le estimula tanto?
Jorge Molist: Empecé con thrillers con toques históricos, pero luego vi que me motivaba más la historia pura y dura, algo que como lector ya tenía más que comprobado. Recuerdo vívidamente las sensaciones que me procuró leer los cuatro libros sobre las grandes guerras que ha librado Estados Unidos a lo largo de su historia - la de la Independencia, la de la Secesión y las dos mundiales -, un obsequio en la fiesta de despedida que me montó la empresa antes de abandonar el país. En el de la Revolución Americana se citaba mucho el papel de Francia y a España se la ignoraba por completo, cuando yo ya sabía que sin nosotros no hubieran podido independizarse. De esta injusticia salió parte del coraje y la voluntad de escribir El Español, que encierra pues un mensaje reivindicativo. He comentado en más de una ocasión que nos hemos vendido muy mal en el exterior. No hemos sabido destacar nuestro peso en la independencia de Estados Unidos, y de alguna forma hacer también lo contrario, es decir, denunciar el papel colonizador de otros países. La maquinaria propagandística que sí había funcionado a la hora de vender la Corona de Aragón por medio de juglares y trovadores, en esa ocasión falló. Con respecto a la conquista de América, el acento se ha puesto también en lo negativo. Por descontado que se cometieron excesos y que se extendió la esclavitud, pero es que por entonces había esclavos blancos, había esclavos negros, había esclavos indios.... Las tribus indias tenían esclavos. Los propios africanos tenían esclavos. La política oficial de la Corona, sin embargo, fue convertir a los indígenas en ciudadanos. Por el contrario, en la independencia de California, los anglosajones declararon que sólo los blancos podían ser ciudadanos libres, al tiempo que holandeses y franceses por lo general procedieron bajo las mismas directrices en sus respectivas colonias. Si murieron tantos indígenas en América fue principalmente como resultado de las enfermedades. Pero veamos... la peste negra diezmó a una tercera parte de la población española y no por ello vamos acusando a los turcos o italianos que la escamparon.
«Empecé con thrillers con toques históricos, pero luego vi que me motivaba más la historia pura y dura, algo que como lector ya tenía más que comprobado».
LENGUA: El Español se articula a través de Jorge Ferragut, un valiente menorquín que tuvo un gran protagonismo en la lucha por la independencia de las colonias americanas. ¿Qué le atrajo de su figura?
Jorge Molist: Buscando a un protagonista, de repente topé con un menorquín fascinante que había vivido en la isla durante la ocupación británica de la misma y que luego se vino a España porque tenía cuentas pendientes con los invasores. Asimismo, participó activamente en la entrega de todo tipo de suministros, pertrechos y armas a los colonos rebeldes americanos, implicándose más adelante en la guerra por la independencia. Hay un libro titulado Dieciséis líderes de la Guerra de la Independencia Americana nacidos fuera de Estados Unidos que destaca que fue el único español que luchó bajo bandera norteamericana. Hizo prácticamente de todo, incluyendo ser capitán de artillería y comandante de caballería.
LENGUA: Pone mucho atención en la descripción y ambientación de los múltiples escenarios de su novela. Si un ciudadano actual pusiera un pie en algunas de las urbes del siglo XVIII destacadas en ella, ¿qué le asombraría más?
Jorge Molist: Cuba no es un buen ejemplo porque La Habana en esa época era una ciudad europeizada y rica, donde la mitad de los descendientes de africanos eran libres y tenían trabajos menestrales, un lugar pues muy abierto y que incluso presumía de alumbrado público y asfaltado. Pensemos que la capital cubana tenía más población que la que sumaba Nueva York, Boston, Filadelfia y Charleston, las cuatro grandes urbes de la época en Estados Unidos. También nos chocaría llegar a una Barcelona completamente rodeada de fortalezas y murallas, militarizada, y luego pasar a Madrid, que no tenía ni un misero castillo que la defendiera, apenas una valla para que la gente que entraba pagara impuestos por las mercancías. Veríamos cómo en España la religión lo controlaba todo y hasta qué punto era un instrumento del rey para someter a la población. Como curiosidad, averiguaría que la infidelidad en esa época te podía acarrear trabajos forzados, o sea, ya que era perseguida y condenada por la Inquisición

Jorge Molist. Crédito: D. R.
LENGUA: Entre los hechos históricos que recoge El Español están el Motín de Esquilache y la Batalla naval de Chesme. En el proceso de documentación sobre los mismos, ¿descubrió algo que le llamara la atención?
Jorge Molist: De la batalla me sorprendió el uso de las naves Torpedo en el siglo XVIII, aunque luego, investigando un poco, descubres que los romanos ya las usaban para incendiar otras naves... Sobre el motín, ha pasado la historia como que el pueblo de Madrid se rebeló contra el recorte de capas y de chambergos para convertirlos en tricornios, cuando el verdadero motivo fue que la población pasaba hambre. Hubo motines parecidos en Valencia, Zaragoza y muchos otros lugares; la gente se levantó porque el pan había más que doblado su precio, la raíz fue una cuestión social, no estética.
LENGUA: Háblenos un poco de su metodología de trabajo.
Jorge Molist: Primero tiene lugar un largo proceso de documentación hasta que encuentro algo que realmente me motive porque hablamos de un tema al que voy a consagrar al menos dos años de mi vida. Si el asunto no me emociona, difícilmente podré luego emocionar a los lectores. Una vez he definido lo que quiero hacer, me pongo en serio a recopilar información, y es así como van fluyendo las ideas. Suelo tener decidido el arranque y el final de la historia, a continuación se trata de rellenar el resto, a tal efecto previamente he seleccionado y estructurado la información de cada capítulo con mucho mimo.
LENGUA: ¿Se permite ciertas licencias con los hechos históricos y la ambientación o cree que el vuelo imaginativo que exige la trama y los personajes requiere de un rigor máximo en esos apartados?
Jorge Molist: Licencias, en cuanto a los hechos históricos, las mínimas. Ahí trabajas sobre algo que ya está escrito y puedes reescribirlo sólo un poco. Lo que estás añadiendo es la parte más de la emoción y los sentimientos de los personajes. Al final se trata de construir unos personajes que transmitan viveza dentro de un particular momento histórico. Es cierto que te topas con encrucijadas; a ver, los hechos históricos documentados fueron por aquí, pero por mis intereses para avanzar la trama, por el entretenimiento, por la acción, la emoción... me impelen a desviarme hacia allá. No puedes ser cien por cien escrupuloso porque siempre se producen tensiones entre la realidad histórica y los intereses narrativos. Para mí la prioridad radica en la fluidez del relato, que el lector avance pegado a los personajes, y también la claridad. En definitiva, una novela te concede algunas licencias, pero con respecto a la historia, yo me permito las imprescindibles. Pretendo que el lector entienda perfectamente cómo fueron los acontecimientos históricos que le relato, mantengo el firme propósito de no engañarle.
«Licencias, en cuanto a los hechos históricos, las mínimas. Al final se trata de construir unos personajes que transmitan viveza dentro de un particular momento histórico».
LENGUA: ¿A estas alturas de su carrera tiene alguna especie de fórmula ya pensada? ¿Por ejemplo un equilibrio preciso entre aventura y romance?
Jorge Molist: No me lo planteo de una forma llamémosle consciente, sino que es algo intuitivo. No cabe duda de que debe producirse una combinación óptima entre acción y pasión, entre sentimientos y batallas, peleas o situaciones de peligro. Desde la Odisea el amor y la peripecia han ido de la mano. Si no los equilibras con tino, corres el riesgo de que el lector pierda el interés. Creo que las escenas de acción se me dan particularmente bien, quizá porque lo relacionado con la testosterona lo disfruto más, mientras que la parte romántica la tengo que trabajar un poco más.
LENGUA: Desde que empezó a escribir ¿ha tenido algún autor de referencia en mente?
Jorge Molist: Buff, muchos.... De niño me entusiasmaban Dumas, Verne, Salgari y Hergé, ellos fueron mis cimientos, por así decirlo. Más adelante Galdós me influenció mucho, y aunque sin renunciar a un estilo propio, me gustaría atesorar la calidad y la ambición de Ken Follett.
LENGUA: ¿Diría que en España tenemos poca cultura histórica?
Jorge Molist: Pienso que la vida moderna se centra mucho en requerir de unas competencias tecnológicas y de negocios, y que por desgracia a lo mejor se está relegando en exceso la historia al entretenimiento. Por fortuna, si tienes interés, existen un montón de buenas novelas históricas, que sin aburrirte, enganchándote, te hacen conocer otro mundo, otro tiempo. Al poner bastante el énfasis en la anécdota y en la sorpresa, te sirven mucha más información y conocimiento que un análisis o un tratado sesudo, invitándote además a llegar a tus propias conclusiones.
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