Un rinoceronte en la corte del rey: Carlos Bardem contra el revisionismo histórico
Carlos Bardem es mitad actor, mitad escritor. A veces, los seres híbridos están descompensados, pues la excelencia se concentra en una de sus partes y la otra se limita a parasitar al lado más fecundo. No es el caso de Bardem. Nacido en Madrid en 1963, su trayectoria cinematográfica le ha situado entre los mejores actores del cine español, pero su itinerario como escritor no ha sido menos fructífero. Autor de siete novelas, obtuvo la mención especial del jurado del Premio Nadal con su primera ficción narrativa, «Muertes ejemplares», y en 2019 publicó «Mongo blanco», una obra de gran calado sobre la esclavitud. Ahora (septiembre de 2023) ha publicado «Badaq» (Plaza & Janés), una novela histórica con elementos fantásticos que recrea la peripecia de un rinoceronte asiático en el Madrid de Felipe II. Basada en hechos reales, el objetivo de Bardem es combatir el revisionismo que intenta rebajar -o incluso justificar- el horror del imperialismo y la colonización. Sin embargo, hay un propósito más ambicioso en «Badaq»: comprender el mal, analizar sus motivaciones, exhumar sus raíces. Es el gran tema de la literatura de Bardem, fuertemente influida por la escritura intensa y atormentada de Dostoievski. Durante una hora y media, el escritor Rafael Narbona conversó con el autor sobre «Badaq», abordando cuestiones como el respeto a la naturaleza y a la diversidad cultural, la violencia sufrida por la mujer a lo largo de la historia, los problemas existenciales del ser humano, abrumado por su conciencia de finitud, y el papel testimonial de la creación literaria. El resultado no pudo ser más satisfactorio. Hombre comprometido y escritor de talento, Bardem esboza la posibilidad de un porvenir más justo y solidario, si nuestra especie es capaz de dominar sus impulsos más destructivos y aprende a convivir con la diferencia, renunciando a la estéril ambición de un mundo homogéneo.
Por Rafael Narbona
Carlos Bardem. Crédito: Asís G. Ayerbe.
Carlos Bardem es un gran tipo. No solo por su cercanía y cordialidad, sino también por su imponente físico, algo que quizás explica la tendencia de los directores de cine a adjudicarle papeles de villano. Alto y corpulento, Bardem ha jugado al rugby, se ha subido al cuadrilátero con unos guantes de boxeo y, de joven, se tatuó en el brazo derecho dos delfines y una rosa. Ese tatuaje es muy revelador, pues sus amigos del barrio, según ha contado, preferían tatuarse demonios y calaveras para transmitir una imagen de fiereza. Bardem prefirió escoger un tema más amable y lírico que reflejara su forma de ser.
No voy a ocultar que albergaba ciertos prejuicios hacia la posibilidad de que un actor pudiera ser un buen escritor. Cuando Bardem me habló de Badaq, no había leído ninguna de sus novelas anteriores, pero apenas empecé con la historia del rinoceronte asiático capturado y trasladado al Madrid del Felipe II, comprendí que mis reparos eran completamente infundados. Ahora que estoy leyendo Mongo Blanco, que apareció en 2019 y narra la peripecia de Pedro Blanco, uno de los grandes esclavistas del XIX, ya no me queda ninguna duda de que Carlos Bardem es un gran escritor.
Badaq es una novela histórica matizada por una perspectiva ecologista. Ambientada en la España imperial, recrea un hecho tan real como insólito. En 1501, el gobernador de Java regaló a Felipe II un rinoceronte asiático. Juan de Cufes dibujó al animal e incluyó la imagen en su tratado de varia conmensuración. La Casa Real confió el rinoceronte a unos saltimbanquis portugueses que lo exhibieron en las eras del priorato de San Martín hasta que se escapó enfurecido por el malestar causado en su paladar por un bollo caliente. El joven que se lo dio pagó con su vida su temeridad. Durante su huida, el rinoceronte se cobró más vidas. Las autoridades pusieron fin a sus estragos abatiéndolo con fuego de arcabuz. Badaq no es una simple recreación de esos hechos. Carlos Bardem utiliza un registro fantástico para introducir una voz irónica y con espíritu crítico. Me refiero a la voz del rinoceronte, que contempla confuso los hábitos de los humanos. De entrada, no comprende por qué los monos sin pelo se llama a sí mismos «hombres». «No pueden vivir sin ponerle nombre a todo», apunta con sorna. Los hombres comparten «una sangre oscura, violenta» con los «monos peludos». Darma, un nativo de la isla de Pawu, también despliega una perspectiva irónica sobre los europeos. Durante sus años al servicio de un capitán castellano, se familiarizó con sus costumbres y creencias. Como refiere a Pramagalang el Joven, rey de la isla de Pawu, los blancos conciben el tiempo de forma lineal y viven pensando en un hipotético más allá. Ignoran que el tiempo es infinito y circular, y que lo urgente es «vivir nuestro aquí». Al reparar en las divergencias que separan a los humanos, la abada exclama: «¿Cómo nos van a entender si no se entienden entre ellos?». Los humanos se avergüenzan de ser animales. Prefieren inventarse que son hijos de dioses afincados en los cielos. La abada, que es una hembra, piensa que «el hombre con sus extrañas acciones destruye el fértil desorden del mundo». Si extendiera «sus campos anodinos» por todo el planeta, representaría la muerte para la mayoría de las especies. Los humanos son incapaces de apreciar la belleza de lo elemental, como esas mariposas que aletean sobre un río o en la punta de la nariz. La abada entiende que la muerte individual no es un catástrofe, sino un momento de un proceso interminable: «Siento como si todos fuéramos una sola gran vida, entretejida y desdoblada en muchos cuerpos, en pieles peludas, coriáceas, cubiertas de plumas o de escamas. Una única gran vida que nace, muere y se renueva a cada instante, y de pronto me siento una feliz parte de ella».
La abada desmiente que los animales no experimenten dolor por las pérdidas. En una ocasión, presenció como una macaca sostenía durante días el cuerpo sin vida de su cría. Encaramada en un lugar seguro, gemía desconsolada, resistiéndose a abandonar el cuerpecillo inerte. Los macacos de su manada la acompañaban, aliviando su duelo con caricias y frutos. Pese al sufrimiento que causa, la muerte es necesaria. Sin ella, la vida se paralizaría, pues se estancaría, incapaz de renovarse. La muerte natural no es comparable a la muerte sembrada por los hombres. La abada evoca los cadáveres de otros rinocerontes, abatidos para cortar sus cuernos. Los hombres propagan una muerte que solo es vacío y desolación.
Pramagalang el Joven acusa a los castellanos de vanidad. Ignora que hay civilizaciones más antiguas y sabias, como la china o las culturas del Ganges: «Que no conozcáis más historia que la vuestra no borra la de los demás». Cuando escucha hablar de la Santísima Trinidad, objeta que esa tríada se parece mucho a la compuesta por Brahma, Visnú y Shiva. La abada se pregunta si los humanos no entienden que todos somos luz y que no se puede poseer cosas como el sol, el agua y viento. El ansia de poder es insensata y autodestructiva. Si no se respetan las leyes de la naturaleza, se pone en peligro el equilibrio y la continuidad del mundo. La idea de la reencarnación es menos dañina que la ambición de inmortalidad. Al especular que nos reencarnamos en otras personas o animales, experimentamos la obligación de ser compasivos con todas las formas de vida.
Fray Guillermo, que viaja con el galeón castellano, sabe que los conquistadores no pretenden propagar la civilización, sino robar el oro a los pueblos caídos bajo su dominio. La abada considera que los animales son mucho más racionales, pues no se matan ni esclavizan entre ellos, ni destruyen el lugar donde viven. Los hombres no reparan en que «el mundo seguirá existiendo cuando ellos desaparezcan». María Guevara, la morisca que acompaña a Fernando de Encinas, capitán de la expedición, contempla a los hombres con una mirada semejante. Los varones blancos se consideran dueños de todo. El otro, ya sea moro, negro o indio, solo es para ellos una propiedad más. No soportan que una mujer los trate de igual a igual. Únicamente quieren criadas, putas o esposas, nunca mujeres libres y sin miedo. María no transige con el miedo ni el olvido: «No hay que temer al miedo, hay que abrazar el propio y el ajeno para vencerlo. Sin él, no es posible el valor» Tampoco se puede enterrar el pasado: «Yo nunca he dejado de recordar. Mi fuerza es mi memoria». Cuando fray Guillermo señala que tal vez la abada no ha opuesto resistencia a ser capturada por la presencia de una doncella, María se mofa de la importancia que se concede a la virginidad.
Horrorizado por las matanzas que ha presenciado, fray Guillermo se pregunta si realmente el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, pues si es así, Dios solo puede ser un ser cruel y sanguinario. «¿Dónde estás, Señor, que no te encuentro?», exclama el franciscano. «¿En verdad me trajiste aquí para perder la fe? ¿Por qué yo, un fraile, tu servidor, tengo que dar testimonio de la maldad de los hombres y no de tu obra? ¿Es lo quieres de mí? Sea». El poder, reflexiona fray Guillermo, se basa en el miedo y la inmoralidad. No hay reyes buenos, ni reinos justos. La abada no entiende la fe: «¡Nadie creó el mundo, imbéciles, fue el mundo el que nos creó a todos!».
El Madrid que recrea Carlos Bardem es una pocilga, un caldero de miseria, injusticias y agravios. María Guevara recuerda a fray Guillermo comentándole que «Dios está en los mares y en las selvas, en los azules infinitos y en los ojos tristes» del rinoceronte capturado, al que confunde con un unicornio. Sin embargo, la ausencia de Dios resuena en Madrid como un alarido desesperado. Todo es dolor y desprecio, atropellos e infamias. Los nobles parecen «calaveras crueles y amaneradas sobre golas de encaje». Encerrados en recintos inmundos, la abada y fray Guillermo agonizan en una oscuridad húmeda e hiriente. Rodeados de ratas, el rinoceronte admite que no le gustan, pues le parecen tan feroces como los humanos. Interrogado por la Inquisición, fray Guillermo se rebela contra los sentimientos de culpa que pretenden inculcarle. Los sacerdotes recriminan a los hombres sus pecados, pero no advierten nada malo en esclavizar a los nativos de las tierras conquistadas, ni a los animales. No toleran la diversidad ni la rebeldía. Sabiendo que ya nada puede salvarlo, el franciscano se desahoga ante el dominico que le insta a confesar delitos imaginarios: «Por más gente que entreguéis a la cárcel, al garrote y a la hoguera, nunca podréis arrancar del todo lo mejor del ser humano, la percepción inmediata, instintiva de lo que es injusto. De ahí saldrán legiones de hombres y mujeres libres. La lucha entre la libertad y la tiranía será larga, pero, al fin, bastará con que haya un puñado más de justos que de siervos para que el paraíso regrese a la tierra».
A pesar del carácter trágico de la trama, Badaq no es una novela pesimista. En el mundo hay violencia e injusticia, pero también amor, belleza y hermosos gestos de coraje y solidaridad. Bardem logra emocionarnos con su prosa clásica, precisa y elegante, que evoca la atmósfera que se respira en las páginas de Baroja y Ramón J. Sender. Aunque esté lejos de los planteamientos religiosos, se advierte en Badaq el anhelo de redención que circula por las obras de Dostoievski, pero con una importante diferencia. Bardem no pide que arrojemos sobre nuestra conciencia sentimientos de culpa e indignidad, sino que nos rebelemos contra las injusticias y el hambre de eternidad. Lo esencial está aquí y ahora, no en paraísos de dudosa existencia. El ser humano únicamente puede reconciliarse con el mundo abrazando la finitud. Debemos aceptar que somos una especie más y que la muerte solo es un compás necesario en la sinfonía de la vida.
Carlos Bardem. Crédito: Asís G. Ayerbe.
Carlos Bardem y yo nos hemos citado en su casa, un apartamento situado en el centro de Madrid. Hacia las seis de la tarde, pulso el timbre y Bardem abre la puerta, invitándome a pasar. Antes de comenzar la entrevista, observo el salón y la terraza. Al ser un edificio antiguo, las vigas del techo son de madera y están al descubierto. Una fotografía enorme del actor y escritor nos mira desde el fondo y, a la derecha, cerca de una ventana, hay una estantería salpicada de recuerdos: fotografías de su madre y sus hermanos, estatuillas mexicanas, una cámara de cine a pequeña escala. Después de media hora de charla informal, nos sentamos en una enorme mesa de madera y comenzamos a hablar de su novela.
Rafael Narbona: ¿Qué es Badaq?
Carlos Bardem: Una fábula ecologista y una novela histórica contra las obras que glorifican al imperio español, minimizando sus estragos. Un alegato contra el revisionismo histórico que intenta justificar la colonización, argumentando que la corona española realizó una gran empresa de civilización y evangelización.
Rafael Narbona: Badaq es una novela, pero a usted se le conoce fundamentalmente como actor. ¿Por qué hay esa resistencia a aceptar que alguien puede desenvolverse con eficacia en diferentes campos? Como me comentó en una conversación anterior, el oficio de actor y el de escritor nacen del mismo impulso: contar historias.
Carlos Bardem: La mercantilización de todo hace necesarias las etiquetas. Cuando te escapas de la celdilla que te han asignado, provocas estupor y desconfianza. Yo he tenido que luchar contra los prejuicios desde mi primera novela, Muertes ejemplares, que obtuvo la mención especial del premio Nadal. Muchos se preguntan qué soy. ¿Un actor que escribe? ¿Un escritor que actúa? ¿Solo hace bien una de las dos cosas o se maneja con soltura en ambos registros? Mi pretensión es escribir con calidad literaria, cuidando el estilo y la arquitectura narrativa. Me atraen los grandes temas, esas cuestiones que nos inquietan a todos y que son el alimento principal de la literatura: el mal, la vida, la muerte, el amor. Contra los prejuicios, solo me cabe hacer una cosa: seguir escribiendo.
Rafael Narbona: ¿Piensa que ser actor le quita lectores?
Carlos Bardem: Pienso que no. Creo que me quita más lectores mi apellido y mi posicionamiento político. Hay gente que no me va a leer nunca por rojeras y he de decir que soy un caso perdido, pues cada día tengo más claro que he elegido el lado correcto de la historia.
Rafael Narbona: Tiene un lenguaje muy depurado, lo cual me ha sorprendido. Nunca es desaliñado o negligente. Se nota que ama las palabras. También se aprecia un gran sentido narrativo. Sus historias son intensas, creíbles, muy humanas. ¿Cómo trabaja? ¿Cómo hace una novela? ¿Lo planifica todo o improvisa?
Carlos Bardem: Los que no fabricamos best seller, cosa que yo respeto mucho pero que no sabría cómo hacer, escribimos para comprender. Nos eligen los temas. Mis cuatro últimas novelas (Alacrán enamorado, Mongo Blanco, El asesino inconformista y Badaq) son diferentes aproximaciones a una misma obsesión. A mí me obsesiona el mal. Me obsesionan las personas que viven haciendo el mal y las personas que viven sufriendo el mal. Me apasiona la relación entre víctima y verdugo, ya sea de forma individual o entre sociedades o especies, como es el caso de Badaq, donde se aprecia la violencia del ser humano sobre los animales y la naturaleza. Cada novela es diferente. Cada novela es un mundo. Curiosamente, a mí me suele pasar una cosa: tengo siempre muy claro el final y todo mi proceso es cómo llegar a ese desenlace.
Rafael Narbona: La trama de Badaq se basa en un hecho histórico poco conocido. Muy poca gente sabe que un rinoceronte asiático se paseó por el Madrid de Felipe II, provocando estragos y acabando sus días cerca del Retiro, abatido a arcabuzazos. ¿Por qué escogió ese tema?
Carlos Bardem: Desde pequeño, he estado obsesionado con la historia de la calle de la Abada. Yo soy licenciado en Historia y mi especialidad son los siglos XVI y XVII. Me apasiona la historia de mi ciudad y me apasionan sus aspectos más curiosos, como el origen de los nombres de las calles. Yo suelo alternar la historia y la actualidad y esta vez se me impuso la anécdota de la abada o rinoceronte. Era una extraordinaria oportunidad para investigar la naturaleza del mal y la nefasta relación del hombre con la naturaleza. Al rinoceronte nadie le preguntó si quería abandonar Java y venir a Madrid a pasar frío. Su peripecia revela la crueldad de los humanos con el resto de las especies y su desprecio por el mundo natural. Además, esta historia me permitía darle una patadita a la historia de las glorias imperiales, algo que considero muy necesario en estos tiempos de revisionismo.
Rafael Narbona: ¿Pensaste en El rinoceronte, de Ionesco?
Carlos Bardem: La verdad es que no. Me inspiró una película y una novela. Badaq comienza con un tono de comedia que emula los golpes de ingenio de La armada Brancaleone, la parodia de la Edad Media filmada por Mario Monicelli. También me influyó El coloquio de los perros, con Cipión y Berganza hablando de sus dueños. Sin embargo, según avanza la historia, surge la sangre negra que recorre parte de nuestra historia. El tono cómico del principio acaba desembocando en una atmósfera que recuerda el tenebrismo de Ribera, las pinturas negras de Goya o las composiciones esperpénticas de Gutiérrez Solana.
«Todas las conquistas son simples robos a gran escala que luego se justifican y embellecen con argumentos religiosos y filosóficos. El imperialismo es un proyecto de las elites económicas, que envían a la carne de cañón de sus sociedades para acuchillar a pueblos vulnerables. Se trata de pobres acuchillando pobres. En el caso de España, este proceso se disfraza de empresa civilizatoria».
Rafael Narbona: Es cierto que hay un giro notable en Badaq. Empieza con un tono luminoso, festivo, como el de los cartones de Goya, y con una ironía semejante a la de Swift, pero luego adquiere una tonalidad sombría. El final es estremecedor. Personalmente, el sufrimiento del rinoceronte es el que más me conmueve.
Carlos Bardem: Si he conseguido eso -comenta Bardem entre carcajadas-, he logrado mi objetivo.
Rafael Narbona: Me parece terrible cuando el mozo de un horno introduce en la boca del rinoceronte un mollete de pan muy caliente y el animal enfurece, escapándose del corral donde lo habían confinado para exhibirlo.
Carlos Bardem: En el viraje hacia lo trágico me ha influido una novela extraordinaria y cruel, La rata, del escritor polaco Andrzej Zaniewski. Es una obra terrible donde una rata cuenta su vida. La idea de un animal que reflexiona sobre su existencia me ofreció la oportunidad de subvertir los géneros. Badaq es una novela histórica cuidadosamente documentada, que recrea el Madrid de la época y la áspera vida en los galeones, pero, además, incluye un elemento fantástico: un rinoceronte inteligente y con sentido del humor.
Rafael Narbona: ¿Se podría decir que Badaq desarrolla una perspectiva animalista?
Carlos Bardem: Absolutamente. Los juegos de lanzas y toros que aparecen hacia el final muestran la crueldad del ser humano con los animales. El toro es un herbívoro. Cualquiera que haya paseado por el campo, sabe que es inofensivo. Pero si lo encierras y lo torturas, lucha por su vida. El rinoceronte, un animal procedente de un geografía lejana, descubre este bárbaro festejo y expresa su consternación. El gran tema de Badaq es el imperialismo y el imperialismo también afecta a las especies. Todas las conquistas son simples robos a gran escala que luego se justifican y embellecen con argumentos religiosos y filosóficos. El imperialismo es un proyecto de las elites económicas, que envían a la carne de cañón de sus sociedades para acuchillar a pueblos vulnerables. Se trata de pobres acuchillando pobres. En el caso de España, este proceso se disfraza de empresa civilizatoria. Se dice que llevamos a los pueblos invadidos la cultura, el castellano, la fe, las universidades, pero lo cierto es que las universidades se construyeron para formar a las elites locales y así poder administrar el territorio conquistado. No había un propósito pedagógico. La conquista de América no es ni mejor ni peor que cualquier otra conquista. Todas son atroces.
Rafael Narbona: ¿Por qué ha empleado el humor?
Carlos Bardem: Desde que concebí la novela, pensé que era necesaria una ironía socrática, un procedimiento basado en la reducción al absurdo para alcanzar algún tipo de verdad. Al darle la voz a un animal que contempla con estupor el comportamiento de los humanos, a los que llama «monos sin pelo», se desmonta el delirio antropocentrista, según el cual el mundo se creó para abastecer nuestras necesidades. El estupor del rinoceronte desnuda con lucidez a nuestra especie.
Rafael Narbona: Es muy divertida la escena en que los castellanos desembarcan en la isla de Pawu y leen unos legajos declarando que han descubierto el lugar y que a partir de ese momento pertenece a Felipe II.
Carlos Bardem: Era el procedimiento habitual. Se leían esos legajos en castellano y latín, dos idiomas incomprensibles para los nativos. Los pueblos que sufrían esos asaltos debían experimentar una mezcla de incredulidad, pasmo y terror. Imagínate que ahora aparecen aquí unos señores que nos dicen que esta casa es suya, que nuestros dioses son falsos, que solo su dios es verdadero, que nos obligan a asimilar su idioma y sus valores y que, por si las moscas, nos hostian para dejar claro quién manda. Un historiador, uno de verdad, no puede emitir juicios morales. No salva ni condena. Solo nos cuenta hechos extraídos de fuentes fiables. Yo, como novelista, sí puedo juzgar y expresar opiniones. Por eso puedo condenar el imperialismo, uno de los peores males de la humanidad, un fenómeno inseparable del nacionalismo. El nacionalismo sostiene que unos pueblos son superiores a otros. Es el primer paso para poner en marcha una política de exterminio. Pensar que todo nos pertenece -animales, paisajes, recursos- nos convierte en depredadores feroces. No hay una idea más peligrosa que pensar que hay un pueblo elegido, una clase elegida, una raza elegida o una especie elegida.
Carlos Bardem. Crédito: Asís G. Ayerbe.
Rafael Narbona: En Badaq hay un contraste muy interesante entre los castellanos y los nativos. La cultura presuntamente inferior parece mucho más sensata e inteligente que la de los conquistadores.
Carlos Bardem: El etnocentrismo es uno de nuestros peores vicios. Cuando los castellanos llegaron a Asia o los portugueses antes que ellos a la India, Java o Indonesia, esas zonas ya habían mantenido contacto con civilizaciones milenarias, como la China o las culturas del Ganges. Badaq ironiza sobre la arrogancia occidental y su tendencia a cambiar los nombres de los lugares colonizados. Ahora la India se está planteando cambiar de nombre, pues India es el nombre que le pusieron los colonizadores ingleses. Su idea es recuperar el nombre original, el nombre hindi: Bharat.
Rafael Narbona: Es hilarante cómo describe la religión cristiana desde el punto de vista de los nativos. Critica la idea de los trasmundos. ¿Cuál es su perspectiva sobre lo sobrenatural?
Carlos Bardem: Soy agnóstico y materialista. No creo que haya nada más. Somos la única especie que sabe que va a morir y el miedo a la muerte nos hace inventar dioses. Me fascinan las religiones como construcciones culturales. Me fascina la capacidad de inventar del ser humano. En El asesino inconformista, un personaje pregunta a otro: «Pero ¿crees en Dios?». «No, yo creo en la química del carbono», contesta. Esa es mi filosofía y creo que es una filosofía hermosa. Badaq es un gran portavoz de esa idea. Sabe que es parte de algo maravilloso. Como él, yo creo que adoptamos una forma durante un tiempo y luego nos reintegramos en la totalidad. Morir no es un hecho negativo. Al morir, contribuimos a que el ciclo de la vida no se interrumpa. El árbol que cae y se pudre sirve de alimento a infinidad de seres.
Rafael Narbona: ¿Piensa tal vez que todas las religiones son dañinas?
Carlos Bardem: Como licenciado en Historia, me resulta muy difícil encontrar una tradición religiosa que haya tenido un efecto positivo. Respeto mucho al que busca consuelo en la oración y al que como Antonio Machado espera hablar con Dios un día, pero como estructuras de poder, todas las religiones han sido nefastas. En España, el catolicismo ha sido un mecanismo de control social.
«Un historiador, uno de verdad, no puede emitir juicios morales. No salva ni condena. Solo nos cuenta hechos extraídos de fuentes fiables. Yo, como novelista, sí puedo juzgar y expresar opiniones. Por eso puedo condenar el imperialismo, uno de los peores males de la humanidad, un fenómeno inseparable del nacionalismo».
Rafael Narbona: Dado que hablamos de religión, ¿puede decirme algo de fray Guillermo, el franciscano que viaja con el galeón castellano?
Carlos Bardem: Fray Guillermo desempeña una importante función narrativa: exponer dudas. Cree en Dios y le interpela. Después de muchas cavilaciones, no sabe si existe realmente, pero llega a pensar que si verdaderamente es el creador del universo, debería ser juzgado por los incontables crímenes de la historia. Víctima del Santo Oficio, fray Guillermo alza la voz contra la intolerancia religiosa y la persecución de los que se atreven a examinar críticamente los dogmas.
Rafael Narbona: ¿Qué me puede decir de María Guevara, la morisca que acompaña a los castellanos y que lucha como un hombre?
Carlos Bardem: Los personajes femeninos siempre constituyen un reto. Me interesaba, además, explorar las dificultades de ser mujer en esa época. Morisca y acusada de bruja, María es carne de inquisidor. Sin embargo, no se rinde nunca. Yo he tenido la suerte de conocer a grandes mujeres en mi vida, empezando por mi madre, que era la mujer más coherente y valiente que he conocido. María es un homenaje a las mujeres luchadoras.
Rafael Narbona: ¿Por qué la exime del destino trágico de sus compañeros masculinos?
Carlos Bardem: Porque me parecía importante que la rebeldía continuara viva.
Rafael Narbona: Dígame algo de Badaq, el rinoceronte.
Carlos Bardem: Badaq expresa mi estupor, mi desconcierto ante la violencia y la crueldad del ser humano. Los animales matan para alimentarse o defenderse, no como el hombre, que lo hace por ambición o placer. Ese comportamiento me resulta incomprensible. Badaq es el portavoz del malestar que me provoca nuestra conducta como especie.
Rafael Narbona: El final de Badaq es terrible. «Me ahogo, me ahogo. El resto es silencio». ¿Escogió por algún motivo la frase de Shakespeare?
Carlos Bardem: Quería homenajear al gran William. Lo cierto es que el final de rinoceronte es tal como lo narro. Encerrado en una era de lo que ahora es la calle de la Abada, se escapa por el postigo de san Martín, baja por las huertas de lo que hoy es la calle de Alcalá, cruza los jardines del prado de los Jerónimos y el buen Retiro, y acaba en las eras de Vicálvaro.
Rafael Narbona: ¿Qué hicieron con el cadáver? ¿Tal vez lo disecaron?
Carlos Bardem: No lo sé, pero sí sé que se disecó el rinoceronte que regalaron al rey de Portugal después de que muriera en un naufragio.
Rafael Narbona: Vamos ahora con Rodrigo Nuño. ¿Qué representa?
Carlos Bardem: Es el tipo de hombre imprescindible en cualquier proceso de conquista. Es el aventurero violento y amoral que está dispuesto a matar por una recompensa. Sin esos hombres, no es posible exterminar y esclavizar. Por eso, nunca están desempleados. Siempre existirán individuos de estas características, amorales y oportunistas.
Rafael Narbona: ¿Y qué me dice de Álvaro Longoria, capitán del galeón?
Carlos Bardem: Longoria encarna el sentido jerárquico de la existencia. Cree que la justicia debe ser ejemplarizante, disuasiva, especialmente en un barco. No cree en la igualdad ni en la compasión. Piensa que la ética del marinero es obedecer ciegamente.
Rafael Narbona: La violencia de Badaq me recuerda a Grupo salvaje.
Carlos Bardem: Es una de mis películas favoritas y, de hecho, incluyo un pequeño homenaje al filme de Sam Peckinpah. En las últimas páginas, Rodrigo Nuño anima a Encinas a salir a pelear contra los soldados enviados a detenerlos y este contesta: «Vamos».
Rafael Narbona: «Let’s go».
Carlos Bardem: Eso es.
Carlos Bardem. Crédito: Asís G. Ayerbe.
Rafael Narbona: Entre los personajes de Badaq, yo incluiría la sombra de Felipe II y la ciudad de Madrid. Su descripción de la capital es desoladora: sucia, desapacible y violenta.
Carlos Bardem: Madrid era así y la sombra Felipe II, que vivía entre papeles y reliquias sin abandonar El Escorial, circulaba por todas partes. En esa época, Madrid era un poblachón. Se convirtió en capital por sus reservas de agua y por la abundancia de caza en los montes del Pardo. Además, la ciudad estaba muy alejada de fronteras, lo cual garantizaba su seguridad. Comparada con el esplendor de Sevilla y Lisboa, Madrid era un lugar poco atractivo. Es comprensible que los nobles se encontraran tan a disgusto en ella. Madrid estaba llena de mendigos. Muchos se rompían huesos y se las apañaban para que soldaran mal. Un tullido siempre despertaba más compasión y recibía limosnas más generosas. La Monarquía Hispánica era una sociedad muy estratificada donde la mayoría vivía de las migajas de unos pocos ricos. La picaresca nos lo ha contado muy bien. El hambre era un mal generalizado. De ahí que los cocineros cerraran las ollas con un candado cuando los criados las llevaban al comedor de los grandes señores. Solo el maestre de sala podía abrirlas. La riqueza de algunos era obscena. Ahí está el relleno imperial aovado, un plato que se parecía a una muñeca rusa, pues incluía sucesivamente una vaca, una ternera, un carnero, un cabrito, un pavo, un faisán, un capón, un pollo, una perdiz y, finalmente, un huevo. Solo lo comían los emperadores en la víspera de su coronación.
Rafael Narbona: Recuerdo ese plato. Aparece descrito en La vida y hechos de Estebanillo González.
Carlos Bardem: Es normal que se incluyera en ese clásico de la picaresca. La picaresca no va de corrupción política, sino de pobres, de hambrientos.
Rafael Narbona: ¿A qué grupo social pertenecen las tusonas que aparecen en Badaq?
Carlos Bardem: Las tusonas eran las escort de alto standing de la época. Muchas eran esposas de cornudos que consentían para gozar de un buen nivel de vida. En cambio, las cantoneras eran las putas pobres que hacían la calle.
Rafael Narbona: ¿Qué me puede decir de inquisidor que interroga a fray Guillermo?
Carlos Bardem: Se conocen mal los procedimientos inquisitoriales. La Inquisición nunca quemó a un ser humano vivo. Te entregaba al brazo secular y este te ejecutaba dándote garrote; la Inquisición, en el Auto de Fe, quemaba después al muerto. Solo en el centro y norte de Europa se quemó vivas a las brujas. El papel de la Inquisición era ejercer un estricto control social. Se puede decir que era una especia de policía ideológica, del pensamiento, que promovía las denuncias anónimas y utilizaba cárceles secretas. Se encerraba a las personas sin juicio ni pruebas. Era una forma de quebrar su voluntad. El dominico es el ejecutor de ese sistema. Sabe que no hay nada más terrible que estar encerrado sin saber por qué.
Rafael Narbona: ¿Se puede decir que los reyes españoles ejercieron una forma de totalitarismo mediante el aparato inquisitorial?
Carlos Bardem: Sí, claro. Personalmente, me obsesiona lo que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal. La banalidad del mal está en el génesis de Mongo Blanco. Hay personas que encarnan el mal absoluto, como Pedro Blanco, el traficante de esclavos, pero la esclavitud no habría podido durar cinco siglos sin la colaboración de hombres y mujeres comunes. Los barcos de esclavos necesitaban mercaderes y bodegueros que los abastecieran de mercancías, carpinteros que los construyeran y costureras que tejieran sus velas. Del mismo modo, los hornos industriales de Auschwitz precisaban de ingenieros que los diseñaran y de químicos que manejaran el Zyklon B. Ninguna gran atrocidad es posible sin la complicidad de millones de personas normales.
«Respeto mucho al que busca consuelo en la oración y al que como Antonio Machado espera hablar con Dios un día, pero como estructuras de poder, todas las religiones han sido nefastas. En España, el catolicismo ha sido un mecanismo de control social».
Rafael Narbona: Cambiemos de tema. ¿Cuáles son tus modelos literarios?
Carlos Bardem: Soy un lector ecléctico y desorganizado. Yo empecé a leer con Salgari, Verne, Stevenson. Luego pasé a Conrad, García Márquez, Juan Rulfo. Soy un gran enamorado de la novela rusa y de la novela francesa del XIX: Stendhal, Flaubert, Tolstoi, Dostoievski. He leído de todo y muy variado. Dado que en mi caso el escritor chulea al actor, que es el que paga las facturas, no me queda más remedio que escribir entre viajes y rodajes. Eso sí, antes de empezar a escribir, leo cinco o seis páginas de Dostoievski, al que admiro mucho. Abro al azar Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov o Memorias del subsuelo y leo durante media hora. Para limpiarme la vista y limpiarme la mente. Al mismo tiempo, realizo un ejercicio de apropiación intelectual, pues en cinco páginas de Dostoievski siempre hay una idea brillante, un diagnóstico de lo humano y a partir de ahí, comienzo a desarrollar mis propias ideas.
Rafael Narbona: Dostoievski se volvió muy religioso y conservador con la edad. Alabó al zar y a la iglesia ortodoxa, justificando sus cuatro años de confinamiento en Siberia.
Carlos Bardem: Soy partidario de separar la obra de la peripecia biográfica del autor. Me interesan conocer su vida y sus experiencias, pero lo que realmente me interesa es el texto. Es el caso de Céline, con unas ideas horribles, pero que escribió Viaje al fin de la noche y Guerra, una novela inacabada pero de una gran fuerza poética. No permito que la vida de alguien me prive de su talento. Me tomaría un café con Céline, pero no me convencería de nada.
Rafael Narbona: Su compromiso político te ha acarreado muchos ataques. No solo a usted, sino también a su familia.
Carlos Bardem: Siempre he pensado que si alguien no se mete contigo, es que no has hecho nada que merezca la pena. Yo me considero un hombre de izquierdas. Y no veo nada a mi alrededor que me haga dudar de mis convicciones. Soy partidario de sociedades más igualitarias. Pienso que la sanidad, la educación, la vivienda, el agua, el alimento y el techo son derechos universales. No se debe hacer negocio con esas cosas. El neoliberalismo nos ha vendido que lo público no funciona, que hay que privatizarlo todo, pero lo cierto es que cuando estas cosas esenciales se privatizan, dejan de ser un servicio y se convierten en un negocio. En ese sentido, soy socialista, muy socialista. Yo nacionalizaría las empresas estratégicas y crearía un banco público. Eso sí, si luego sale alguien muy espabilado, eso que llaman un emprendedor, e inventa algo que le hace ganar dinero, estupendo. Por mí, no hay problema.
Rafael Narbona: Quiere añadir algo.
Carlos Bardem: Nada, salvo que me lo he pasado muy bien.
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