David Grann más allá de «Los asesinos de la luna»: escribir es un ejercicio siniestro
Criminales, locos, héroes... el periodista y escritor David Grann ha buscado retratar personajes de carne y hueso cuyas vidas parecen más acordes con la permisibilidad de argumentos de ficción. El estreno de la adaptación cinematográfica de «Los asesinos de la luna» (Random House, 2019), a cargo de Martin Scorsese, nos invita a analizar la obra de un autor tan obsesivo y tenaz como algunos de sus sujetos.
Por Antonio Lozano

David Grann. Crédito: Rebecca Mansell.
Cazador de sombras
David Grann (Nueva York, 1967) aspiraba a ser novelista, pero la realidad se demostró una turbina tan salvaje, una proveedora de historias tan hechizantes que desvió su ruta para convertirse en uno de los más polivalentes y brillantes reporteros que ha dado el periodismo americano de las últimas décadas. Sin embargo, antes de convertirse en 2003 en staff writer de esa escuela de excelencia periodística que es el semanario The New Yorker, se curtió en la revisión y edición de textos ajenos para medios como el diario The Hill o la revista The New Republic. Esto afiló su mirada, potenció su compromiso con el rigor, y aumentó su capacidad de detectar lo que funcionaba a nivel de fondo y forma en un texto, lecciones utilísimas que luego volcaría en sus propias piezas, apasionantes mecanismos de precisión.
Aunque la variedad de temas cubiertos en ellas respondió a una multiplicidad de intereses -ahí está un reportaje dedicado a la pesca del calamar gigante-, desde buen principio mostró predilección por asuntos turbios, con frecuencia teñidos por el crimen, o cuanto menos por la ilegalidad, y en los que no pocas veces algún misterio o incógnita irresoluble florecía en su núcleo. Las cárceles de Nueva York, la muerte del principal experto mundial en Sherlock Holmes, o figuras tan controvertidas como las de Cameron Todd Willingham -ejecutado en 2004 por asesinar a sus tres hijos prendiendo fuego al domicilio familiar de Texas, sentencia precedida por un juicio lleno de irregularidades y que vertió serias dudas sobre la culpabilidad del acusado-, o Peter Paul Biro -conservador de arte y científico forense conocido por aplicar métodos poco ortodoxos a la hora de autentificar obras de arte perdidas-, revelaron su atracción por las zonas de sombra del individuo.
David Grann en plano detalle
Tres de sus más celebradas historias de temática criminal aparecieron reunidas en el libro El viejo y la pistola (Random House, 2019). La pieza que daba título al conjunto (¿reformulación a un tiempo noir y humorística del clásico El viejo y el mar de Ernest Hemingway?) era un retrato de Forrest Tucker, un ladrón de bancos y portento a la hora de escaparse de prisión, al que entrar en la tercera edad no le supuso un impedimento a la hora de seguir desafiando a la justicia. Los esfuerzos de un policía polaco por demostrar que una novela posmoderna escondía claves para la resolución de un asesinato real, y que por tanto su teoría no era fruto de una paranoia resultante de una sobreinterpretación desesperada, centraban las páginas de True Crime, mientras que un caso de apropiación de identidad en principio inverosímil -un impostor francés haciéndose pasar por un chico desaparecido en Texas-, tomaba derivas todavía más surrealistas en El camaleón.
Pero entre todos los sujetos de interés para Grann en sus artículos de investigación vamos a destacar uno, el del explorador Henry Worsley, protagonista del titulado The White Darkness, quien se lanzó a atravesar la Antártida completamente solo, poseído por la admiración que le despertaba desde niño su gran héroe: Ernest Shackleton. ¿Por qué es tan relevante? Porque representa el laboratorio de pruebas en el que el escritor ensaya la composición literaria de un individuo temerario, cegado por una misión, un aventurero de un perfil megalómano/suicida. No basta la locura de Worsley para su primer libro, necesita a un iluminado en toda regla, un ser electrificado de hubris. Necesita a Percy Fawcett.

Robert De Niro (izquierda) y Leonardo DiCaprio en un fotograma de Los asesinos de la luna (Martin Scorsese, 2023). Crédito: cortesía de Paramount Pictures / Apple TV+.
Welcome to the Jungle
Mucho antes de que Vietnam se granjeara la etiqueta de «infierno verde», el Amazonas, la selva más gigantesca y tupida del planeta, ya había opositado con creces para merecer tal honor en tanto que cementerio para el incontable número de personas que se adentraron en ella en búsqueda de los tesoros de la legendaria El Dorado, un presunto paraíso de riquezas sin fin, cuya inexistencia u ocultación devendría voraz trampa mortal y símbolo de la insaciable codicia del ser humano. En Z, la ciudad perdida (Random House, 2017), Grann recreó la figura de la mente más obsesionada con su hallazgo -lo que es mucho decir dada la competencia feroz en el apartado de individuos que perdieron la cordura y luego la existencia tras un cuerno de la abundancia que sólo demostró ser tal en tanto que dispensador de horrendas maneras de enfermar-, la del explorador británico Percy Fawcett, quien a principios del siglo XX lideró varias expediciones hasta desaparecer en 1925. La mirada panóptica del autor no se detuvo exclusivamente en su personalidad y sus peripecias, aunque su investigación de tintes detectivescos abrió nuevas hipótesis sobre su funesto destino y brindó argumentos a favor de quienes siempre han creído que el Dorado no fue una fantasía, sino que abarcó la literatura histórica -una radiografía minuciosa del Amazonas: su naturaleza inconmensurable y su capacidad de tejer relatos tan fascinantes como letales- y la literatura de viajes -el propio Grann viajó hasta el lugar de cara a realizar entrevistas y familiarizarse con la exuberancia y el aura mítica del lugar.
Convertido en best seller, traducido a veinticinco idiomas, finalista del prestigioso Samuel Johnson Prize y escogido entre los mejores libros de 2009 por publicaciones como The New York Times, Washington Post y Entertainment Weekly, Z, la ciudad perdida llevaba al formato largo la fijación de David Grann con personas de vida desaforada, alérgicos a las normas y limitaciones que afectan al común de los mortales, de una perseverancia sobrehumana, apegados a sueños u objetivos mayúsculos. Sin desmerecer la grandeza trágica de Percy Fawcett durante los años 20 del siglo pasado, todavía quedaba un heraldo a su altura en el apartado de misiones en apariencia imposibles: Tom White, antiguo comandante de Texas, el sabueso milagroso detrás de Los asesinos de la luna. Petróleo, dinero, homicidio y la creación del FBI (Random House, 2019).

Pawhuska, Oklahoma, circa 1920. Foto de una familia de la Nación Osage, pueblo cuya historia inspira Los asesinos de la luna. Crédito: Getty Images.
Montañas de documentos, montañas de muertos
Sin embargo, antes de detenernos en White, hagámonos una pregunta: ¿La ingente labor de investigación que ha definido el trabajo periodístico/literario de David Grann no invita también a visualizarlo como una suerte de workaholic capaz de documentarse y reescribir hasta cotas hiperbólicas de cara a dar con la más completa y precisa versión de sus textos, un perfeccionista abriéndose camino a machetazos por su propio Amazonas de papel? El siguiente pasaje de Los asesinos de la luna nos ofrece un atisbo de su metodología que invita a emparentarlo con algunos de sus personajes:
«Durante los años que me dediqué a investigar sobre los asesinatos de los osage, mi pequeño despacho de Nueva York se había convertido en un almacén siniestro —leemos en un momento de la obra—. En el suelo y los estantes se habían acumulado millares de páginas de documentos del FBI, informes de autopsia, testamentos y últimas voluntades, fotografías de escenas de crímenes, transcripciones de juicios, análisis de documentos falsificados, huellas dactilares, estudios de balística y de explosivos, registros bancarios, declaraciones de testigos oculares, confesiones, notas interceptadas en prisión, testimonios ante el gran jurado, diarios de investigadores privados y fotos de fichas policiales. Cada vez que me hacía con un nuevo documento, por ejemplo, una copia de la carta de Hale que Red Corn me había enseñado, le ponía la etiqueta correspondiente y lo guardaba entre las pilas de papeles (mi lastimosa versión de un sistema de almacenamiento tipo Hoover). A pesar del tétrico material, cada nuevo hallazgo alimentaba mis esperanzas de ir llenando huecos en las crónicas oficiales, esos espacios en los que no había constancia de testigos o voces, solo el silencio de la tumba».
Años de penetración en esta jungla, y posterior ordenamiento y clarificación de las montañas de material recopilado, cristalizaron en la mejor formulación que puede adquirir un true crime de tintes históricos: atrapar con la intriga, convencer con el rigor del retrato de época y traer algo de justicia poética al presente. Los asesinos de la luna pivota en torno a uno de los episodios quizá menos conocidos del brutal trato procurado a la población nativa en Estados Unidos, una suerte de apéndice tenebroso al genocidio del que fueron víctimas y un preludio a su actual situación de ostracismo e indefensión. En los años 20 del siglo pasado (por la misma época pues en que Fawcett se jugaba el pellejo), un giro irónico del destino quiso que la comunidad india de los osage, expoliada de buena parte de sus tierras en Oklahoma y en muchos casos desplazada, encontrara yacimientos de petróleo en sus menguantes asentamientos. De la noche a la mañana, aquellos individuos humildes y vapuleados, seguidores de rituales y modos de vida ancestrales, a la par que considerados poco más que salvajes por el hombre blanco, amasaron fortunas y comenzaron a vivir acorde a los privilegios y lujos que éstas facilitaban. Lo que siguió fueron los conocidos como «Años del Terror», una epidemia de asesinatos sistemáticos de estos nuevos ricos, recurriendo a los métodos más diversos (envenenamiento, bombas, tiros en la nuca…) con el objetivo de apropiarse de los títulos de propiedad de sus terrenos. La magnitud del crimen y la pasividad de las fuerzas de la ley locales, directamente compinchadas con los perpetradores de la limpieza étnica, forzaron a un naciente FBI a tomar cartas en el asunto, labor que contribuyó a su profesionalización. Cualquier amante de la literatura de crímenes (reales o imaginarios), hallará en el libro información histórica sumamente interesante acerca de la incorporación de técnicas y métodos científicos en la prevención del delito.
Un ejemplo: «Ideado por criminólogo francés Alphonse Bertillon en 1879, el bertillonage fue el primer método científico para identificar a un criminal reincidente. Mediante un calibrador y otras herramientas especiales, así como con la ayuda de la policía de Dallas, el agente Burger tomó once medidas del cuerpo de Morrison: la longitud del pie izquierdo, la anchura y longitud de su cabeza y el diámetro de la oreja derecha entre otras (...) Pero el bertillonage empezaba a ser sustituido por un método más eficaz un método que estaba revolucionando el mundo de la investigación científica: la identificación por huellas digitales».
Además de describir con detalle la transformación del paisaje físico y moral de Oklahoma a raíz de la llegada de la fiebre del petróleo, y de atender a la evolución del trabajo detectivesco -un proceso de domesticación que parte del músculo y desemboca en la planificación, en orden pues inverso al mostrado por la literatura de género, donde se pasa del intelecto (la mente analítica del sabueso) a la fuerza bruta (el hardboiled), David Grann va conduciendo al lector por un laberinto hipnótico, plagado de indicios y sospechosos que se resisten a ser definitivos bajo el amparo de investigaciones negligentes o mermadas por la falta de recursos criminalísticos, pero sobre todo como resultado de un marco conspirativo tan bien orquestado que provoca escalofríos.
Pero toda historia con muertos necesita un sheriff, un detective, un sujeto ético que desenmascare, resuelva y traiga justicia. Y así volvemos a Tom White, el hombre que Edgar J.Hoover designó para identificar a los autores de la matanza y que Grann transforma en otra criatura bigger than life.
«Él era un agente de la ley al viejo estilo. Había estado en los Rangers de Texas hacia el cambio de siglo y gran parte de su vida la había pasado rondando a caballo por la frontera sudoccidental, siempre con su Winchester o su revólver con cachas de nácar a mano, siguiendo la pista a fugitivos, asesinos y atracadores. Medía un metro noventa de estatura y tenía los miembros fibrosos y la inquietante impasibilidad de un pistolero. Incluso vestido con un traje almidonado como un vendedor a domicilio, parecía salido de una época legendaria. Años después, un agente que había trabajado para White escribiría que "tenía andares majestuosos, de felino, y era tan silencioso como un gato. Hablaba igual que miraba y disparaba: siempre directo al blanco"».
Al contrario que el malogrado explorador Percy Fawcett, Grann sí que accedió finalmente a su El Dorado (periodístico) con Los asesinos de la luna, un paraíso de nuevas pistas, datos concluyentes y responsables desenmascarados que ponen el broche de ¡ORO! a un trabajo ingente.

Lily Gladstone y Martin Scorsese. Crédito: cortesía de Paramount Pictures / Apple TV+.
Un mito de cómplice (reincidente)
Otro dato que avala la condición de gran narrador que es David Grann surge del gran número de adaptaciones al cine y la televisión que ha merecido su obra. Z, la ciudad perdida fue llevada a la pantalla grande por James Gray con un reparto estelar que incluía nombres como los de Charlie Hunnam, Sienna Miller, Robert Pattinson, y Tom Holland, y la misma suerte corrieron sus reportajes El viejo y la pistola y Trial by Fire, el primero de los cuales con Robert Redford y Sissy Spacek de protagonistas, mientras que el titulado The White Darkness se encuentra actualmente en fase de rodaje en un proyecto producido por Apple TV y encabezado por el actor Tom Hiddleston. Sin embargo, fue la noticia de que Martin Scorsese iba a colocarse detrás de la cámara para adaptar Los asesinos de la luna lo que acabó por poner el nombre de Grann en boca de todos.
Dos de los actores fetiches del considerado por muchos el más brillante director americano en activo, Robert De Niro y Leonardo DiCaprio, son los principales intérpretes de una superproducción que tuvo su estreno mundial (y una cerrada ovación) en el pasado festival de cine de Cannes. Scorsese dio algunas claves acerca de su enfoque al declarar lo siguiente: «Cogí la historia que David Grann había desarrollado con enorme brillantez y la llevé hasta el límite. Eric Roth (el coguionista) y yo advertimos que se nos estaba escorando hacia la investigación policial, y aunque disfruto de las películas centradas en la misma, no estaba seguro de querer que tuviera tanto peso. Lo que descubrí que me atraía más era la cultura osage. Pasar tiempo con los osage en Oklahoma me permitió acercarme a ellos como personas y propulsó mi interés por retratarlos. Tomar conciencia de que el corazón de la historia estaba en la relación sentimental entre Ernest (DiCaprio) y Mollie (Lily Gladstone) hizo que le diéramos la vuelta al guion como un calcetín, después de llevar años trabajando con otro ángulo».
La asociación entre Grann y Scorsese no acaba aquí puesto que se ha anunciado que el realizador ha adquirido también los derechos del último libro del primero: The Wager. A Tale of Shipwreck, Mutiny and Murder, donde aborda la historia del navío británico del título, que en 1742 naufragó junto a la costa de Brasil, dejando a treinta marineros luchando por su supervivencia en una isla desierta durante meses.