Mussolini para las masas: Scurati y las cuentas con el pasado
Tras el incontestable éxito de «M. El hijo del siglo» y «M. El hombre de la providencia», Antonio Scurati publica «M. Los últimos días de Europa» (todos bajo edición de Alfaguara), donde describe la sumisión final de Mussolini ante Hitler y consolida su proyecto literario sobre el papel del fascismo en la Italia de mediados del siglo XX. Un retrato de un tiempo y un lugar que parece tener su reflejo en la Europa actual -y no sólo en Europa- gracias al auge de movimientos y partidos populistas que recuperan técnicas del pasado -discursos y estrategias como las que llevaron a Mussolini al poder- para medrar y hacerse fuertes en el tablero político y social en el que vivimos. En la siguiente entrevista, el escritor y profesor italiano habla de estos paralelismos al tiempo que advierte de la necesidad de echar la vista atrás y enviar mensajes claros a través de los libros para recuperar el control de la democracia.
Por Javier Ors
Antonio Scurati en su casa en una imagen de archivo de abril de 2018. Crédito: Getty Images.
La fecha de nacimiento de un hombre no revela solo su edad, también nos indica el tiempo del que proviene. Antonio Scurati nació en junio de 1969, un año después del mayo del 68 y de que los tanques tomaran las calles durante la Primavera de Praga. Una fecha que marca el final de aquella revolucionaria y cultural década de los sesenta, pero que también señala el inicio de los denominados Años de Plomo en Italia. Un peculiar contexto de la Guerra Fría que arrancó con las huelgas del llamado Otoño Caliente, prosiguió con el atentado de Piazza Fontana, perpetrado por la ultraderecha, que dejó 17 muertos y alrededor de ochenta heridos, y que culminaría con la fundación de las Brigadas Rojas unos meses después, ya en 1970.
Este periodo, que se extendería hasta finales de los ochenta, resultó convulso, muy ideologizado, pero a la vez provisto de una enorme conciencia política y compromiso intelectual. Resulta tentador preguntarse por la influencia que dejaría todo este ambiente de evidentes complejidades y violencias en las generaciones de muchachos que crecieron a su amparo y que todavía mantenían viva la memoria familiar de su país, que había sido la cuna del fascismo. «Ahora pertenezco a un mundo, a una sociedad, que ha perdido el sentimiento de la historia, que vive en una horizontalidad temporal en la que solo existe el presente -comenta Antonio Scurati-. Nos cuesta sentir nuestra existencia individual como parte de un cuento más amplio y extenso que proviene de nuestros padres, de nuestros abuelos y que después deben recibir nuestros hijos, aunque cada vez tengamos menos hijos. Tenemos esta necesidad de volver a encontrar este sentimiento con la historia, que, en el fondo, es una pérdida de contacto con la realidad. Este tipo de novela, que se basa en documentos, nos da la sensación de poder restablecer el contacto que hemos extraviado».
Cuando los aliados descubrieron los campos de concentración y fueron conscientes del genocidio que se había cometido, todos consideraron que el fascismo jamás volvería a repetirse. Solo hubo un hombre que discrepó: Thomas Mann. Él consideró que el fascismo regresaría, pero envuelto en la bandera de la libertad. Primo Levi, al final de sus días, no desestimó tampoco que esto pudiera repetirse de nuevo y que este movimiento regresara más adelante oculto bajo otros programas, otros eslóganes y otros partidos y hombres. «Hay un término en alemán que habla de la superación del pasado, pero para superar el pasado, tienes que hacer cuentas con él. He escrito estos libros, porque Italia nunca ha hecho esas cuentas con el fascismo, aparte de algunas élites intelectuales. Y, para mí, echar cuentas con el fascismo es relacionarse con ese ayer, asumir nuestras responsabilidades, admitir que hemos sido fascistas, no todos, pero sí la mayoría, y de que inventamos el fascismo. En los últimos setenta años el fascismo se ha contado desde el punto de vista de los antifascistas, de las víctimas del fascismo, de su violencia, pero no desde los fascistas que han hecho ese daño, porque esta nación se fundaba sobre el antifascismo. Pero nosotros, insisto, hemos sido fascistas y no hemos sabido darnos cuenta de ello. Las últimas elecciones políticas en Italia lo demuestran de una manera muy triste. En mi opinión, una parte de la actual clase política no siente la obligación moral de mirar hacia atrás. De hecho, parte de estos políticos ni siquiera comparten de forma total los valores del antifascismo en los que se basa mi país ahora».
Antonio Scurati emprendió hace unos años la ingente tarea de abordar la figura de Benito Mussolini desde un punto de vista original: la novelización de su biografía. Su propuesta, que comporta todos los mecanismos inherentes a la literatura, pero que avanzaba ceñida con una escrupulosa fidelidad a los hechos, trajo consigo nuevas etiquetas, como novela documental o novela sin ficción. Este proyecto vio la luz por primera vez en 2008 con M. El hijo del siglo, que obtuvo el Premio Strega. Prosiguió después con M. El hombre de la providencia (2021), ganador del Premio Europeo del Libro, y continúa ahora con M. Los últimos días de Europa.
El principio del fin
Este volumen, el último que ha entregado -ya ha anunciado que quedan dos más- ahonda en cómo el dictador italiano, el líder del fascismo, pasará de maestro a aprendiz y claudicará ante las exigencias de Hitler: aprobará leyes raciales, que no comparte y con las que no está de acuerdo, sumándose al antisemitismo del Tercer Reich, y rubricará su definitiva alianza con la Alemania nazi sumándose a la aventura bélica de la Segunda Guerra Mundial. «Desde el principio vi esta obra como una oportunidad para llegar a un amplio número de lectores. La literatura implica una forma de conocimiento que es distinto. La novela, que es la forma más democrática que existe para enseñar, invita a todas las personas al reino del conocimiento. No exige a quien se acerca a ella licenciaturas o títulos de estudio, y tampoco discrimina por sexo. Y tengo que admitir que hasta este momento ha sido un éxito. En Italia, muchas personas me han escrito para agradecerme la oportunidad que han tenido de poder conocer qué era el fascismo y quién era Mussolini porque no habían tenido la posibilidad de haberlo estudiado en la escuela».
«Los populismos actuales comparten muchas características con el fascismo: se desenvuelven en las democracias, pero siempre desacreditando el parlamentarismo y afirmando que el parlamento está corrupto, que es ineficiente... siempre actúan desde dentro».
Scurati, cauto y renuente antes de la entrevista, pero animado y de respuesta larga cuando ya está metido en la conversación, explica que su literatura «es popular, pero no nacional, como reivindicaba Antonio Gramsci», y admite que «como lector», y no solo como «autor», le apasiona «esta corriente típicamente europea que pone en crisis los géneros literarios y que elige como materia la historia política del siglo XX con sus grandes tragedias, como la Primera y la Segunda Guerra Mundial o los conflictos poscoloniales. Estos escritores que la cultivan no han vivido los acontecimientos de los que hablan, no pertenecen a esa historia, pero su escritura es una manera de apropiarse de ellos. Esto se debe a la reconocida necesidad de historia que tenemos».
El novelista recuerda que «en España, la dictadura todavía es reciente y todavía no ha tenido tiempo de convertirse en historia», pero sostiene que ahora mismo lo que une a España, Francia o Italia es precisamente «la difusión de populismos». «Sería un error o una exageración, considerarlos herederos del fascismo histórico. El fascismo tenía la violencia como uno de sus componentes esenciales, algo que no está presente de ninguna manera a día de hoy. Es lo que distingue el populismo actual del fascismo de aquella época. Pero estos populismos heredan, si no el fascismo, sí el populismo de Mussolini, porque Mussolini no solo fue el fundador del fascismo, también fue el inventor del liderazgo populista. En Italia tenemos ahora una fuerte herencia de esto en líderes de movimientos de extrema izquierda y derecha. Estos populismos actuales comparten, no obstante, muchas características con el fascismo: se desenvuelven en las democracias, pero siempre desacreditando el parlamentarismo y afirmando que el parlamento está corrupto, que es ineficiente... siempre actúan desde dentro».
Septiembre de 1937. Benito Mussolini y Adolf Hitler saludan a las tropas alemanas en Múnich durante la visita del dictador italiano a Alemania. Junto a ellos está, en la esquina inferior derecha, Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler. Crédito: Getty Images.
Antonio Scurati reconoce que la realidad italiana actual le deja una viva impresión de desaliento. «Me siento frustrado», asegura, antes de explicar el origen de su desasosiego: «Estas elecciones en Italia han sido la última oportunidad para poder hablar de manera profunda en mi país del fascismo como elemento central de la historia italiana. Es una ocasión que hemos perdido, porque los ganadores de las elecciones, que han iniciado su carrera en un partido declaradamente neofascista, han rechazado hablar de forma abierta acerca del pasado fascista de Italia. Es una lástima, un daño para nuestro país. No solo por una cuestión moral, que también está presente, sino por conseguir a la vez una madurez cívica y una derecha democrática... me entristece porque nunca he pensado en una victoria de la derecha como una amenaza para la supervivencia de la democracia. Me da miedo, y los hechos demuestran ahora que es una amenaza para la calidad de la vida en nuestro país. Hay una especie de amargura por mi parte en este sentido. Obviamente, también hay que subrayarlo, estoy contento de que cerca de un millón de italianos, de lectores de mis libros, y, evidentemente, de muchos más, hayan demostrado este deseo de conocer y confrontar nuestro pasado».
Una de las interrogantes que se plantean muchos es de dónde provenía la fuerza arrolladora del fascismo en el siglo XX y de dónde surge la seducción de los populismos en la actualidad. Para Antonio Scurati, sin embargo, esa respuesta carece de misterio y es casi evidente. «Tanto ayer como hoy, manejan un mensaje que es consolatorio; un mensaje que es un bonito cuento de buenas noches. La realidad es dura; la vida es dura. Pero ellos, en cambio, dicen que pueden resolver todos los problemas de una manera sencilla, aunque luego lo que hacen solo es construir muros y encerrar en cárceles a las personas... Esto todavía funciona».
«La realidad es dura; la vida es dura. Pero ellos [los populistas], en cambio, dicen que pueden resolver todos los problemas de una manera sencilla, aunque luego lo que hacen solo es construir muros y encerrar en cárceles a las personas... Esto todavía funciona».
Para el novelista, una de las claves descansa en el eficiente manejo de la retórica. Su capacidad para envolver a la gente dentro de una narrativa. «En este volumen Mussolini se enfrenta a la Segunda Guerra Mundial, pero entre ver la realidad y proseguir fiel a la retórica que ha cultivado durante años, aunque duda en un momento, al final Mussolini cede y se decanta por el discurso. Reconoce que Italia es un país atrasado, industrial, que no está preparado para la guerra, pero detrás tiene veinte años en los que ha repetido que Italia es una gran nación, que Italia es una gran potencia. Echa cuentas con la realidad, pero insiste en la retórica, aunque el precio sean millones de muertos». Él mismo describe este instante crucial para el devenir de Italia y de Europa en M. Los últimos días de Europa. Y lo hace con estas palabras: «Su decisión se llama guerra paralela. Como siempre, con la esperanza o la ilusión de que las palabras bauticen las cosas que nombran, el desafío político va acompañado de una invención lingüística; como siempre, se recurre a un eslogan para la gran ocasión: no con Alemania, no para Alemania, sino para Italia junto a Alemania. Como suele suceder, bajo la apariencia propagandística, no hay nada».
LENGUA: La retórica sigue siendo esencial.
Antonio Scurati: Una de las características de Mussolini, y lo que le hace ser fundador del actual populismo, es esta estrategia política que solo consiste en tener tácticas. Conoce el humor de la gente, alimenta los sentimientos de la nación, alienta las emociones, da alas al miedo, al rencor y el resentimiento. Al mismo tiempo crea una promesa de soluciones fáciles. Se reduce la complejidad de la vida moderna y se identifica a un invasor. Hace cien años eran los socialistas. Los propagandistas fascistas aseguraban que eran portadores de la peste asiática. Hoy, en cambio, son los inmigrantes los que, ellos aseguran, crean problemas. Todo se reduce a un enemigo. Este es un mensaje eficaz.
LENGUA: Y ahora también tenemos políticos que no respetan los derechos humanos.
Antonio Scurati: Existen esas pulsiones antidemocráticas que llevan a la negación de los derechos humanos y que hacen retroceder las conquistas de los derechos de las personas que tanto nos han costado. En mi país, de hecho, que ha estado atrás en muchos de estos aspectos por razones históricas y que le ha costado adelantarse en algunos de sus aspectos, creo que va a retroceder de nuevo con este gobierno, que va a invertir este proceso. Me refiero, sobre todo, a las tácticas que este gobierno está usando para abordar a la cuestión de los inmigrantes, a la dialéctica y la tensión con la Unión Europa y, por supuesto, a la falta de socorro de los náufragos. El respeto a la vida humana misma, desaparece. Podríamos citar más ejemplos, no solo italianos.
LENGUA: ¿Cómo?
Antonio Scurati: La lucha de Putin manifiesta numerosas analogías con la Alemania nazi y la Italia fascista. Sobre todo, en la forma en que afronta la política internacional a través de una guerra de exterminio que no se combate solo en los campos de batalla, sino que afecta también a la población civil. Hay que tener en cuenta un punto: la democracia es la lucha por la democracia; la historia es la lucha por la historia. Pertenezco a una generación privilegiada, que, con todos sus defectos, ha heredado la democracia occidental, que ha sido el esfuerzo y el empeño de nuestros abuelos. Ahora, creíamos que la democracia era eterna, que la habíamos alcanzado de manera plena y, cincuenta años después, nos hemos dado cuenta de que se nos llama de nuevo a la lucha para salvaguardarla.
Antonio Scurati en su casa en una imagen de archivo de abril de 2018. Crédito: Getty Images.
Antonio Scurati explica que «los movimientos populistas refuerzan pulsiones fundamentales del ser y la experiencia humana. No voy a devaluar o a ridiculizar a las personas que encarnan su liderazgo. Sería una equivocación. De hecho, ha sido un error frecuente de los intelectuales de izquierdas señalar lo ridículo que son Mussolini o Trump. Y digo que es una equivocación porque estos hombres han entendido cosas básicas de la época y de la política de la sociedad de masas. Estas pulsiones que vuelven a florecer con los populismos forman parte de la condición del hombre y tienen que ver con el instinto de supervivencia. Hay que comprenderlos para saber cómo funcionan».
LENGUA: Entonces, ¿hay que contar el fascismo a las nuevas generaciones?
Antonio Scurati: Por supuesto. Y también a la siguiente, a la que todavía no está o que no lee. Algunos creen que saben lo que es el fascismo, pero no lo saben realmente. Hoy tenemos libertad intelectual y moral con respecto a estos temas porque no existe una implicación existencial. Por eso es posible crear una nueva narración que no pase a través de unos filtros ideológicos. Hace diez o quince años me hubiera sido imposible escribir estos libros porque, para la izquierda, hubiera sido un sacrilegio convertir a Mussolini en un personaje. Necesitamos nuevas narraciones para renovar el antifascismo de nuestros padres y abuelos. Un antifascismo que no se quede bajo una bandera política, una bandera ideológica o una bandera roja. He intentado hacer una aportación en este sentido pensando en los jóvenes. Muchos de estos jóvenes que ahora son militantes en la política lo hacen desde el amparo de banderas negras, en grupos que son declaradamente neofascistas. Estos chicos que han sido mis estudiantes en la universidad, cuando les dices que los fascismos han sido malos, te miran y te preguntan por qué. Ahí te das cuenta de que la lucha no ha terminado.
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