Juan Gómez-Jurado y Rodrigo Cortés: los primeros sorprendidos
Uno es el «best seller» en castellano revelación de los últimos tiempos, creador de una de las sagas de novelas negras más famosas de España que ahora pasa a la pantalla por Amazon Prime (la trilogía compuesta por «Reina roja», «Loba negra» y «Rey blanco», Ediciones B). El otro es un director y guionista de cine (cómo olvidar «Buried (Enterrado)», aquella asfixiante película en la que Ryan Reynolds pasa 90 minutos encerrado en un ataúd) y ahora es también un escritor que alcanza el éxito («Los años extraordinarios», de Literatura Random House). Además, los dos son amigos, se conocen mucho y hasta comparten estudio para grabar sus podcasts («Todopoderosos» y «Aquí hay dragones»). LENGUA los invitó a conversar y el resultado fue este diálogo delicioso e inesperado sobre los orígenes de la vocación literaria y la iniciación de los niños en la literatura, donde conviven El Quijote y Gandalf, Stephen King, Shakespeare e Ibáñez, la televisión, el color, el blanco y negro, las escenas inolvidables en la mente de un niño y la sensación sorprendente e inigualable de escribir algo que le interesa a otro.

Crédito: Marta Calvo (Rodrigo Cortés) y José Jeosm (Juan Gómez-Jurado). De fondo, viñetas de El sulfato atómico (Francisco Ibáñez, 1969).
Por detalles de logística, Juan Gómez-Jurado está a un lado de la pantalla y Rodrigo Cortés al otro. En realidad, bien podrían haber estado en un bar o en la casa de uno de ellos tomando un café. Son buenos amigos desde hace diez años, tiempo en el que han compartido infinidad de proyectos y momentos para festejar (como los millones de ejemplares vendidos por Juan o la excelente acogida de la segunda novela de Rodrigo, Los años extraordinarios). Para celebrar este periodo de vino y rosas profesional, les hemos sentado frente a frente -ordenador mediante- para que conversen sobre (oh, claro) libros. Y no den nada por sentado: estos dos lectores profundamente curiosos rechazan la categorización canónica y sistemática de las obras literarias y revalorizan esas lecturas de infancia a las que guardan un especial cariño.
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Rodrigo Cortés: No me resulta fácil preguntarte cosas conociéndonos como nos conocemos, desde hace tanto. Tengo dos impresiones: por un lado, que ya sé todo lo que me quieres contar, y por otro, que me has mentido siempre, así que voy a aprovechar a ver si esta vez consigo extraerte nuevas respuestas. De hecho, ¿Cuánto hace que nos conocemos?
Juan Gómez-Jurado: Desde noviembre de 2012.
Rodrigo Cortés: ¿Y por qué lo recuerdas tan bien? Yo no sé ni quién ganó la copa de Europa ni qué año fui a séptimo de E.G.B. Sí recuerdo que me trajiste tu libro La leyenda del ladrón en la mano. No recuerdo la edición, pero sé que no era la primera.
Juan Gómez-Jurado: Pues recuerdas muy mal porque el día que nos conocimos físicamente, porque ya antes habíamos hablado muchas veces por teléfono y por Twitter, tú tenías La leyenda del ladrón en la mano y estabas sentado en una cafetería de espaldas a la puerta, terminándolo. Recuerdo que esto me llamó la atención porque es algo que no debe hacerse nunca: cuando uno está sentado de espaldas a la puerta no ve venir el peligro. Definitivamente tú no lo viste venir.
Dos son multitud
Rodrigo Cortés: Recuerdo que cuando leí La leyenda del ladrón, un libro que disfrute mucho y que incluso me hizo tratar de visualizarlo para ver si tenía sentido por primera vez en mi vida rodar algo que quisieran ver los demás, y no que quisiera ver yo, me pregunté no ya cuáles fueron tus influencias a la hora de escribirlo, sino de dónde venías literariamente, cuáles eran tus padres literarios, qué cosas te marcaron en tu infancia y adolescencia que determinaron qué tipo de escritor ibas a ser. Es una pregunta que nunca te he hecho.
Juan Gómez- Jurado: Es que es una pregunta imposible de responder en una revista literaria quedando más o menos bien, porque cuando dices que para ti tienen la misma trascendencia Hamlet y Mortadelo y el sulfato atómico, generas la reacción más natural y sensata que es la de pensar que esa persona que tienes enfrente es imbécil. Lo cual, por otro lado, no estaría muy lejos de la realidad.
Rodrigo Cortés: Yo pensaría que eres imbécil si metes en esa ecuación Hamlet, porque precisamente mi opinión es que las referencias de la infancia y la adolescencia casi nunca son particularmente nobles, porque nuestra experiencia lectora y como espectadores no es programada, y la primera reacción ante determinadas cosas raramente es en la forma de obras maestras. La primera vez que lees una novela de aventuras y un diálogo te llama la atención, raramente es el epítome exacto de ese ejemplo. Sin embargo, tu primer contacto con algo es fundamental, así que entiendo muy bien que hables del sulfato atómico o de Fray Perico y su borrico.
Juan Gómez Jurado: En mi cabeza tienen la misma trascendencia porque el paso del tiempo me ha enseñado que, en realidad, la categorización canónica es algo que probablemente se produzca en la mente de Harold Bloom o en la de un profesor que hable de literatura comparada, pero para mí eso no es así. A mí me influye, me divierte, me lleva a sitios tanto una cosa como la otra, tanto la referencia menos noble como la contraria, y a veces mucho más la que menos es. Así que supongo que nunca podré hablar de literatura y ser tomado en serio porque esto no es lo que piensa casi todo el mundo.
Rodrigo Cortés: Entonces vamos a recordar dos o tres momentos que te marcaron particularmente en tus lecturas infantiles o adolescentes. De esos momentos bajo la manta y con una linterna.
«Cada vez que vuelvo a leer El Señor de los anillos, intento que Gandalf no se caiga al abismo. Las mejores partes son aquellas en que te das cuenta de que si las eliminases, por mucho que te afecten, impedirían que la narración fuera tan mágica como efectivamente es». Juan Gómez Jurado.
Juan Gómez-Jurado: Pues por ejemplo la caída de Gandalf al abismo de Moria. O más fácil todavía: el momento en el que Sam descubre que Frodo está vivo y que se lo han llevado los orcos, que han entrado en el interior de Mordor y que las puertas se han cerrado tras ellos y él ya no puede entrar, con anillo o sin anillo. El momento en que el hijo del Dr. Creed resucita en Cementerio de animales y se acerca a su madre y le corta el cuello. Son esas cosas que tienes doce años y dices: «Esto es lo que soy yo, esto es lo que quiero ser».
Rodrigo Cortés: Fíjate que mis referencias son un poco nobles y a veces poco significativas. Por ejemplo, recuerdo un libro indeterminado, seguramente de Enid Blyton, quizá Los siete secretos o Misterio, y tengo presente una imagen de una multiplicidad de aves sobrevolando un acantilado y la reflexión que hacía uno de los personajes de cómo eran capaces de hacerlo sin chocarse, como si alguien rigiera ese tráfico. No recuerdo nada de aquel libro ni de lo que pasaba, pero sí aquella reflexión que en sí misma tiene poca importancia. Sin embargo, para mí también fue muy importante Cementerio de animales y recuerdo que la muerte de Gage me traumatizó de una forma de la que aún no he acabado de recuperarme. No estaba preparado para aquello y, sin embargo, aquello lo debí de leer con doce años e hizo que leyera a Stephen King de manera obsesiva durante al menos veinte y que me sintiera muy incómodo con algunos de sus pasajes.
Juan Gómez-Jurado: No sé si te pasará a ti, pero cuando leíamos en papel se quedaban tan fijas esas cosas en nuestra mente que yo soy capaz de citar el punto exacto de la página en la que estaba la muerte de Gage. En la edición que leí era el segundo párrafo en la página de la derecha. El número de página ya no lo recuerdo, pero lo otro lo sé muy bien porque volví a leer esa página una y otra vez intentando que el contenido cambiara, cosa que también me pasa cuando vuelvo a leer El Señor de los anillos e intento que Gandalf no se caiga al abismo. Las mejores partes son aquellas en que te das cuenta de que si las eliminases, por mucho que te afecten, impedirían que la narración fuera tan mágica como efectivamente es.
Rodrigo Cortés: ¿De dónde te nutrías? ¿De dónde robabas? ¿Tus padres leían, tenían libros en casa?
Juan Gómez-Jurado: Tú tenías muchísimos libros, y lo sé porque me lo has contado muchas veces. Yo también, y de muchos tipos, pero el problema es que se acabaron pronto. Hay un momento muy traumático en mi vida, que es la distancia entre el momento en que se me acaban los libros en casa y aquel en que no soy lo bastante mayor como para ir a la biblioteca solo. Eso me obliga a leer los mismos libros una y otra vez. Bien puedo haber leído Tarzán de los monos 13 veces. No exagero.
Rodrigo Cortés: Yo tenía diferentes dealers. El principal eran mis padres sin que ellos lo supieran. Siempre estuve rodeado de libros de forma muy natural. Y aún hoy, cuando voy a una casa que está tapizada entera con libros, eso hace que me sienta muy cómodo. Pero eso hizo también que leyera de una forma muy poco sistemática. En la biblioteca del colegio cogía los libros pretendidamente para mi edad, me gustaban, me entretenían. En casa, sin embargo, es donde se producían las lecturas inconvenientes, no porque fueran salidas de tono, sino porque podía leer con ocho años Viven, de Piers Paul Read, o La Metamorfosis, de Kafka, simplemente porque había leído en la solapa que alguien se levantaba convertido en insecto, y eso me parecía la premisa perfecta para una película de Spielberg. Pero recuerdo que no diferenciaba demasiado esas cosas, no es que una me pareciera infantil y otra no. También creo que la literatura, o la experiencia lectora infantil, tiene mucho que ver con aprender cosas. Aprender conceptos, enfrentarte por primera vez a Los Intocables o leer por primera vez una palabra. Cada lectura es un descubrimiento, el acceso a algo. Esa lectura es sobre todo el qué: a qué puedes tener acceso por vez primera.
«Solemos pensar en cuál es la forma adecuada de acceder a los clásicos, cuál es la edad, qué tipo de lecturas van configurando un camino y qué convendría mostrar a nuestros hijos para poder conformar un lector modelo, y creo que nada se produce así. Creo que cuando tienes hambre de palabras da más o menos igual. Me recuerdo de niño repitiendo de forma inconsciente en mi cabeza formas de una prosa, o cómo, cuando la escritura era poética, mi cerebro casi empezaba a anticipar endecasílabos de forma natural después de leer durante dos horas». Rodrigo Cortés.
Juan Gómez-Jurado: ¿Tú crees que esa ausencia de categorización que quizás hoy en día no se vive tanto es lo que nos ha ayudado a acabar siendo lo que somos? Hoy mis hijos tienen muchas más cosas de las que teníamos nosotros a su edad, y no hablo de cosas materiales, sino de cosas pensadas para ellos. Yo hubiera amado Bob Esponja si lo hubiera visto con diez años, pero no existía. Había cosas para muy niños o ya directamente te hacías mayor y saltabas a otra cosa.
Rodrigo Cortés: Creo que no hay un camino. Solemos pensar en cuál es la forma adecuada de acceder a los clásicos, cuál es la edad, qué tipo de lecturas van configurando un camino y qué convendría mostrar a nuestros hijos para poder conformar un lector modelo, y creo que nada se produce así. Es más importante lo que cada uno es porque, de un modo u otro, eso va a hacer que absorba los estímulos, cualesquiera que sean, de una forma particular. A veces tendemos a pensar que aquello que leímos es lo que configuró una personalidad perfecta y basta con que otros lean el mismo orden y así sucederá. Evidentemente las cosas no pasan así. En ese sentido, no tengo nada claro que haya un camino adecuado. Por ejemplo, me cuesta estar de acuerdo con esa afirmación tan común que dice que leemos El Quijote demasiado pronto, que en el colegio tendríamos que hacer lecturas más entretenidas. No sé si hay que leer El Quijote con nueve años, con treinta, o si no hay que leerlo nunca. Creo que cuando tienes hambre de palabras da más o menos igual, y yo recuerdo que cualquier cosa que me pusieran despertaba cosas en mí, me recuerdo muy sensible a las palabras y a su música, me recuerdo de forma inconsciente repitiendo en mi cabeza formas de esa prosa, o cómo, cuando la escritura era poética, mi cerebro casi empezaba a anticipar endecasílabos de forma natural después de leer durante dos horas. En el fondo, cualquier cosa que me dieran era en realidad algo por lo que fascinarse.
Juan Gómez-Jurado: Yo estoy completamente en desacuerdo contigo. Creo que esa afirmación que tú dices tan común no lo es tanto. Basta con que le preguntes a un profesor, que en general tienden a ser más de tu opinión y creer que es el momento de intentar meterles todo lo que se pueda porque después ya no lo van a conseguir. Y yo creo que esto no es así, que es mucho más importante la formación de la habilidad que la del conocimiento. Es mi opinión, pero hay una cosa que sí que he aprendido acerca de la educación de los niños y es que no importa lo que hagas porque inevitablemente lo vas a hacer mal, de modo que intenta hacerlo lo mejor que puedas sin estresarte demasiado. A lo mejor tu camino es el bueno, a lo mejor es el mío, pero en definitiva da igual.
Rodrigo Cortés: Es que más bien creo que no hay camino. Y entonces volvemos a esa sistematización de la que hablábamos porque de niño no cuestionas el mundo en ciertos sentidos porque no lo configuras, las decisiones las toman otros y es lo más natural del mundo: primero vas a un curso, luego a otro, tienes a un profesor, que es el que manda, y no hay una sensación de rebeldía constante a todo eso porque las cosas funcionan así. Luego, cuando creces, estableces tu rebeldía en otro orden de cosas. Entonces para mí era tan importante cuando leía sobre una guitarra que hablaba como cuando leía un pasaje del Cantar del mío Cid. Mi cabeza no jerarquizaba demasiado, sino que me entregaba a ese texto, y descubría que en todo texto hay una forma de goce. Hablo de esa naturalidad. Entonces creo que, si no quieres leer, va a dar un poco igual lo que te pongan delante, sea Cervantes o Mazinger Z, y si por alguna razón has accedido a la lectura muy pequeño de forma muy natural, casi cualquier cosa va a satisfacerte.
Juan Gómez-Jurado: A lo mejor una persona con tus terribles capacidades y tu inteligencia no se da cuenta de que no todos los seres humanos somos iguales y que nuestro contexto es increíblemente distinto. Yo me he encontrado a chavales que leen muchísimo, mucho más que yo a su edad. El tema de la cultura de las pantallas afecta o no a las personas, pero a muchos les sirve tremendamente como excusa. A lo mejor también es que creemos que leer es la panacea porque para nosotros lo fue mientras que para otros puede ser otra cosa.
Rodrigo Cortés: No estamos haciendo de Ministro de Cultura, pero cuando ves El Quijote en dibujos animados teniendo seis años, es difícil tener una distancia hacia El Quijote; al revés, te apetece saber un poco más de ese Sancho. Pero hago una reflexión, por ejemplo, que tiene que ver con nuestro pasado como espectadores. Cuando éramos pequeños no había grandes diferencias entre color y blanco y negro. Si era Tarzán, era en blanco y negro, si era Robin de los bosques, era en color, pero no había verdaderos saltos entre La guerra de las galaxias y El halcón del mar. Eran películas que te entretenían y te apetecía ver. Sin embargo, para un niño actual, el blanco y negro es una barrera simplemente porque no lo ha visto con naturalidad, y cuando se plantea ver una película en blanco y negro con quince años, le parece que es un retraso. Nosotros no éramos más listos que ellos, simplemente nos ponían en la tele de todo y lo teníamos todo en el mismo saco. Tengo la sensación de que cuando el acceso a las cosas es natural y no se vive como una especie de obstáculo que superar, todo resulta mucho más sencillo.
Juan Gómez-Jurado: A mí me parecía que El templo maldito o En busca del arca perdida eran igual de buenas que Allan Quatermain y la ciudad perdida del oro.
Rodrigo Cortés: Es verdad que no diferenciabas entre calidades. Es más, todas eran buenas, tan solo el hecho de que te dejaran ir al cine o ver dos horas de ver ya era bueno. En mi caso, ver cualquier cosa se parecía a la misa del gallo, que no es nada que quieras hacer pero me permitía estar de pie a las doce de la noche.
Juan Gómez-Jurado: En aquella época había una sensación de que las cosas las echaban, y cuando habían acabado de echarlas, ya no las podías volver a ver hasta que la volviesen a echar, y si no lo veías en ese momento, te lo habías perdido. Creo que eso lo hacía todo bastante más valioso.
«El verano de mis trece años descubrí que escribir era lo que quería hacer. Me acuerdo perfectamente de que estaba sentado en el sofá leyendo una novela de Ken Follett y tuve una idea que ya había tenido al leer a Stephen King y a Pérez Reverte: "Esto es lo que quiero hacer"». Juan Gómez-Jurado.
Rodrigo Cortés: ¿Y cuándo nació tu vocación como escritor? ¿Cuándo te soñaste o te imaginaste a ti mismo escribiendo?
Juan Gómez Jurado: Creo que tenía trece años. Había escrito desde siempre, eso sí. Es algo muy imbécil y estúpido de decir, pero es así. Desde que tenía muy pocos años contaba historias usando las hojas de papel que hubiera cerca y lo hacía bien para mi edad, entonces escribir era para mí algo natural. Y el verano de mis trece años descubrí que era algo que quería hacer. Me acuerdo perfectamente de que estaba sentado en el sofá leyendo una novela de Ken Follet y tuve una idea que ya había tenido al leer a Stephen King y a Pérez-Reverte: «Esto es lo que quiero hacer». Todo pasó en ese verano en realidad. No sé hasta qué punto la vocación se rastrea tan atrás, pero ese niño soñaba con eso. A ti también te pasó a una edad muy parecida, ¿verdad?
Rodrigo Cortés: Sí, tuve fases distintas. De muy pequeño era bueno dibujando y me imaginaba siendo pintor. Luego quise ser músico porque estudiaba piano, pero me di cuenta de que esa vocación no era realmente propia. La idea que tuve con más fuerza fue la de escribir y la del cineasta surgió después, sobre todo porque no la concebías como posible, del mismo modo que no concibes que hay un camino para ser astronauta o piloto de Fórmula 1. Pero como escritor sí, y escribía de forma natural y excedía los límites de la redacción. Recuerdo que hice copias de un relato completamente infumable que se llamaba La casa de los Kawaii donde intentaba ser Stephen King. Hablaba de cosas que no conocía, un mejunje entre E.T. y la imaginería de E.T. con sus suburbios y sus niños en bicicleta y hacía fotocopias que me compraban mis amigos. Fue la primera vez que sentí en qué consistía tener lectores y que te pidieran segundas y terceras partes.

Stephen King en una imagen tomada en 1986. Tres años antes había publicado Cementerio de animales. Tres años después, la novela sería adaptada por primera vez al cine. Crédito: Getty Images.
Juan Gómez-Jurado: Qué bonito. O sea que tu primer trabajo pagado fue con la literatura.
Rodrigo Cortés: No, fue cazando moscas en un pueblo de Teruel que se llamaba Samper de Calanda. Tenía que enseñar la mosca y con eso me daban una peseta por cada una hasta que aprendí que podía marearlas y cobrar varias veces por la misma mosca.
Juan Gómez-Jurado: ¿Cómo era esa técnica? Por favor, explícala.
Rodrigo Cortés: Tienes que colocar la mano con la palma estirada y moverla rápido hacia arriba y en diagonal, no en paralelo a la superficie, porque, de lo contrario, la mosca va a remontar el vuelo. Ese es el primer paso. Y luego una vez que la tienes cazada se trata de agitarla bien, entonces queda completamente mareada y puedes abrir la mano, mostrar que la tienes, te vas y la vuelves a cazar. La vendes como muerta pero todavía no lo está. ¿Cuál fue tu primer dinero?
Juan Gómez-Jurado: El primer dinero que necesitaba ganar lo hice vendiendo papeletas falsificadas (lo contamos en el podcast Aquí hay ladrones), pero el primer dinero que gané de verdad fue cuando tenía quince años, con un relato en un premio en Alfaguara que se llamaba Los nuevos de Alfaguara y que ya no se hace. No había un ganador: eran diez relatos y cada uno ganó 100.000 pesetas de la época. Para mí fue muy importante porque significaba que podía hacer algo con lo que quería.
Rodrigo Cortés: Yo recuerdo que, para mí, una cosa era que mis amigos leyeran mis relatos y otra muy diferente era la posibilidad real de ser escritor. De alguna forma extraña, y esto tiene que ver con el sesgo de autoridad del que hablábamos, empecé a sentir que tal vez tenía una capacidad diferente de lo habitual cuando me lo refrendó un profesor. Es decir, no valía con que me lo dijeran mis amigos, un profesor tenía que decirte: «usted escribe muy bien, siga usted haciéndolo». Recuerdo que en un examen de literatura, ya en el instituto, había que dedicar 20 minutos a escribir un pequeño relato. Mi sensación era que había escrito lo primero que me había salido de la cabeza, sin ninguna vocación de crear música de ningún tipo, tan solo pensando en rellenar espacio, y fue entonces cuando el profesor lo leyó y me dijo: «Ha hecho usted algo especial, siga haciéndolo». Ahí empecé a observar desde fuera de una forma extraña porque pensaba, por un lado, que no había hecho nada, y por otro lado me di cuenta de que había algo que fluía de forma natural, un instinto que encontraba su camino.
Juan Gómez Jurado: Lo que has dicho me recuerda a una anécdota que le escuché contar a José Sacristán cuando hablaba de sus inicios en la actuación. Contaba que el primer papel que tuvo fue de indio y que, como debía ponerse unas plumas en la cabeza, intentaba salirle al paso a su abuela en las situaciones más insospechadas para asustarla. Y la abuela siempre decía: «ay dios, un indio», y él se volvía a su cuarto muy contento pensando: «qué bien, la he vuelto a asustar». Y cuenta que, desde entonces, en cada uno de sus papeles, cuando ha sido un minero, un héroe o el padre de alguien, lo único que deseaba era que se lo creyeran y cuando alguien le daba la enhorabuena por la interpretación, él volvía a ser aquel indiecito y a pensar: «qué bien, se lo han creído». A mí me pasa un poco igual e imagino que a ti también.
Rodrigo Cortés: Sí, y es algo que entiendo muy bien, ese estímulo infantil que te marca para siempre y que no abandonas nunca. Y eso no significa caer en el síndrome del impostor y creer que, en el fondo, alguien va a darse cuenta cualquier día de que eres un fraude, pero como muchas cosas son verdad a la vez, las dos cosas siguen operando: por un lado, haces una película y dices «esto le va a interesar a miles de personas», y luego, si eso sucede, eres el primer sorprendido.
Juan Gómez-Jurado: Nunca te lo acabas de creer del todo, y supongo que en esto consiste.
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